Entrevista a Beatriz Sarlo

Durante el conflicto entre el Gobierno y el campo, la ensayista e investigadora argentina publicó en LA NACION “La prisión del pasado”, una nota en la que cuestionó que la presidenta Cristina Kirchner evocara en sus arengas fantasmas del pasado como el golpismo y buscara legitimarse con el discurso de los derechos humanos.

Varios intelectuales criticaron esa carta. En el marco de esta discusión, el periodista Jorge Urien Berri la entrevista para ADN, el suplemento cultural de La Nación.

-Hay intelectuales peronistas que conciben el peronismo como una cosa tan especial y extraordinaria que está más allá y por encima de todo, y merece categorías y herramientas propias y exclusivas porque hay que tratarlo de una manera distinta.

-El proceso intelectual tumultuoso de entender el peronismo fue posterior a 1955 y tuvo siempre una piedra fundacional: que el peronismo era excepcional. Que el radicalismo formaba parte del sistema de partidos y el Partido Conservador provenía de la república oligárquica. Es decir, que no eran excepcionales en sí mismos, pero que el peronismo traía la excepcionalidad a la política y la traía con un líder excepcional que gobernaba generalmente en estado de excepción. Esto recorre las diversas interpretaciones del peronismo que tuvimos en los últimos cincuenta años.

Periodistas brasileros amenazados de muerte por informar en favela

Los periodistas que cubren algunos de los vecindarios más pobres de Brasil se encuentran amenazados por los traficantes de drogas y las bandas organizadas que los habitan. Hombres armados y encapuchados amenazaron matar a tres fotógrafos brasileños que cubrían una vista de fin de semana de un candidato a alcalde a una de las favelas de Río de Janeiro, informan el Committee to Protect Journalists (Comité por la Protección de los Periodistas, CPJ) y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

Los fotógrafos, que cubrían la campaña para la alcaldía para los diarios nacionales “O Globo“, “O Dia” y “Jornal do Brasil”, viajaban por la favela de Vila de Cruzeiro estaban tomando fotos el 26 de julio con Marcelo Crivella, uno de los candidatos a la alcaldía de Río, cuando se les aproximaron al menos dos encapuchados a bordo de una motocicleta, uno de ellos apuntando con un rifle.

Los hombres, supuestamente traficantes de drogas, dijeron a los reporteros que tenían prohibido salir de la favela a menos que borraran todas sus fotografías y agregaron que “quemarían a todos” si se publicaban las fotos.

Los periodistas, cuyos nombres no se han dado a conocer por temor a represalias, aparentaron borrar las fotografías y fueron liberados.

Pero algunas fotos fueron recuperadas: en su edición dominical, “O Globo” publicó una fotografía de Crivella y dos jóvenes.

“Estamos alarmados por los recientes ataques contra los periodistas que cubren temas delicados, como el crimen organizado. Algunas secciones de Río de Janeiro se están volviendo áreas prohibidas para los reporteros” dice el CPJ. “Esto es inaceptable en una democracia como Brasil”.

Fue en la misma favela que el periodista Tim Lopes fue asesinado en Vila Cruzeiro en 2002 por investigar a los traficantes de drogas.

La policía de Río de Janeiro dice que abrió una investigación de las amenazas. Según la SIP, uno de los agresores fue identificado.

Aunque los periodistas que trabajan en áreas rurales aisladas en Brasil son los más vulnerables, los reporteros en los centros urbanos han sufrido recientemente ataques de los miembros de grupos del crimen organizado, dice el CPJ. Un equipo de reporteros de “O Dia” fue secuestrado en mayo mientras investigaba la presencia de paramilitares en Batan. Después de haber estado detenidos al menos siete horas, el equipo fue liberado con la condición de que los periodistas no identificaran a sus supuestos captores.

Sandra Russo: "La yegua y el montañista"

En el banco, frente a las ventanillas, había tres colas y ninguna era muy larga, pero la de la izquierda estaba casi desierta. Era la que estaba disponible para los clientes VIP. Llegué y leí los tres letreros: VIP, Personas y Empresas. Hice un rápido repaso mental sobre mi propia condición y me paré en la de Personas. Delante de mí, último en esa fila, acababa de ubicarse un hombre alto, apenas canoso pero de aspecto juvenil, vestido con jeans y campera de montañista. Colgaba de su espalda una mochila de una marca muy cara, que le daba un aire de turista o extranjero; supuse que era un hombre de paso por ese microcentro atestado de mediodía. Ni tuve tiempo de pararme con todo el peso en una de mis piernas, que es lo que uno hace cuando se autoacomoda en una cola de banco atrás de una docena de personas. Llegó otro hombre, más viejo y trajeado, que sobre mi oído preguntó:

–¿Las tres colas son iguales? ¿Por qué en ésta no hay nadie?

El hombre alto con campera de montañista se dio vuelta y le dijo:

–Esa es para los giles que pagan quince pesos más por mes para que los atiendan más rápido.

–No me digas –le dijo el viejo trajeado, ubicándose en mi fila. Quedé hecha un sandwich entre ambos, lo cual no habría sido grave si los dos se hubiesen quedado callados como corresponde en una cola de banco, caray, que uno va al banco a hacer un trámite que siempre prefiere obviar, y en todo caso cualquier persona normal comenta o bien que el clima de Buenos Aires está tremendo, o bien que es una vergüenza que haya tan pocos cajeros en todos los bancos. ¿O hay acaso alguien en este mundo que se sienta a sus anchas en una cola de banco? Yo pensaba que no, pero me equivocaba. El montañista era un hombre que se sentía a sus anchas en todas partes, se diría que el mundo era suyo por la seguridad con la que hablaba, y también por el tono de voz elevado que hacía que todos escucháramos lo que decía. Sobre todo yo, que estaba hecha un jamón entre el montañista y el viejo trajeado. El montañista era una de esas personas que no pueden controlar su incontinencia verbal y cerebral. Y su flujo mental era tremendo.

