por Claudio Fantini, Politólogo, autor de “La sombra del fanatismo”.
Mala imagen mediática, deficiencias del Mossad, lentitud para tomar decisiones, falta de mística. Las razones que, pese al poderío militar, le impiden lograr sus objetivos.
Desde la colina frente al campo de batalla, el catalejo de Napoleón veía un puñado de héroes avanzando con inusual coraje sobre la artillería rusa que defendía Sbodonovo.
En La “Sombra del Aguila”, novela de Arturo Pérez Reverte, el flanco derecho del ejército francés había sido diezmado y sin cobertura alguna, los soldados españoles del Batallón 326 de Infantería avanzaban, bayonetas erguidas y a paso redoblado.
En realidad, el plan era acercarse lo más posible a las líneas enemigas y luego sacar bandera blanca para desertar en masa. Pero Napoleón se emocionaba convencido de que los ibéricos estaban dando una lección de valentía, entonces envió un escuadrón de caballería a apoyarlos, por lo que el plan de deserción naufragó y los soldados del Batallón 326 de Línea terminaron condecorados con la Legión de Honor.
La dimensión mediática de las guerras actuales es como el catalejo de Napoleón en la batalla de Sbodonovo. Poco importa lo que en realidad ocurre; lo importante es lo que ve (o cree ver) el ojo de la opinión pública mundial. En esa dimensión donde predominan las sensaciones pero se dirimen victorias y derrotas, Israel fue doblegada. Ocurre que Hizbollah tenía plan y estrategia para esa batalla mediática a la que el Estado judío ni siquiera tuvo en cuenta. Por eso Hassan Nasrallah se fortaleció políticamente, a pesar del fuerte golpe que recibió su estructura militar.
No es que la mirada internacional distorsione la realidad. En rigor, el ojo del mundo ve el grueso de lo que ocurre. La cuestión está en cómo interpreta lo que ve. Al Napoleón de la novela, su catalejo le mostraba la realidad y era su interpretación la que la distorsionaba; aunque lo que contaba era su interpretación y no la realidad misma.
En el caso del último conflicto en Oriente Medio, el fundamentalismo chiíta consiguió, merced a sus alianzas políticas regionales e internacionales, que en la retina del mundo quedara la imagen que más lo favoreció.
Y como Israel no tuvo ni plan ni estrategia para batallar en esa dimensión, muchos aspectos de la realidad de esta guerra no tuvieron impacto alguno en la sensación dominante.
Por ejemplo, en términos generales, los bombardeos sobre Beirut lograron precisión quirúrgica, sin embargo la impresión generalizada fue de devastación total.
En la realidad, las bombas cayeron, en el barrio chiíta Jarat-Jaraik, sobre el cuartel general del Hizbollah y sobre el reducto de la Mujabarat (espionaje sirio); en Dajia, el enclave donde habita la dirigencia chiíta, los misiles impactaron residencias de los popes del partido de Dios; en el centro un proyectil demolió el edificio de nueve pisos totalmente ocupado por oficinas de la nomenklatura que rodea a Nasrallah.
El resto de las bombas cayeron sobre el depósito sirio de armamentos que está en el puerto de la ciudad y en las dos radios del ejército libanés que sus encargados chiítas habían puesto al servicio de la milicia. Por cierto, todos los puntos atacados están en un radio urbano de gran densidad poblacional y los daños a personas y residencias civiles fueron muchos, lo que no quita la alta precisión lograda, aunque de poco y nada sirvió para evitar que la sensación dominante sea la de bombardeos indiscriminados y arrasadores que redujeron Beirut a escombros.
Además de la pérdida casi total de sus estructuras edilicias, Hizbollah sufrió graves daños en sus cuarteles y bases misilísticas instaladas en el valle de la Bekaa y en la región de Balbek; de todos modos, en la opinión pública internacional quedó la sensación de que la milicia salió prácticamente intacta debido al entusiasmo israelí por ensañarse con la destrucción exclusivamente civil.
La percepción internacional tampoco deparó en la estrategia de victimización del propio pueblo que puso en práctica Nasrallah, ni en la indignación provocada en buena parte de los libaneses, que se sintió arrastrada a una guerra por una organización étnico-religiosa que coordina sus acciones con Damasco y con Teherán, en lugar de hacerlo con los otros partidos y organizaciones del Líbano, incluido el propio gobierno.
El significativo logro de Hizbollah en la opinión pública mundial se debió, por un lado, al eterno y bíblico error de buscar en todos los conflictos de Oriente Medio un David y un Goliat; y por otro lado a la novedosa y paradójica alianza que en los últimos años establecieron a ciertas izquierdas de furioso antinorteamericanismo con gobiernos y grupos de religiosidad oscurantista. Por caso, en Latinoamérica, el chavismo fue una usina de fuerte influencia en la visión de la prensa sobre este conflicto.
