Facebook es un viaje de ida.

Parece ser que la seguridad no es uno de los temas que más le interesa a Facebook. Según leo en un artículo de The Nation, darse de baja como usuario de este sitio es, virtualmente, imposible.

Si bien uno puede cerrar una cuenta, la información del usuario es guardada por el sitio, así como todos los mensajes, fotos y comentarios publicados por el usuario en otros foros o perfiles de otros usuarios.

Incluso el New York Times da cuenta en un artículo de este problema y agrega que incluso los usuarios que se contactaron directamente con el servicio de atención al cliente de Facebook, tampoco lograron borrar completamente todos los datos de un usuario.

Frente a este artículo Facebook respondió diciendo que se hay dos opciones de borrarse de Facebook. Uno es desactivar la cuenta, y otra es eliminar completamente el perfil.

Más allá de las aclaraciones, muchos usuarios están teniendo problema con estas cuentas “Desactivadas” al no entender claramente que su información continúa en la red.

Para leer el artículo completo hacé click aquí.

Screamin’ Jay Hawkins

Entre los músicos del blues existen algunos verdaderos personajes. Es el caso de Jay Hawkins.

Este cantante nacido en Cleveland, Ohio, en 1929, que se hizo famoso por el tema “I put a spell on you”. (cuya mejor versión para mi es la de Creedence Clearwater Revival).

Hawkins empezó como cantante de opera Jay pero luego se enfocó en su piano y en las composiciones de blues y rock.

Peleó en la Segunda Guerra Mundial en la armada estadounidense en la campaña del Pacífico. Fue boxeador y ganó el Campeonato de Pesos Medios de Alaska en 1949.

Su estética durante las actuaciones en solitario eran de lo más extravagantes. Su vestuario incluía pieles de leopardo, cuero rojo o atrevidos sombreros, lo que era todo un desafío a las convenciones sociales del momento.

Además fue actor y participó en varias películas. Para quienes disfruten del cine de Álex de la Iglesia, recordarán a Adolfo el personaje que interpretó en “Perdita Durango”.

En los videos tienen “I put a spell on you” y 2 versiones de “Constipation Blues” (Para literalmente cargarse de risa)




I put a spell on You.

Constipation blues

Alfred Polgar y su discurso contra la guerra

No es novedad que me gusta revolver en los saldos de librerías de usados. En este caso, en Punta Mogotes, encontré un libro de un autor que nunca había leído antes: Alfred Polgar.

Lo que me llamó la atención para desembolsar los $12 que me costó el libro, fueron las recomendaciones de dos autores que me gustan mucho: Walter Benjamin y Franz Kafka. Les transcribo las citas que leí en la contratapa:

“Las frases de Alfred Polgar son tan fluidas y agradables que acogemos sus textos como una especie de entretenimiento social inofensivo, y no nos percatamos de como nos influyen y educan. Bajo el guante frío de la forma se esconde una voluntad fuerte e intrépida”
Franz Kafka

“Como una aparición, emergió de la Viena en decadencia un mundo de imagenes escondido, y en los muros de sus casas, en el estuco mellado, se pudo apreciar como si fuera una mancha blanca, el sello premonitorio que Polgar ya había sabido leer”
Walter Benjamin

Como casi no hay obras suyas publicadas en Internet, me tomé el laburito de copiar uno de sus textos para el deleite de los lectores de Listao. En este caso, se trata de un discurso dirigido a las víctimas de las guerras a las que el autor se opone visceralmente.

Discurso, por desgracia nunca pronunciado, ante la tumba de las Víctimas.

Hablo con vosotros, los muertos; sin embargo, al decir “vosotros” estoy ya tergiversando, hago juegos de manos, me interno en una niebla retórica, en unas tinieblas propicias a toda clase de rumores. Porque ¿en quién estoy pensando cuando digo “vosotros”? ¿Me refiero a los cadáveres que están en sus ataúdes, a los pulvurulentos despojos que hay en las urnas, cosas, por tanto, objetos a los que no cuadra (si no es en los cuentos) ni el “Tú” ni tampoco el “yo”? ¿O me refiero, al decir “vosotros”, a lo que fuisteis antes de convertiros en lo que sois ahora? Entonces mi “vosotros” sería también un engaño, aunque sólo fuera porque vosotros ya no sois en lo mínimo aquello que fuisteis, sino algo completamente diferente: muertos; solo por eso os dedico mi solemne discurso.

Permitidme con todo, os lo ruego, este hipotético “vosotros”, pues de lo contrario mi discurso no conseguiría tomar alas y, por otra parte, ya sabéis que es la costumbre invocar a los muertos mientras se les entierra, es decir, cuando se hallan ya a varias eternidades de distancia, como si estuvieran a nuestro lado, como si estuvieran poniendo el pie en la barca de Caronte y pudieran todavía prestar oído a nuestro lacrimoso “¡buen viaje!” y contemplar el húmedo pañuelo con el que le decimos adiós. (Yo he llegado a oír cómo alguien despedía con un Leb Whol! a un muerto al que iban a la fosa, lo que sonaba casi como si le aconsejaran tranquilidad y buenos alimentos.)