–En Chile esto no pasa –le dijo el montañista al viejo trajeado. Era tan alto y yo soy tan petisa que el tipo ni siquiera tenía que hacer un mínimo gesto para mirar al viejo. Sencillamente, me salteaba.

–¿En Chile? ¡No! ¡Qué va a pasar! –dijo el viejo.

–¿Conocés Chile? –le preguntó el montañista, que debía tener unos treinta años menos que el viejo, pero que como se sentía tan seguro de sí mismo y era tan comunicativo, tuteó al viejo durante toda esa conversación, dándole incluso ánimo, con el tuteo, para que el viejo de-senrollara la lengua.

–Sí, estuve muchas veces en Chile. Tengo dos grandes amigos. Viven en Las Condes.

–Yo tengo mi oficina en Las Condes, mirá qué casualidad. ¿A qué se dedican tus amigos? Conozco mucha gente por ahí.

–Son generales. De carabineros.

–¡Ah, qué bien! ¡Generales! –dijo el montañista. Yo ya empezaba a mirar para el costado, a la fila que decía Empresas. Había menos gente. Un jovencito también trajeado y con una escarapela en la solapa revisaba unas boletas. Un cadete, seguro.

–Sí, son dos grandes amigos. Dos caballeros –dijo el viejo–. Si los paran con el auto, ¿vos te creés que sacan la credencial para presentarse como generales? Eso haría un milico de acá. ¡No! Primero escuchan si estuvieron en falta, escuchan con todo respeto y ojo, que los carabineros que los paran también son muy respetuosos. Por favor, señor, si es tan amable, tenga usted la amabilidad, ¿viste? Mucha educación.

–Típico de Chile, claro. Una educación increíble.

–Recién si les están por hacer una boleta o es muy necesario, ahí sí se dan a conocer. Pero no como acá, que todo el mundo saca chapa antes de tiempo.

–Es que este país es el peor del mundo, hermano –le dijo el montañista–. Y que me perdone si hay algún peronista presente, pero el cáncer de este país se llamó Juan Domingo Perón. No sé si estás de acuerdo –dijo, chequeando, aunque era evidente que su “que me perdone” era equivalente a un “me cago en que haya un peronista en esta fila”.

El montañista era, definitivamente, un camorrero. Y yo, que agarro no sólo los guantes que me tiran sino también los que se caen, me empecé a morder la lengua. Y eso que no soy peronista.

–¡Pero sí! –dijo el viejo, creo que sin haber prestado mucha atención a aquello con lo que estaba de acuerdo, incluso más allá de estar de acuerdo, porque estaba perdido en sus evocaciones–. Mis amigos son dos tipos de primera. Qué bien la hemos pasado cada vez que los fui a visitar. Fuimos a Valparaíso un verano.

–Las Condes es el barrio más fashion, diríamos –dijo el montañista, que estaba atrapado a su vez en su propio relato y al que era evidente que el hermoso verano del que amenazaba hablarle el viejo le importaba tres pitos.

–Las Condes. Muy lindo barrio. Fuimos una vez a Reñaca también.

–Yo tengo mi oficina en Las Condes –repitió el montañista–, la abrimos hace poco. Un lujo. En Chile nadie le tiene miedo al lujo, como acá, que hay que pedir disculpas si uno es más capaz que los demás para hacer guita. ¿Vos qué hacés?

–Soy jubilado. Hago trámites –dijo el viejo. Yo pensé que su lugar estaba entonces en la fila de al lado, pero a esa altura no iba a meterme en esa conversación ni aunque bajara Dios en persona a ofrecerme crecer quince centímetros de golpe. Y eso que para mí sería importante.

–Te voy a decir una cosa –le dijo el montañista–. La culpa de cómo nos van las cosas la tenemos todos, todos, todos, todos, todos.

–Todos –sintetizó el viejo.

–Porque no nos ponemos los pantalones largos –agregó el montañista–. Mirá: yo soy sanjuanino, mi familia tiene una calera y estamos trabajando en Chile pero, qué te puedo decir, de maravillas. Vendemos a lo loco. Los chilenos no miran para arriba. Miran todos para abajo. Es un país que tiene mucho que agradecerle a un señor, a un verdadero señor que se llamó Augusto Pinochet.

A esa altura yo quería ser más petisa de lo que soy. Hundirme en la junta de las baldosas de porcelanato, hacerme engrudo, evaporarme, porque me venían unas ganas feroces de ser varón y de decirle vamos afuera, macho, que te cago a trompadas. Pero últimamente, con todo esto del campo, estoy muy irritable. Y no sé si ustedes lo advirtieron, pero salvo la gente muy descarada, la gente muy jodida o la gente muy de mierda, en general, hasta en los taxis, reina un silencio de radio para no herir susceptibilidades ajenas o acaso para evitar irse a las manos. Ese clima de distensión que hemos logrado gracias al voto no positivo de Cobos (y del que hablan sobre todo los radicales y Chiche Duhalde) es una escenografía a la que en cualquier momento se le cae el techo o una puerta. Lo que hay es discreción y hartazgo de estar tan enemistados. Pero queda gente como este montañista, al que me tuve que seguir aguantando. Ya me pasó de levantarme precipitadamente de la mesa de un bar, después de pedirle a un mozo:

–Cobrame pronto porque si esta vieja de la mesa de al lado sigue hablando le parto un sifón en la cabeza.

