La dulce Carola de Ismael Serrano

Ismael Serrano además de ser un buen compositor, un buen cantante, es un buen creador de historias…

Comparto con ustedes la historia de “La dulce Carola”, tómense unos minutos y disfruten… déjense llevar. Este año, la llevan al cine, pueden ver algunas cosas de esta historia en http://www.elhombrequecorriatraselviento.com/ al final del post pueden ver el spot promocional de la peli.

Salud!

La dulce Carola

Yo conozco la historia de un tipo que se enamoró desde una ventana. Es la historia de un amigo, vive en México, en el D.F., trabaja en la octava planta de un edificio, en unas oficinas en el centro de la ciudad.

Y un día, estaba con la mirada perdida en el smog del D.F. cuando bajó la mirada del cielo a la calle; o más bien del smog al cielo, porque allí estaba ella, la dulce Carola, de belleza soberbia, radiante cruzaba la calle, y a sus pasos se detenía toda la ciudad. En frente, había un edificio en obras, y todos detenían su ritmo frenético para observar aquella mujer.

Un obrero estuvo tentado de lanzarle un piropo, pero el de al lado le dio un codazo para callarlo; tal era el silencio litúrgico que imponía esa mujer. Y mi amigo se quedó embobado mirando aquella mujer, cruzando la calle… Ella iba pensando en lo suyo, pensando quizás en lo duro que iba a ser su nuevo trabajo en el restaurante de la esquina. Se quedó embobado viendo cómo la puerta del restaurante devoraba a aquella mujer menuda, y supo mi amigo que nada sería igual.

A la mañana siguiente, después de haber estado toda la noche pensando en aquella mujer, mi amigo salió a la ventana, se asomó… Y allí la encontró. Y aquella cita era diaria, aquella cita se convirtió en una obsesión; día a tras día mi amigo se asomaba a la ventana y la veía pasar, se preguntaba como sería ella, como sería su vida, como despertaría, como dormiría. Pasaban los días, y pasaban los meses, y mi amigo a veces creía percibir el perfume de ella desde lo alto del edificio, fíjate. Creía escucharla tararear una canción y la melodía le perseguía durante todo el día. Y pasaban los meses, y pasaron años… Y mi amigo asomado a la ventana, preocupándose cuando la veía caminar bajo la lluvia sin paraguas, preocupado cuando la creía ver mas delgada… Paso mucho tiempo, y muchas veces estuvo tentado de bajar los ocho pisos para decirle a aquella mujer, que: ¡que diablos! que la amaba. Pero no lo hizo.

Y paso mucho tiempo, cuatro años asomado a la ventana, y planeando el momento preciso para acercarse a ella… Y por fin tomo una decisión: sería este día. Ese día terrible, mi amigo se sorprendió un poco cuando no la vio pasar por debajo de su ventana, pero aún así se fue a buscarla al restaurante; buscó a Carola entre las mesas pero no la encontró, así que preguntó al encargado. Le dijo que Carola se había marchado, no del restaurante, del D.F… Se había ido a Acapulco con su familia, y no iba a volver más…

Y mi amigo supo del sabor amargo de la derrota. Supo que aquella mujer no volvería a cruzar por debajo de su ventana, y subió los ocho piso arrastrando los pies, y no se sorprendió cuando en la octava planta encontró a todo el mundo alborotado, de un lado para otro, frenéticos. Alguien con el rostro desencajado le dijo que la empresa había quebrado, que estaban en la bancarrota, así que todos en la calle. En un día había perdido todo: la mujer que amaba, el trabajo,… Volvió para casa, no muy sorprendido, todo encajaba. El mundo se derrumbaba y lo hacía todo de una vez

Durante mucho tiempo estuvo abandonándose en casa, sin saber que hacer, y solamente pensando en la dulce Carola. Primero sin el valor para salir a buscarla a Acapulco, y luego sin la plata necesaria. Pasó otro año, 5 años desde que vio a Carola por primera vez, y decidió, pues, tomar una decisión. Empezó a buscar trabajo, pero mi amigo tenia 39 años, y en México no es fácil encontrar trabajo a esa edad, porque ya no eres el joven agresivo que buscan las empresas, sabes?, y en todas las entrevistas de trabajo le decían que no y que no. Así que mi amigo decidió tomar una decisión que cambió su vida.

Decidió buscar a un coyote (un coyote en México es un tipo que se dedica a negocios turbios). Veréis, mi amigo buscaría a un coyote para que le hiciese una falsificación de la partida de nacimiento; mi amigo bien podría aparentar 34, así que le pediría al coyote una partida de nacimiento que dijera que tiene 34 para así poder acceder a algún puesto de trabajo.

Así pues, mi amigo se fue para la Plaza de Santo Domingo, cerca del Zócalo, donde están los coyotes…Y ahí tienes a mi amigo perdido, colgado de un lado para otro. Se acabó perdiendo entre las callejuelas, y apareció en un callejón inhóspito, en un portal antiguo, viejo. Observó como un anciano le sonreía y le hacia señas para que le siguiera.

Mi amigo siguió a aquel misterioso hombre, y supo que era un coyote.

Le dijo: – yo soy tu hombre, se lo que necesitas,
– si ya se, necesito una partida de nacimiento que falsifique que tengo 34,
– vale, vale, dame tus datos. Empezó a tomar datos, y mientras tomaba datos, el viejo coyote, le dijo:
-¿ Alguna vez estuviste en Acapulco?

Y a mi amigo le dio un vuelco al corazón y se deshacía en el ácido del recuerdo, – Nunca.- El viejo le dijo: ” Veras, yo vivo cerca de la autopista hacia Acapulco, cerca de Tepozán, ¿Conoces la curva del autopista?” ¿conocéis la leyenda, verdad?, mi amigo también; la del fantasma que hacía autostop en el mismo sitio, que se subía en el primer coche y desaparecía en la misma curva en que se mato… Aquella carretera estaba deshabitada. Casi nadie pasaba por allí por miedo al fantasma. mi amigo asintió, y el viejo le dijo: “Pues veras, muchas veces he estado tentado de agarrar la autopista para Acapulco y empezar de nuevo… Espera un momento”. Y mi amigo, se quedó pensando en Acapulco y mil huidas. Al rato vino el viejo coyote, con los documentos falsos, y se fue para casa. Aquella noche sólo pudo dormir con el recuerdo de la dulce Carola.

