La plaza acumula las alegrías pasajeras del efímero amor de la pareja. A pesar de saberlo, ellos se besan. Y el mundo desaparece. Sólo quedan los corazones entrelazados en ese largo beso. El resto pasa y mira, pero ellos no lo notan. Están demasiado ocupados.
Un perro intenta comer su cola, tan absorto en lo suyo como ellos en lo de ellos.
Termina el beso, termina el perro.
Ya no existe la pareja ni la plaza. Tampoco el perro. O vos. O este relato.
No existe la vida más allá de los besos.