Primera vez en Europa. Viajé por laburo a una convención de Greenpeace.
Subir en Buenos Aires y bajar en la Estación Central de Amsterdam encontrando la ciudad más linda que vi en mi vida.
Cultura en cada calle, libertad que se respira en el respeto a la diferencia.
Trabajar con colegas de todo el mundo fue realmente enriquecedor, sobre todo por intercambiar experiencias con gente de Fiji, Papua y Nueva Guinea o Polonia.
Europeos que me preguntaban, realmente interesados, por Argentina y que se sorprenden
con mis respuestas.
No pueden entender como teniendo lo que tenemos, siendo lo que somos, vivimos como vivimos.
Me di cuenta que tratar de explicar Argentina es casi una tarea imposible, por eso cuando me pidieron que explicara el peronismo me reí, y los invité a tomar otra cerveza.
Estando afuera se extraña el 1 a 1, pero se entiende el por que pagamos tan caro la ilusión de habernos creido del Primer Mundo.
Pero el que más me impresionó fue el de Anna Frank. Habiendo leido su libro a la misma edad en que ella sufría en un campo de concentración nazi, estar en su casa fue muy movilizador.
Zona Roja y Coffe Shops, por supuesto. Pero nunca lo más difundido es lo mejor.
Los edificios y los canales me invitaron a caminar horas y horas sin parar.
En resumen, uno de los viajes más interesantes de mi vida.
Muchas sensaciones, muchas ideas nuevas. Aprender en cada momento. Enseñar algo. Y por sobre todo, compartir.
Encontrar que en cada parte del mundo, existen personas valiosísimas, luchando por lo que uno lucha y dispuestos a ayudarnos, y a dejarse ayudar es increible.
Para mí, ya no existen las fronteras.
Desde el silencio del ciberespacio el grito desgarrador de Hernán Pablo Nadal
ENTREVISTA CON EL ESPAÑOL-COLOMBIANO JESUS MARTIN BARBERO
“Hay masturbación narcisista”
El especialista en comunicación, invitado al Festival de Video de Rosario, criticó el escaso poder transformador de los medios y de los organismos culturales. Señaló, además, la “manipulación ideológica” que sufre la sociedad.
Jesús Martín Barbero nació en España, aunque se radicó en Colombia desde su exilio de la España franquista.
Fue invitado para dar una conferencia en el XI Festival de Video de Rosario, donde Barbero explicó que muy distinto hubiese sido el pensamiento en la comunicación sin la unión que dio el exilio político de los que “descienden de los barcos” con los que descienden de los mayas, aztecas e incas. Barbero recibió también el título de profesor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Rosario.
Se doctoró en Bélgica en 1971 en Filosofía y Letras, fue director de Comunicación de la Universidad del Valle en Cali (Colombia), ejerció la docencia en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente en Monterrey, México, fue presidente de la Alaic (Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación), miembro de la Felafacs (Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social) y ha publicado decenas de libros que se estudian en las carreras de Comunicación de América latina.
Barbero se refiere al poder de las ciencias de la comunicación para interactuar con lo que “sucede”.
–¿Cuál es el poder real de la comunicación para transformar lo que sucede?
–El discurso científico es una retórica incapaz de interpelar al FMI y al Banco Mundial si no hay instituciones mundiales que nos amparen, que tengan alguna clase de poder de decisión. Hay un bla bla bla baboso sobre el asunto de la diversidad, por ejemplo. No tenemos nada, es pura masturbación narcicista. Los idiomas se mueren en estos días, y no pasa nada.
Estoy pensando en otro tipo de organización cultural fuera de la Unesco, para que no pase lo que sucedió en la cumbre de la Sociedad de la Información, donde el Estado se fue borrando y quedaron las empresas conversando con los organismos sociales, las ONG. –Para colmo, frente a una gran ignorancia internacional de la superpotencia…–Existe un grupo íntimo dentro de los que rodean a George W. Bush que no es tan ignorante como parece. Susan Sontag lo escribió en un artículo muy interesante. Las fotos que aparecieron de Irak parecían una tortura más, pero los norteamericanos sabían bien las diferencias de los machos islámicos: desnudarlos ante una mujer en público era una forma de romper su estima.