A la mañana, el teléfono sonó bien temprano. Alguien al otro lado le decía: “Oye que tienes que venir a la reunión, que es urgentísimo, que tienes que estar aquí, vente para la oficina!”. Y mi amigo colgó el teléfono, maldiciendo al tipo al otro lado de la línea: “¡la oficina!..bah”. El caso es que antes de despedirse, el coyote le había dicho: “Ten cuidado, vuelves a tener 34 años, no repitas lo errores”. Y pensó en las palabras del coyote mientras se despertaba; encendió la radio, y en la radio las noticias de otras veces… Mi amigo buscando los papeles del coyote; no los encontraba… De repente alguien dijo la fecha: era la de hacía 5 años. Bajó corriendo las escaleras y compró el primer periódico que vio. Miró la fecha… y era la de hacía cinco años. Volvía tener 34 años. Agarró el primer taxi que vio, se fue para su oficina volando, subió las ocho plantas corriendo, y allí estaba todo igual: su mismo despacho, la misma gente…Y la misma ventana. Mi amigo se acercó a ella, se asomó y su aliento se detuvo; como toda la ciudad, al paso de la dulce Carola. Todo empezaba de nuevo.

Ahí tienes a mi amigo, con todo el futuro por delante, o con todo el pasado, no se muy bien. Volviendo a mirar por la ventana y encontrándose con aquella mujer; ahora jugaba con ventaja, porque conocía los plazos del tiempo que le quedaba. Aún así, dejó pasar el primer año deleitándose, asomándose por la ventana, y planificando bien la declaración de amor; pensando en la pose precisa, en las palabras adecuadas, y dejó pasar el tiempo.

Un día se presentó en el restaurante a la hora de comer, se sentó en la primera mesa que vio libre, y vio a Carola, deambulando entre las mesas, se acercó, se puso delante de él, y le dijo: “¿Qué desea?”. Aquel era el momento, ésa era su oportunidad, así que su garganta se tensó como una guitarra, y mirándola le dijo:
“Una sopa de cebolla y un filete de ráchela bien cocido, por favor”.

Carola tomó nota y se fue. Mi amigo se estuvo maldiciendo toda la noche, así que al día siguiente,ahí le tienes, sentando a la mesa, mirando a Carola, clavando sus pupilas en las de ella y diciendo: “una sopa de cebolla y unos tacos de camarones, por favor”. Y al día siguiente, armándose de valor: “Una sopa de cebolla sólo, por favor”. Y así, día tras día, asomándose por las ventanas viéndola pasar, y a la hora de comer asomándose a una sopa de cebolla… Y el tiempo pasaba.

A veces mi amigo creía que ella fijaba su vista en él, y entonces, ahhhh amigo… Entonces las palomas del parque volaban, los borrachos en las tabernas brindaban a su salud, los feligreses en las iglesias se abrazaban, y los soldados en primera línea de fuego se daban largos besos en la boca. Qué va. Ella no reparaba en él. Y pasaba el tiempo, pasaban los días, pasaban los meses, y pasaban los años, años de sopa de cebolla. Por fin llego el momento; no podía retrasar más la declaración.

Al día siguiente Carola se iba, y aquella noche casi no durmió mi amigo. Pero al día siguiente ahi se presento, se acercó a Carola como todos los días, y le dedico una sonrisa, quizás mas afectuosa que otras veces. El caso es que se hizo silencio un instante que pareció eterno, ahí pensó decir “Me gustas cuando callas por que estas como ausente”, o no se, quizás, “¿Por qué me despierto de madrugada mientras todos duermen?” Pensó en decirle:” Me dueles mansamente, me dueles, quítame la cabeza, córtame el cuello, porque nada queda de mí después de este amor”.

Pensó en decirle simplemente: “Quédate conmigo, por favor”. Y por fin: “Una sopa de cebolla, por favor”. Era inevitable. Mi amigo comió la sopa de cebolla como un condenado a muerte, en calma y en silencio, y se fue para casa. Ni siquiera pasó por su despacho, sabia que la derrota era inevitable, y a mi no me sorprende mucho porque creo que alguien dijo una vez: que “los amores cobardes, no llegan ni amores, ni a historias; se quedan ahí, ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar”.

Al principio mi amigo se derrumbó, pero luego…. Luego también, pero trató de buscar de nuevo al coyote para encontrar la posibilidad de…. De yo qué sé. Y se fue para la plaza de Santo Domingo, y rebuscando encontró el nuevo callejón y el antiguo portal… Y no. Encontró una sucursal del Fondo Monetario Internacional; esos eran otros coyotes, no le interesaban. Así que recordó las palabras del viejo coyote: cerca de Tepozlan, recordó la curva del autostopista. Agarró el carro y se fue para allá… No se sorprendió cuando se encontró un poblado fantasma; aquel pueblo era una sombra del pasado, todo ruinas, abandonado desde hacía mas de 50 años. Empezaba a hacerse de noche.

Mi amigo se sonrió, asumió la derrota y decidió volver a casa cuando ya era noche cerrada. Entró en el coche y, al poco de salir del pueblo, encontró a una chica haciendo autostop en el arcén. Mi amigo no lo dudó, paró, bajó la ventanilla, y “¿A dónde vas?”: – al D.F. – “Pues sube”, y al poco de subirse ella dijo: – tenga mucho cuidado en la siguiente curva. Y apenas pudo acabar la frase, porque en la última palabra sonó el reventón de una rueda, así que mi amigo, se tuvo que hacer a un lado de la carretera, y dijo: “disculpa”… Y tenías que ver la cara del autoestopista. Porque la curva quedaba lejos.

