El último café. Ella dice que es feliz y pide que la dejen ser. Hablando en francés, se burla del amor que le ofrecen. Sus rubios cabellos caen sobre su blanco y pecoso rostro. Mira fijamente al hombre que tiene delante. Se levanta, toma su cartera, se acerca al hombre y lo besa en la boca. Eso será todo lo que obtendrá de ella.
Paula enfrenta la calle. Para un taxi y suelta el destino: la Costanera. La noche llega con ella, y juntas caminan frente al río. Las dos lo aman.
A lo lejos un pescador. Sin prisa, llega hasta él. Un hombre viejo, pelado, con un chaleco marrón, un pantalón gris y unas botas de goma amarillas. La vista en el horizonte le evita ver la llegada de Paula.
– Hola
– Hola señorita.
– ¿Pescando almas perdidas?
– Algunas en el agua, otras en la superficie. ¿Usted donde prefiere?
– En el agua, por supuesto. Mucho más noble.
– Sería un honor tener esa suerte. Pero también un desperdicio.
– ¿Lo dice por este cuerpo? Tarde o temprano se pudrirá.
– Todos se pudrirán, pero la diferencia esta en como. No es lo mismo consumirse como carbón, que arder con un leño.
Paula mira al río. Parada con sus brazos abiertos y su cara frente al viento y con los ojos cerrados. Da un paso. Siente el frío en su piel.
Deja que su cuerpo se confunda con las aguas del río. Sus ojos se abren y percibe una húmeda oscuridad. Poco a poco, el frío y la humedad desaparecen.
El rostro del pescador, frente a ella, sonríe.
Clap, clap, clap!!!
Me encantó, solo puedo aplaudir.
Usted también pesca almas perdidas sr. Tao?
Muy!!!!!!!!!bueno….yo creo uqe todos somos almas perdidas