Vuelvo al banco. Yo estaba haciendo ejercicios de respiración que nunca aprendí en yoga, porque yoga no hice, pero bueno, me imagino cómo serán: uno respira profundo, profundo, con el diafragma, y se concentra en el aire que inspira, y después lo va soltando despacio, tratando de concentrarse sólo en el aire, tratando de no escuchar a un montañista que dice:

–Tenemos a esta yegua gobernando, ¿te das cuenta? ¡Una yegua! ¿Y no hacemos nada? ¿Por qué aguantamos? –parecía estar interpelando a todo ser viviente que lo escuchara en el banco.

–Y… –dijo el viejo, que a pesar de tener amigos carabineros no había ido al banco a buscar roña. Hasta él se empezó a sentir incómodo. Eran varios los que daban vuelta las cabezas, y cada uno parecía calibrar su reacción, porque ninguno lo miraba asintiendo. Es que más allá de lo que decía el montañista, su prepotencia y su inadecuación lo hacían un blanco perfecto de hipotéticos escupitajos, que yo me imaginaba por millones. El pendejo de la cola de al lado, el de la escarapela, me puso cara de “qué pelotudo” y yo le hice cara de “impresionante”.

Por suerte la cola había ido avanzando y le tocó a él. Fue hasta la ventanilla y dijo, fuerte, para que nadie se lo perdiera:

–Quiero retirar diez mil pesos de mi cuenta.

La cajera le dijo algo que no se escuchó. El montañista habló fuerte:

–¿Tanto problema por diez mil pesos? ¿Qué son diez mil pesos? Qué país de mierda.

La cajera acercó la boca a la ventanilla y dijo, también en tono alto:

–Tiene que esperar veinte minutos. Si no va a hacer el trámite déjele el turno al que sigue.

–Bueno, nena, dale. En este país…

–Lo de nena se lo guarda. Ponga el pin –le dijo ella.

El montañista puso el pin y lo mandaron a sentarse y a esperar veinte minutos. Me tocó a mí. Hice mi trámite. Salí de ahí y me fui a terapia. Cuando llegué le dije a mi analista:

–Yo no sé qué me pasa. Ando con ganas de patear montañistas con la calle.

Mi analista se acomodó en su sillón y preguntó:

–¿En qué sentido?

"El Peor Acuerdo" por Martín Caparrós

Una nota muy controversial y directa de Martín Caparrós, en respuesta a las palabras que el terrorista de Estado, Luciano Benjamín Menéndez pronunció ayer al ser condenado por sus crímenes.


Nunca hubiera pensado que alguna vez podía llegar a estar de acuerdo con el hijo de puta del ex general Luciano Benjamín Menéndez. Y sin embargo, ayer.

Ayer, en su alegato final, el ex Menéndez, ex jefe de una de las unidades militares más asesinas, el Tercer Cuerpo de Ejército, hombre de cuchillos tomar y de presos matar, peroró en su defensa. Dijo, en síntesis, que las fuerzas armadas argentinas pelearon y ganaron para “evitar el asalto de la subversión marxista”. Y yo también lo creo.

Con algunos matices. La subversión marxista –o más o menos marxista, de la que yo también formaba parte– quería, sin duda, asaltar el poder en la Argentina para cambiar radicalmente el orden social. No queríamos un país capitalista y democrático: queríamos una sociedad socialista, sin economía de mercado, sin desigualdades, sin explotadores ni explotados, y sin muchas precisiones acerca de la forma política que eso adoptaría –pero que, sin duda, no sería la “democracia burguesa” que condenábamos cada vez que podíamos.

Por eso estoy de acuerdo con el hijo de mil putas cuando dice que “los guerrilleros no pueden decir que actuaban en defensa de la democracia”. Tan de acuerdo que lo escribí por primera vez en 1993, cuando vi a Firmenich diciendo por televisión que los Montoneros peleábamos por la democracia: mentira cochina. Entonces escribí que creíamos muy sinceramente que la lucha armada era la única forma de llegar al poder, que incluso lo cantábamos: “Con las urnas al gobierno / con las armas al poder”, y que falsear la historia era lo peor que se les podía hacer a sus protagonistas: una forma de volver a desaparecer a los desaparecidos. Me indigné y, de tan indignado, quise escribir La voluntad para contar quiénes habían sido y qué querían realmente los militantes revolucionarios de los años sesentas y setentas.

(A propósito: es la misma falsificación que se comete cuando se dice, como lo ha hecho Kirchner, que este gobierno pelea por realizar los sueños de aquellos militantes: esos sueños, está claro, eran muy otros. En esa falsificación, Kirchner y el asesino ex se acercan; ayer Menéndez decía que “los guerrilleros del 70 están hoy en el poder”, sin ver que, si acaso, los que están alrededor del gobierno son personas que estuvieron alrededor de esa guerrilla en los setentas y que cambiaron, como todo cambió, tanto en los treinta últimos años que ya no tienen nada que ver con todo aquello, salvo para usarlo como figura retórica.)

Es curioso cómo se reescribió aquella historia. Hoy la mayoría de los argentinos tiende a olvidar que estaba en contra de la violencia revolucionaria, que prefería el capitalismo y que estuvo muy satisfecha cuando los militares salieron a poner orden. “Ostentamos el dudoso mérito en ser el primer país en el mundo que juzga a sus soldados victoriosos, que lucharon y vencieron por orden de y para sus compatriotas”, dijo el asesino –y tiene razón. Pero la sociedad argentina se armó un relato según el cual todos estaban en contra de los militares o, por lo menos, no tenían ni idea. Es cierto que no podían haber imaginado que esa violencia era tan bruta, tan violenta, pero había que ser muy esforzado o muy boludo para no darse cuenta de que, más allá de detalles espantosos, las fuerzas armadas estaban reprimiendo con todo.

