Malajusted noche (Autora: Daria)

Malajusted noche.

El aire está inflamado.

Tu mente se inquieta e interroga con descaro mi silencio.

Al ritmo de un what?

Malajusted noche, he dicho!

Mi ego anda en un dodge 1500 y el tuyo no.

Mi mundo se está doblado sobre sí mismo.

Y vos…

No haces otra cosa que dar cuerda a tu modo de ser en stereosílabo.

Te volves tosco con cada palabra dicha.

Y yo…

Me vuelvo limitada.

Decís que compro realidad sin distorsión.

¿Acaso existe?

Si estamos distorsionados.

Lo necesitamos como clave para el escape.

Wild side, nene!

Es todo lo que quiero.

Wild side en maladjusted noche!

Es todo lo que quiero.

Tu boca se contrae en risas…

Das fe tu wild side.

Tu fin de semana fue violento

Estas purgando tus entrañas pero la cura se hace lenta

Tontamente sugiero… podríamos llevarnos bien

Casi como si fuese una necesidad

Tu cuerpo esta dando señales

bye bye en malajusted noche.

 

Gracias Daria por el aporte.

 

Nocturno Porteño

Tres horas había caminado por la noche porteña. Saliendo de su departamento de Corrientes y Esmeralda notó que la avenida ya no era como antes.

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Un viejo cuentito mio…

I

Tres horas había caminado por la noche porteña. Saliendo de su departamento de Corrientes y Esmeralda notó que la avenida ya no era como antes.

Su antiguo esplendor transformado en una triste soledad.
Parejas saliendo de teatros, grupos de amigos comiendo en algún restaurante habían mutaron en vagabundos pidiendo limosna y cartoneros juntando en cada esquina papeles y cajas.

Sobre una de las paredes, un cartel medio despegado mostraba la sonrisa ensayada de aquel que antes pedía que lo sigan y ahora, a pesar de haber despedazado el país, insistía con que lo voten para su tercer período.

Ya no había marquesinas, ni luces, ni risas. Corrientes opaca y triste no hacía sino reflejar la desaparición de la alegría de la ciudad.

– Estamos matando a Buenos Aires – pensó, consolándose de compartir, al menos, sus sentimientos con la ciudad.

Después de tanto deambular sin rumbo fue a parar a ese bar. Nunca había estado allí, pero el cartel lo invitó a entrar: “Los mareados”, decía. Su tango preferido como nombre de un café.

Entró serenamente al lugar. Eligió una de las tantas mesas desocupadas y se sentó. Los murmullos de rigor y los acordes de una milonga saliendo de un viejo Winco.

Se acercó el mozo. Vestido de blanco, con un repasador colgado de su brazo, le preguntó que se iba a servir. Siempre que salía con ella tomaba lo mismo. Como no podía ser de otra manera, pidió una ginebra.

La mesa elegida daba cuenta del pasado. Sus anteriores visitantes habían dejado escritos sobre ella algunas declaraciones de amor, escudos de fútbol, símbolos políticos y hasta algún chiste.

Pocas mesas ocupadas, y un tipo que lo miraba sin mucho interés.
Sacó un paquete de cigarrillos, tomó el único que quedaba y lo encendió. Disfrutó cada una de las pitadas, que fue turnando con tragos a la ginebra que le habían servido. Pidió dos más. Aún con la cabeza perdida en alcohol no podía dejar de pensar en la charla con Pamela que había tenido esa tarde.

– Basta. No te quiero más. ¿No entendes? No me jodas. No te quiero volver a ver.

No.
No entendía. Miró su reloj. Las tres de la madrugada. Se dio cuenta que había estado sentado por más de dos horas. Metió la mano en el bolsillo y lo vació sobre la mesa. Unos billetes, un peine y un anillo.“Sobre tus mesas que nunca preguntan lloré una tarde el primer desengaño”. Cansado, dejó caer su cabeza contra la madera gastada. Cerró sus ojos y se durmió.

A pesar de la situación alcanzó a soñar algo.
El mozo lo despertó. Sólo recordó parte de un sueño: la cara de Pamela al momento de rechazarle el anillo de compromiso.
El bar cerraba y era él, el último en irse.
Estaba amaneciendo y le dolía la cabeza.

II

Paró en una farmacia a comprar aspirinas. Compró un paquete, masticó tres y guardó el resto. Siguió caminando. Ahora con un destino: la casa de Pamela.

