Excluido es el que ha quedado afuera. El que no tiene espacio. Los y las excluidos son los que “no forman parte de”. Se está excluido “de”, “en relación a”. La exclusión tiene que ver siempre con una forma de organización, entenderla es pensar, al mismo tiempo, en la forma que adquiere nuestra humanidad. La exclusión deviene real en el momento en el que la sociedad como colectivo, deja lugar a la sociedad como suma de individuos aislados, compitiendo por su propia supervivencia.
A partir de la elección política de un sistema económico asesino, la exclusión de millones de personas es un elemento estructural necesario para el funcionamiento de la maquinaria neoliberal, ideario bajo el cual se formó nuestra sociedad en los últimos 25 años. El discurso dominante exalta la noción de individuo, en especial desde la hegemonía de la recomposición neoliberal como respuesta a la crisis del Estado de Bienestar.
Dentro de la “recomposición liberal” demasiados son los que quedan afuera del mercado de trabajo y de consumo. Son los marginados que deben sobrevivir indignamente día tras día, sin que podamos imaginarnos lo que esto significa. Es que la sociedad actual es aquella en la que los individuos están desigualmente sostenidos “para ser individuos”, unos son individuos a quienes se les valora y exalta el éxito, que pueden ejercer su libertad ( de elección) creativamente, son los que ganan. Por otro lado, existen los individuos por defecto, individuos que carecen de soportes a partir de la crisis del modelo de sociedad salarial y viven las demandas de libertad como una imposición ( Castell, Robert). Esta forma negativa de individualismo se traduce en términos de carencia de consideración, de seguridad, de bienes asegurados y lazos estables.
El hambre y las necesidades insatisfechas son las últimas manifestaciones de este sistema de exclusiones que empezó con la desocupación, el retraimiento del Estado de sus funciones básicas, la privatización de los asuntos públicos y la corrupción generalizada en esta república de necios. Durante estas últimas décadas fuimos testigos del despliegue del discurso de reprivatización constante y los temas que habían logrado instalarse en la esfera de lo público empiezan a ser considerados nuevamente como cuestiones o responsabilidades domesticas o privadas. Los derechos sociales conquistados, como salud, educación y seguridad pasan a ser factores de consumo y por lo tanto responsabilidad de la elección del individuo y el mercado se ofrece como lugar por excelencia para realizar tal libertad. Los riesgos y contradicciones se producen socialmente y se traslada al individuo la responsabilidad de enfrentarlos ( Feldfeber, M.). Como consecuencia del proceso de individualización de los social , el peso del fracaso recae principalmente sobre los individuos, hecho que en las sociedades desiguales refuerzan las diferencias sociales.
Hablar de indigencia y pobreza es, al mismo tiempo, hablar de injusticia. El mercado, icono indiscutido y paraíso de la economía neoliberal, no tiene lugar para todos, paradoja del destino o irracionalidad de los hombres, que privilegian un sistema por encima de cada uno de los seres humanos a los que, indiscutidamente el sistema debería servir. La forma de individualidad en la sociedad actual es, como sostiene Bauman, una individualidad privatizada, es decir la no libertad, “ la individuación es un destino, no una elección”. Los individuos son expulsados de las antiguas estructuras normativas y sociales que definían la orientación de sus conductas y dotaban de certezas, son obligados a la libertad del mercado donde la única regla es la supervivencia del mas apto.
Ante la ofensiva del mercado sobre lo público y la exclusión masiva que genera, se torna inminentemente necesario, desarrollar nuevas nociones de comunidad, como la comunidad de todos los ciudadanos dentro de la organización política, vinculados por algún concepto de bien común. Esto no puede suceder si la sociedad está perdida en una lucha despiadada por el progreso personal y el enriquecimiento, independientemente de los costos sociales. No se puede realizar en una sociedad que expande las diferencias económicas y sociales y dónde un número cada vez mayor de ciudadanos están destinados al desempleo permanente o al empleo marginal que los mantendrá por debajo de los límites de pobreza, condenándolos al hambre y la marginalidad. No se puede realizar en una sociedad en la que un número cada vez mayor de desamparados se vuelven no existentes como personas, ya que se nos dice que el Estado no puede hacer nada por esos conciudadanos sumamente necesitados. En suma, valores fríos neoliberales que acentúan el egoísmo de mercado contra la formación de una comunidad democrática de ciudadanos iguales. En otras palabras, no se puede crear una comunidad vinculada por valores comunes y universalistas en una sociedad en la que lo que se acentúa es un consumo que define a un número cada vez mayor de sus miembros como forasteros excedentes.
¡¡¡Impecable!!!
Saludos
Demasiado claro, presiso y concreto para dar cuenta de la realidad que mas de uno vivimos….. pero o deja de ser extraordinario. Saluda atentamente.