Me permito, pues, la mentira de decir “vosotros”. Será sin embargo la única mentira de la que se pueda acusar a mi oración: lo que sigue es la pura verdad, despiadada, imperturbable, no traicionada por las lágrimas, la que sólo se puede decir hablando con los muertos, con un auditorio que no oye nada. Dicho esto, ni puedo dejar de manifestarnos que fuisteis unos locos consumados al sacrificaros por una “causa”, que cometisteis una estupidez ilimitada, atroz, realmente merecedora de la muerte, al deshaceros de la vida en nombre precisamente de aquello que la hacía, en vuestra opinión, digna de ser vivida, cuando, para salvar el contenido hicisteis pedazos, insensatos, el recipiente que lo protegía. Exhorto pues, como los demás oradores y sin embargo de otro modo, a vuestros hermanos a que tomen ejemplo de vosotros. Disuasorio. Al morir por ella, habéis causado un daño irreparable a la “Idea” por la que vivisteis; vuestra muerte, en el mejor de los casos, le ha servido de adorno, de patético atavío, mientras que vuestra vida le servía de fuerza motriz, de piedra basilar, de espíritu, de manos que construyen, de voluntad y de pasión. Vuestra muerte hace avanzar la causa por la que habéis muerto, afirman los pregoneros de vuestra iglesia, pues, en su opinión, quien quiera contribuir a redimir a la humanidad ha de estar dispuesto a sacrificar su vida ante tal empresa. Puede ser (dejando aparte que cada redención de la humanidad se limita a dejarla en un estado a su vez que requiere a su vez una nueva redención, y así de nuevo, en una espiral infinita). Puede ser. Pero sacrificar la vida a una empresa, lo que significa es, bien entendido, dedicarle todas las energías y posibilidades de las que esa vida dispone, y no, como habéis hecho vosotros, arrebatársela radicalmente. ¿O acaso creéis de verdad que vuestra vida significa algo grandioso para la idea por la que vivíais? ¡Qué aires delirantes de Redentor, qué sobrevaloración megalómana de vuestro ya-no-estar, qué puerilidad tomar en serio el patetismo retórico con el que los supervivientes revisten vuestra muerte para no tener que reconocerla en toda su crasa insensatez!

A los que celebran que hayáis muerto por la causa, ¿de dónde les viene el valor de hablar así? De la certeza de que ya no podéis oír lo que dicen. Si les faltara esa certeza, se cuidarían de mantener la boca cerrada y de agazaparse, muertos de miedo, en el corro más denso de los vivos. Venid, si es que algo terrenal os puede preocupar todavía, volved dentro de poco de la nada en la que os habéis precipitado y comprobad los resultados de vuestro heroico sacrificio. Preguntad a los que estuvieron más lejos de vosotros qué ha sido de la perpetua memoria que os fue prometida: con periódicos viejos habrán de refrescar la suya aquellos que juraron no dejaros caer en el olvido. Preguntad a los que estuvieron más cerca de vosotros si la idea sublime por la que los dejasteis ha restado amargura a alguna sola de sus lágrimas. Me tengo que habréis de oír a esposa e hijos maldecir la causa por la que derramasteis vuestra sangre. Volved al cabo de los años y buscad los templos sobre cuyos alteares os dejasteis inmolar. No encontraréis sino ruinas pintorescas, depuestos ya los dioses, reducidos a los sacros rituales a números de archivo, testimonio de los errores e insanos desvaríos de tiempos ya pasados.

Yo no sé en aras de qué causa, partido, deber o idea habéis muerto. Supongo que aquello en cuyo dudoso interés os dejasteis masacrar debe de haber sido algo muy alto y muy hermoso. Pero eso no cambia en nada lo absurdo de vuestra acción. Como os faltaba luz en esta tierra efímera, os habéis precipitado en la interminable oscuridad. Para perfeccionar el mundo en el que respirabais, un mundo que existía, sin embargo, sólo en vosotros y a través de vosotros (pues el mundo es una función, una ficción del yo, y con la destrucción de cada yo es el mundo entero el que se destruye), lo habéis aniquilado enteramente. Por enaltecer la vida os habéis pasado a la muerte, su enemigo primordial.

Vuestros correligionarios os tranquilizan diciendo que vuestra muerte no habrá sido en vano y se tranquilizan a sí mismos con el argumento que sin víctimas la humanidad no progresa. Tal vez sea cierto. Lo que yo creo, es sin embargo, que sólo habremos llegado a una fase superior del desarrollo cuando los combatientes se avergüencen de los compañeros inmolados en vez de enorgullecerse de ellos, cuando se depositen coronas en las tumbas porque nadie yace en ellas y cuando el culto a los caídos se sustituya por el culto a las tumbas vacías.

