Mauricio Macri y su pésima gestión de los residuos sólidos urbanos


Verónica Odriozola es bióloga, especialista en salud ambiental y autora del plan de Basura Cero de Greenpeace que originó la ley del mismo nombre. Tuve el placer de trabajar junto a ella en mis primeros años en Greenpeace y aprendí muchísimo de su conocimiento.

Hoy, publicó un artículo en Página 12, en el cual explica claramente la problemática de la gestión de residuos sólidos urbanos y critica al gobierno porteño por la falta de implementación de la Ley de Basura Cero, que pondría a Buenos Aires en un lugar de vanguardia en el mundo.

A continuación el artículo:

Un lamentable retroceso

Por Verónica Odriozola

La decisión del gobierno de Mauricio Macri de retirar de las calles los contenedores para depositar los residuos reciclables es un lamentable paso atrás en el camino hacia la solución del problema de la basura en la ciudad.

Desde 2005 existe en Buenos Aires una ley, la de Basura Cero, que ha sido vista con enorme expectativa y entusiasmo a nivel internacional y en varias ciudades del interior, que han querido recorrer el mismo camino. Es una ley moderna, ambientalmente de avanzada, que supone una verdadera revolución en el manejo de residuos y en el aprovechamiento de los recursos económicos y naturales. Una de sus principales características es que elabora un cronograma de metas cuantitativas de reducción progresiva del enterramiento de basura que debe ser reemplazado por más reciclaje y menos generación de residuos. Fue por fin una respuesta a un problema ambiental que no deja de crecer en el área metropolitana, con la presencia de megadepósitos de basura que conviven obscenamente con la población y las napas de agua.

Sin embargo, a más de dos años de su aprobación en la Legislatura, la falta de acciones concretas y efectivas para ponerla en práctica debe ser considerada, cuanto menos, como un paso atrás en el cuidado del medio ambiente y la protección de la salud pública. Continuar con el enterramiento creciente de basura no sólo contamina el ambiente, sino que supone un imperdonable derroche de recursos y de oportunidades de empleo.

Los contenedores para la basura reciclable fueron colocados el año pasado en ciertos barrios porteños y poca fue la información que se les proveyó a los vecinos para que conocieran los beneficios del sistema, pudieran modificar sus hábitos y comenzaran a sacar materiales reciclables por un lado y basura por otro. El sistema no fracasó; los que más que fracasar actuaron con desconocimiento y falta de interés fueron las sucesivas administraciones del gobierno porteño, al no hacer las campañas de difusión que en cualquier país hacen falta si se pretende que la gente cambie de hábitos. Y por supuesto, de la mano de los contenedores de dos colores debió haber ido la exigencia a las empresas para que recogieran los contenedores de reciclables en un circuito distinto del de la basura común y los llevaran a los centros verdes que manejan los cartoneros en varios puntos de la ciudad.

Para solucionar el problema de la basura que aqueja al área metropolitana es posible todavía aplicar la ley de Basura Cero que con la participación de organizaciones de la sociedad civil, cartoneros y empresas fue aprobada incluso con el voto favorable de quienes hoy la cuestionan o debilitan.

La verdadera solución pasa por un plan que cumpla con las metas de reducción del enterramiento, sin propuestas pseudomágicas como el tratamiento de los residuos por tecnologías de arco de plasma ni “penínsulas ecológicas” en medio del Río de la Plata. Estas estrategias no son más que cortinas tecnológicas que esconden negocios inmensos que nada tienen que ver con el objetivo original de aprovechamiento de recursos y reducción del daño ambiental.

El camino debe incluir un cronograma con recolección selectiva donde fuertes campañas de difusión, serias y sostenidas, orienten a los vecinos a separar sus residuos en sus casas. La recolección debe llevarse adelante a través de un proceso mixto y progresivo, que incluya a los contenedores de dos colores en algunos barrios y la recolección puerta a puerta como la que los cartoneros llevan adelante en Palermo, en otros, pero sus servicios deben ser jerarquizados y remunerados por la ciudad. En ambos casos, el sistema de recogida selectiva debe estar acompañado con la infraestructura necesaria para acondicionar los residuos para su reciclaje o tratamiento. En menos de dos años debe haber, además, un sistema de recogida de los restos de cocina que deben conducirse a sistemas de tratamiento que los conviertan en abono.