Bueno…Pues, se detuvieron, él bajó a cambiar la rueda, y ella con él… Y empezaron a hablar; una conversación trivial, pequeñas cosas, que fueron creciendo como bolas de nieve hasta convertirse en grandes cosas
– ¿Y tú de dónde eres?,
– Pues yo del D.F., y él le preguntaba :”Y a qué te dedicas”, y ella decía: “antes estudiaba, pero ya no”…

Al rato no sé que le estaría contando él porque ella se descojonaba de risa, y jamás nadie había tardado tanto en cambiar una rueda, la verdad. Y la noche pasaba, y mi amigo le empezó a contar la historia de la dulce Carola, del coyote, y de la ventana, y de la sopa de cebolla, y le decía a la mujer: “¿Te lo crees?”, y la mujer decía:

“Si yo te contara… Yo sé lo que es desaparecer justo en el momento preciso, yo sé lo que es repetir la historia una y otra vez…. Yo te entiendo”.

– ¿Tu crees en los amores a primera vista?
– ¿acaso existen otros?

Aquella mujer, la autostopista era hermosa, no se si tanto como Carola, pero era hermosa, triste pero hermosa. Aquel silencio fue eterno, y él le dijo: volvamos al coche, te llevo al D.F. Y mientras se subían al coche, el pensó en decirle: “Quédate conmigo, huyamos juntos a cualquier sitio, empecemos de nuevo, yo que se!”, y quizás ella pensaba lo mismo, pero, sin embargo, dijo: “Ten cuidado con esa curva”.

Y mi amigo tuvo mucho cuidado, paso la curva, y con los ojos fijos en la carretera, mi amigo no se atrevía a mirar en el asiento de al lado. Quizás ella también se había marchado como la dulce Carola y volvía a estar solo, y sabiéndose solo, se dirigió hacia la autopista y cuando iba a entrar en ella escucho una voz al lado que decía:

“¿Alguna vez has estado en Acapulco?”

Mi amigo miro en el asiento de al lado y hay seguía ella, ahora estoy seguro era mas hermosa que Carola, mi amigo dijo:” Nunca”, y ella le dijo: “Pues llévame”.

Y se fueron, y así siguen en la carretera. Mi amigo no volvió a ver a Carola, porque lo importante no era Acapulco, lo importante era el viaje, y saber que hay que tener memoria para no repetir los errores y saber que la historia no se debe repetir.

Sobre los fantasmas, no sé si creer. Yo no sé si hay vida después de la muerte. Hay gente que se cuestiona si hay vida antes de la muerte. Yo personalmente me cuestiono si hay vida antes de las 12 de la mañana…

El caso es que por aquella carretera ahora pasan después de media noche, no se si existe un coyote que me devuelva a mi pasado, no creo, pero yo personalmente no dejare que pases por debajo de mi ventana sin pedirte que te quedes conmigo, ni que subas a mi coche sin que emprendamos una urgente huida.

Chicos asesinos

Siempre se había fascinado con este tema.

Bueno, en realidad no siempre. Fue desde que su abuelo le contó la historia de “El Petiso Orejudo”.

Santos Godino fue el primero de su serie. Leyó todo sobre él. Vió sus fotos y se estremeció con cada uno de sus atroces asesinatos. Viajó a Ushuaia y conoció su celda. Y un viejo anticuario lo convenció de comprar, luego de horas de anecdotas un clavo, que le aseguró, Godino había usado con una de sus víctimas.

Si bien no era un niño, Robledo Puch, era otro de sus fetiches. Leyó todo sobre el pero lo que más admiraba era la crónica “roja” que Alvaro Abós había escrito sobre él. Pensó en escribir un libro contando historias de chicos asesinos. Incluso empezó algunas historias, pero un día al terminar de leer “Boca de Lobo” y quedar admirado con la pluma de Sergio Chejfec, aceptó que no tenía el talento requerido para esa tarea.

La curiosidad se fue tornando más profunda y ante cualquier discusión con alguién pensaba como hubieran actuado cada uno de sus criminales favoritos. Incluso lo pensaba hasta en situaciones divertidas como en aquella fiesta donde recordó al “Polaco Jascek” un hijo de inmigrante que tenía una colección de disfraces de zombis que usó en los famosos crímenes de la noche de brujas del 82.

Y más recientemente, el “cirujano” Sonny Jackson que pasaba sus horas mirando videos de anatomía humana en Youtube para aprender como destripar más rápido a sus víctimas.

Sin embargo su afición se concreto cuando finalmente conoció a un asesino serial, que si bien no había realizado sus crímenes de niño pertenecía a la clase de tipos que despertaban su interés. Un amigo fotógrafo con quien tenía largas charlas de literatura, política y casos policiales, lo invitaba siempre a pasarse las largas horas de guardia periodistica juntos para no aburrirse tanto. En una de esas ocasiones, en una noche de guardia en Palermo, mientras esperaban al destinatario de los teleobjetivos, Benjamín Menendez apareció en la oscuridad y los increpó: ¿Qué hacen hijos de puta?

La Universidad del Cine fue la excusa perfecta para filmar su primer corto sobre Santos Godino. La única locación que encontró tenía rasgos de la poca arquitectura sovietica que llegó a Buenos Aires. Era lo mejor que consiguió. Y lo usó. La otra joya de su obra fue que consiguió a Alberto Samid para que actuara como uno de los personajes secundarios pero la escena finalmente no entró en la edición final.

Finalmente lo presentó a sus amigos y familiares. Nadie se animó a decirlo, pero a todos le pareció malísimo

"Entredichos" de Osvaldo Bayer

Unos días de vacaciones me vinieron bien para poder leer varios libros que tenía pendientes. Entre ellos, uno que quiero destacar es “Entredichos”, una recopilación que Fabián D’Aloisio y Bruno Nápoli realizaron sobre distintas polémicas que Osvaldo Bayer tuvo a través de su carrera.

