Blanca chica pelirroja,
cuyo traje por sus rotos
la pobreza deja ver
y la belleza,
para mí, pobre poeta,
tu joven cuerpo enfermizo,
todo de pecas cubierto,
su dulzor tiene.
Llevás más galanamente
que una reina de novela
sus coturnos de velludo,
tus zapatones.
En vez de un harapo corto,
que un vestido cortesano
en pliegues cuelgue brillante
sobre tus pies;
que en lugar de rotas medias,
para el ojo libertino
en tu pierna un puñal de oro
reluzca aún;
que nudos mal apretados
muestren, para nuestra culpas
tus bellos senos, radiantes
como los ojos;
y que para desnudarte
tus brazos se hagan rogar
y auyenten con golpes pícaros
dedos traviesos,
perlas del agua más bella
sonetos del señor Belleau
por tus galanes esclavos
dados sin tregua,
pajes al azar prendados,
¡mil señores y Ronsares,
espiarían divertiods
tu fresca alcoba!
Contarías en tus lechos
muchos más besos que lises
¡y tus leyes serviría
más de un Valois!
-Vas en cambio mendigando
algún despojo caído
al umbral de algún Véfour
de encrucijada;
vas mirando de reojo
joyas de cuarenta escudos
que, ¡perdóname!, no puedo
yo regalarte.
Vete, pues, sin otro adorno
perfumes, perlas, diamantes
que tu flaca desnudez,
¡oh mi belleza!
De Las flores del mal (1857)