Es un desafío, claro. Buenos Aires es una ciudad grande y compleja y el sistema no podría ser demasiado simple. Pero cumplir realmente con las metas de la Ley de Basura Cero representa una enorme oportunidad de hacer por fin las cosas de otro modo, priorizando el ambiente, la salud pública, el aprovechamiento y la distribución de los recursos para generar empleo cuidando de verdad lo que es de todos.

Si te interesa ser parte de la solución, podés sumar tu compromiso con la Ley de Basura Cero haciendo click aquí, y exigirle al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que implemente la Ley ya mismo.

Entrevista a Beatriz Sarlo

Durante el conflicto entre el Gobierno y el campo, la ensayista e investigadora argentina publicó en LA NACION “La prisión del pasado”, una nota en la que cuestionó que la presidenta Cristina Kirchner evocara en sus arengas fantasmas del pasado como el golpismo y buscara legitimarse con el discurso de los derechos humanos.

Varios intelectuales criticaron esa carta. En el marco de esta discusión, el periodista Jorge Urien Berri la entrevista para ADN, el suplemento cultural de La Nación.

-Hay intelectuales peronistas que conciben el peronismo como una cosa tan especial y extraordinaria que está más allá y por encima de todo, y merece categorías y herramientas propias y exclusivas porque hay que tratarlo de una manera distinta.

-El proceso intelectual tumultuoso de entender el peronismo fue posterior a 1955 y tuvo siempre una piedra fundacional: que el peronismo era excepcional. Que el radicalismo formaba parte del sistema de partidos y el Partido Conservador provenía de la república oligárquica. Es decir, que no eran excepcionales en sí mismos, pero que el peronismo traía la excepcionalidad a la política y la traía con un líder excepcional que gobernaba generalmente en estado de excepción. Esto recorre las diversas interpretaciones del peronismo que tuvimos en los últimos cincuenta años.

"El Peor Acuerdo" por Martín Caparrós

Una nota muy controversial y directa de Martín Caparrós, en respuesta a las palabras que el terrorista de Estado, Luciano Benjamín Menéndez pronunció ayer al ser condenado por sus crímenes.


Nunca hubiera pensado que alguna vez podía llegar a estar de acuerdo con el hijo de puta del ex general Luciano Benjamín Menéndez. Y sin embargo, ayer.

Ayer, en su alegato final, el ex Menéndez, ex jefe de una de las unidades militares más asesinas, el Tercer Cuerpo de Ejército, hombre de cuchillos tomar y de presos matar, peroró en su defensa. Dijo, en síntesis, que las fuerzas armadas argentinas pelearon y ganaron para “evitar el asalto de la subversión marxista”. Y yo también lo creo.

Con algunos matices. La subversión marxista –o más o menos marxista, de la que yo también formaba parte– quería, sin duda, asaltar el poder en la Argentina para cambiar radicalmente el orden social. No queríamos un país capitalista y democrático: queríamos una sociedad socialista, sin economía de mercado, sin desigualdades, sin explotadores ni explotados, y sin muchas precisiones acerca de la forma política que eso adoptaría –pero que, sin duda, no sería la “democracia burguesa” que condenábamos cada vez que podíamos.

Por eso estoy de acuerdo con el hijo de mil putas cuando dice que “los guerrilleros no pueden decir que actuaban en defensa de la democracia”. Tan de acuerdo que lo escribí por primera vez en 1993, cuando vi a Firmenich diciendo por televisión que los Montoneros peleábamos por la democracia: mentira cochina. Entonces escribí que creíamos muy sinceramente que la lucha armada era la única forma de llegar al poder, que incluso lo cantábamos: “Con las urnas al gobierno / con las armas al poder”, y que falsear la historia era lo peor que se les podía hacer a sus protagonistas: una forma de volver a desaparecer a los desaparecidos. Me indigné y, de tan indignado, quise escribir La voluntad para contar quiénes habían sido y qué querían realmente los militantes revolucionarios de los años sesentas y setentas.