Estos intercambios incluyen las discusiones con Günter Lorenz con motivo de la invitación y posterior censura en el III Coloquio Latinoamericano en Alemania, y otras polémicas con Alvaro Abós, Rodolfo Terragno, Mempo Giardinelli, Ernesto Sábato y Rodolfo Graña.

El intercambio con estos grandes autores, exceptuando el último caso, donde la pluma de Bayer destruye en pocos parrafos a un joven Graña, sirven a modo de puntapie inicial para reflexionar sobre las principales temáticas del autor argentino: la violencia política, el exilio y la construcción de la democracia argentina.

Si bien en los textos se discuten ejemplos del anarquismo de principios del siglo XX, son utilizados por los autores para debatir sobre la violencia en los 70´s y el futuro de nuestro país luego de la llegada de la democracia en el 83.

Cada capítulo tiene una reflexión final a cargo de Horacio González, Felipe Pigna, Sandra Russo, Marina Franco, Omar Acha, María Pía López y Silvina Jensen.

Para quienes quieran empezar a leer a Bayer es una excelente opción. Para sus lectores, una oportunidad de ver la mejor facetas de polemista de este autor.

Maldita Navidad

Daniel Link escribe su reflexión sobre el espíritu navideño.

De todos los espíritus, el navideño es el más cruel, el menos tolerable: un espíritu burlón, hastiado de la vida, como un enano borracho que sólo puede expresar la maldad constitutiva del Occidente cristiano.

La navidad es el trance más extraño, sobre todo porque funciona al amparo de la melodía hipócrita “Noche de paz, noche de amor”. A partir del 8 de diciembre, cuando las costumbres dicen que hay que armar el arbolito navideño (porque ese día se conmemora la Inmaculada Concepción, sin que se entienda bien qué tiene que ver una cosa con la otra), el espíritu terrorista de la celebración obligatoria domina nuestras conciencias.

Lo único que nos interesa es saber lo más incierto: ¿cuándo cobraremos el aguinaldo? (porque hay que enfrentar gastos para los cuales nuestros presupuestos no están ni estarán nunca adecuadamente preparados).

Como esa duda se prolonga a lo largo de las semanas (tal vez antes de fin de año, a lo mejor en enero), comenzamos a raspar la lata de ahorros con desesperación y malhumor creciente. Nos pasa a todos (a los asalariados, a los empresarios). Pregunto por un pago que debí haber recibido a principios de diciembre y que, como la estrella de Belén, brilla por su ausencia. La persona inquerida me contesta “No soy tu secretaria. Llamá a administración”. Le contesto: “Tu insolencia me subleva” (ambas réplicas exceden largamente la intensidad que domina habitualmente nuestros intercambios). Sigo mi ronda pedigüeña: un alquiler está demorado (y yo no lo sabía). Reclamo a la agencia inmobiliaria y me contestan: “Mi horario de trabajo es de 10 a 18”. Respondo: “Me alegro por vos: a partir del año próximo, ya no trabajaremos juntos, ni en ese horario ni en ninguno”. Todos sufrimos el mismo mal y el odio nos domina.

Por supuesto, yo no puedo llamar a mis acreedores invocando el espíritu navideño para que suspendan el cómputo de los intereses usurarios que aplican a mis deudas.

Sólo me resta esperar: el aguinaldo, el cumplimiento administrativo de los circuitos que completarán mi presupuesto, o el milagro de una liquidación de derechos de autor inesperada. Bondad, lo que se llama bondad, paciencia, tolerancia, generosidad, disculpas, promesas (aunque fueran vanas), no conviene esperar en estos días.

¿Será la navidad la fuente de tantos actos de discurso desdichados, o su espíritu sombrío nos adviene para que encontremos una explicación banal a nuestra antipatía? En todo caso, esperamos que la navidad pase y su espíritu infame nos deje en paz durante un año.

Vía: Linkillo

El Amazonas


Desde chico había querido conocer el Amazonas. Y esta era su oportunidad. Faltaban sólo tres días y el barco partiría hacia el destino soñado.

Como buen aventurero 2.0 había leído en Wikipedia sobre la deforestación del lugar donde iba y los peligros de los madereros que ilegalmente explotaban la zona.

En este viaje, no habría fotos divertidas ni souvenirs al regreso. Poco equipaje lo acompañaba. Dentro de la mochila, un par de mudas de ropa, una copia barata de “El enfermo imaginario” Moliere, otro par de zapatillas, repelente para insectos, latitas con comida y una caramañola que su abuelo había usado durante la resistencia en Madrid, y que se vino a Buenos Aires cuando ellos finalmente pasaron. Si bien antes no compartía la idea de su abuelo de dar armas al pueblo para solucionar los problemas, cada día cambiaba un poquito más de idea, mientras extrañaba al viejo que lo había dejado solo hacía dos años.

Todo estaba listo. No tenía Mp3, pero un wakman lo acompañaría. Pensó en llevar su guitarra, pero luego se dio cuenta que sería demasiado complicado cargarla por donde iría. El equipo de fotografía ya estaba revisado y ordenado.

Con su proyecto buscaba sacar fotos de campos de soja para demostrarle al mundo como ese cultivo transgénico estaba acabando con el Amazonas y todo lo que vive en su interior. Había conseguido financiación de una pequeña fundación en Estados Unidos y planeaba ofrecer sus fotos gratuitamente a todos los medios alternativos populares de America Latina que quisieran publicarlas.

Había empezado a relacionar su trabajo con el medio ambiente, cuando dos años antes había sido contratado por una periodista francesa que realizaba una investigación sobre las consecuencias ambientales de las explotaciones mineras en Argentina. Sus fotos de la minera “La Alumbrera” habían sido muy impactantes y hasta había recibido un premio por ellas. Pero el Amazonas era otra cosa.

El primer libro que su abuelo le había regalado, cuyo nombre no recordaba, era sobre un aventurero que viajaba solo recorriendo la selva y descubriendo las tribus del amazonas que nunca habían tenido encuentros con blancos antes. Ahora, sería él, un joven fotógrafo, el héroe de su propia aventura.

