El Sábado vimos Toy Story 3. Cuenta lo que pasa con los famosos juguetes cuando su dueño, Andy, se prepara para abandonar la casa para ir a la universidad. La película es impecable desde lo técnico y es sin duda la mejor de las tres. La escena del payaso triste contando su trágica historia y los giños a Star Wars son el momento culmine de disfrute para los adultos.
Sin embargo describe una situación de infancia que se da poco en la actualidad de los países desarrollados. Los niños actuales NO tienen juguetes preferidos y cuyo uso atraviese toda su infancia.
El Sábado vimos Toy Story 3. Cuenta lo que pasa con los famosos juguetes cuando su dueño, Andy, se prepara para abandonar la casa para ir a la universidad. La película es impecable desde lo técnico y es sin duda la mejor de las tres. La escena del payaso triste contando su trágica historia y los giños a Star Wars son el momento culmine de disfrute para los adultos.
Sin embargo describe una situación de infancia que se da poco en la actualidad de los países desarrollados. Los niños actuales NO tienen juguetes preferidos y cuyo uso atraviese toda su infancia.
He notado, con una cierta preocupación nostálgica, que los pibes del siglo XXI sufren la misma dificultad de mantener la atención en sus juegos que la que tienen con las currículas desactualizadas de la mayoría de los colegios primarios.
Creo que el problema principal que tienen ahora los niños de clase media, muchos de ellos “gauchitos de departamento” es la excesiva cantidad de juguetes que poseen. La reducción de los costos de los mismos, de la mano de las baratijas plásticas de China que inunda el mundo de basura descartable produjo que sea más fácil para los padres comprar nuevos juguetes en lugar de sentarse a jugar con sus hijos, llevarlos a la plaza a patear un rato o andar en bici con ellos. Ni hablar de los chupetes electrónicos para niños mayores (Wii, Playstation, Plasma + DVD, Canales de chicos 24 hs) que los padres dosifican generosamente con tal de no “aguantar” el aburrimiento de los pibes. He comprobado que no hay pibe que se mantenga interesado en un juguete, como máximo por un par de días, muy difícilmente, meses.
Recuerdo cuando mi mejor amigo expresó a sus padres y amigos su deseo de ser “bichólogo” el tiempo que esperamos (Notese que no era solo él el que esperaba) ese ansiado microscopio que nos serviría para poder mirar en detalle los pedacitos de esos insectos que juntabamos por jardines propios y ajenos y que con mucho esmero pegabamos en trozos de telgopor de cajas de heladeras, televisores y otros que encontrabamos en nuestras recorridas por el barrio de Liniers. En mi caso, el preciado objeto fue un juego de química con el que me sentí un genio loco creando cosas según el manual, y las mas divertidas mezclando los ingredientes a mi gusto.
No encuentro muchos chicos que ahora sientan el mismo cariño y atracción hacia un determinado objeto. Veo también que predominan las actividades donde la imaginación no se pone mucho en uso. Si bien existen otras ventajas nacidas de actividades nuevas como por ejemplo los juegos de simulación en red, me parece muy importante impulsar actividades que desarrollen la imaginación de nuestros críos. Recordemos que los juegos nos permiten iniciarnos en las normas, algo que resultará clave en nuestro desarrollo personal y sobretodo social. ¿El jugar durante horas al Counter Strike colaborará en este sentido?
Dejemos que los chicos usen su creatividad y eso los motivará a desarrollar la seguridad en ellos mismos. Así impulsaremos su capacidad para tomar riesgos y para que se atrevan a buscar alternativas a cualquier problema.
Padres, regalemos menos juguetes y más horas de juego. Menos consolas de video y más imaginación. La vida actual no nos la hace fácil pero vale la pena el esfuerzo.
La escena final de Toy Story 3 nos sólo nos ablanda por un rato el corazón y hace que se nos piante un lagrimón. También nos muestra la felicidad de recuperar, aunque sea por un rato, la ingenuidad de la niñez.