Sus pies pesaban y su frente le dolía. Metió las manos en los bolsillos de su gabán y siguió. Al pasar frente a una vidriera descubrió que el reflejo que su rostro no difería mucho del de los pordioseros de Corrientes.

Pensaba una y otra vez en lo que iba a decir. Imaginó mil respuestas frente a cada una de las posibles preguntas y reproches de Pamela. Ensayando conversaciones, llegó a la esquina de la casa y lo que vio lo detuvo.

Pamela estaba en la puerta, besándose con un hombre. No podía ver sus caras, pero estaba seguro que era ella. Lentamente, fue saliendo de su inmovilidad. Y caminó hacia ellos. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para hacer notar su presencia, dejaron de besarse y se miraron.

Ella trató de hablar, pero el hombre se le adelantó. -¿Qué haces acá?- preguntó. Era Sebastián, su mejor amigo. El que lo llamaba hermano.

-¿Qué haces hijo de puta?- Contestó.

Todos callaron. Observó a Sebastián y Pamela tomados de la mano. Sintió ganas de vomitar. De su bolsillo sacó las aspirinas. Estiró el brazo y se las ofreció a Sebastián.

-Tomá gil, agarralas. Las vas a necesitar.

Cerró su campera y se fue cantando:
“los favores recibidos creo habértelos pagado
y si alguna deuda chica sin querer se me ha pasado
a la cuenta del otario que tenés se la cargas”.

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Ojos de Placer

La había encontrado bailando sola en una disco, sin preocuparse por las miradas ni por el mundo. Sintiendo la música en su cuerpo. Las vibraciones que brotaban de los parlantes y penetraban su frágil cuerpo. No pudo evitar observarla cuando chocó con su ser

La mirada fue especial. Esos ojos claros, de color indescifrable le mostraban algunos de sus secretos. Había necesitado llevarla hasta la luz antes de confiar en ella.

La había encontrado bailando sola en una disco, sin preocuparse por las miradas ni por el mundo. Sintiendo la música en su cuerpo. Las vibraciones que brotaban de los parlantes y penetraban su frágil cuerpo. No pudo evitar observarla cuando chocó con su ser.

Un tipo racional como él pensó que era la casualidad la que permitió encontrarse con ella, justo con ella, en medio de tanta gente.

Se deleitó mirándola desde lejos por un largo rato hasta que de a poco fue acercándose, mientras que ella, que seguía bailando sola, recién lo descubrió al levantar su mirada junto con sus brazos. Sonrieron ambos y sin hablar bailaron. El calor y el ritmo hicieron el resto. El contacto era inminente a pesar de los escapes de la dama. Mil veces intento besarla pero la estaca furiosa nunca alcanzó al toro.

Las horas fueron minutos.

Una tenue luz pastel le permitió descubrirla. La rivera y la noche fueron testigos del juego de los cuerpos pero no se deleitaron con un beso.

La mujer preguntó si tenia auto; él no se hizo rogar y en minutos se reía cuando ella amagó a despedirse en la puerta de su casa.

Ella rechazó su avance en el ascensor. Él hubiese hecho cualquier cosa por desnudarla allí mismo. Entraron al departamento. Sólo la penumbra de la luna entrando por las ventanas abierta iluminaba el lugar. Ninguno intento prender la luz.

Se encontraron en un sillón. En silencio la desnudó, admirando su belleza. Besando sus labios, acariciando su pelo, lamiendo sus pezones, recorriendo su piel con sus manos, la unión estaba cerca.

Correspondiendo a su compañero, la mujer le quitó la camisa de un tirón. Él pudo ver su boca degustando su sexo gracias a esa ventana abierta que tanto agradeció. Nunca había estado tan excitado. Nunca había deseado tanto a una mujer.

No le importó que ella lo atara con su cinturón. No prestó atención a las heridas de uñas en su pecho. Pensó que moría cuando se acomodó encima de ella. El placer era inigualable. Ninguno de los dos aguantaría mucho más así. Ella se acercó a su rostro. Como tantas veces en la noche intento besarla y como tantas fue rechazado. Ella buscó su cuello. El no aguantaba más. Tenía que acabar. No entendió que era ese dolor en el cuello, ni la sangre que manchaba el blanco sillón. El corazón resistió lo suficiente para dejarle gozar hasta el final, acompañado por los rítmicos movimientos de la mujer.

Desnuda en la oscuridad, miró a su víctima. Otro delicioso mortal – pensó mientras se vestía satisfecha.

La sonrisa del cadáver la despidió.

Hernan Pablo Nadal

Ojos

 


 

 

 

 


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