Se había despedido de sus amigos y de Laura, su … eh… su…

Se había despedido de sus amigos y de Laura. Sus padres lo sabían, pero la vieja estaba triste y si bien no decía nada, no le gustaba nada la idea de que se vaya tanto tiempo y a ese lugar. Sólo le había dicho: “Pero si te gusta trabajar con el problema ambiental, ¿porque no te dedicas a sacar fotos de contaminación en el riachuelo.? Hay mucho por hacer acá.” Ella no entendía sus razones, pero a él lo enternecía escucharla con esos vanos intentos por retenerlo cerca. También sabía lo tanto que mamá recordaba a su hermano Ricardo, el que quiso ser sacerdote y que terminó en manos del Turco Julián, solo por haber trabajado unos meses con Carlos Mugica, cuando veía a su hijo hablar tan apasionadamente de lo que pasaba en el mundo. Si bien muchas risas habían pasado desde entonces, el dolor permanecía y el temor crecía a medida que llegaba la hora de la partida.

Ricardo era el tío de quien su madre siempre hablaba y del que se lamentaba siempre haberlo perdido. Pero ella había tenido otro hermano del que no hablaba mucho. Juan tampoco estaba, pero era distinto. Había sido parte del movimiento peronista montonero, y en la familia sabían que había estado involucrado en el robo de armas a la comisaria 19º y en dos asaltos a bancos para financiar la actividad de su organización. No era justo lo que le hicieron. Y lo extrañaban tanto como a Ricardito, pero era otra cosa. Él que siempre había querido conocer a sus tíos, iniciaría su viaje paradójicamente donde su tío Juan lo había terminado: el Río de la Plata fue el destino donde lo llevaron en los viajes de la muerte que los milicos hacían casi diariamente durante esos años.

Imaginándose cayendo semidormido de un avión, se sorprendió con el sonido del teléfono. El tipo de la agencia había sido claro: “Mirá, te llamo para avisarte que la cuenta que nos pasaste para el pago no tenía fondos.” Y le dió tiempo hasta el día siguiente para pagarlo de otro modo o perdería el pasaje. Y con él su aventura.

Llamó inmediatamente a San Francisco, pero nadie contestó. Recordó que en un email recibido tenía el celular del director de la fundación. Prendió su PC, y por un rato hurgó sin suerte en su casilla de correo hasta que finalmente lo encontró.

Nick lo atendió en seguida. Le explicó en su limitado y nervioso castellano: “Estamos en problemas. Nuestro major donnor era un banco que cayó. Estamos esperando respuesta de otros donnors pero por ahora solo tener deudas. Tu proyecto tendrá que esperar”.
La última frase sentenció su decepción.

Desarmó su mochila lentamente. Tomó su cámara.

Antes de salir de su casa, su madre lo vió y preguntó:
– ¿Qué pasó?
– Nada vieja, me quedo.- Y antes que pudiera responder se despidió: – Me voy a Puente Alsina, a tomar unas fotos.

Autos chinos, luchadores de catch argentinos y ¿Qué es una amiga?

Gonzalo Strano, colaborador frecuente de Listao, escribió a pedido mio, un cuento con tres disparadores totalmente disimiles uno del otro, que dan título a este post.

El resultado del desafío que planteado es el siguiente.

-¡Me compré un Brillance, amarillo patito que está un despelote! – Dijo Pilar a Merche antes de servir el whisky de las 3.

La mesa del patio, debajo de la sombra del fresno, dentro de la tranquilidad del muro del country, era el lugar ideal para perder el tiempo en esa calurosa tarde de noviembre.

-¿Y qué carajo es un Brillance?- largó Merche mientras giraba el vaso para que los hielos enfríen la bebida.

– Un auto, ignorante. Un auto chino, con lo mejorcito de la tecnología…

– ¿Chino? ¿Y cuanto te salió?

– No sé… vos sabés que yo no me fijo en eso.

El comentario era decididamente una puñalada para Merche, que debido a que su marido había perdido mucha guita con la crisis de la bolsa, ahora debía pasar por un período de ahorro estricto.

Pilar apoyó los labios en el borde del vaso y antes de levantarlo para dar el trago, lo pensó, y se lo dijo.

– Mirá Merche, si querés nos vamos un fin de semana a Pinamar, lo tengo que ablandar viste… Por los gastos no te hagas drama, sé que estás medio apretada, así que YO INVITO – y tragó lo que quedaba de whisky.


A Merche le sonó así, en imprenta mayúscula el YO INVITO de Pilar. Le dolió, porque en el fondo la apreciaba. Se habían conocido el mismo día que Pilar se mudó al country con Marcelo, su marido. Lo primero que le llamó la atención sobre los nuevos vecinos era la diferencia de edad. Era evidente que Pilar era, por lo menos, veinte años mayor que su marido.

Sin embargo, Merche nunca se consideró una persona prejuiciosa en cuanto a las relaciones de pareja. Sin ir más lejos, pensaba, su papá era seis años más joven que su mamá (que en paz descanse).

Pilar llegó un sábado a la mañana, en una camioneta que manejaba Marcelo, detrás del camión de la empresa de mudanzas. Habían comprado la casa dónde los López Contreras habían vivido hasta el 2001… muchos se fueron ese año… no era fácil.

Cómo se acostumbra, Merche se acercó darle a los recién llegados la bienvenida al paraíso. Si, para los de adentro del muro, la mierda estaba afuera. A partir de ese día, al menos dos veces por semana, Pilar y Merche se juntaban a tomar whisky bajo el fresno. El whisky es en estos lugares algo más que un té bien servido. Es un cómplice.

– ¿Este fin de semana nos iríamos?- Preguntó Merche.

– Sí, obvio. Estate lista el viernes las 5 de la tarde. Paso por tu casa y nos vamos. Pero nada de depres eh…. ¡La vamos a reventar!

