El mundo cambia y el modo en que documentamos nuestro paso por él, también.
A principios del Siglo XX, Bertold Bretch se preguntaba sobre los “olvidados” por la historia en su célebre poema “Poema de un obrero frente a su libro” que reproduzco a continuación.
Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quien la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿Quién la volvió a construir otras tantas?
¿En qué casas de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La noche en que fue terminada la muralla China, ¿A dónde fueron los albañiles?
Roma la grande está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quienes triunfaron los césares?
Bizancio tan cantada, ¿tenía solo palacios para sus habitantes?
Hasta en la fabulosa Atlántida, la noche en que el mar se la tragaba,
los habitantes clamaban pidiendo ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India. ¿él solo?
Cesar venció a los Galos ¿No llevaba consigo siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse su flota ¿No lloró nadie más?
Felipe II venció la Guerra de los Siete Años. ¿quién la venció además?
Una victoria en cada página. ¿quién cocinaba los banquetes de la victoria?
Un gran hombre cada diez años. ¿quién pagaba sus gastos?.
Una pregunta para cada historia.
Cuando pase el tiempo, un obrero con inquietudes, o un historiador interesado en conocer y estudiar la vida, los pensamientos y las reacciones del “hombre de a pie” frente a los sucesos históricos, puede llegar a encontrar respuestas distintas frente a sus dudas.
Para eso, primero hay que resolver el problema de conservar la información disponible. En tiempos de pirámides, la información se guardaba en el medio más resistente creado por el hombre, el tallado en piedra. En estos días donde cualquier sistema de almacenamiento de la información no dura más de 10 años (Probá tus backups guardados en un disquete de 3,5, y ni hablar de uno de 5,25″) el paso de un sistema a otro, sin dudas hará que se pierda muchísima de la información que cada día se genera). Sin embargo, alguna de esta información se conservará en medios digitales, o en otra antigua tecnología muy resistente al tiempo: el libro.
De estas forma, los que en el futuro estudien esta sociedad en la que vivimos encontrarán huellas interesantes dada la sobreabundancia de información producida y publicada. Hoy, como nunca antes, y gracias a las redes sociales, cada minuto la mayor parte de los habitantes del mundo publican abiertamente fotos, comentarios, sensaciones y las relaciones que tienen entre sí.
La microhistoria, encarnada magistralmente en el “Queso y los Gusanos” una obra de Carlo Guinzburg donde relata la vida de Domenico Scandella, llamado Menocchio, un molinero del Friuli, de cuya vida se tienen noticias gracias a las actas del proceso inquisitorial al que se tuvo que enfrentar, podrá en el futuro encontrar otros caminos hoy aún desconocido.
¿Cuanto de lo que publicamos en Twitter o en Facebook podría tener interés para los futuros historiadores? ¿Cuanto se perderá y cuanto se conservará de nuestras vidas virtuales?
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