Es como los campos de concentración de Hitler y familia. Ellos no fueron unos locos, tuvieron ingenieros, psicoanalistas. Tal vez tengan cierta clase de ignorancia histórica, pero sólo cuando necesitan tenerla. La manera en que robaron los museos de Bagdad es increíble, estoy seguro de que entre los soldados había antropólogos, arqueólogos. Las piezas robadas van aparecer en los museos norteamericanos dentro de poco. El mundo no ha encontrado una energía renovable para sostener el funcionamiento del planeta como el petróleo. Ni Colin Powell creía lo que decía en la última conferencia de la ONU antes de la guerra.
–¿Cuál puede ser el rol de los medios comerciales?
–El problema central es que los medios tradicionales tienen una visión monolítica de la sociedad. Los estudios de recepción han intentado meterse a pensar sobre lo que supuestamente la gente quiere ver en cine, donde la hegemonía norteamericana hace perder el sentido de la diferencia. En la Argentina está el asunto de los piqueteros, por ejemplo. Hay un grado de manipulación ideológica fortísima sobre lo que parece que es “lo que la gente quiere ver”, “lo que la gente siente”. No quiere decir que no haya una cierta convergencia en el sentir de la gente sobre la inseguridad urbana. Pero hasta en México, López Obrador, dirigente de izquierda, está pensando una reglamentación para las marchas de las grandes ciudades. Cuando se corta una ciudad completa se genera malestar, y muchos piensan que hay que buscar equilibrios entre derechos de unos y derechos de otros.
–¿El gobierno de Kirchner interactúa sólo mediáticamente?
–En muchas cosas me saco el sombrero con el gobierno de Kirchner, que se paró frente a los jubilados alemanes que invirtieron en bonos argentinos con tasas del 40 por ciento, y quieren recuperar la inversión. Pero hubiera necesitado un apoyo más fuerte para que el relanzamiento tenga repercusiones sociales concretas. Eso no se pudo hacer, se terminó la desestabilización, había expectativas en el origen de la desestabilización de la Argentina que quedó reventada hacia a la Argentina reinventada. Hay algo de verdad en la sensación de inestabilidad. Pero el discurso lo que hace es ocultar, olvidar el origen desestabilizador porque sirve a los intereses privados que movilizan esa inestabilidad.
–¿Se necesita más densidad mediática?
–Más densidad y opacidad. Lo de Beatriz Sarlo sobre Borges, por ejemplo, que dice que Borges une lo que la sociedad separa. Nuestros intelectuales piensan que los gustos populares son una mierda, les da asco al estómago. Después legitiman, argumentan, pero argumentan sobre el dolor de su propio estómago: los pobres tienen mal gusto, dicen. En Colombia logramos por primera vez hacer una encuesta nacional sobre los consumos culturales. ¿Sabe cuál salió el acontecimiento más importante para Colombia? El reinado de la belleza de Cartagena. Pero en vez de salir a decir “este país es una mierda”, ¿por qué no se preguntan qué está pasando ahí? Nunca se hace algo sin que conecte en algún nivel.
–Pero los medios tienen una responsabilidad, ¿o no?
–Rambo I es culpa del productor, pero Rambo II… ¿de quién es culpa? Y el III, el IV, realmente remite a la sociedad. La TV tiene la culpa, entonces les suelo decir a las personas: enfrenten a la TV; pero todos se quejan y nadie hace nada. Aunque es cierto que hay una miopía de los editores, de no saber reubicarse en los países, hay una gran inercia. Una vez estaba en Roma dando una conferencia de la ONU y un director de publicidad me escuchó y me dijo: “Lo que usted dijo es una estupidez, quiero ayudarle a salir de ella. La publicidad no es paternalista, xenofóbica ni machista. Los publicistas sí somos paternalistas, xenofóbicos y machistas, pero no está demostrado que eso venda más”. Seis meses después salió la campaña de Benetton. Como dijo un norteamericano, los miedos refuerzan los prejuicios, pero son débiles para romperlos.
Muchas veces, al llegar al consultorio, debo bucear por las profundidades del subconsciente para encontrar algún tema digno de ser tratado en terapia. Esta semana, en cambio, hubiera necesitado una sesión prolongada.La realidad, ese fantasma hermético a mi entendimiento, me regaló infinidad de noticias para alimentar el desconcierto.
Pensaba, por ejemplo, cómo se entiende que en los EE.UU., preocupados como están por la seguridad, liberen la venta de simpáticas y efectivas armas de asalto como los fusiles M16 o Kalashnikov, tan apreciados por los terroristas. Quizás, al saber que por año, a causa de disparos mueren unas 30 mil personas, consideran a las armas de fuego la mejor manera de combatir la superpoblación de las grandes ciudades.
