Regreso

El viejo árbol todavía cobija a los pibes que se cuelgan de sus ramas. El pueblo no ha cambiado demasiado en estos años.

Sólo un algunas cabinas de teléfonos y un par de calles asfaltadas antes de la última elección.

Diez años que se llevaron la inocencia que tenía cuando partí.

Buenos Aires me cambió. Tal vez, lo suficiente como para sentirme perdido entre mis antiguos vecinos, quienes me miran y sonríen al pasar.

Entro a la Iglesia y busco al Padre Juan. Dos mujeres, vestidas de negro rezan desde el segundo banco. Nadie más. El silencio se rompe cuando veo un cura joven que me da la bienvenida y me cuenta que el sacerdote que buscaba murió hace dos antes. Me cuenta que él es de la capital y que conoció a mi padre, quien siempre hablaba de mí. Le pido si me puedo quedar un rato. Me arrodillo frente a esa Virgen de madera, que vio crecer mi cuerpo y mis ideas. A ella le pedí consuelo cuando tuve que partir. Frente a ella también había soñado miles de veces en casarme con María.

Pero nunca conseguí ninguna de las dos cosas.

Llego a casa. Me cuesta golpear la puerta. Esa que papá había construido con sus manos en su pequeño tallercito. Siempre me había sorprendido ver las cosas que podía hacer con madera. Mientras recuerdo, mi hermana aparece detrás de la puerta.

– Pasá, mamá te esta esperando-

Camino hasta la cocina y me emociono ver a esa vieja heladera, que no mantiene la puerta cerrada a menos que la sostengan con un secador de piso. Todavía está.

Mamá esta tirada en el sillón de pana verde. Me mira fijamente.

–Hola mamá –

– Hola, ¿Cómo andas negrito?

Me acerco y la abrazo. Los dos lloramos. -¿Qué hago, negro? ¿Qué hago?

No contesto. Yo tampoco sé que hacer.

4 de Mayo del año del Señor de 1999

Regreso



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