– Bueno, pero mirá que yo no tengo mucha…

– Ya te dije, Merchi, que de eso me ocupo yo. ¿Para qué somos amigas, sino?

La respuesta a esa pregunta Meche la ideó muchas veces, pero nunca se atrevió a decirla.

Cada vez le resultaba más tedioso vivir dentro del muro. Cada vez se sentía más sola, sarcásticamente, menos protegida.

El viernes llegó y la encontró metiendo algo de ropa en el Luis Vuitton que le había regalo su marido cuando cumplió 40. Si bien no estaba emocionada con el viaje, la idea de estar dos días fuera del muro le gustaba.

A las cinco pasó Pilar con el famoso Brillance, que a los ojos de Merche no le pareció ni tan lindo, ni tan glamoroso…y mucho menos, ni tan cómodo.
Cuando dejaron atrás la seguridad de la puerta de entrada, tomaron la autopista que iba hacia el centro.

El reproductor de mp3 del auto escupía ridículas canciones de Chayanne, que Pilar cantaba dando claras señales de que sus clases de vocalización no marchaban bien.

Merche se dejó ir en sus pensamientos, iba callada, aunque de vez en cuando, coreaba un estribillo a pedido de Pilar.

Una vez en la ruta, Merche comenzó a disfrutar del verde, y se permitió por primera vez en muchos días, relajarse.

Pilar no era una mala mina, pero hacía tiempo que la amistad entre ellas no era lo mismo que antes. Pilar era lo que Merche dejó de ser a fuerza de cheques rebotados e hijos con algunas adicciones. No era envidia lo que Merche sentía, era una mezcla de lástima y decepción. Pilar no era mala mina, pero tenía dos defectos que a Merche la sacaban: no sabía guardar un secreto, y le encantaba contar con lujo de detalles su vida sexual con Marcelo, un pibe que tranquilamente, pensaba Merche, podría ser su hijo.

– ¿Sabés lo que más me gusta de Marce?- preguntó Pilar como adivinando los pensamientos de la otra….

– ¿Cómo te sacude en la cama?- se escuchó decir Merche.

– ¡Ja! Todo lo contrario… O sea, me vuelve loca que me coja en todos lados, menos en la cama.

– ¡No me digas! Y yo que pensaba que hacerlo en la cocina era toda una aventura… – Merche intentó seguir la charla, pero la verdad era que lo que menos tenía ganas de hacer era hablar de eso.

El sol comenzó a ponerse, el Brillance daba señales de responder a la perfección… iban a 170, y no se notaba. (Así pasan los accidentes después, pensó Merche).

– ¿Te parece que paremos a hacer pis en la próxima estación de servicios?- Preguntó Pilar.

-¡Si, claro! – pensó Merche mientras se decía que era lo más coherente que escuchó desde que salieron.

Estacionaron el auto chino amarillo patito (enfermo, pensó Merche) y entraron al drugstore de YPF. Sentado contra el vidrio de la izquierda, el que daba a la gomería, estaba él. Pilar le echó el ojo apenas cruzaron las puertas del local: Morocho, de barba desprolija, un lomo imponente, manos grandes, brazos formados, nariz ancha y no más de 35 años.


Merche entró al baño, y de reojo vio que Pilar le sonreía al “bola de pelos” ese, que estaba tomando una Quilmes en lata. Siempre igual, pensó.

Finalmente Pilar llegó al baño, y con una sonrisa cómplice le tira:

– ¿Lo viste? Está para partirlo al medio. Debe ser camionero. Son unas máquinas de sexo esos tipos.

– Tiene más pinta de limpia baños que de camionero, Pili. ¡Vos vas a terminar mal un día si le andas sonriendo a cualquiera que te mire el orto!- Soltó Merche.

– ¡Envidiosa!- dijo la otra sonriendo- El señor simplemente me sonrió y yo que soy una señora educada le devolví el cumplido.

Cuando salieron del baño, la mesa del señor estaba vacía. Pilar que se había retocado el maquillaje en el baño se decepcionó un poco. Pero al salir del drugstore, lo vio. Estaba parado al lado de la puerta, con una mochila colgada del hombro, y una gorrita con la visera para atrás.

Al verla sonrió, y se acercó decidido.

– Me preguntaba si serías tan amable de alcanzarme unos kilómetros.- Volvió a sonreír- Qué mal educado que soy, me llamo Rubén.- dijo extendiendo su mano para tomar la de Pilar, que sin notarlo, reía como una tarada.

– Hola, yo soy Pilar.

– ¿Pilar? Siempre pensé que me iba a casar con una Pilar…

Merche miraba la escena como hipnotizada, no podía creer que Pilar fuese tan…tan… ¿osada? No, tan estúpida.

– Vamos, Pilar. Se hace de noche- Dijo tomando el brazo de su amiga.

– ¿Hasta dónde vas?- Nosotras vamos a Pinamar- dijo Pilar.

– A Pinamar, también.

– No se hablé más- dijo Pilar- Te alcanzamos. Vení.

Merche se desfiguró, pero sabía que su amiga no iba a cambiar de opinión más allá de su cara de orto.

Subieron al Brillance, al que Merche notó más amarillo patito que esa tarde.

Pensó, una vez más que era un color de mierda.

Rubén se sentó en el asiento de atrás, y durante las dos horas y pico que quedaban de viaje, se la pasó haciendo bromas y confesiones algo estúpidas con Pilar, que lo miraba por el espejo retrovisor cada vez más embobada.

Merche se dejó atrapar por el miedo. Se dormitó y se despertó sobresaltada al soñar una Pilar desnuda, ensangrentada y con un tiro en la cabeza.

Al llegar a Pinamar, Rubén le pidió a Pili que lo deje en una estación de servicios, que trataría de conseguir un lugar dónde pasar la noche, ya que la gente que lo contrató llegaría recién al mediodía siguiente.

Pilar no se atrevió a invitarlo a su chalet. Sabía que eso era pasar un límite. Sabía que eso pondría mal a Merche.