Suena tan absurdo como un decorador disfrazado de Batman trepado a una cornisa del palacio de Buckingham exigiendo más tiempo para ver a sus hijos. Más allá de pensar en las deficiencias de la seguridad inglesa, imagino a los hijos del decorador contemplando imágenes de su padre y pidiéndole a la madre no verlo nunca más.
Cerca del Palacio, también en Londres, el secretario general de la ONU, Koffi Annan, entrevistado por la cadena BBC sostenía que “la decisión de los EE.UU. de invadir Irak en marzo del 2003 fue ilegal”.
Si recién ahora se da cuenta, échenlo por cómplice o por lento, pero no permitan que ese señor rija los destinos del organismo, por amor de Dios.
Mientras tanto en nuestro país, el 99 por ciento de los abogados cree que la justicia no le sirve a la gente; uno de cada cinco médicos es acusado por mala praxis; a los marplatenses los comen los mosquitos; en Vicente López se limita la venta de pegamentos para evitar la drogadicción en los menores; en Formosa, mientras el Presidente daba un discurso prometiendo inversiones en la provincia, cuatro alumnos primarios se desmayaron a causa de la desnutrición; y en la Capital en el último mes y medio se robaron 200 semáforos.Cualquiera de estas noticias, todas aparecidas en la última semana, da para cuestionarse si el progreso existe.
Pero no hay que alarmarse, el progreso sí existe y por eso también nos enteramos de que muy pronto en las farmacias podremos obtener Viagra en su versión de caramelos masticables (para hacer más dulce la espera del efecto deseado) y pastillas para evitar la resaca después de un exceso de alcohol.Sin embargo, al recostarme sobre el diván, no hablé sobre nada de esto. Había algo más importante: la renuncia de Bielsa, la gran preocupación de los argentinos que quieren lo mejor para el país. Es curioso, durante años millones de amantes del fútbol cuestionaban al técnico y muchos pedían que se fuera.
Pero ahora, cuando toma la decisión, comienzan a extrañarlo. Miento, no es curioso: resulta coherente con nuestro ser nacional. Quizás muchos de los que criticaban a Bielsa y ahora se apenan por su partida hicieron el servicio militar; durante doce meses fantasearon con matar al sargento que los maltrataba y al finalizar la abominable colimba, lo iban a visitar.
Tal vez sean los mismos que criticaban a Olmedo por un humor chabacano y recién cuando el Negro nos dejó descubrieron que era un genio; en una de esas son los mismos que quisieron quitarle la ciudadanía al Burrito Ortega después del partido con Holanda y hoy ya están pensando en que vuelva a la Selección.
A lo mejor, muchos de ellos volvieron a votar a Menem, susurran que acá lo que se necesita es mano dura y hasta pueden fantasear con que la gran estadista de nuestro siglo fue Isabel Martínez de Perón, porque después de todo, con ella, la deuda externa no llegaba a los seis mil millones, menos de lo que pagamos hoy por los intereses.
Todo es posible, incluso que Bielsa, que se va de la Selección por falta de energía, muy pronto acepte ser técnico de un combinado extranjero en el que le pagan millones de dólares, dinero que le devuelve la energía a cualquier argentino.
La organización ecologista Greenpeace le pidió hoy al presidente Néstor Kirchner que libere a los nueve dirigentes de la agrupación que fueron detenidos en Salta anoche cuando realizaban un operativo de inspección de los desmontes que se están realizando en el sur de Tartagal.
En tanto, grupos de Greenpeace de otros países iniciaron una campaña de reclamo porque consideraron que lo que se busca con estas detenciones es ” criminalizar la protesta ambiental” y “amedrentar” a quienes luchan contra la “política depredatoria de los montes salteños”.
Los nueve activistas de la organización fueron detenidos anoche por la Policía en las cercanías del paraje Los Niricos, al sur de Tartagal. En ese lugar, los ecologistas realizaban una inspección por un desmonte en la zona. Durante el operativo fueron detenidos el director ejecutivo de la agrupación, Martín Prieto, y el abogado Sebastián Cardo. Los dos fueron trasladados junto a otros siete activistas a la comisaría de Tartagal, donde hoy podrían ser indagado.
Los ecologistas fueron detenidos a raíz de una denuncia por “violación de domicilio” que presentó la empresa “Desdeelsur” S.A., propietaria de las tierras. Además de una nota oficial dirigida al presidente Néstor Kirchner, miles de miembros de Greempeace Argentina iniciaron esta mañana una cadena de llamados a integrantes del Gobierno, para exigir la inmediata liberación de sus colegas.
