“El Gran Inquisidor” por Orlando Barone

Gerardo Morales, sin túnica sacerdotal, sin capucha ni instrumentos de tortura, y sin otra demostración que una sentencia anticipada, le negó a la honorable acusada la más básica chance de absolución. Morales, contradiciendo moralmente a su apellido, demoliendo las ruinas populares de su antiguo partido, pisoteando la última evanescencia popular del entierro de Raúl Alfonsín, anunció la negativa de su bando a seguir escuchando a la acusada.

Lo hizo con la cara matona y sin máscara de un miembro del Ku Kux Klan ya lanzado a envanecerse de su mala condición y sin complejos de revelar su identidad llena de prejuicios. Tuvo, eso sí, una virtud gestual. Y se contuvo de amenazar a Marcó del Pont haciéndole con la mano la señal de la guillotina. O la del potro, aquel suplicio con que eran despachados los herejes. Pero la malicia le bailaba en sus ojos de insignificante intérprete del diablo, sin la calidad de aquel diablo de Al Pacino. La moralidad de Morales es desde ayer histórica. En un sentido de historia de bolsillo, de graffiti. Interpretó en el tribunal opositor y linchador del Senado, el feroz y triste papel del odiador medieval.

Algunos de sus aliados/as que lo rodeaban podrían personificar sin disfraz de época papeles de perseguidores. Pero el empeñoso ascenso de Morales, en la inmoral escala de los inquisidores, le permitió sentenciar a una mujer con un argumento de insuficiencia ideológica y de suspicacia machista.

Mercedes Marcó del Pont, femenina, lúcida y culta ,fue enjuiciada por su presunta mala actitud y su falta de humildad, por ese inquisidor al que el sismo de detrás de los Andes le debe haber repercutido corriéndolo más a la derecha. Si es que hay más hacia la derecha de Morales. Imagino que de llevar uniforme y botas procesistas hubiera lucido más democrático que con traje y corbata. Pero los tiempos obligan al mimetismo más correcto.

Y sobre todo en esta Argentina donde para cancelar ideologías inquietantes ya no se usan cañones ni mazmorras sino medios, jueces y constitucionalistas. No es fácil la faena de Gerardo Morales. Hay que tener lo que él tiene para poder ejercerla. No se crea que lo que tiene es eso de lo que todo varón se pavonea. No .Lo que él tiene es odio. A él le sale más natural que la inteligencia.


Esta polémica carta de Orlando Barone fue leída por él en Radio del Plata y publicada en su blog.

Sobre este mismo tema, Reynaldo Sietecase publicó un post titulado “Merceditas”


La actual pelea política en Argentina está vinculada a intereses sectoriales y conyunturales. Nada tiene que ver el bienestar de los argentinos. Si así fuese no se entendería bien porque el PRO o la UCR que aprobaron la reapertura del canje hace unos meses, ahora se opongan al pago de la deuda con reservas. El procedimiento utilizado por el gobierno fue torpe y prepotente. Un estilo que parece no abandonarán a pesar del repudio que cosechan con esos gestos. Es evidente que un proyecto de ley consensuado no hubiese sido difícil de lograr. Ahora bien, apuntado esto, la actual crisis política revela actitudes miserables que no dejan de sorprender. La oposición haciendo valer su número, surgido del triunfo electoral, se quedó con el control de la mayoría de las comisiones, y eso es legítimo. También lo sería eventualmente tumbar los DNU -aunque muchos legisladores exhiban contradicciones notables con su propio pensamiento y postura ideológica- pero el veto a la presencia de Mercedes Marcó del Pont esconde otras intenciones. La economista elegida por la presidenta CFK para dirigir el Banco Central es la primera funcionaria que no está vinculada al sistema financiero extranjero. Nunca fue operadora de intereses privados. En eso es una excepción notable. En general, desde el regreso a la democracia, los funcionarios que ocupan ese sillón tienen la bendición del establishment y, en muchos casos, sirvieron a esos intereses. Hasta hace una semana, la UCR la ponderaba, Luis Juez la elogiaba y Giustiniani destacaba su calidad intelectual y honestidad. Hoy van por su cabeza. Igual que el resto de las fuerzas de la derecha en el Congreso. ¿Están pensando en el país o en el 2011?