El relato de la inocencia mayoritaria se ha impuesto, pese a sus contradicciones evidentes. Los mismos medios que ahora cuentan con horror torturas y asesinatos las callaron entonces; los mismos partidos políticos que se hacían los tontos ahora las condenan; los mismos ciudadanos que se alegraban privada y hasta públicamente del retorno del orden ahora se espantan. Y todos ellos conforman esta masa de ingratos a la que se dirige el muy hijo de exputa: “Luchamos por y para ustedes” –les dice y, de hecho, los militares preservaron para ellos el capitalismo y la democracia burguesa. Pero la sociedad argentina se ha inventado un pasado limpito en el que unos pocos megaperversosasesinos como éste hicieron a espaldas de todos lo que ellos jamás habrían permitido, y les resulta mucho más cómodo. Como les resulta mucho más cómodo, ahora, indignarse con el ex que repensar qué hicieron entonces, a quién apoyaron, en qué los benefició la violencia de los represores, y lo fácil que les resultó, muchos años después, asombrarse, impresionarse e indignarse.

El ex Menéndez es, sin duda, un asesino, y ojalá que se pudra en la cárcel. Es obvio que no es lo mismo la violencia de un grupo de ciudadanos que la violencia del Estado, pero es tonto negar que nosotros proponíamos la guerra popular y prolongada como forma de llegar al poder. Y también es obvio que la violencia de los militares no les sirvió sólo para vencer a la guerrilla: lo habrían podido conseguir con mucho menos.

Durante mucho tiempo me equivoqué pensando que los militares habían exagerado: que la amenaza revolucionaria era menor, que no justificaba semejante despliegue. Tardé en entender que los militares y los ricos argentinos habían usado esa amenaza como excusa para corregir la estructura socioeconómica del país: para convertir a la Argentina en una sociedad con menos fábricas y por lo tanto menos obreros reivindicativos, para disciplinar a los díscolos de cualquier orden, y para cumplir con las órdenes reservadas del secretario de Estado USA, su compañero Kissinger, que les dijo en abril de 1976 que debían volver a convertir a nuestro país en un exportador de materia prima agropecuaria.

Es lo que dijo el ex: “¡Y nosotros estamos siendo juzgados! ¿Para quién ganamos la batalla?”. Porque es cierto que la ganaron, y que su resultado principal no son estos juicios sino este país sojero.

Ése es el punto en que casi todos se hacen los boludos. La indignación siempre fue más fácil que el pensamiento. Supongo que es mejor que muchos, para sentirse probos, prefieran condenar a los militares antes que seguir apoyándolos como entonces. Pero no deja de inquietarme que todo sea tan fácil y que sólo un asesino hijo de puta suelte, de vez en cuando, ciertas verdades tremebundas.

¿Hay que hablar de traición? (Por Horacio González

Un interesante artículo de Horacio González, director de la Biblioteca Nacional.


Frases sobre la traición pueblan la historia de la humanidad. Pertenecen a la mitología de los grandes pastores de almas, que sienten el latido de una secreta amenaza de discípulos o aliados. Según una idea milenaria, toda conciencia se hallaría entre una proclama de lealtad y el deseo de negarla. El consuelo de los herejes siempre fue el de decir “la historia me juzgará”, lo que no deja de ser cierto pero mezquino. Siempre los acontecimientos colectivos y las lógicas complejas superan en el tiempo a las pasiones personales. Pero la historia nunca juzga, pues es mera acumulación de reinterpretaciones y en el fondo no hay nada más atemporal que las pasiones.

Quizá sólo algunos espíritus privilegiados tengan derecho a la traición. Otros hombres que expresan una vida aguachenta podrán pensar que con una traición se redimen. En su famoso cuento sobre la traición, Borges demuestra que el héroe se fabrica con los ingredientes de una impensada pero necesaria defección. Sin embargo, la historia procede de forma diferente. Suele trabajar con hombres anodinos a los que pone en situaciones irreversibles. A partir del estropajo de la vida, alguien puede tomar una decisión irrevocable que desvía el curso de las cosas.

Pero no conviene explicar con estas referencias el modesto caso de Cobos, que intentó padecer primero y luego se convirtió en insensato cosechero de lo que se había producido. Lo esperaba el ditirambo de la mitad del país dividido, al que ofreció la escisión correspondiente de su propia conciencia. Dijo actuar en nombre de la ley doméstica en vez de atender la razón institucional, excusa que surge más de la experiencia de los momentos de disolución social que del invento griego de una razón familiar autodestructiva por encima de la objetividad de la historia. Cobos no es un Labdácida y está muy lejos de Tebas. Escuchar su balbuceo el jueves a la noche era impresionante. No existía más el Estado. Existía el mascullo del que creía que era bueno perder la dignidad pública en nombre de un argumento antiquísimo: la consulta con la familia.

He aquí la paradoja. Esa “consulta” era reaccionaria. Y el Estado, débil, problemático y anonadado, era progresista. Cobos habló de consenso, pero su consenso era una parte exquisita y concreta de la propia división social. Su voto fortalecía el camino del cisma y no de su cura. Pero las naciones comienzan siempre por ser bifurcaciones y, si las naciones prosiguen, es porque en cada momento hay fórmulas de convivencia verosímiles, grados aceptables de equilibrio, disputas sobre la interpretación del pasado o constantes luchas por relaciones entre las partes que podrían ser más equitativas. La “unión nacional” es siempre un estadio provisorio de fuerzas, una manera de convencer al resto de que el trato obtenido, aunque sea injusto, es una ilusión viable a cambio de diferir una guerra. La historia la podrán escribir “los que ganan” pero no hay nación sin la memoria de los lastimados. Lo que quiso decir Cobos es que era posible dividir la institución gubernamental en nombre de no dividir más al país. Fórmula presuntamente pacifista pero engañosa.