Mientras tanto, desde su lugar de detención, Prieto, dijo que “hay una clara intencionalidad política en el manejo de esta situación”. Y agregó que “el objetivo de las acciones de Greenpeace es “poner nombre y apellido al desmonte en la Argentina y que por cumplir esta tarea terminamos todos presos”.
Ya no se puede soportar más en silencio. ¿Cómo no responder cuando nos presentan en uno de los más prestigiosos diarios nacionales, la voz del “Pensador ético nacional”, el Sr. Mariano Grondona, un pedido de regreso a lo que nos llevó a estar como estamos?
A modo de análisis político histórico el Sr. Grondona nos presenta las últimas décadas de la vida económica argentina como un intercalar de gobiernos de izquierda y derecha, en los cuales los primeros solo trajeron prejuicio y los segundos, obviamente para la visión de Grondona, beneficios para nuestro país.
Según Grondona: “Dos rasgos caracterizan a los ciclos de centroizquierda: en lo económico, la confianza en el Estado empresario y la desconfianza en los capitales privados; en materia de seguridad, la desconfianza en las fuerzas armadas y de seguridad y la permisividad frente a la delincuencia. Los rasgos centrales de la centroderecha son la confianza en los capitales privados, la desconfianza en el Estado empresario y la severidad con la delincuencia.”
Sin embargo, esta falacia se evidencia como tal, cuando uno vive en un país con un Estado desarticulado y corrompido por esa derecha que él reclama, que mientras criticaba su existencia, acumuló riquezas apropiadas ilegalmente. Como ejemplo, los Alsogaray, Alderete, Amira Yoma, entre otros. La centroderecha que él añora, es la que dejó el pais en mano de los capitales los cuales nos dejaron las manos vacias. Y en muchos casos los estómagos.
¿Severidad con la delincuencia?
¿Con cual?
¿Con la delincuencia menor que muere a manos de gatillos faciles mientras los grandes delincuentes, gobernantes y empresarios corruptos se pavonean felices mostrando en las revistas las ganancias de tropelias y contratando periodistas para que defiendan sus negociados?
El Sr. Grondona también dice: “Sólo la centroderecha ha sido capaz hasta ahora de ciclos largos y parcialmente exitosos.” Evidentemente, este señor mirá la historia como fotos
y no como un movimiento causal. Estamos como estamos porque hicieron lo que hicieron. La continuidad de las políticas económicas que el defiende nos llevaron a estar en esta situación. Incluso lo que él crítica, terminará siendo una version moderada de lo venimos sufriendo hace más de 30 años.
En sintesís, Mariano Grondona presenta el regreso hacia el pasado, como inevitable. No toma en cuenta la dinámica de la historia y la voluntad de los pueblos. No acepta que podamos decidir que no queremos volver a la seguidilla de fracasos locales en beneficio de los intereses de unos pocos. Sólo podemos debatir (por supuesto, guiados por su iluminada visión) como y cuando nos tornaremos hacia la derecha.
Por suerte, la historia no la escriben los Grondonas. Los héroes nunca trabajan de lobbistas para los sectores acomodados. Soy pesimista. Pero tengo esperanzas.
Desde el silencio del ciberespacio el grito desgarrador de Hernán Pablo Nadal
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Acordate: Vos podés salvar los pocos bosques que le quedan a la Argentina.
Cuando me desperté el reloj marcaba las ocho en punto. Le hablé a Susy enunciando alguna de mis nuevas ideas matutinas y noté la ausencia de su cuerpo en la cama. Entré en pánico. Me vestí y salí corriendo a lo de Rulo para desayunar. Me extrañaba haberme dormido y que Susy no me despertara. Cuando enfilé por Sucre hacia Astilleros escuché un raro sonido que parecía provenir de la calle Pampa. Vi mucha gente. Algo así como una gran manifestación de adolescentes caminando hacia un espectáculo de rock. A medida que me acercaba la imagen se hacía más kafkiana. Eran filas de niños que caminaban en silencio.
En realidad tuve la impresión de que el silencio era total. No había casi adultos –o por lo menos no había gente de estatura normal–. Esa inmensa caravana en silencio estaba integrada por niños que no superaban los 80 cm de altura. Imposible evaluar la edad, y cuando creí divisar algún adulto no sobrepasaba nunca el metro.