(A propósito: es la misma falsificación que se comete cuando se dice, como lo ha hecho Kirchner, que este gobierno pelea por realizar los sueños de aquellos militantes: esos sueños, está claro, eran muy otros. En esa falsificación, Kirchner y el asesino ex se acercan; ayer Menéndez decía que “los guerrilleros del 70 están hoy en el poder”, sin ver que, si acaso, los que están alrededor del gobierno son personas que estuvieron alrededor de esa guerrilla en los setentas y que cambiaron, como todo cambió, tanto en los treinta últimos años que ya no tienen nada que ver con todo aquello, salvo para usarlo como figura retórica.)

Es curioso cómo se reescribió aquella historia. Hoy la mayoría de los argentinos tiende a olvidar que estaba en contra de la violencia revolucionaria, que prefería el capitalismo y que estuvo muy satisfecha cuando los militares salieron a poner orden. “Ostentamos el dudoso mérito en ser el primer país en el mundo que juzga a sus soldados victoriosos, que lucharon y vencieron por orden de y para sus compatriotas”, dijo el asesino –y tiene razón. Pero la sociedad argentina se armó un relato según el cual todos estaban en contra de los militares o, por lo menos, no tenían ni idea. Es cierto que no podían haber imaginado que esa violencia era tan bruta, tan violenta, pero había que ser muy esforzado o muy boludo para no darse cuenta de que, más allá de detalles espantosos, las fuerzas armadas estaban reprimiendo con todo.

El relato de la inocencia mayoritaria se ha impuesto, pese a sus contradicciones evidentes. Los mismos medios que ahora cuentan con horror torturas y asesinatos las callaron entonces; los mismos partidos políticos que se hacían los tontos ahora las condenan; los mismos ciudadanos que se alegraban privada y hasta públicamente del retorno del orden ahora se espantan. Y todos ellos conforman esta masa de ingratos a la que se dirige el muy hijo de exputa: “Luchamos por y para ustedes” –les dice y, de hecho, los militares preservaron para ellos el capitalismo y la democracia burguesa. Pero la sociedad argentina se ha inventado un pasado limpito en el que unos pocos megaperversosasesinos como éste hicieron a espaldas de todos lo que ellos jamás habrían permitido, y les resulta mucho más cómodo. Como les resulta mucho más cómodo, ahora, indignarse con el ex que repensar qué hicieron entonces, a quién apoyaron, en qué los benefició la violencia de los represores, y lo fácil que les resultó, muchos años después, asombrarse, impresionarse e indignarse.

El ex Menéndez es, sin duda, un asesino, y ojalá que se pudra en la cárcel. Es obvio que no es lo mismo la violencia de un grupo de ciudadanos que la violencia del Estado, pero es tonto negar que nosotros proponíamos la guerra popular y prolongada como forma de llegar al poder. Y también es obvio que la violencia de los militares no les sirvió sólo para vencer a la guerrilla: lo habrían podido conseguir con mucho menos.

Durante mucho tiempo me equivoqué pensando que los militares habían exagerado: que la amenaza revolucionaria era menor, que no justificaba semejante despliegue. Tardé en entender que los militares y los ricos argentinos habían usado esa amenaza como excusa para corregir la estructura socioeconómica del país: para convertir a la Argentina en una sociedad con menos fábricas y por lo tanto menos obreros reivindicativos, para disciplinar a los díscolos de cualquier orden, y para cumplir con las órdenes reservadas del secretario de Estado USA, su compañero Kissinger, que les dijo en abril de 1976 que debían volver a convertir a nuestro país en un exportador de materia prima agropecuaria.