El deber del Gobierno era y es llevar la disensión en ambientes de debate compartidos y con probados recursos resolutivos de índole democrática: el Parlamento, la argumentación en plaza pública, el movimiento de combate intelectual en la prensa y en la esfera pública en general. ¿Alguien puede asustarse de eso? Es el ágora nacional en torsión y movimiento. El deber del vicepresidente era el de no imaginar que seguiría siendo un hombre libre si se convertía en una pieza inesperada del vasto movimiento de contestación de las nuevas clases urbanas y rurales, con sus simbologías de vindicta renovadas. Ellas se hallan envueltas en una redefinición del país social, la más conservadora y beligerante de la que tenga memoria en por lo menos las última cinco décadas. Cobos viaja como Pipo Pescador en su automóvil. Pero ahora sí es un hombre prisionero.

No hace falta decir más. Cobos no pudo pensarse él mismo, no sabe lo fundamental de sí, aunque módicas astucias no le falten. Será olvidado o invitado todos los domingos a la televisión. Hablará del tránsito en la Fiesta de la Vendimia o de la vendimia de las almas en tránsito. Poco importa. Lo que ahora resultaría necesario es replantear con más agudeza la relación entre la justicia última sobre el producto que genera la nación con su trabajo y el modo en que se hacen políticos los hombres políticos. Se trata este último tema también de una cuestión de justicia. Pero de una justicia autorreflexiva. Acusar a los “ardorosos” y acudir diariamente a la palabra “crispación” se convirtió hace tiempo en la condena que señala a los hombres presuntamente peligrosos. A la inversa, ciertos personajes se tornan políticos para ofrecer intermediaciones a los núcleos clásicos de poder y describen su acción como una forma de atenuar el conflicto y “combatir a los confrontativos”. ¿Su modelo puede ser el sosegado Biolcati? ¡Como si estos inventados caballeros, en nombre de la astucia de la razón hubieran mandado a la lucha a las pobres pasiones de un Cobos, un Buzzi, un De Angeli!

Pero no es verdaderamente así. Hay astucia pero más pesaron los pensamientos velados. Permanentemente, en las ristras de escarnio y miasmas de opinión que continúan como detritus complementario los artículos de muchos diarios, la locura es una insinuación. Las terminologías insultantes flotan en el ambiente. Se atribuyen civilización y se conjuran contra la barbarie. Pueden prescindir de escritos magistrales y alojarse en una frase distraída del noticiero de la tarde o en el detritus del triste anónimo que así nomás la prensa publica so capa de “participación del lector”. Miles y miles fueron vicepresidentes y vicarios de estos lenguajes masivos que ofuscaron a la democracia política, social y económica que se insinúa.

En nombre de esas secretas deidades se pone en marcha la purificación de la política. Muchas veces subyace remotamente la pulcritud de la tríada “Dios, Patria, Hogar” en los temas aparentemente erráticos que se escuchan a diario, otras veces el mundo demasiado erizado obliga a invocar un refugio de rutina en la familia vista como desahogo de la impureza. Los lenguajes usados salen de vetustas sentinas. Por eso no se puede eliminar de la política la idea de traición. Es su manera esencial de ser inestable, su elogio del desvío final que se presentaría como un gesto de salvación. La traición no lo sería si el desvío lo anuncia un sacrificado con grandes argumentaciones, a veces con gestos últimos. Por eso, el honor, su contrario, puede llevar a otras soluciones en desuso, de la estirpe de un Lugones, un Vargas. Hay traiciones porque no puede ser el suicidio la base de lo político. Hay traiciones porque no puede la conciencia del político ser una pieza sin costuras sino un eslabón donde se expanden las luchas sociales. El concepto de traición es la efímera forma de convocar al ámbito común intransigente y justificar las propias desconfianzas.

Más allá de las interpretaciones en curso, las escenas finales del debate del jueves tuvieron una estatura dramática excepcional, que iban del rostro de Pichetto al farfullo de Cobos, del inútil pedido de cuarto intermedio a las frases terribles que se pronunciaron, del aire confesional de uno al recuerdo de sentencias de resonancia escalofriante del otro. Han retumbado en toda la república. Me permito opinar que no se puede dejar de pensar en ello, pero lo ocurrido –“hazlo ahora”– no debe ser motivo de dictamen sino de constricción, no de condena sino de lamento, no de denuncia sino de elipsis pudorosa. Hay que hacer más sensibles a las instituciones, descubrir lo que aún no sabemos, posibilitar que el denuesto que desearíamos lanzar quede retenido en el umbral interno de la conciencia y esmerar los argumentos de justicia pública, social, cotidiana y colectiva. Como dijo Simón Rodríguez, el gran maestro de Bolívar, o inventamos o erramos.

"Una vuelta por Grondonalandia" por Víctor Hugo Morales

LA REALIDAD ES QUE MÁS ALLÁ DE CONSEGUIR TRABAJOS MUY BIEN PAGADOS PARA ALGUNOS INÚTILES QUE LE SON FIELES, EN LA FIFA GRONDONA ES UNA SILLA QUE ALGUIEN DEBE OCUPAR.
El círculo de aduladores del jefe de la AFA suele defenderlo con el argumento de que si no fuera por él, el fútbol argentino no tendría peso en la FIFA. Lo dicen en los discursos, cuando lo señalan con el brazo extendido como alguien que diserta ante una estatua que se va a descubrir al público presente. “Gracias a Dios tenemos a este hombre para que nos defienda”.

Y miran desafiantes cual guapo que relojea a su entorno después de amenazar con el facón que brilla en la penumbra de un boliche. Se la juegan por Grondona.

Cuando a Boca le roban al juvenil Sebastián Nayar, lo justifican. “Qué puede hacer él, si sólo es uno de los ocho vicepresidentes de la FIFA”, dicen. El pobre Grondona resulta que no es tan poderoso. Eso funciona hacia adentro, para el consumo interno, cuando alguien de la política husmea en la estafa de la televisión, o la violencia le pone al fútbol una espada como la de Damócles. Entonces sí, cuidadito con tocarlo a Grondona.