El caminar de los chicos producía un extraño sonido musical. Digo –el arrastrar unísono de los pies de los niños sobre la calle–, producía una melodía. Una extraña melodía. Lo que más me llamaba la atención era la extraordinaria disciplina de los niños. Marchaban en filas de tres. Un metro de distancia entre las filas.
La larga caravana era extensísima. De dónde vendrán me preguntaba. Cuando comencé a mirar a los niños creí que estaba alucinando. Todos tenían un color cetrino y una remera con un número y una letra que los identificaba.
La cara de uno de ellos no tenía ojos –venía tomado de la mano de otros dos niños que lo acompañaban–. Los globos oculares, o lo que quedaba de los globos oculares, estaban llenos de gusanos que salían de sus órbitas. Observé con detenimiento y horror que uno de los niños que lo sostenía de la mano tomaba de sus órbitas alguno de los gusanos y los engullía. Comía los gusanos que salían de los ojos del niño ciego.
Tuve una arcada y después un vómito. El ruido de mi vómito parecía desentonar dentro de ese inmenso silencio. Me repuse y seguí observando, ahora de más lejos, mientras atravesábamos Figueroa Alcorta hacia la Costanera. Había una fila de niños con inmensas cabezas hidrocefálicas.
Sobre la piel de sus caras brotaban lombrices que los niños trataban de tragar cuando se acercaban a sus bocas. No reconocía a nadie. Quise gritar pero no podía. Tenía una mezcla de asco, repugnancia y pánico pero, para hablar francamente, no me producían piedad. Y eso me mortificaba. De algunos brazos y piernas de los niños salían pústulas que arrastraban sangre y pus. El espectáculo era dantesco. Comprendí que la ausencia de queja de esta inmensa muchedumbre infantil parecía producir mi falta de piedad. Al cruzar por Figueroa Alcorta comenzaron a sonar bocinazos porque la larga marcha de los niños alteraba el tránsito. Empecé a sentir odio hacia ellos pero no podía dejar de acompañarlos. Quería saber dónde iban. Cuál era el destino de la gran marcha.
Uno de los niños salió de la fila y comenzó a comer excremento de perros, tan abundantes en esa zona. Lo que más me asombraba era el espíritu comunitario que reinaba entre ellos. El que tenía los excrementos los repartía equitativamente dentro del grupo. Todos comían al unísono. Había hambre. Recordé haber leído que la Fundación Argentina contra la Anemia decía que el 50 por ciento de los niños en la provincia de Buenos Aires es anémico. Pensé si los excrementos de perro tendrían tal vez hierro suficiente para balancear la dieta.
La naturaleza es sabia. Problema de sobrevivencia.
¿Todos estos niños existían siempre? ¿Desde cuándo esto es así? ¿Lo sabíamos? Eran preguntas tontas. Esta situación es límite. Horrorosamente límite. Pero, ¿cómo habíamos llegado a esto? Poco a poco, pensé, porque cuando el horror se construye día a día se vuelve obvio y cotidiano. Los niños deformes se vuelven cotidianos.
Caminé unas ocho cuadras sin mirarlos. Al llegar a la Costanera observé que existía un grupo de gente que los organizaba. Eran todos de estatura normal. Me extrañó nuevamente la docilidad de los niños para reagruparse. Sobre la Costanera había cuatro grandes letreros que parecían orientar el destino último de los niños. Cada letrero tendría una longitud de cinco metros por cuatro de ancho. Cada letrero ordenaba de acuerdo a la patología. Las remeras de los niños también los identificaba en sus respectivos grupos.
“Anémicos”, “Hidrocefálicos”, “Raquitismo” y “HIV”, decían los grandes carteles. Cada grupo de niños se reagrupaba en su fila correspondiente. Parecían contentos de haber llegado a destino. Estaban extenuados. Unas largas mangueras de las que salían chorros de agua tibia intentaban limpiarlos de todas las secreciones, excrementos y pustulaciones.
Observé que, después de bañarlos, un sector de damas los alimentaba con un abundante plato de lentejas. A los anémicos les ofrecían una doble ración. Luego de la comida, los niños se volvían a agrupar y en silencio se arrojaban ordenadamente a las aguas del río. Ningún niño se negaba a hacerlo.
Todos parecían comprender el destino final. Me atrevería a decir que de alguno de ellos vi asomar una beatífica sonrisa. Me quedé toda la mañana. Había visto arrojarse cinco mil niños con absoluta disciplina. Lo que me asombraba era la obviedad. Algún grito destemplado: “¡Piqueteros hijos de puta! ¡Tírense todos, no jodan más!”, no parecía tener eco en la multitud. Cada tanto aplaudíamos alguna pirueta que algún niño realizaba al arrojarse al agua. A eso de las once se interrumpió la ceremonia para cantar el himno. Fue emocionante.