Es lo que dijo el ex: “¡Y nosotros estamos siendo juzgados! ¿Para quién ganamos la batalla?”. Porque es cierto que la ganaron, y que su resultado principal no son estos juicios sino este país sojero.

Ése es el punto en que casi todos se hacen los boludos. La indignación siempre fue más fácil que el pensamiento. Supongo que es mejor que muchos, para sentirse probos, prefieran condenar a los militares antes que seguir apoyándolos como entonces. Pero no deja de inquietarme que todo sea tan fácil y que sólo un asesino hijo de puta suelte, de vez en cuando, ciertas verdades tremebundas.

¿Hay que hablar de traición? (Por Horacio González

Un interesante artículo de Horacio González, director de la Biblioteca Nacional.


Frases sobre la traición pueblan la historia de la humanidad. Pertenecen a la mitología de los grandes pastores de almas, que sienten el latido de una secreta amenaza de discípulos o aliados. Según una idea milenaria, toda conciencia se hallaría entre una proclama de lealtad y el deseo de negarla. El consuelo de los herejes siempre fue el de decir “la historia me juzgará”, lo que no deja de ser cierto pero mezquino. Siempre los acontecimientos colectivos y las lógicas complejas superan en el tiempo a las pasiones personales. Pero la historia nunca juzga, pues es mera acumulación de reinterpretaciones y en el fondo no hay nada más atemporal que las pasiones.

Quizá sólo algunos espíritus privilegiados tengan derecho a la traición. Otros hombres que expresan una vida aguachenta podrán pensar que con una traición se redimen. En su famoso cuento sobre la traición, Borges demuestra que el héroe se fabrica con los ingredientes de una impensada pero necesaria defección. Sin embargo, la historia procede de forma diferente. Suele trabajar con hombres anodinos a los que pone en situaciones irreversibles. A partir del estropajo de la vida, alguien puede tomar una decisión irrevocable que desvía el curso de las cosas.

Pero no conviene explicar con estas referencias el modesto caso de Cobos, que intentó padecer primero y luego se convirtió en insensato cosechero de lo que se había producido. Lo esperaba el ditirambo de la mitad del país dividido, al que ofreció la escisión correspondiente de su propia conciencia. Dijo actuar en nombre de la ley doméstica en vez de atender la razón institucional, excusa que surge más de la experiencia de los momentos de disolución social que del invento griego de una razón familiar autodestructiva por encima de la objetividad de la historia. Cobos no es un Labdácida y está muy lejos de Tebas. Escuchar su balbuceo el jueves a la noche era impresionante. No existía más el Estado. Existía el mascullo del que creía que era bueno perder la dignidad pública en nombre de un argumento antiquísimo: la consulta con la familia.

He aquí la paradoja. Esa “consulta” era reaccionaria. Y el Estado, débil, problemático y anonadado, era progresista. Cobos habló de consenso, pero su consenso era una parte exquisita y concreta de la propia división social. Su voto fortalecía el camino del cisma y no de su cura. Pero las naciones comienzan siempre por ser bifurcaciones y, si las naciones prosiguen, es porque en cada momento hay fórmulas de convivencia verosímiles, grados aceptables de equilibrio, disputas sobre la interpretación del pasado o constantes luchas por relaciones entre las partes que podrían ser más equitativas. La “unión nacional” es siempre un estadio provisorio de fuerzas, una manera de convencer al resto de que el trato obtenido, aunque sea injusto, es una ilusión viable a cambio de diferir una guerra. La historia la podrán escribir “los que ganan” pero no hay nación sin la memoria de los lastimados. Lo que quiso decir Cobos es que era posible dividir la institución gubernamental en nombre de no dividir más al país. Fórmula presuntamente pacifista pero engañosa.

