CAIDA LIBRE

Bastaron dos físicos (una experta en mecánica teórica y aplicada y un estudiante a punto de recibirse) para desenmarañar un problema que desde hace siglos no deja dormir a los hombres y mujeres de ciencia: por qué las cosas que son delgadas y planas –como una hoja de papel, por ejemplo– se elevan primero y planean luego mientras se precipitan al suelo.



Jane Wang y Umberto Pensavento (de la Universidad de Cornell, Estados Unidos) abandonaron por un instante la teoría para calcular los movimientos de una hoja de papel .



Y se llevaron algunas sorpresas: Wang cree que la subida y caída de básicamente cualquier cosa plana (como las llamadas “hojas de otoño” que acaban aterrizando muy lejos de su árbol, incluso en los días sin viento) está gobernada por el caos.



A través de técnicas de modelado por computadora, los investigadores calcularon cómo a medida que se aproxima al suelo el aire del ambiente se las arregla para arremolinarse alrededor de los bordes de las hojas, lo que hace que ondeen y den vueltas alocadamente.



Y como el flujo cambia drásticamente alrededor de los bordes agudos del papel, la teoría aerodinámica clásica no sirve para predecir la trayectoria exacta de la caída del cuerpo.



Pero el análisis financiado por la fuerza aérea estadounidense: “La fuerza que hace el aire depende mucho del acoplamiento entre los movimientos de rotación y de traslación del objeto –explicó Wang–.



Así, el efecto del ‘papel que cae’ es casi el doble de efectivo a la hora de frenar su descenso que el conocido `efecto paracaídas’, lo cual beneficia a los árboles y otras plantas que necesitan dispersar semillas hacia una cierta distancia desde el punto de origen”.



Pese a la conspicuidad de tales evidencias, aún hay quienes por los pasillos cargan en silencio a Wang y a Pensavento.



Pero no les importa: el escocés James C. Maxwell también fue seducido por el problema del “papel que cae” y antes de darse cuenta terminó de atarle el moño a la teoría que enlazó de una vez por todas electricidad y magnetismo.

Una lección norteamericana — Por Eduardo Aliverti

Entre Bush como versión tejana de Hitler y Kerry haciendo la venia para fijar el recuerdo de sus presuntos actos de arrojo en la aventura vietnamita, lo que hay en el medio no son antagonismos ideológicos, sino diferencias de marketing imperialista.

George Bush

Ningún periodista ni analista político pueden obviar como centro de atención lo que acaba de ocurrir en el país más poderoso de la Tierra. Aun cuando su especialidad no sea la información internacional.

La victoria de Bush deja enseñanzas (o, mejor dicho, ratificaciones históricas) que son imprescindibles para comprender y juzgar el comportamiento de los pueblos.

Una mayoría mundial, podría decirse sin dudas, asiste entre perpleja y horrorizada a la consolidación de algo que está muy por encima de la imagen encarnada por el terrorista que preside los Estados Unidos.

Porque, justamente, la figura de Bush es la representación de lo que el politólogo Federico Schuster define como “la cultura autocentrada norteamericana, que pone en primer lugar la voluntad hegemónica y se antepone a cualquier dimensión que pretenda incluir al resto del mundo más que como una comparsa turística relativamente exótica; la escenografía que rodea al imperio” (Página/12 del último jueves).

La primera pregunta es si acaso había que esperar el resultado de las elecciones para corroborar esa etiología del pueblo norteamericano, siendo que el híbrido candidato demócrata no significaba nada siquiera diferente en la concepción del ombligo imperial.

Lo que triunfó electoralmente en Estados Unidos es la más repugnante de las imágenes, no la más distinta de las propuestas. No había el Bien contra el Mal sino, y gracias, el monstruo ostensible contra el águila idéntica disfrazada de modosa.

Si se lo ve desde una mirada emocional, es comprensible lo que se siente al haber ganado el mejor vocero del diablo. Pero si se lo advierte desde la frialdad analítica, también está claro que quien perdió fue sólo la copia del original y que, como empezaron a admitirlo por lo bajo los responsables de la campaña demócrata, tomaron nota tarde de que a los tibios los vomita Dios.

