La tristeza llega en estos días.
No tengo demasiadas ganas de escribir, pero quiero dejarles dos cartas que llegaron a mi correo.
Cynthia
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De repente estalló “Cromañón”… y sigue estallando aún en el alma…
“Cromañón”: un boliche, un mundo, una república de adolescentes y jóvenes… hasta de niños, de apasionados por el rock, de fanáticos inocentemente inconscientes.
“Cromañón”: un símbolo, una mini Argentina repleta de almas que claman, gritan y reclaman… pero nadie las escucha, nadie es responsable, porque el agua que faltó para apagar tanto fuego es el que utilizaron algunos para lavarse las manos… otros para despabilarse e intentar comprender lo que había sucedido, lo que habían hecho…
¿Como intentar explicar lo que parece no tener explicación? ¿Cómo comprender lo que pasó? ¿Cómo reparar tanto daño? ¿Cómo imaginar lo que va a pasar, lo que tendría que pasar? ¿Como seguir adelante…?
Escuchamos aún hablar de culpables, de inocentes, de violencia, de tribus urbanas, de rock, de cuadros psicopatológicos, de jueces y abogados… escuchamos hablar mucho, demasiado a mi gusto… mientras tanto -y una vez más- los adolescentes nos marcan que algo no funciona bien, nos piden algo, nos advierten…
Lo cierto es que no hay límites que contengan a esta nueva generación de adolescentes y jóvenes, pero tampoco existen estos límites –o están muy desdibujados- en la nueva cosmovisión del adulto actual.
Parece haber una tendencia generalizada a enfrentarse con experiencias que bordean los límites, transgresiones peligrosas que no encuentran en el adulto un mediador suficientemente conciente y coherente a la hora de establecer encuadres saludables.
En el mundo que nos toca vivir, se va perdiendo progresivamente la dimensión del otro.
No hay límites, ni limitaciones y se dificulta vivenciar la “empatía”, en el más profundo sentido de la palabra: “sentir con el otro, como el otro y desde el otro”.
La crisis de las nuevas generaciones de adolescentes y jóvenes es el síntoma de un adulto sin límites, de una sociedad adolescente en crisis que le niega al joven un espacio de participación social verdadero y permite que aparezcan como una vidriera que presenta en sociedad lo peor de nosotros.
Ya nos habían advertido en el boliche “Keybis”, en la escuela de Carmen de Patagones, en la cancha y en cada salida, y nos seguían pidiendo, nos “marcaban” con vidas que algo no funcionaba bien, que algo debemos hacer, y ya no fue lo mismo… ¿y nosotros?
Tenemos que hacer un esfuerzo para superar “lo aparente” y hacer un análisis que vaya un poco más allá de lo que vemos y escuchamos, dándonos cuenta que “Cromañón” es un síntoma social que encierra mucho más que la sumatoria de los hechos desagradables de todos los días, y por ende contiene causas estructurales mucho más profundas.
Esto no fue simplemente un accidente, fue un “brote social”, que nos muestra algo, algo que no esta funcionando bien, algo que debemos analizar todos… digo todos…
Preguntarnos como adultos, como padres, como dirigentes –desde el lugar que cada uno ocupe- qué estamos haciendo mal o qué podríamos hacer mejor, y sobre todo… devolverles la palabra a los adolescentes y jóvenes, y decidirnos –de una vez por todas- a ESCUCHARLOS.
Pero la palabra, como tantas cosas en nuestro país, se encuentra devaluada. Por eso el desafío será devolverle el valor que se merece como verdadero medio para comunicarnos…
Basta de rotular el hecho casi sin sentido después de dos años, de usarlo de falsa bandera, de aprovecharse políticamente, de jugar con tantas vidas que allí quedaron y con las “medias vidas” que sobrevivieron y que aún siguen reclamando con voces fuertes, con los brazos en alto, con fotos que parecieran tener ojos de verdad y con lágrimas de padres con verdadero dolor eterno: justicia.
No terminábamos -y quizás no terminemos nunca- de asimilar esta marca llamada “Cromañón”, no nos termina de doler…
“Cromagnon” estalló literal y emocionalmente, y con el fuego se perdieron parte de nuestros sueños… los sueños de un padre y una madre, de un hermano, de un amigo, de toda una familia y de una comunidad… de un adolescente… ¡cómo no nos va a doler, carajo!
Luego de dos años de dolor, este episodio nos deja “sin palabras”… pero no hay que seguir preguntándonos acerca de lo que pasó, sino hay que pensar qué vamos a hacer con todo esto, con tanto dolor, con tanto vacío, con tantas voces que se apagaron y tantas otras que resurgieron para pedir desesperadamente justicia… qué debemos hacer, cuánto nos queda por hacer para que se cumpla el deseo más simple y de todos, que sin duda será que esto no vuelva a ocurrir…
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Lic. Sebastián A. Vázquez Montoto
P S I C Ó L O G O
P r e s i d e n t e
ADOLESCENTES POR LA VIDA
Asociación Civil
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Ciudad Autónoma de Buenos Aires
República Argentina
(011) 4543-8137