La realidad es que más allá de conseguir trabajos muy bien pagados para algunos inútiles que le son fieles, en la FIFA Grondona es una silla que alguien debe ocupar. Un puntero político eficaz en América del Sur. Un señor que firma papeles escritos en inglés sin entenderlos para mantener la formalidad de un organismo que debe integrarse con representantes de todo el mundo.

Si se busca la ficha de Grondona en la FIFA, aparece como “hombre de negocios”. Será por eso que la misma televisión que les roba a los clubes argentinos desde hace años, consigue la venta directa de los mundiales. Blatter es un hombre agradecido y la ponchada de votos que Grondona ha conseguido tiene su precio. Otro logro es el tema de los boletos para los partidos de los mundiales. Eso lo maneja él para la Argentina. Y la hace bien Grondona: en vez de imitar al inescrupuloso vicepresidente Jack Warner de Trinidad y Tobago que quiso venderlas en su propia agencia de viajes, Grondona se permite ser generoso con los amigos de siempre y simplemente se las da. Un hombre de negocios, que ni siquiera los hace para él, puede decir, y dice. Ahora se presentaron los espinosos asuntos de Oscar Ahumada y de Martín Bravo, algo que puede tener una continuidad muy peligrosa para los exhaustos clubes profesionales. Se abre una puerta para que muchos contratos abusivos sean ignorados por los jugadores. A la venta de decenas de futbolistas por temporada, se le suma el riesgo de perderlos sin obtener nada por esas transferencias. A Nayar, una promesa de Boca, le pagaban tres mil pesos por mes. Vino un clubeito de España y se lo llevó con la naturalidad con la que los emisarios hicieron compras en el free shop del aeropuerto. Grondona sabe que Boca podría tener contratos menos leoninos con los que son parte de su futuro, si la televisión no pagase la décima parte de lo que vale el fútbol. (¡La tele sí que sabe lo que es quedarse con las retenciones!).

¿Qué hace el buen hombre? Envía un telegrama a la Federación Española donde un empleado toma el papel y lo estruja en una sola mano y mete un triple en la papelera mas alejada.

Hablando en una radio del establishment que lo protege, Grondona -frente a los casos de Ahumada y Bravo-, clama con la energía de un astrólogo que anuncia el fin del mundo, que habló a la FIFA: “Espérenme que voy para allá -‘allá’ es Beijing- y no tomen ninguna medida hasta que yo llegué”. Mala suerte. Un rato después, la voz de Blatter anuncia con marcado acento marxista que está a favor de los jugadores y en contra de esta “esclavitud moderna” a la que los clubes quieren someterlos. Tarde pió Grondona. Piensa también darse una vueltita por Agremiados, apunta conciliador, como un padre que resuelve en familia a dónde ir de vacaciones. ¡Lo que faltaría! Que Agremiados se ponga en contra de sus propios asociados. Pero es el único lance que le queda. Es capaz hasta de ir a la sede de los futbolistas, en lugar de citarlos a su propio escritorio de la AFA. Si los hace sentir importantes, por ahí los ensarta. Cuando más podría demostrar que para algo le sirven al fútbol argentino sus años de FIFA, Grondona tropieza ante un nuevo orden y se expone a exhibirse más inútil que nunca.

“Allá”, le van a traducir lo que dijo Blatter y a qué se está jugando hoy en día. Le servirán unas masitas, le pondrán un vaso en la mano y le harán entender al vicepresidente del mundo cómo viene la mano. Mientras, los clubes hacen lo que pueden vendiendo jugadores hasta en ramilletes, despojándose de lo poco que tienen. La Justicia investiga pases truchos y la nota más positiva es una tregua que se darían las barras bravas. Grondonalandia a pleno funciona lo más bien. La B Nacional de Primera está por iniciarse. De lo que roba la tele oficial del fútbol, ya ni se habla. Sus medios entrevistan y defienden a Don Julio. Algunas veces los jugadores cobran sus salarios. Y a veces se cansan y se van. Y todo pasa.

¡Es el petróleo, idiota!

Un artículo de Noam Chomsky publicado el 8 de julio que traduje para Listao.

La versión original en inglés pueden verla haciendo click aquí.


El acuerdo que está tomando forma entre el Ministerio de Petróleo de Irak y cuatro empresas petroleras occidentales plantea preguntas críticas acerca de la naturaleza de la invasión y ocupación de Irak por parte de EEUU. Estas cuestiones deben ser abordadas por los candidatos presidenciales y debatido seriamente en los Estados Unidos, y por supuesto en un Irak ocupado, donde parece que la población tiene poco o ningún papel en la determinación del futuro de su país.

A las negociaciones que se están llevando a cabo con Exxon Mobil, Shell, Total y BP, los socios originales desde hace varias décadas en la “Iraq Petroleum Company”, ahora se sumaron Chevron y otras compañías petroleras más pequeñas., con el objetivo de renovar la concesión del petróleo que perdieron durante los años de nacionalización en los cuales el país se hizo cargo de sus propios recursos.

Los contratos sin licitación, al parecer escritos por las empresas petroleras con la ayuda de funcionarios de EE.UU., prevaleció sobre las ofertas de más de 40 otras empresas, incluidas las empresas en China, India y Rusia.

“Había sospechas entre muchos en el mundo árabe y entre partes del público estadounidense que los Estados Unidos habían ido a la guerra en Irak, precisamente para garantizar la riqueza petrolera que estos contratos tratan de extraer” escribió Andrew E. Kramer en The New York Times .

La referencia de Kramer a la “sospecha” es un eufemismo. Por otra parte, es muy probable que la ocupación militar haya tomado la iniciativa en el restablecimiento de la odiada “Iraq Petroleum Compan”y, que, como Seamus Milne escribió en el diario “The Guardian” de Londres, “se impuso bajo el dominio británico.