El deber del Gobierno era y es llevar la disensión en ambientes de debate compartidos y con probados recursos resolutivos de índole democrática: el Parlamento, la argumentación en plaza pública, el movimiento de combate intelectual en la prensa y en la esfera pública en general. ¿Alguien puede asustarse de eso? Es el ágora nacional en torsión y movimiento. El deber del vicepresidente era el de no imaginar que seguiría siendo un hombre libre si se convertía en una pieza inesperada del vasto movimiento de contestación de las nuevas clases urbanas y rurales, con sus simbologías de vindicta renovadas. Ellas se hallan envueltas en una redefinición del país social, la más conservadora y beligerante de la que tenga memoria en por lo menos las última cinco décadas. Cobos viaja como Pipo Pescador en su automóvil. Pero ahora sí es un hombre prisionero.

No hace falta decir más. Cobos no pudo pensarse él mismo, no sabe lo fundamental de sí, aunque módicas astucias no le falten. Será olvidado o invitado todos los domingos a la televisión. Hablará del tránsito en la Fiesta de la Vendimia o de la vendimia de las almas en tránsito. Poco importa. Lo que ahora resultaría necesario es replantear con más agudeza la relación entre la justicia última sobre el producto que genera la nación con su trabajo y el modo en que se hacen políticos los hombres políticos. Se trata este último tema también de una cuestión de justicia. Pero de una justicia autorreflexiva. Acusar a los “ardorosos” y acudir diariamente a la palabra “crispación” se convirtió hace tiempo en la condena que señala a los hombres presuntamente peligrosos. A la inversa, ciertos personajes se tornan políticos para ofrecer intermediaciones a los núcleos clásicos de poder y describen su acción como una forma de atenuar el conflicto y “combatir a los confrontativos”. ¿Su modelo puede ser el sosegado Biolcati? ¡Como si estos inventados caballeros, en nombre de la astucia de la razón hubieran mandado a la lucha a las pobres pasiones de un Cobos, un Buzzi, un De Angeli!

Pero no es verdaderamente así. Hay astucia pero más pesaron los pensamientos velados. Permanentemente, en las ristras de escarnio y miasmas de opinión que continúan como detritus complementario los artículos de muchos diarios, la locura es una insinuación. Las terminologías insultantes flotan en el ambiente. Se atribuyen civilización y se conjuran contra la barbarie. Pueden prescindir de escritos magistrales y alojarse en una frase distraída del noticiero de la tarde o en el detritus del triste anónimo que así nomás la prensa publica so capa de “participación del lector”. Miles y miles fueron vicepresidentes y vicarios de estos lenguajes masivos que ofuscaron a la democracia política, social y económica que se insinúa.

En nombre de esas secretas deidades se pone en marcha la purificación de la política. Muchas veces subyace remotamente la pulcritud de la tríada “Dios, Patria, Hogar” en los temas aparentemente erráticos que se escuchan a diario, otras veces el mundo demasiado erizado obliga a invocar un refugio de rutina en la familia vista como desahogo de la impureza. Los lenguajes usados salen de vetustas sentinas. Por eso no se puede eliminar de la política la idea de traición. Es su manera esencial de ser inestable, su elogio del desvío final que se presentaría como un gesto de salvación. La traición no lo sería si el desvío lo anuncia un sacrificado con grandes argumentaciones, a veces con gestos últimos. Por eso, el honor, su contrario, puede llevar a otras soluciones en desuso, de la estirpe de un Lugones, un Vargas. Hay traiciones porque no puede ser el suicidio la base de lo político. Hay traiciones porque no puede la conciencia del político ser una pieza sin costuras sino un eslabón donde se expanden las luchas sociales. El concepto de traición es la efímera forma de convocar al ámbito común intransigente y justificar las propias desconfianzas.