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¿Querés leer más sobre política internacional? ¿O Quizás sobre literatura?

Sergio Federovisky también le responde a Clarín.

Parece que no soy el único enojado con la postura de Clarín en cuanto a los vecinos de Gualeguaychú. Hace un par de días, yo respondí a Ricardo Roa desde mi post “Estados Paralelos”

Sergio Federovisky, desde su newsletter “Ambiente y Medio”

Papeleras: se horrorizan por la “novedad” del peaje

Difícil será saber si se trató de una operación en contra de los asambleístas o de la habitual decisión de Clarín de hacer como que algo se descubre sólo cuando se publica en la tapa de ese diario. No obstante, sorprendió que el gran matutino argentino resolviera informar desde su portada, en condición de noticia exclusiva, que los asambleístas que mantienen cortada la ruta que una a Gualeguaychú con el puente que cruza a Fray Bentos desde hace catorce meses otorgan una suerte de pasaporte para que quienes precisan atravesar el paso por cuestiones laborales, principalmente, no tengan que explicarlo cada vez que enfrentan a los ambientalistas.

¿Qué suponía Clarín, que nadie jamás había necesitado sortear el corte? ¿Qué cuando esto ocurría los asambleístas prestos se disponían a escuchar una y otra vez la explicación de quien precisaba atravesar el corte?

Lo notable es que el gran diario argentino se horroriza con la “ilegalidad” que supone que los vecinos de Gualeguaychú que mantienen cortado el paso al Uruguay desde hace más de un año entreguen una especie de credencial que habilita el paso a quienes lo han justificado suficientemente. Más curioso es que el propio Clarín considere que “apenas” es ilegal ese pasaporte y no el hecho mismo del corte, que es el elemento que le da cabida a esa otra –y posterior- ilegalidad.

En realidad, miente aquel medio o aquel periodista que estuvo cubriendo el conflicto de los últimos tres años y no sabía que los asambleístas resolvían discrecionalmente quién atravesaba el corte y quién no (y en definitiva, de eso se trata ese “pasaporte”: de la decisión unilateral de hacer ciertas excepciones a la medida destinada a boicotear al Uruguay). El propio jefe de gabinete, Alberto Fernández, en una exposición complicada pues admitía una gruesa ilegalidad de origen, reconoció que “el asunto no es nuevo”, lo que no obstante, no explica por qué el gobierno no actuó antes.

Incluso Romina Picolotti, desde el exterior, señaló que “el reclamo es legítimo” y que los asambleístas “protestan a su modo”, configurando una nueva justificación oficial a una ilegalidad. Lo que no parece entenderse demasiado es por qué esos mismos funcionarios no razonan de la misma manera cuando la gente de Gualeguaychú pretende bloquear la salida de Buquebús: siempre las fuerzas de seguridad impidieron esa forma de lucha, y ningún representante del gobierno –ni siquiera Picolotti- salió a respaldarlo sosteniendo que “protestan a su modo”.

En todo caso, habrá que concluir una vez más que el encapsulamiento de la protesta frente a Fray Bentos, con la modalidad que se adopte, será tolerada por un gobierno que evaluó que sería mayor el costo de impedirlo que el que se paga por permitir el eterno corte sobre la ruta. En cambio, una protesta del mismo tenor de un corte de ruta en plena ciudad de Buenos Aires, destinada a impedir que la clase media porteña se desplace cómodamente hacia Punta del Este no es sopesada de la misma manera por el gobierno.

La novedad, si es que puede calificársela de tal, es el mensaje que la gente de Gualeguaychú le trasmitirá a la presidenta Cristina cuando finalmente se vean las caras esta semana. Demás está decir que los asambleístas no confían demasiado en la palabra de la presidenta y por eso viajan a Buenos Aires dispuestos a anticiparle que no acatarán el fallo de la Corte de La Haya en caso de que sea desfavorable para la Argentina (como todo parece indicar) y avale la permanencia de Botnia del otro lado del río Uruguay.

¿Seguirá Cristina diciendo que “todo se resume en La Haya” y que nada se podrá hacer si no se demuestra que Botnia contamina?

Junto con su desmesurado elogio a la metodología de lucha elegida por la gente de Gualeguaychú, Picolotti informó de la existencia de un monitoreo llamado “plan de vigilancia ambiental” que es de una “seriedad y aptitud inéditas”.

Sin embargo, no indicó si esa evaluación está indicando una alteración del ambiente por parte de Botnia desde su puesta en marcha, y puede inferirse que no, puesto que de lo contrario Picolotti hubiera sido la primera en afirmar que la pastera está vulnerando los estándares permitidos para los distintos contaminantes estudiados.