Existen muchos informes que hablan de retrasos en la licitación. Es mucho lo que está sucediendo en secreto, y no sería ninguna sorpresa si surgen nuevos escándalos.

La demanda no podría ser más intensa. Irak poseee tal vez la segunda reserva de petróleo más grande del mundo, con la ventaja que es muy barato de extraer: no hay arenas alquitranadas o de perforación en aguas profundas. Para los planes de EE.UU., es imperativo que Irak permanezca bajo su control, y en la medida de lo posible, lo haga como un obediente estado que además permita albergar las principales bases militares de EE.UU., justo en el corazón de las principales reservas de energía del mundo.

Que estas son las principales metas de la invasión fue siempre lo suficientemente claro para verse a través de la bruma de los sucesivos pretextos: las armas de destrucción masiva, vínculos de Saddam con Al-Qaeda, la promoción de la democracia y la guerra contra el terrorismo, que, como se predijo, aumentó bruscamente como consecuencia de la invasión.

El pasado mes de noviembre, las preocupaciones principales se explicitaron cuando el presidente Bush y el Primer Ministro de Irak, Nouri Al Maliki firmaron una “Declaración de Principios,” ignorando al Congreso de los EE.UU, al parlamento iraquí, y los ciudadanos de ambos países.

Esta declaración deja abierta la posibilidad de que la presencia militar EE.UU. en Irak se extienda por un tiempo indefinido que presumiblemente incluirá las enorme bases aéreas ahora que se están construyendo en todo el país, y la “embajada” en Bagdad, una ciudad dentro de una ciudad, a diferencia de cualquier embajada en el mundo. Estas instalaciones no están siendo construidas para ser abandonadas.

La Declaración también contiene un descarado apartado sobre la explotación de los recursos de Irak. Según dice, la economía de Irak, es decir, sus recursos petroleros, debe estar abierta a la inversión extranjera, “especialmente las inversiones de Estados Unidos de América.” Esto es casi declarar públicamente que invadimos para poder controlar su país y tener acceso privilegiado a sus recursos.

La gravedad de este compromiso se puso de relieve en enero, cuando el presidente Bush emitió una “declaración de firma” declarando que iba a rechazar cualquier legislación del Congreso que limitara la financiación “para establecer cualquier instalación o base militar con el fin de proporcionar logística para una presencia permanente de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en Irak “o” a Estados Unidos ejercer el control de los recursos petrolíferos de Irak.

No es de extrañar que la Declaración haya suscitado objeciones inmediatas en Irak, entre algunos de los sindicatos iraquíes, que sobreviven incluso con la dura legislación laboral que Saddam impuso y los mandos de la ocupación mantienen.

En la propaganda de Washington, la justificación de dominación de los EE.UU. sobre Irak es Irán. Por los problemas de EE.UU. problemas en Irak se culpa a Irán. La Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, una solución sencilla: “las fuerzas extranjeras” y “extranjeros armados” deberían retirarse de Irak – Iran.

El enfrentamiento sobre el programa nuclear de Irán aumenta las tensiones. La política de la administración Bush hacia Irán, del “cambio de régimen” viene con ominosas amenazas de la fuerza (allí se unieron a Bush ambos candidatos presidenciales de EE.UU.). La mayoría del pueblo norteamericano está a favor de la diplomacia y se opone al uso de la fuerza. Pero la opinión pública es en gran medida irrelevante para la formulación de políticas, no sólo en este caso.

Una ironía es que Irak se está convirtiendo en un condominio Norteamericano-iraní. El gobierno Maliki es el sector de la sociedad iraquí más respaldado por Irán. El llamado ejército iraquí – sólo otra milicia – se formó en gran medida sobre la base de la Brigada Badr, que fue entrenada en Irán, y luchó por la parte iraní durante la guerra Irán-Irak.

Nir Rosen, uno de los más astutos y corresponsales muy conocedor de la región, señala que el objetivo principal de la alianza militar EE.UU.- es un personaje detestado por Iran: Moktada Al Sadr. Él es independiente y cuenta con el apoyo popular, por lo tanto es muy peligroso.

Irán “apoya claramente al Primer Ministro Maliki y al gobierno iraquí contra lo que calificaron como” grupos armados ilegales “(el ejercito de Moktada) en el reciente conflicto en Basora,” Rosen escribe, “lo cual no es sorprendente dado que su principal representante en Irak, El Supremo Consejo Islámico Iraquí domina el estado iraquí y Maliki es el principal proveedor de fondos. “
“No hay guerra en Iraqk, concluye Rosen, “porque los EE.UU. e Irán comparten el mismo objetivo.”

Es de suponer que Teherán ve con placer que Estados Unidos haya instituido y mantenga en Irak un gobierno receptivo a sus influencias. Para el pueblo iraquí, sin embargo, el gobierno sigue siendo un desastre, y muy probablemente lo peor aún está por venir.

En cuanto a las relaciones exteriores, Steven Simon señala que la actual estrategia de EE.UU. es “atizar las tres fuerzas que tradicionalmente han amenazado la estabilidad de los Estados del Oriente Medio: el tribalismo, el caudillismo y el sectarismo”. El resultado podría ser “un país fuerte, con un estado centralizado gobernado por una junta militar que se asemejan mucho al régimen de Saddam.”

Si Washington logra sus objetivos, entonces sus acciones serán justificadas. Las reacciones fueron muy diferentes cuando Vladimir Putin logró pacificar Chechenia, en un modo superior a lo que el General Gen David Petraeus ha logrado en Irak. Pero es que en esta situación eran ELLOS y en esta es EE.UU.
Los criterios son, por tanto, totalmente diferentes.