Más allá de las interpretaciones en curso, las escenas finales del debate del jueves tuvieron una estatura dramática excepcional, que iban del rostro de Pichetto al farfullo de Cobos, del inútil pedido de cuarto intermedio a las frases terribles que se pronunciaron, del aire confesional de uno al recuerdo de sentencias de resonancia escalofriante del otro. Han retumbado en toda la república. Me permito opinar que no se puede dejar de pensar en ello, pero lo ocurrido –“hazlo ahora”– no debe ser motivo de dictamen sino de constricción, no de condena sino de lamento, no de denuncia sino de elipsis pudorosa. Hay que hacer más sensibles a las instituciones, descubrir lo que aún no sabemos, posibilitar que el denuesto que desearíamos lanzar quede retenido en el umbral interno de la conciencia y esmerar los argumentos de justicia pública, social, cotidiana y colectiva. Como dijo Simón Rodríguez, el gran maestro de Bolívar, o inventamos o erramos.

"El cuentito" por Sandra Russo

La “prensa independiente” y los intereses de los medios. El avance de la derecha ante la fractura del campo popular.

Barack Obama fue caricaturizado agresivamente por The New Yorker y tanto demócratas como republicanos pusieron el grito en el cielo. The New Yorker se sintió en la obligación de aclarar el espíritu de la caricatura, a modo de disculpa. El turbante musulmán de Obama y el fusil que cargaba su esposa revolvieron el estómago norteamericano. Ese estómago será imperial pero, en materia de política interna, funciona con reglas claras. A las bananas las dejan crecer prolijamente fuera de su territorio. A nadie se le pasó por la cabeza que la crítica a una caricatura semejante sobre un candidato presidencial rozara la libertad de prensa. Hubiese sido ridículo. Tan ridículo como fue que aquí sí se hablara, en estos meses, de atentados a la libertad de prensa. Desde que comenzó este conflicto, los grandes medios no sólo han caricaturizado agresivamente a la Presidenta –y no me refiero sólo a aquella casi anecdótica caricatura de Sábat sino también a clips presuntamente chistosos que siguieron entreteniendo a la audiencia–, limando la institucionalidad del lugar que ocupa legítimamente. Confunden la libertad de prensa con el derecho al agravio. Los grandes medios han funcionado prácticamente como órganos de prensa y difusión de los sectores del campo afectados por las retenciones móviles. En ese sentido, esos medios han violado sistemáticamente el derecho a la información de los ciudadanos. Lamentablemente, y por su parte, la televisión pública se comportó como la televisión pública de cualquier otro país, menos de éste. Fue revulsivo ver esa pantalla el último sábado, cuando en un homenaje a Favaloro se exhibió en primer plano, atendiendo teléfonos, a Noemí Alan, cuya foto más recordada fue tomada en la ESMA, brindando con el Tigre Acosta.

Así las cosas, una capa de mugre se interpuso entre la opinión pública y los hechos. No por casualidad, en este mismo momento y en las pausas del debate en el Senado, TN pone en sus volantas “El campo” y, por el otro lado, “Militantes K”. Esa línea se estira y da por cierto que “la gente” va por su cuenta a Palermo y obligada al Congreso, y que quienes respaldan al Gobierno son sólo “militantes K”: serlo, en el universo de esos medios, equivale a tener medio cerebro funcionando. El tejido semántico elaborado desde el discurso hegemónico rural ata al militante peronista con lo bajo de la política y también con lo más bajo de todo lo demás. Da repugnancia escuchar a Llambías golpearse el pecho y decir: “Yo, pueblo”. Pocas veces como ahora hubo que cuidarse de las noticias como si fueran trampas cazabobos y nunca como ahora eso que se autodenomina “prensa independiente” fue tan dependiente de los intereses de esos medios.

Esto que empezó por las retenciones móviles ya no las tiene por eje. Hay hilachas lamentables, como la escena de la CCC o del MST poniéndole el toque pobre a la masiva reacción de la derecha. Y digo lamentables, sobre todo, porque uno las lamenta. La fractura del campo popular, en parte, explica por qué tenemos la historia que tenemos y por qué nunca hemos logrado que esta democracia, al viejo decir radical, sirva para comer, para curar y para educar a los más débiles. Cuando Alfonsín dijo aquello, los pechos se abrían porque quedaba atrás la larga noche de la dictadura, y todo era promesa. Pero no funcionó. Ni Alfonsín, ni Menem, ni De la Rúa, ni Duhalde se pusieron al frente de un giro democrático con contenidos populares. Lo hemos escuchado y dicho miles de veces: democracia formal no equivale a democracia real.