Dos miradas sobre la derecha macrista y su nuevo exponente: Abel Posse

Los dichos de Abel Posse siguen dando que hablar. En este post, dos artículos que analizan como este antiguo exponente de una derecha argentina que intentaba recrear su imagen pero cuyas caretas están cayendo rápidamente.


Abel Posse


El personaje del año es el enano fascista

Evolucionó. Se merece ser el personaje del año por las alturas que alcanzó siendo enano. Sobre todo porque durante la democracia se reprodujo sin parar aunque de un modo más imperceptible y enánico. El antepasado del enano fascista era frontal, impúdico: se pavoneaba de serlo y de ejercerlo. Tenía tanto orgullo que salía a flor de piel hasta vestido de militar.


En las dictaduras se sentía en plenitud. No necesitaba disfrazarse de demócrata como ahora. Pero en esa evolución hipócrita, y aún sin dejar de ser enano ni fascista, aprendió a reconvertirse a través de actitudes de apariencia y disimulo. La “Inseguridad” es el flamante y fértil territorio donde reaparece con ínfulas. Como no se pueden inventar guerrilleros ni terroristas hay que crear una nueva amenaza a nuestro estilo de vida.


La Inseguridad es ese nuevo señuelo con que la derecha demoniza. Lo que se lee, ve y escucha en los medios acerca de ella, es la nueva consagración del fascismo. Esta vez disfrazado de sujeto pacifista que solo quiere seguridad y orden. Así las víctimas y deudos tocados por el dolor se dejan ocupar por enanos fascistas y salen a refregarlos por micrófonos y cámaras. Cuentan con la alianza voluntaria u obediente de periodistas dispuestos a complacer al público como en el circo romano: allá con leones carniceros, aquí con clamores de castigo indiscriminado y represión preventiva.


Orden o caos grita el enano fascista acusando al voleo a portadores de paco, de tatuajes y pobreza, para sacarse las ganas de venganza. Como una epidemia de enanismo, el fascismo de acabar con la inseguridad recorre toda la sociedad argentina. Tanto desde los líderes de opinión y gobernantes, hasta los ciudadanos anónimos que se sienten acompañados en el miedo.
El enano fascista viene armado y decidido a desplegar sus tareas disciplinarias. De continuar esta reproducción en cadena está en camino de llegar a gigante.


El jueves en la nota publicada por el diario la Nación, con orgullo republicano en la tapa, el intelectual Abel Posse no se reveló un enano fascista. No, porque su tamaño se había superado y en él el enano es un gigante demasiado ostensible.


En el final de su texto Posse se agranda y se expande en si mismo, y dice: “¿Qué hacer ¿ Qué cantidad de poder tendría que tener el futuro gobierno democrático después de la demolición institucional de los K y de la anarquización y desjerarquización e indisciplina que van de la misma familia al colegio, a la universidad y que cubre tantos aspectos de la vida comunitaria?”. Imaginen ustedes qué poder sugiere Posse debería tener ese futuro gobierno disciplinario. Cuánta fuerza para sanear el ecosistema extraviado y desmilitarizado. Subsiste un error de llamar enano fascista al enano fascista: ya que es honrar la insignificancia de su tamaño como si fuera un enano estable. Y sin percatarse de que sigue creciendo.


Detrás de tantos enanitos que crecen en la farándula, en las voces asustadas de vecinos instigados por los medios, en rabinos y moralistas desinfectadores del Mal, en gobernantes arrastrados demagógicamente a la saga de los enanos, el fascismo se agiganta. La Inseguridad es el nuevo mal de la patria que hay que salir a aniquilar. Hace poco en Rusia se produjo el hallazgo de restos del cráneo de Hitler. Para qué irse tan lejos, si por aquí hay esparcidos más restos que en ninguna otra parte. ¿O cómo hay que llamarles a los enanos fascistas y a los fascistas gigantes que claman sedientos de seguridad con una bala en cada palabra? La democracia es paciente.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 11 de Diciembre de 2009 en Radio del Plata.


Guerra fría en la ciudad
Por Jorge Sigal

Al cambalache nacional le estaba faltando una contribución de la derecha. Y entonces llegó Abel Posse. Como intelectual, resultó sólo un provocador rencoroso y poco original. La incontinencia verbal no es un mérito, generalmente es un síntoma.

La única ventaja de ser setentista en la Argentina es que el tiempo no pasa. Si no fuera por la imagen –a veces patética– que devuelve el espejo, uno podría imaginar que, como lo anunció el politólogo Francis Fukuyama, la Historia ha finalizado. Nada nuevo alumbra el porvenir.

