Nota de Opinión Diario El Telegrafo (Uruguay)
Si un viejo militante de la izquierda uruguaya no hubiera estado en el Uruguay desde el 1º de marzo de este año y recién volviera al país, seguramente creería que le están mintiendo cuando lo pongan al día sobre las decisiones en apariencia contradictorias adoptadas por el gobierno del presidente Tabaré Vázquez durante este período, en prácticamente todas las áreas del quehacer nacional y en el ámbito internacional.
Las distancias entre el discurso cuando se está en la oposición y lo que efectivamente se hace en el ejercicio del gobierno, marca simplemente que antes se estuvo pregonando lo que se sabía no se podía hacer o se estaba
ajeno a la realidad durante largos años.
Ambos supuestos no hablan muy bien sobre la percepción de los dirigentes respecto al margen de maniobra posible ni sobre la diferencia que implica estar al frente de las responsabilidades de gobierno y responder por las
decisiones que se adopten en este carácter. No es lo mismo estar en las tribunas y en el Parlamento con discursos de la década de los años ’60 ya en el tercer milenio, con argumentos como «rompamos con el FMI», «no al pago de la deuda externa», «no a las plantas de celulosa», «viva la solidaridad latinoamericana», «no al capital extranjero» y muchos etcéteras más, que respaldar estos mismos eslóganes con los hechos al frente de la
conducción de un Estado.
Sí cabe la responsabilidad de asumir (y reconocer) que en su momento no se dijeron las cosas como eran, y que ahora definitivamente hay que dejar de dorar la píldora con fines electorales para exponer la realidad ante
la población, y sobre todo ante muchos votantes de izquierda, que a esta altura deben todavía estar sumidos en un mar de confusión.
El último eslabón que pauta esta dicotomía entre lo que se dice y lo que se hace según se esté en el gobierno o en la oposición, surge del apoyo del Poder Ejecutivo a la participación de la Armada Nacional en la Operación
Unitas con otros países de la región y Estados Unidos, que fuera históricamente condenada y demonizada por el Frente Amplio.
Naturalmente, no es fácil asumir el trago amargo que impone la realidad y reconocer que durante muchos años se le dijo al país lo que no era. El vicepresidente de la República, Rodolfo Nin Novoa loexplica (¿?) cuando afirma que «los que hemos cambiado hemos sido nosotros», y que «han cambiado sustancialmente otras cosas. El comandante en jefe del Ejército hoy es el presidente de la República Tabaré Vázquez y eso es un cambio sustancial», y además «estamos en un momento particular de nuestras relaciones con el Ejército».
En buen romance: «lo hacemos nosotros, y por lo tanto está bien, aunque antes nos hayamos opuesto a que los otros hicieran lo mismo».
Por supuesto, estos argumentos son tan poco convincentes que revelan en cuan poco se tiene valorado el sentido común de los uruguayos, más allá del color de su camiseta política.
En cambio, las explicaciones para este doble discurso sí las tiene un diputado brasileño, desde que estas «piruetas» y explicaciones no son patrimonio de la izquierda uruguaya, sino un común denominador en la región luego del éxito de los eslóganes para el «enganche» electoral.
«Lula ganó la elección gracias a una gran ilusión de cambio. Pero en lugar de hacer los cambios prometidos encarnó la continuación de la política económica anterior. Además, el Partido de los Trabajadores (PT) fundó tal vez la mayor máquina de corrupción en la historia de Brasil, una corrupción más honda y más extensa de la que existía antes», sostuvo el diputado Fernando Gabeira, ex guerrillero, quien padeció la cárcel y la tortura en Brasil, luego renegó de la lucha armada, fundó el Partido Verde, apoyó a Lula durante los primeros meses de gobierno y hoy se ha convertido en uno de sus críticos.
Subrayó Gabeira que en América Latina hay una «izquierda imaginaria permanece con su ideas pero tiene una práctica de derecha», y que Venezuela, gracias al petróleo «puede hacer una política de atracción de las masas populares, pero la pobreza en Venezuela está aumentando también con Hugo Chávez en el gobierno».
Reafirmó que «no sirve tener una izquierda imaginaria, con bellísimas ideas pero que en la práctica no cambia la situación del pueblo» y se preguntó si es posible que estos grupos «sigan experimentando contra la realidad».
La transición desde la fase «imaginaria» hacia el mundo real puede ser traumática para quienes se aferran a los viejos moldes y voluntarismos, pero es un paso necesario para un baño de humildad en el resto de la izquierda.
Al fin de cuentas, se trata solo de reconocer que los viejos «demonios» ideológicos eran solo un caballito de batalla para una lucha que tuvo sus resultados, y que aquel mundo presentado en blanco y negro nunca existió, como es obvio.
Tan sencillo como eso… y tan grotesco.