Una vez en el chalet, Merche se sintió más relajada, se dio un baño y se preparó para salir a cenar. La tele encendida en el canal de noticias contaba por enésima vez en el día que el ganador del Pulitzer de este año era un argentino llamado Oscar Soria por su investigación sobre el impacto que genera el apareamiento de pingüinos patagónicos sobre el cambio climático…o algo así.

Cuando dejaron la casa y caminaron las dos cuadras que la separaban del restaurante eran casi las diez de la noche.

El chalet de Pilar estaba ubicado en la zona más céntrica de Pinamar, Merche pensó lo contradictorio que parecía eso con su vida de claustro dentro del muro.

Las paredes del edificio de al lado del restaurante estaban empapeladas con publicidades, pegadas, como de costumbre cerca de las elecciones, una sobre otra y sobre otra y sobre otra.

Ambas pasaban sin ver, como casi siempre, pero segundos antes de entrar en el local, Merche lo descubrió.

Pegado en la pared a unos metros de ellas, un afiche tamaño bestia de la cara de Rubén con al leyenda “Rubén Oso Rufman Vs. Carlos Tato Bota Club Social y deportivo Pinamar. Sábado 21 hs.”

– Mirá, Pili ¿ese no es tu amigo?

Pilar volvió sobre sus pasos y leyó el afiche, sonriendo.

– ¡Sí! Es Ru. – Y ya tenemos dos entrada para ir. Me las dio cuando lo dejé en la estación de servicio. Es peleador de catch. Mañana vamos a verlo y después nos invitó a cenar.

– ¿A cenar? ¿Tan seguro está que va a ganar?- preguntó Merche con el profundo deseo que Carlos Tato Bota lo mate en el ring.

– Vas a ver que va a ganar. Tengo hambre, entremos.

Cenaron tranquilas. Merche no podía dejar de pensarse sentada entre hombres gritando como animales por su luchador favorito. La idea le desagradaba. Pilar, por su parte, no podía dejar de imaginarse entre los brazos de Rubén. Merche inventaría alguna excusa para no ir, una jaqueca, una indisposición, algo. Quizás su amiga lo sabía, e insistiría, aunque en el fondo, Pilar albergaba el deseo que Merche no quiera ir.

Todo sucedió como si estuviera escrito. Merche se quedó leyendo, y Pilar se subió al Brillance, y se fue. Ese día habían caminado mucho por la playa, el clima había estado divino. Y Pilar, pensaba Merche, insistió menos de lo que se esperaba.
Merche cerró su libro y tirada en la cama prendió la tele. El canal local transmitía en vivo la pelea.

Lo poco que entendía Merche del tema, parecía ser que Rubén estaba matando al otro. Se desilusionó. Tiempo después dos hombres de traje comentaban que había sido un encuentro impresionante, cargado de emociones decían, que nuestro Oso Rufman había ganado un encuentro de lujo.

Pensó en un café caliente, así que se puso una bata y fue hasta la cocina. Cuando pasaba por el living escuchó ruidos en la puerta de entrada. Su sorpresa fue inmensa cuando el marido de Pilar entró en la casa.

-¡Marcelo! ¿Qué haces acá?

– Hola, Mercedes. Yo también me alegro de verte.- Dijo sonriendo.

– No, es que… no sabía que ibas a venir. Pilar no está, salió con unas amigas que nos encontramos hoy en la playa a cenar. A mi me dolía mucho la cabeza por eso me quedé.

– Bueno, la esperamos entonces.

Tenía razón Pilar, cuando Marcelo sonreía había algo que incomodaba a las mujeres. Era algo sensual, inexplicable. Merche se sintió ruborizar y por un instante tuvo la sensación que Marcelo le miraba las tetas. Sirvió dos cafés, y aprovechando que estaba sola en la cocina, le mandó un mensaje de texto a Pili con un “Tu marido está acá”, pero nadie le contestó. Probó llamar, pero la atendió el contestador. Llevó los cafés al living y se encontró con un Marcelo literalmente cambiado. Se había sacado el jeans y la camisa, y estaba con una bermuda color negro y una remera rosada que le resaltaba sus ojos verdes.

Se sentaron en los blancos sillones y charlaron afablemente durante unos quince minutos. Marcelo había decidido darle una sorpresa a su mujer, y por eso se tomó un avión. Le pidió disculpas por si le cagaba algún plan de “amigas”, a lo que Merche sonrió y le dijo que no era necesario disculparse. Que él también era “amigo” de ella.

Merche no podía dejar de pensar en lo que estaría haciendo Pilar. Su cabeza explotaba en imágenes sexuales, en transpiración, en los ojos en blanco de su amiga mientras estaba siendo embestida por el Oso. Y de repente, se dio cuenta… estaba excitada. Ella, Merche, la fría, estaba excitada.

Las imágenes de su cabeza se volvían difusas, por momentos se mezclaban con otras caras, con otros cuerpos, se veía a sí misma entre los brazos del Oso, ante al mirada cómplice de Pilar, que le acariciaba el pelo, y la besaba… ¡Por dios, la besaba! El Osos desaparecía, y en su lugar el que la embestía era Marcelo. Sí, el joven Marcelo que podría ser su hijo, la tenía entre sus brazos y le llenaba la boca de lengua. Estaba transpirada, se sentía sucia… Se disculpó con un Marcelo que la miraba desde el sillón de enfrente y se fue al baño.

Se mojó la cara, se miró al espejo. ¡Qué vergüenza! ¿Marcelo se habrá dado cuenta?

Salió del baño y no encontró a Marcelo en el living, buscó en la cocina y tampoco. Subió las escaleras de madera lustrada mientras lo llamó. La voz del hombre le respondió desde la habitación principal. Estaba decidida. Entró en el cuarto y se quitó la bata. Marcelo respondió al instante. En menos de un minuto sus cuerpos desnudos se encontraron.

Por la cabeza de Merche pasaban orgasmos de juventud, que intentaban volver a poseerla. Y lo estaban logrando. Marcelo sabía cómo tratar a una mujer como ella.