Los niños también cantaban sin dejar de arrojarse al agua. Me pareció divisar al Sr. Blumberg y a Longobardi unos metros atrás haciéndole una nota. El Sr. Blumberg estaba lleno de carpetas y Longobardi le preguntaba sobre su nueva marcha y Blumberg le contestaba que ya tenía 8 millones de firmas. Después no pude entender más. Porque me pareció que mis oídos comenzaban a zumbar y tuve miedo de desmayarme. Mientras caminaba de vuelta por Sucre pensé en Pastoriza, en los rojos y comencé a sollozar. La vida continúa y el campeonato comenzaba. Todo sigue su curso, decía uno de los personajes de Esperando a Godot.
Y yo comencé a olvidar. Había que seguir viviendo. Antes de llegar a casa pensé en dos palabras: complicidad civil. Pero no entendía el sentido ni su relación con la extraña jornada. Cosas de la vida pensé y abrí la puerta de mi bella mansión.
* Autor, actor y psicoterapeuta. Entre sus numerosas obras destacan El Señor Galíndez, Potestad, Telarañas y La muerte de Marguerite Duras.
En este paradógico país, Menem crítica la corrupción y Mariano Grondona da cátedra de democracia. Castell quiere hacer la revolución mientras extorciona empresas y su mujer se hace la sexy mostrando la bombacha en Noticias, convirtiendose en la María Julia post-devaluación.
El FMI sigue poniendo metas incumplibles y no quiere reconocer los logros ya injustos que hizo cumplir a un gobierno medianamente flexible a sus exigencias.
El Gobierno critica la cumbia villera. Para ellos, tiene la culpa de la delincuencia. Mientras tanto los chicos no van al colegio. Y los que van, lo hacen por la copa de leche.
Mirando a Europa como meca de los exiliados económicos, Argentina no mira los ejemplos que nos pueden resultar exóticos: El valor de la educación. Las estadísticas ya no alarman, a esta altura, ya nos deprimen al saber lo casi imposible que resultaría revertir esta realidad. En Argentina, más de 960.000 personas nunca fueron a la escuela; otros 3.695.830 no terminaron la primaria. Para más datos clickea aquí.
Recomiento leer esta nota de Beatriz Sarlo donde comparto lo siguiente: “educación es uno de los pocos caminos de futuro para países pobres como el nuestro. Y es en una de las naciones ricas del mundo, en el centro de ese experimento político que se llama Unión Europea, donde France Examen muestra, con la contundencia a veces demasiado brutal que tienen las tablas de preferencias, en qué lugares la educación verdaderamente compite con las seducciones más idiotas y más atractivas del mercado. E, incluso, gana.”
Cuesta vivir mucho en un país, donde todos usan caretas para esconder lo que son. Caretas mal hechas y disimulos evidentes. Ingenuamente quisiera que todos mostremos lo que somos. Menem diciendo porque se cagó en todos con tal de llenarse de millones en cuenta suizas, la justicia de ese país haciendose la tonta para no mancillar su buen nombre de “limpios” mientras viven a costa de ser el aguantadero financiero de los más grandes delincuentes mundiales. Grondona hablando sobre lo tanto que le gustan los golpes y dictaduras militares.
Castells aceptando que es un chantajista de 4ta con sus aprietes mafiosos. Confesando que sus maniobras nada tienen que ver con una revolución.
El Fondo Monetario, reconociendo su inutilidad, y aceptando sus encargados usureros de las empresas multinacionales que dominan su accionar.
Felíz día del Niño.
Un beso para las chicas. Un abrazo a los muchachos.
¿Qué hay de nuevo, viejo McLuhan? Nada. El medio es el mensaje, y a esa bulimia del soporte no hay con qué darle. El medio es una araña hembra que se deshace de la araña macho apenas fue servida. El medio deglute hasta lo que no le interesa: es deglutiendo, masticando, digiriendo y defecando incluso lo que no le interesa que el medio lo reconvierte en algo que le es útil. El medio vive de las sobras. Son escasos, contados los momentos de epifanía, esos en los que el medio encuentra exactamente su material pertinente. Si el medio es serio, una investigación, una denuncia. Si el medio es amarillo, un chisme, un desliz. El resto del tiempo, el medio sobrevive haciendo alquimia con mensajes foráneos a su propio intestino: todo lo que pasa por las paredes húmedas del colon de los medios es teñido por un valor agregado, el del medio. He ahí a Nina: ahora, objeto sexual.