Hay quienes legítimamente creen que con Kirchner comenzó una etapa de depuración del peronismo y también hay quienes creen que, a pesar de innumerables errores (tal vez sean numerables, pero gruesos), los grandes trazos de los últimos años son los mejores que hemos vivido desde que terminó la dictadura. Esa gente, que es mucha y que no es necesariamente “militante K”, entrevió desde el origen de esta crisis que el paquete del reclamo agroexportador venía con premio de derecha. Pero no de derecha democrática, porque ésa es todavía una materia pendiente en la política argentina. Aunque esté posiblemente en construcción por la fuerza de los hechos, los argentinos ignoramos cómo se autolimitará la derecha cuando no están los tanques a los que recurrieron siempre, para imponer, por la vía neoliberal o la neoconservadora, sus deseos. Si algo ha caracterizado siempre a la derecha, ahora engordada como un pollo de criadero con las hormonas de algunos ex progresistas, es que no respeta límites de convivencia. Sus exabruptos nos han deparado las mayores tragedias argentinas, aunque ellos se hayan ocupado de que los adjetivos “soberbio” y “autoritario” recaigan en un gobierno que se abstuvo obstinadamente de reprimir. Estamos todos grandes y bastante golpeados como para creernos el cuentito que narran a coro tantas voces desafinadas y de triste color.

Acto del Campo en Palermo – Acto K en Congreso

Los actos de ayer despertaron pasiones. Dos lectores del blog y amigos me mandaron emails contándome porque no participaron de ambos actos:

Email 1:

No fui a Palermo porque ahí se juntaron los garcas, los gorilas, la oligarquía golpista de siempre que no quiere Estado y quiere negociar face to face con el mundo, sin compartir un mango; porque son los que si un europeo paga el kilo de lomo 90 mangos pretenden vendérnoslo a esa guita; porque son los que quieren instalar el libre mercado; porque son los que quieren que el mundo siga siendo injusto.

No fui a La Plaza porque el Gobierno, que generó con sus políticas el avance de la soja, usó todos los argumentos de quienes estamos contra la sojización (pérdida de soberanía alimentaria, contaminación por agroquímicos, deforestación, concentración de la tierra) para aplicarle retenciones móviles a la soja, pero cuando las papas les quemaron le otorgaron tantos subsidios a los productores que hicieron que así como las van a votar las retenciones serán menores que las del trigo y el maíz, y para colmo les pagarán el flete a los productores del NOA que los últimos 9 años desmontaron 2 millones y medio de hectáreas de bosques; por ende, la sojización no se detendrá.

En suma, no fui a ninguno de los actos porque cuando todo este quilombo termine, los productores seguirán plantando la maldita soja, y el gobierno seguirá haciéndose el “revolucionario” mientras inaugura un tren bala con la guita de las retenciones.

Email 2:

No fui a ningún acto porque me espanta tanto el “campo” como los peronchos, sectores que más que diferencias tienen mucho en común ya que ambos son: cerrados; optusos; apuestan al status quo; son místicos y religiosos; a-ideológicos y antiideológicos; retrógrados; cuasi-feudales y “patrones”; antipopulares; nacionalistas y “patrioteros” y además de todo no se cansan de usar la bandera Argentina y odio las banderas. (Bandera que usan y usaron tanto para festejar un gol de Batistuta como el anuncio de la guerra de Galtieri )

¿Uds que opinan? ¿Fueron a alguna de las dos marchas?

Montoya presentó la nueva web de ARBA


Ayer al mediodía, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, junto al Director Ejecutivo de la Agencia de Recaudación de Buenos Aires (Arba), Santiago Montoya, presentaron la nueva web de ARBA.