En los EE.UU., los demócratas están ahora en silencio debido al supuesto éxito de la oleada militar en Irak. Su silencio refleja el hecho de que no hay críticas de “principios” sobre la guerra. En esta forma de relacionarse con el mundo, si logras tus objetivos, la guerra y la ocupación son justificadas. El cariño de petróleo ofertas vienen con el territorio.

De hecho, toda la invasión es un crimen de guerra – además, el crimen internacional supremo, que difiere de otros crímenes de guerra en el sentido de que abarca todo el mal que sigue, en los términos de la sentencia de Nuremberg. Este es uno de los temas que no pueden ser discutidos, ni en la campaña presidencial ni en otros lugares. ¿Por qué estamos en Irak? ¿Qué le debemos los iraquíes por la destrucción de su país? La mayoría del pueblo norteamericano está a favor de la retirada de EE.UU. de Irak.

¿Sus voces importan?

"El cuentito" por Sandra Russo

La “prensa independiente” y los intereses de los medios. El avance de la derecha ante la fractura del campo popular.

Barack Obama fue caricaturizado agresivamente por The New Yorker y tanto demócratas como republicanos pusieron el grito en el cielo. The New Yorker se sintió en la obligación de aclarar el espíritu de la caricatura, a modo de disculpa. El turbante musulmán de Obama y el fusil que cargaba su esposa revolvieron el estómago norteamericano. Ese estómago será imperial pero, en materia de política interna, funciona con reglas claras. A las bananas las dejan crecer prolijamente fuera de su territorio. A nadie se le pasó por la cabeza que la crítica a una caricatura semejante sobre un candidato presidencial rozara la libertad de prensa. Hubiese sido ridículo. Tan ridículo como fue que aquí sí se hablara, en estos meses, de atentados a la libertad de prensa. Desde que comenzó este conflicto, los grandes medios no sólo han caricaturizado agresivamente a la Presidenta –y no me refiero sólo a aquella casi anecdótica caricatura de Sábat sino también a clips presuntamente chistosos que siguieron entreteniendo a la audiencia–, limando la institucionalidad del lugar que ocupa legítimamente. Confunden la libertad de prensa con el derecho al agravio. Los grandes medios han funcionado prácticamente como órganos de prensa y difusión de los sectores del campo afectados por las retenciones móviles. En ese sentido, esos medios han violado sistemáticamente el derecho a la información de los ciudadanos. Lamentablemente, y por su parte, la televisión pública se comportó como la televisión pública de cualquier otro país, menos de éste. Fue revulsivo ver esa pantalla el último sábado, cuando en un homenaje a Favaloro se exhibió en primer plano, atendiendo teléfonos, a Noemí Alan, cuya foto más recordada fue tomada en la ESMA, brindando con el Tigre Acosta.

Así las cosas, una capa de mugre se interpuso entre la opinión pública y los hechos. No por casualidad, en este mismo momento y en las pausas del debate en el Senado, TN pone en sus volantas “El campo” y, por el otro lado, “Militantes K”. Esa línea se estira y da por cierto que “la gente” va por su cuenta a Palermo y obligada al Congreso, y que quienes respaldan al Gobierno son sólo “militantes K”: serlo, en el universo de esos medios, equivale a tener medio cerebro funcionando. El tejido semántico elaborado desde el discurso hegemónico rural ata al militante peronista con lo bajo de la política y también con lo más bajo de todo lo demás. Da repugnancia escuchar a Llambías golpearse el pecho y decir: “Yo, pueblo”. Pocas veces como ahora hubo que cuidarse de las noticias como si fueran trampas cazabobos y nunca como ahora eso que se autodenomina “prensa independiente” fue tan dependiente de los intereses de esos medios.

Esto que empezó por las retenciones móviles ya no las tiene por eje. Hay hilachas lamentables, como la escena de la CCC o del MST poniéndole el toque pobre a la masiva reacción de la derecha. Y digo lamentables, sobre todo, porque uno las lamenta. La fractura del campo popular, en parte, explica por qué tenemos la historia que tenemos y por qué nunca hemos logrado que esta democracia, al viejo decir radical, sirva para comer, para curar y para educar a los más débiles. Cuando Alfonsín dijo aquello, los pechos se abrían porque quedaba atrás la larga noche de la dictadura, y todo era promesa. Pero no funcionó. Ni Alfonsín, ni Menem, ni De la Rúa, ni Duhalde se pusieron al frente de un giro democrático con contenidos populares. Lo hemos escuchado y dicho miles de veces: democracia formal no equivale a democracia real.

Hay quienes legítimamente creen que con Kirchner comenzó una etapa de depuración del peronismo y también hay quienes creen que, a pesar de innumerables errores (tal vez sean numerables, pero gruesos), los grandes trazos de los últimos años son los mejores que hemos vivido desde que terminó la dictadura. Esa gente, que es mucha y que no es necesariamente “militante K”, entrevió desde el origen de esta crisis que el paquete del reclamo agroexportador venía con premio de derecha. Pero no de derecha democrática, porque ésa es todavía una materia pendiente en la política argentina. Aunque esté posiblemente en construcción por la fuerza de los hechos, los argentinos ignoramos cómo se autolimitará la derecha cuando no están los tanques a los que recurrieron siempre, para imponer, por la vía neoliberal o la neoconservadora, sus deseos. Si algo ha caracterizado siempre a la derecha, ahora engordada como un pollo de criadero con las hormonas de algunos ex progresistas, es que no respeta límites de convivencia. Sus exabruptos nos han deparado las mayores tragedias argentinas, aunque ellos se hayan ocupado de que los adjetivos “soberbio” y “autoritario” recaigan en un gobierno que se abstuvo obstinadamente de reprimir. Estamos todos grandes y bastante golpeados como para creernos el cuentito que narran a coro tantas voces desafinadas y de triste color.