Entre Bush como versión tejana de Hitler y Kerry haciendo la venia para fijar el recuerdo de sus presuntos actos de arrojo en la aventura vietnamita, lo que hay en el medio no son antagonismos ideológicos, sino diferencias de marketing imperialista.

Y demasiada gente presuntamente ducha en esto del análisis político parece haber pedido de vista que no se trata de inclinar la observación hacia cómo es posible que haya perdido el más simpático.

La comparación puede parecer bizarra, pero tienta asemejar lo sucedido con este sufragio yanqui y el argentino de 1995: el voto licuadora por Menem y la opción de lo mismo pero sin corrupción.

Cuando se dice que la elección norteamericana era en realidad un referéndum sobre la gestión de Bush, se vierte una verdad a medias. La mitad correcta es que se optaba por continuar o no con la forma en que este criminal de guerra encara las batallas contra lo que se define como el enemigo conjunto de Washington (es decir, más o menos todo el mundo).

Y la mitad ocultada es, precisamente, que no había ni hay más que una cuestión de formas. Los yanquis no votaron sobre una marcha atrás u otra adelante respecto de creerse el centro del universo a costa de lo que fuere. Votaron, divididos, acerca de cuál les parece el mejor modo para seguir siéndolo. Y la ratificación histórica consiste en que la alucinación de las masas persiste en mostrarse como hecho factible, si se conjugan determinados elementos que van desde la psicología social hasta la manipulación política.

Un imperio como el norteamericano, con rasgos crecientes de decadencia en su economía, ha recibido el respaldo del voto popular para defenderse de sí mismo contra todo el resto de la humanidad que no lo entienda así. Un país que debe el equivalente a casi el 70 por ciento de lo que produce, que se sostiene financieramente gracias al apoyo asiático, que conserva el poder de la religión del dólar en paralelo a que el dólar es cada vez más un papel pintado, que importa el grueso del petróleo que consume, necesita expandirse por el orbe por vía de su infernal maquinaria bélica.

Conquistar más recursos naturales, más territorio, más regiones. Les cuesta, porque pasaron a vivir aterrorizados. Pero votan por el terrorismo contra los demás (e inclusive a favor de un estado policíaco contra sí mismos, que es quizá la única diferencia apreciable entre republicanos y demócratas porque los segundos son algo más contemplativos de las libertades civiles y los primeros, directamente, una banda de cazadores de brujas).

También en Página/12, un ex subsecretario argentino de Asuntos Latinoamericanos, Alberto Ferrari Etcheberry, manifestó dudar de que “el pueblo alemán esté del todo recuperado de sus responsabilidades por haber llevado a Hitler al poder”, y cree que “algo similar puede pasar con el estadounidense”. En cualquier caso, es de vuelta evidente que los pueblos sí se equivocan. Y gravemente.

Que la civilización avanza y retrocede en forma cíclica y que tanto los avances como los retrocesos son producto de la correlación de fuerzas entre la conciencia de las masas, el resultado de sus luchas y la capacidad de vanguardia de sus clases dirigentes.

De tal conjunción puede dar, por ejemplo en el paraje uruguayo del Río de la Plata, que el pueblo intenta recuperar utopías de solidaridad y justicia social. Y en lo que se cree el núcleo planetario, que es capaz de retroceder hasta los estadíos más salvajes.

Que no hay destino, que nada está escrito, que el hombre choca contra la misma piedra todas las veces que le parezca, que tanto puede alguna vez no haber retorno como conseguirse un escalón superior de la comprensión humana.

Los Estados Unidos terminan de mostrar uno de los rostros más espantosos del hombre, pero eso no quiere decir que algo esté definitivamente dicho. Ningún imperio de la historia fue capaz de perpetuarse, y éste no será la excepción.

 

"A una mendiga pelirroja" por C. Baudelaire

Charles Baudeliere

Blanca chica pelirroja,

cuyo traje por sus rotos

la pobreza deja ver

y la belleza,

para mí, pobre poeta,

tu joven cuerpo enfermizo,

todo de pecas cubierto,

su dulzor tiene.