Es un poco libidinosa la sonrisa de Castells cuando afirma, congratulado, que su mujer ha alcanzado ese rango. Vaya vaya. Así que era ahí adonde había que llegar. Así que esta magra estrategia política supone que mostrando las gambas se escala algo. ¿Qué?
En cierto modo, tienen razón Nina y su esposo reivindicando para las mujeres pobres el status de objeto sexual que les es negado por definición. Las mujeres pobres son mujeres fáciles o mujeres ponedoras. El imaginario colectivo las desvía en esos dos grandes conjuntos desgraciados: uno, compuesto por aquellas que van guardando rabia y desconsuelo a medida que sus cuerpos se exponen para el uso público por diez o veinte pesos. Otro, en el que entra la mayoría, integrado por madres de familias numerosas que se agrandan casi fatalmente, con siete, ocho, nueve bocas para alimentar. Mujeres sin cuerpo propio, de cuerpo recipiente.
El exabrupto de Nina en la tapa de Noticias puso arriba de la mesa un tema siempre eludido, un tema incómodo: la sexualidad de la pobreza. ¿Existe? ¿Cómo es? ¿Cómo se ejecuta y desarrolla ese derecho humano para otros sectores sociales que gozan, en principio, no sólo de información sino de intimidad? ¿Qué sexualidades descontentas encubren el hacinamiento, la promiscuidad, el frío, el hambre? ¿Es menor esta pregunta? No lo sé. Pero es una pregunta que no se hace. En esos arrabales del cuerpo social, las privaciones son muchas. Están privados también de estas preguntas.
No sólo hay cierta lascivia en el gesto de Castells hablando del objeto sexual que supo conseguir y que ahora comparte con el público, sino también una referencia novedosa a lo que se entiende por “objeto sexual”. Esas chicas que cobran diez o veinte pesos por sexo rápido callejero no son objetos sexuales. Nadie las llamaría así. Son apenas agujeros disponibles al paso. Mucho, muchísimo menos que un objeto sexual, aunque literalmente lo sean, objetos, y sexuales. La conjunción que reúne esas palabras, sin embargo, se resignifica de un modo curioso: ser un objeto sexual implica el ejercicio de un poder. Lo que define a un objeto sexual no es su uso, sino precisamente estar fuera del alcance de aquel que lo desea, un no uso, la posibilidad no de la venta sino del intercambio.
El objeto sexual no se regala: se muestra. Y sólo se entrega en un convenio interesante. Culturalmente, la síntesis de ese intercambio fue Marilyn con JFK. La bomba sexual y el presidente. Trato hecho: el objeto sexual zafa. En escalas menores, los objetos sexuales son mercancías simbólicas que dirigen su rumbo hacia transacciones sentimentales que les confirmen lo que valen. Polistas, ricachones, empresarios, políticos –ahora habría que agregar, y por esto Castells se felicita: ¡piqueteros duros!–, tipos que pueden pagar con algo más que dinero la promesa inexacta del objeto sexual: una satisfacción inenarrable, poseer para sí un objeto sexual es tenerla más larga más allá de la cama. La elevación de Nina a objeto sexual lo eleva a su marido: es él el codiciable, saca chapa.
Y tiene razón Nina cuando dice que a toda mujer le gusta sentirse linda y deseada. Lo que no se entiende es la tapa. Debe haber millones de mujeres en el mundo, pobres, ricas, más o menos, que rechazarían de cuajo salir en pelotas en la tapa de una revista de actualidad. Entre querer sentirse linda y deseada y posar para ese tipo de fotos que aunque no muestren mucho sugieren que hay mucho por mostrar, hay tanta distancia como entre ella y Evita.
Y después está McLuhan y su frase: el medio es el mensaje. Nina o María Julia, mujeres provenientes de galaxias dispares, homologadas por los productores de la revista a las hembras que nadie pondría en duda. Si la tapa de María Julia en su momento o ésta de Nina provocan urticaria, es precisamente porque el montaje las disfraza de lo que no son, porque las pesca in fraganti en el gesto ajeno, en la pose robada. En realidad, la de aquel tapado de zorro o ésta de la bombacha atigrada son dos fotos movidas, dos fotos cuyo mérito mediático es haber captado una grieta en dos personalidades.
