Cuarenta años se cumplieron ayer de la Operación Pindapoy, nombre referido al ajusticiamiento de Pedro Eugenio Aramburu, Presidente de facto de la Nación entre 1955 y 1958, y líder de la Revolución Libertadora que derrocó el segundo mandato democrático de Juan Domingo Perón tras el acérrimo bombardeo a una Plaza de Mayo rebalsada de civiles.
A veces, la intención de un primer párrafo clarifica más que un extenso documento. Las palabras elegidas, las parcialidades demostradas, los sentimientos connotados; todo habla, todo expresa intención. Pero aún así, confunde, eterna carencia del simbólico universo de la palabra. Estoy lleno de contradicciones al respecto, como creo que también lo estuvo la historia, y por eso me llamo a la reflexión conjunta con vosotros, apreciados lectores.
La mañana del 29 de mayo del 1970, un comando integrado, entre otros, por Fernando Abal Medina, Mario Firmenich y Norma Arrostito, caracterizados como militares leales al gobierno, ingresó al departamento de Aramburu con el argumento de una supuesta protección militar. Lo engañaron, lo metieron en un auto a punta de pistola, y lo trasladaron en cuatro autos diferentes –haciendo trasbordos constantes en plena Capital Federal- a la estancia La Celma en la localidad de Timote, provincia de Buenos Aires. Tres días después, a posteriori de la deliberación revolucionaria, se procedió al fusilamiento del ex Presidente de facto, ejecutado por Abal Medina en el sótano de la estancia. Se lo acusó por su participación en el levantamiento de 1955 y por su decreto que autorizó los fusilamientos de José León Suárez tras el levantamiento militar leal a Perón liderado por el General Juan José Valle el 9 de junio de 1956.
Un poco de historia, un poco de retórica. Párrafos. Y cuánto queda por escribir sobre el nefasto accionar de Aramburu, más allá del “Juicio Revolucionario” al que Montoneros lo sometió en nombre del pueblo. El que le roba a un ladrón, ya sabemos cuánto se le disculpa. ¿Pero qué pasa con quien asesina a un asesino? ¿Quién mira sin recelo a una organización, posiblemente confundida y enajenada en su lealtad al mayor líder que tuvo el país y que no se hacía gracia de sus métodos ni incursiones armadas, aunque proclamaran su subordinación? ¿Por qué insistió Montoneros con metodologías aborrecidas por el mismo Perón quien escribía pestes desde el exilio sobre la impertinencia militar de Valle? ¿Por qué creían que con ellos, la historia sería distinta? No olviden a los imberbes que gritan…
La verdad no tengo respuestas. Personalmente soy militante de la vida, condeno el asesinato y la pena de muerte, sea cual fuere el motivo. Pero aquí, una vez más, me veo frente a una contradicción, porque el fusilamiento de Aramburu no me provoca rechazo. Me da un no sé qué, el coraje imprudente y juvenil de esos chicos desbordados de ideales que fueron los denominados Montoneros, la concordancia absoluta con los movimientos armados que se sucedían en América y el líneamiento de medio planeta en defender ideales marxistas y revolucionarios.
Sólo recuerdo un hecho paradigmático en la historia argentina. Que quien las hace las paga. Que a veces podemos incurrir en un error por creer hacer lo correcto, y viceversa. Y más allá de la crítica o el halago, lejano y distante, exijo tu participación, errada o no, pero quiero que te involucres. No hables sin hacer, y cuando hagas, evitá el juicio vano del tercero. Mejorá lo erróneamente constituido, luchá contra lo que creas injusto, abrí la cabeza y escuchá consejos hasta de tu peor enemigo –siempre puede decirte alguna que otra verdad- y, por sobre todas las cosas, sé leal y consecuente con vos mismo. Permitite contradecirte, equivocarte, tropezar y caerte. Pero no dejes de participar.