Llevás más galanamente

que una reina de novela

sus coturnos de velludo,

tus zapatones.

En vez de un harapo corto,

que un vestido cortesano

en pliegues cuelgue brillante

sobre tus pies;

que en lugar de rotas medias,

para el ojo libertino

en tu pierna un puñal de oro

reluzca aún;

que nudos mal apretados

muestren, para nuestra culpas

tus bellos senos, radiantes

como los ojos;

y que para desnudarte

tus brazos se hagan rogar

y auyenten con golpes pícaros

dedos traviesos,

perlas del agua más bella

sonetos del señor Belleau

por tus galanes esclavos

dados sin tregua,

pajes al azar prendados,

¡mil señores y Ronsares,

espiarían divertiods

tu fresca alcoba!

Contarías en tus lechos

muchos más besos que lises

¡y tus leyes serviría

más de un Valois!

-Vas en cambio mendigando

algún despojo caído

al umbral de algún Véfour

de encrucijada;

vas mirando de reojo

joyas de cuarenta escudos

que, ¡perdóname!, no puedo

yo regalarte.

Vete, pues, sin otro adorno

perfumes, perlas, diamantes

que tu flaca desnudez,

¡oh mi belleza!

De Las flores del mal (1857)

Fantasías sexuales sin límites en los EE.UU. (De Clarín)

Quién diría… En una encuesta sobre sexo el 57 por ciento de los norteamericanos respondió haber cumplido con la fantasía de hacer el amor a la intemperie, o en un lugar público. Es más, más de la mitad de los consultados, el 51 por ciento, dijo que conversa con su pareja sobre las fantasías eróticas que sobrevuelan por sus cabecitas. Estos son algunos de los datos que fueron presentados en el programa “Primetime” de la cadena de televisión ABC sobre un estudio realizado a 1.501 adultos.

Cuando se les preguntó si para alimentar la relación sexual echaban mano a algún elemento externo, el 66 por ciento contó que había usado alguna prenda “sexy”, y el 30 por ciento informó que ha visto videos pornográficos con su pareja.

De los 1.501 adultos encuestados sólo el 3 por ciento contestó que nunca había tenido relaciones sexuales. Un dato para mencionar es la diferencia en los niveles de interés sexual entre los hombres y las mujeres yanquis: mientras el 70 por ciento de los hombres piensa en el sexo al menos una vez por día, sólo el 34 por ciento de las damas respondió hacer lo mismo.

Al parecer, a nivel disfrute, también ellos llevan la delantera: el 83 por ciento de los hombres dijo gozar mucho del sexo, cuestión en la cual coinciden sólo el 59 por ciento de las mujeres. En lo que sí las mujeres presentaron un elevado porcentaje fue en el tema del “como sí”: el 48 por ciento confesó haber fingido alguna vez el orgasmo. Por Magela Demarco.

Algo

Desde que las funciones de seguridad están bajo su mando, el ministro del Interior, Aníbal Fernández, casi no habla en público. Ayer reconoció que conversar con periodistas le gusta.



Pero en Vedia, donde acompañó al presidente Néstor Kirchner, respondió una pregunta citando a Los Redonditos de Ricota, su grupo de rock preferido: “Como dice el ‘Indio’ Solari, solamente hablo cuando tengo algo que decir”.

Contrastes entre el querer ser y el querer todo

Estar en una edad y en un mundo donde vivir no es fácil.Cada vez menos valores. Cada vez, menos sueños.

Uno crece y va resignandose. Que el amor no es para toda la vida. Que las utopías no tienen sentido. Que siempre ganan los malos. Que el bueno, es un boludo. Que para hacer las cosas bien, si lo único que importa es el éxito. Que lo que vale es ganar. Que lo bueno es eterno. Que esto, que lo otro.

Hablar con otros y encontrar que lo propio se repite en lo ajeno. No ser un paria sentimental y poder compartir la angustia. La búsqueda de respuestas se multiplica al infinito y no tiene fronteras. Muchos que huyen del dolor. Sin embargo, otros nos sentimos atraidos. El que sufre, vive. Sin dolor no hay vida. No hay contraste. No hay nada. Figura y Fondo. Nada más simple que eso.