Detener el paso del tiempo, se sabe, es una obsesión recurrente de la especie. Por eso, los viejos de alma suelen ser conservadores o francamente reaccionarios. Pujan, desesperadamente, por frenar el movimiento, para retornar a un mundo conocido, controlable, a un sitio más previsible. El cambio asusta porque es la constatación palpable de que la vida es un tránsito leve. Y, muchas veces, un inapelable certificado del fracaso.

Para confirmar que todo es eterno le estaba faltando al cambalache nacional una contribución teórica por derecha. Y entonces llegó Abel Posse. Debido al aporte del intelectual, reciclado funcionario por obra y gracia de la posmodernidad gerencial que gobierna la ciudad, se ha logrado que el círculo finalmente cierre. Ahora podremos decir, con comodidad, que la Guerra Fría no ha terminado, que los fantasmas de antes gozan de buena salud.

Ya llegamos al pasado. A partir de este momento, nos dedicaremos al juego que más nos gusta y mejor jugamos: decodificar el lenguaje de nuestra eterna juventud. Con un poco de suerte, a partir de las funciones que tendrá Posse como ministro de Educación porteño, los veteranos de guerra podremos ser convocados para explicarles a las hordas de la “indisciplina juvenil” en qué consiste “la visión trosco-leninista” que demolió las “instituciones militares” durante nuestra apacible adolescencia. Será, sin duda, un recorrido reconfortante para las nuevas generaciones, esas que hoy divagan, sin rumbo, por el alienado mundo de la internet, y que nada saben de patrias, banderas y otras glorias.

Volverán los bellos días de la “sinarquía”, “el trapo rojo” y “el mejor enemigo es el enemigo muerto”. Entonces, también veremos renacer el “cinco por uno, no va a quedar ninguno”, el “paredón, paredón” y otras creativas fórmulas de la vida simple. Un paraíso ordenado, donde los unos y los otros se alinean prolijamente. Como sucedía en los buenos tiempos.

La bravata de Posse ha recogido sólo dos tipos de adhesiones. Por un lado, la utilizada en su alegato final por el condenado Luciano Benjamín Menéndez, sentenciado a perpetuidad por aberrantes crímenes durante la represión ilegal. Por el otro, con pretendida sofisticación, la de aquellos que, esbozando la importante trayectoria intelectual del flamante ministro, lo hicieron en nombre de la “provocación”, supuesta cualidad de los rupturistas e innovadores. La primera fue descalifica por peso propio. La segunda es, como mínimo, una pobre justificación. ¿Qué aporte hizo el inefable Posse al debate de ideas? ¿Rescatar a las instituciones militares? ¿Cuáles? ¿Las del pasado reciente, las de la tercera guerra mundial? ¿Equiparar a la justicia con actos de venganza? ¿Descubrir una supuesta “persistencia gramsciana” del kirchnerismo? ¿Desempolvar la antigua amenaza de la revolución “socialguevarista”?

Posse como intelectual resultó, en esta oportunidad, sólo un provocador. A secas. Un detractor, apenas, rencoroso y poco original. Nada hay en su discurso de ruptura e innovación. La incontinencia verbal no es un mérito, generalmente es un síntoma.

No tenemos demasiados recursos para armar el futuro, sólo la experiencia y la creatividad nos aproximan a lo desconocido. Sin embargo, tanto los que proponen “archivar el pasado” sin más trámites como aquellos que sugieren volver a fórmulas “ya probadas”, ignorando nuevas realidades y viejos fracasos, se complementan en una perversa danza que atrapa y distrae. Son dos caras de una misma moneda. ¿No sería más creativo reconocer que estamos ante conflictos que no admiten soluciones simplistas? ¿Nada más hay para decir, a derecha e izquierda, que las mismas verdades reveladas de siempre? ¿Por qué el pasado es el único bien no renovable en la Argentina?

Tienen suerte los adversarios del macrismo. Si éste es el inicio de la batalla de ideas que desarrollará la derecha de ahora en más, sólo deben limitarse –como lo han hecho hasta el presente muchos de ellos– a desempolvar viejas consignas. Y echarse a dormir. No hay nada nuevo bajo el sol: la historia empieza a repetirse como farsa.

El tío Carlos tenía razón. Mal que le pese a Posse.