El medio nunca, nunca juega de visitante. El medio es el conserje de un hotel por el que pasan, uno tras otro, pasajeros que puntillosamente pagan. A veces, con el ridículo.
Llegar por primera vez a la gran sala y asistir a una función de su programación central. ¿No podría ser una experiencia clave para un adolescente? ¿Y si fuera posible a través de un encuentro entre el mérito y el deseo?
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POR BEATRIZ SARLO*.
bsarlo@viva.clarin.com.ar
Faltan unos quince minutos para que comience el espectáculo. En la sala que va llenándose poco a poco, rebotes de luz dorada modulan el terciopelo rojo. Desde la llamada cazuela, es decir el segundo nivel en altura, se ven en perspectiva los respaldos ovales de las butacas de platea, con sus marcos de madera oscura, donde una perchita de bronce se ofrece eventualmente para sostener una cartera. Del costado que ocupo en ese segundo nivel del teatro, puedo ver el palco presidencial, ubicado exactamente en el centro, sobre la entrada de la platea; en su frente, el escudo nacional señala el mejor lugar del teatro Colón. Muchas veces no hay nadie allí, pero esta noche, en que se canta El oro del Rhin de Richard Wagner, el palco presidencial está casi lleno.
Por supuesto, no se trata del presidente ni de su esposa, tampoco de ningún ministro del ejecutivo, ni del canciller Bielsa acompañando a un representante extranjero. Es simplemente, gente como la que está conmigo en cazuela, o más arriba, en tertulia, o más arriba aún, en el justamente llamado paraíso.
Recuerdo, entonces, que el vicepresidente también tiene adjudicado un palco en el Colón, sobre el costado derecho, casi sobre la escena. A ese palco extraordinario entré una vez, no por haber recibido una invitación oficial, sino porque, durante un ensayo, acompañé a un equipo de filmación. Un acomodador me dijo que rara vez se ocupaba ese palco.
Con este recuerdo se mezcla la sencilla comprobación de que, lejos de responder a ningún estereotipo sobre el teatro Colón, la gente que me rodea y que ha pagado entre cuarenta y sesenta pesos por estar allí pertenece, como yo, a las capas medias de manera clara y casi indeleble. La entrada es razonable, si se piensa en lo que vamos a escuchar, la ópera-prólogo del más descomunal ciclo operístico de la música occidental: la Tetralogía legendaria de Wagner.
Cualquier buscador de Internet da como resultado más o menos medio millón de páginas, que incluyen crítica, discografía, historietas, fotografías, figurines, comentarios de representaciones y un variado etcétera. Casi no hace falta saber nada, para saber que la Tetralogía es una experiencia que subyugó, desde un comienzo, a generaciones enteras de artistas y de público.
El Colón es un objeto excepcional en un país que a veces ha sabido preservarlo y otras lo conduce a crisis desesperadas. Es la maqueta de lo que la Argentina alcanzó en algunos momentos de su historia: construir una tradición musical que, sólo desde un prejuicio más populista que democrático, puede calificarse como elitismo liso y llano.
Indiscretamente, me pregunto quiénes son las personas del palco presidencial, y también si estará ocupado el palco del vicepresidente. ¿Qué pasaría si la entrada a esos palcos fuera algo que pudiera alcanzarse como recompensa de un encuentro original entre el deseo y el mérito? Una fantasía antes de que comience la obertura: el Ministerio de Educación, además de organizar concursos para guiones de televisión en las escuelas o llevar a los chicos pobres a que vean una película comercial en un multicine (como se ha hecho), ¿organizaría un concurso para que el presidente, el vicepresidente y el teatro mismo inviten a los chicos que mejor escriban sus razones para querer escuchar a Wagner, a Mozart o a Puccini en el Teatro Colón? Y no me refiero a que toda una escuela aterrice en la platea para ver un espectáculo especialmente pensado como visita guiada, donde el teatro pasa a ser su propia escenografía. Me refiero a la posibilidad de que el verdadero Colón, con su verdadera programación, sea ofrecido a adolescentes que, por los motivos más diversos, incluso las más raras curiosidades, demuestren que quieren entrar a la gran sala. Llegar como público al Colón, y como público de una ópera de Wagner, puede ser un acontecimiento importante en la vida de alguien. No necesariamente en la vida de todos, ni en la de cualquiera, sino en la de alguien que, por esos motivos que siempre será difícil imaginar, puede desearlo, incluso sin comprender del todo su deseo.