Ya nada importaba. Ni su marido, ni su amiga, ni el Oso, ni el muro, ni el amarillo patito de ese auto de mierda. El mundo sólo era, en ese instante, Marcelo.

Agotados, se dejaron caer en la cama.

– ¿Cómo estás? – Le preguntó el hombre, su hombre.

– Mejor que nunca – respondió una sincera Merche.

Marcelo se levantó y con su desnudes transpirada fue al baño, y se metió en la ducha.


Merche encendió un cigarrillo, y prendió la tele.

En el canal local se veía a una periodista bajita, entre policías y bomberos, informando sobre la posible muerte del Oso Rufman en un accidente fatal en la ruta. Más atrás, un auto volcado y en llamas, con una mujer aún adentro, decía la periodista bajita, “parece ser un auto importado, color amarillo, posiblemente” seguía diciendo, “Los bomberos no creen poder rescatar a la mujer a tiempo porque…”

Amarillo patito, pensó Merche mientras apagaba la tele. Se levantó y se metió en la ducha con Marcelo que la miró sorprendida.

– No te preocupes, Pili no vuelve hasta dentro de unas horas. Me avisó que se quedaban a jugar canasta en la casa de no se quién- dijo Merche que con las manos llenas de espuma, fregaba el pecho de un Marcelo sonriente.

Henry Miller: Sexus

Un fragmento de “Sexus”, de Henry Miller.

“El camino de la vida, dondequiera que conduzca, va hacia la realización. Devolver a un ser humano a la corriente de la vida significa no solo infundirle confianza en sí mismo, sino también una fe duradera en el proceso de la vida. Un hombre que tenga confianza en sí mismo debe tener confianza en los demás, confianza en la corrección y rectitud del universo.
Cuando un hombre está anclado así, deja de preocuparse por la corrección de las cosas, por la conducta de sus semejantes, por lo bueno y la malo y la justicia y la injusticia. Si sus raíces están en la corriente de la vida, flotará en la superficie como un loto y florecerá y dará fruto.
Obtendrá su alimento de arriba y abajo; hundirá sus raíces cada vez más profundamente, sin temer ni las profundidades ni las alturas. La vida que hay en él se manifestará en el crecimiento, y el crecimiento es un proceso inacabable, eterno. No tendrá miedo a marchitarse, porque el deterioro y la muerte son parte del crecimiento. Como semilla comenzó y como semilla regresará. Los comienzos y los finales son etapas parciales del eterno proceso.”

"La Maquina del Tiempo" por Leo Masliah

-Este es el más directo antecesor de mi máquina del tiempo –explicó el doctor Dalesius al grupo de estudiantes que realizaba la visita guiada a su laboratorio. Se detuvo junto a una silla de aspecto corriente.

-A ver, necesito un voluntario. Usted –dijo dirigiéndose a Manuel, uno de los estudiantes.

Siguiendo instrucciones del doctor, Manuel se sentó en la silla. Dalesius entonces consultó su reloj.

-Son exactamente las cuatro y diez –dijo-. Ahora les pido un poco de paciencia, y van a ver lo que sucede.

-¿Manuel puede correr algún peligro, doctor? –preguntó preocupada una de las muchachas del grupo, llamada Meredith.

-No, quédese tranquila –contestó el.

-¿Es seguro que va a poder regresar a nuestro tiempo?- preguntó otro.

-No se preocupen por mí -dijo Manuel-. Quiero hacer esta experiencia. No me importa si no puedo regresar.

-Eso es seguro –afirmó el doctor Dalesius-: regresar no va a poder.

-Que horrible –dijo Meredith-. No volver a verlo jamás.

-Perdón –le dijo el doctor, poniendo una mano sobre su hombro-, pero esta máquina funciona al revés de lo que usted piensa. Si el chico regresa al momento del que partió, entonces usted no va a poder volverlo a ver. Fíjense en esto. Manuel –ordenó-, puede levantarse.

El estudiante se puso de pie y caminó unos pasos. Dalesius volvió a consultar su reloj.

-Ahora son casi las cuatro y doce minutos –dijo a todo el grupo-. Como pueden ver, este muchacho viajó un poco menos de dos minutos hacia el futuro. Si hubiera regresado al momento del que partió, no lo veríamos más. Él estaría pisándonos los talones durante el resto de nuestras vidas, sin que tuviéramos forma alguna de percibirlo.

-Hola –dijo entonces alguien desde otra de las sillas que había en el salón. Todos miraron hacia allí y vieron a Meredith, que los saludaba agitando una mano. Pero Meredith, por otra parte, estaba al lado de Manuel y del doctor Dalesius. Había dos Meredith en el salón.

-Qué es esto. No entiendo nada –dijo otro de los estudiantes. Y Meredith, la original (si podía llamársela así), muerta de miedo, se aferró a un brazo del doctor. No sintiéndose sin embargo suficientemente segura de esta manera, soltó al doctor y se aferró a Manuel.

-¿No recuerdan nada de lo que pasó, verdad? –dijo la segunda Meredith, sonriendo-. No, claro. No pueden recordar algo que todavía no vivieron. Ustedes recién están en el momento en que Manuel se levantaba de la primera máquina.

Dentro de cinco minutos, más o menos, el doctor Dalesius nos va a mostrar su segunda máquina, que es ésta en la que estoy sentada –la silla tenía unos extraños posabrazos llenos de cables- y yo me voy a ofrecer como voluntaria. Esta máquina me va a transportar unos diez minutos hacia el pasado, o sea, hasta este momento.

-¿y yo?- preguntó la Meredith original – Qué va a pasar conmigo?

-Usted puede retirarse –le dijo el doctor Dalesius-. No la necesitamos más.

Estacionamiento para cultos.

La biblioteca pública de Kansas tiene un garaje bastante original de 4 pisos de altura y capacidad para 486 autos. Su particularidad se basa en que sus paredes simulan ser libros gigantes ordenados prolijamente.

Acá puede verse una foto 3D en Google Maps.