La mirada fue especial. Esos ojos claros, de color indescifrable le mostraban algunos de sus secretos. Había necesitado llevarla hasta la luz antes de confiar en ella.
La había encontrado bailando sola en una disco, sin preocuparse por las miradas ni por el mundo. Sintiendo la música en su cuerpo. Las vibraciones que brotaban de los parlantes y penetraban su frágil cuerpo. No pudo evitar observarla cuando chocó con su ser.
Un tipo racional como él pensó que era la casualidad la que permitió encontrarse con ella, justo con ella, en medio de tanta gente.
Se deleitó mirándola desde lejos por un largo rato hasta que de a poco fue acercándose, mientras que ella, que seguía bailando sola, recién lo descubrió al levantar su mirada junto con sus brazos. Sonrieron ambos y sin hablar bailaron. El calor y el ritmo hicieron el resto. El contacto era inminente a pesar de los escapes de la dama. Mil veces intento besarla pero la estaca furiosa nunca alcanzó al toro.
Las horas fueron minutos.
Una tenue luz pastel le permitió descubrirla. La rivera y la noche fueron testigos del juego de los cuerpos pero no se deleitaron con un beso.
La mujer preguntó si tenia auto; él no se hizo rogar y en minutos se reía cuando ella amagó a despedirse en la puerta de su casa.
Ella rechazó su avance en el ascensor. Él hubiese hecho cualquier cosa por desnudarla allí mismo. Entraron al departamento. Sólo la penumbra de la luna entrando por las ventanas abierta iluminaba el lugar. Ninguno intento prender la luz.
Se encontraron en un sillón. En silencio la desnudó, admirando su belleza. Besando sus labios, acariciando su pelo, lamiendo sus pezones, recorriendo su piel con sus manos, la unión estaba cerca.
Correspondiendo a su compañero, la mujer le quitó la camisa de un tirón. Él pudo ver su boca degustando su sexo gracias a esa ventana abierta que tanto agradeció. Nunca había estado tan excitado. Nunca había deseado tanto a una mujer.
No le importó que ella lo atara con su cinturón. No prestó atención a las heridas de uñas en su pecho. Pensó que moría cuando se acomodó encima de ella. El placer era inigualable. Ninguno de los dos aguantaría mucho más así. Ella se acercó a su rostro. Como tantas veces en la noche intento besarla y como tantas fue rechazado. Ella buscó su cuello. El no aguantaba más. Tenía que acabar. No entendió que era ese dolor en el cuello, ni la sangre que manchaba el blanco sillón. El corazón resistió lo suficiente para dejarle gozar hasta el final, acompañado por los rítmicos movimientos de la mujer.
Desnuda en la oscuridad, miró a su víctima. Otro delicioso mortal – pensó mientras se vestía satisfecha.
La sonrisa del cadáver la despidió.
Hernan Pablo Nadal
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Muy bueno Hernan!
Fijate que en el antepenultimo párrafo, te comiste una palabra, donde dice “No entendió que era ese en el cuello”, yo supongo que querrá decir: “No entendió que era ese dolor en el cuello”
Abrazos!
Diego
Gracias! Si, me comi una palabra. Ya lo arreglo!