Pedir al viento que nos traiga eso. Eso que queremos todos. Eso que deseamos, anhelamos, rogamos, imploramos, pedimos y soñamos. Eso.

Eso, que aún no sabemos bien que es.

Desde el silencio del ciberespacio el grito desgarrador de Hernán Pablo Nadal

La Gorda de Susana Gimenez

“CQC”, por Canal 13



¿Cuánto pesa Susana Giménez?: entre cuestiones todavía más pesadas, la intriga continúa

Guillermo López, balanza en mano, interceptó a la diva y se lo preguntó en voz bajita: decime la verdad, ¿cuánto pesás? En el medio, los cronistas Gonzalo Rodríguez y Clemente Cancela la pasaron feo en el acto del Día de la Lealtad.

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Guadalupe Diego. De la Redacción de Clarín.com .

Que CQC no es lo que era ya se ha dicho muchas veces. Menos humor político y más farándula, se le achaca. Algo de eso hay, es cierto. Pero tampoco hay que descuidar que la división aquélla es en sí misma un tanto nebulosa y la tarea, entonces, se complica. Los que deberían sentirse aludidos no se dan por enterados; en su lugar juegan, se divierten y aspiran a ser más graciosos que los propios cronistas. Los hombres de negro, a su vez, tienen sus propias debilidades. Susana Giménez, por ejemplo. Hace rato que se divierten tachándola de, digamos, gorda; o de excedida de peso; o de algo de todo eso.

Anoche, Guillermo López se encontró con la diva y se animó: le preguntó por su peso real y, no conforme con ello, le acercó una balanza. La intriga se mantuvo durante todo el programa pero, y aquí lo destacable, en el medio aparecieron dos informes con grado de farándula igual a cero. Hay que festejar estas cosas. Con mayor o menor grado de rebeldía –después de todo, los chicos crecen-, estos segmentos se vuelven, bajo estas circunstancias, especialmente valiosos.

El primero fue el de Daniel Malnatti, que se ocupó, desde el Sur argentino, de poner en evidencia parte del desastre ecológico que acarrea la explotación de una mina de oro. Desastre para la ecología y desastre para quienes viven ahí, que como sigan así las cosas se quedarán, además de contaminados, sin agua potable.

La segunda realización destacable estuvo en manos de Gonzalo Rodríguez y Clemente Cancela. Aunque en manos, lo que se dice en manos, estuvo más bien en las de los sindicalistas. Los cronistas osaron cubrir el acto del Día de la Lealtad y a los muchachos no les hizo ninguna gracia. Rodríguez y Cancela no preguntaban mucho. La duda era siempre más o menos la misma. Querían saber por qué no había ido Kirchner y conocer el verdadero objeto/sujeto de la lealtad (“¿va a llamar a Chile? –le preguntaron a Scioli- ¿es el día de la lealtad a quién?”). Preguntas mínimas y aprietes máximos. La dupla CQC aguantó hasta donde pudo –que tampoco es cuestión de dar la vida en un informe, vamos- y coló algún que otro micrófono entre manotazos, insultos y amenazas de la simpática muchachada que ¿protegía? a los dirigentes.

Sobre el final del programa volvimos a las sonrisas livianas y a los temas de peso menor. Bueno, más o menos. Porque volvimos a Susana, a la balanza y a ver qué pasaba con su respuesta. Y la diva, hay que decirlo, fue una grossa. Una artista de peso, diría Juan Di Natale. Lo cierto es que se comportó como una lady. No hace más que recibir palazos de CQC y ella, interpuesto recurso de balanza y todo, se mató de risa. “Sesenta y ocho debo pesar, no sé… ¿Qué? ¿Estás loco?, ¡¿cómo me voy a pesar en cámara?! ¡Antes la muerte! ¡Sacame este aparato inmundo de acá!”. Clap, clap, clap por Susana. Y todavía está en duda quién se lleva el aplauso mayor. Si Susana por su humor, gracia y hasta clase, o Guillermo López por animarse a tamaña pregunta.