Montoya, uno de los funcionarios públicos más despiertos y que mas me impacta con su trabajo, explicó que el nuevo espacio cuenta con cambios funcionales que permiten navegar con mayor rapidez y precisión de acuerdo al perfil de cada usuario.

A su entender, estas mejoras se traducen en un paso adelante para la consolidación de un organismo con mayor profesionalismo. “La Web y el call center revolucionaron la forma de realizar trámites”, señaló el Director Ejecutivo de Arba.

Carta Abierta de Mónica BOUYSSEDE y Adrián MARCENAC

Comparto con uds la carta que me llegó hoy de Adrián MARCENAC, padre de Alfredo, joven de 18 años asesinado en Belgrano en julio del 2007.



¿Queremos el desarme o apoyamos la violencia? El mensaje debe ser claro

Como víctimas directas por el uso de armas, insistimos permanentemente con el mensaje del desarme. No es necesario armarse ni tener armas, porque ellas son instrumentos para matar y siempre que aparecen en un conflicto, causan daños irreparables.

Luchamos para tratar de dejarles a los niños y jóvenes una sociedad con menos conflictos armados y mayor seguridad a nivel social. Esta es la lucha en la que junto a muchos integrantes de la sociedad, cada uno por sus motivos, estamos enfrascados, convencidos que es el camino correcto para evitar muertes y dolor a las familias. Pero estos días sentimos que es una lucha mucho más difícil de lo esperado porque pareciera que desde la dirigencia de nuestro país se apaña, incentiva y cobija a los violentos.

Cuando escuchamos a algunos personajes públicos, en su rol mesiánico, convocando a la ciudadanía a armarse, nos damos cuenta que existe un gran desajuste entre las palabras y los hechos; un defasaje entre un gobierno que estimula a sus compatriotas a desarmarse voluntariamente y algunos dirigentes que forman o formaron parte de dicho gobierno, instando a armarse. Y esta separación entre el decir y el hacer, tan común en estos días, alcanza a muchos de los funcionarios, ya sea por acción u omisión.

Nos vienen a la mente los hechos de San Vicente y la nefasta expresión de un conocido ex-integrante del Congreso de la Nación diciendo sobre “Madonna” Quiroz “…¿mató a alguien? No, entonces de que me hablan, no pasó nada, es un hecho menor…”!!!. Al respecto vale recordar también que un Juez de Garantías en este caso opinó que se trató sólo de un “abuso de armas, sin intencionalidad de provocar la muerte o daño sobre terceros”.

Y podríamos recuperar otros lamentables ejemplos de funcionarios públicos o dirigentes de nuestra sociedad, que revelan que estamos mucho más atrasados de lo que pensamos en materia de seguridad pública. Porque digámoslo claramente, cuando los dirigentes de una sociedad creen y DICEN ABIERTAMENTE que las diferencias se resuelven a la fuerza, a los golpes o con armas, o no expresan una clara posición de rechazo a la violencia y especialmente a la violencia institucionalizada, estamos en una situación crítica.

Por eso desde nuestro lugar de padres de una víctima del uso de armas de fuego y ciudadanos convencidos que la resolución pacífica de los conflictos es la única manera de convivir en una sociedad democrática, deseamos expresar nuestro más profundo repudio a estas actitudes de algunos personajes que, creyéndose defensores de la democracia “a cualquier precio”, convocan a la violencia colectiva.

Nos llama poderosamente la atención que desde el gobierno o desde la justicia, no se actúe en estos casos en que se observa una clara instigación a la violencia.

En nombre de Alfredo y de todas las víctimas de la violencia, instamos a romper URGENTEMENTE este proceso de acostumbramiento a la misma en la vida cotidiana para permitirnos como sociedad desarrollarnos en paz, pero para ello es IMPRESCINDIBLE que desde el Estado no la minimicen, ni la naturalicen, ni la encubran.

Mónica BOUYSSEDE y Adrián MARCENAC (padres de Alfredo, asesinado a los 18 años)

Necochea, 19 de junio de 2008