Obviamente, la superficialidad periodística y la obsesión por el rating aportaron lo suyo. Por caso, en la Argentina, la televisión se abocó irresponsablemente a realizar debates enfrentando a miembros de las comunidades locales árabe y judía, lo que además de resultar infructífero para el análisis y la comprensión, equivale a importar odios viscerales que hasta el momento no habían desembarcado en la diáspora.
El error de Israel no estuvo sólo en la dimensión mediática de la guerra. El conflicto demostró que el Mossad ya no es ese servicio de inteligencia de precisión milimétrica a la hora de captar planes y estructuras enemigas; mientras que el general Dan Halutz dedicó las tres primeras semanas a bombardear la franja de cinco kilómetros de profundidad a partir de su frontera y los puntos clave de Beirut, mientras que el grueso de la artillería, los bunkers y los cuarteles milicianos estaban en la franja que va desde los diez kilómetros hasta el río Litani.
El posicionamiento de Hisbollah imponía una ofensiva por tierra en gran escala pero, cuando el mando israelí se decidió a lanzarla, ya era demasiado tarde debido a que el clima internacional dominante imponía un cese de las acciones militares. En síntesis, Israel dilapidó tiempo y por eso no pudo alcanzar los objetivos que se había planteado: aplastar totalmente a la milicia chiíta.
Lo que vino a renglón seguido también estuvo a la vista del mundo y, sin embargo, no fue claramente percibido: mientras la prensa israelí criticaba abiertamente al primer ministro Ehud Olmert, al ministro de Defensa Emir Peretz y al general Halutz, soldados y efectivos de la reserva deliberaban en asambleas y denunciaban sueltamente ante las cámaras de televisión las fallas tácticas y estratégicas del Tzahal (fuerza de defensa), pidiendo la renuncia del generalato en pleno.
En Oriente Medio, donde los ciudadanos nunca cuestionan en público a los gobernantes, resultaría insólito ver soldados y reclutas denunciando errores y criticando a generales y líderes. Es más, tal imagen es poco común incluso en buena parte de Occidente. Sin embargo, la prensa internacional no subrayó esta significativa particularidad.
Ahora bien, el debate en el que se sumergieron los israelíes debiera ir más allá de los errores estratégicos. En la última década y media, el país judío dio un sorprendente salto a la opulencia. Los rascacielos y las autopistas le dieron a Tel Aviv el perfil de una urbe del mundo desarrollado. Junto con la opulencia económica, creció el poderío militar. Sin embargo, esta Israel tan poderosa no puede alcanzar los objetivos que se plantea en un conflicto de escala limitada.
El debate debiera poner a Israel de cara a sí misma.
La Israel recién nacida de los kibutz y de los inmigrantes, ganaba guerras contra varios ejércitos que la atacaban simultáneamente; sus espías realizaban con éxito las acciones más osadas y complejas; sus soldados eran feroces y virtuosos combatientes, mientras que sus generales eran brillantes estrategas al servicio de lúcidos y austeros gobernantes.
Aquella era una Israel gobernada por una izquierda democrática, que no tenía corrupción política y ostentaba niveles de igualdad tan llamativos como sus logros científicos y el esfuerzo pionero que transformó la geografía.
En cambio en esta Israel opulenta, la desigualdad se instaló en la sociedad y la corrupción se abre paso en el poder. Posiblemente, la relajación y la pérdida de mística que trae la opulencia explique también lo remotamente lejos que parecen haber quedado los gobernantes lúcidos y austeros como Ben Gurión y Golda Meir, y los geniales estrategas como Yitzhak Rabin y Moshé Dayán, ahora que a Ehud Olmert le investigan una ostentosa mansión en Jerusalén y generales como Halutz hacen la guerra desde el aire, procurando sin éxito lo que logró el general Wesley Clark en la guerra de Kosovo: ganar con cero baja en las filas propias.
A tales profundidades debiera llegar el debate de los israelíes en el intento de explicar por qué hoy, con tanta riqueza y poderío militar, no se alcanzan los objetivos que la Israel de las primeras décadas alcanzaba con mucho menos poder y mucho más idealismo.
A renglón seguido, deberá también analizar la dimensión mediática de los conflictos; ese espacio donde la realidad real no siempre se condice con la realidad percibida. Como el catalejo de Napoleón, que en la batalla de Sbodonovo veía una ofensiva heroica en lo que, en realidad, era un intento de deserción en masa.
Algún día podrías publicar algún análisis de Pedro Brieger al respecto, o de cualquier tema de política internacional.
Vamos a aprender un poquito más que de este.
Hola Hernan, está muy bueno el artículo y muy cierto. Israel ha actuado tan mal como Palestina, pero ha sido más sabio en manejar su imagen internacional que este último. Te felicito por tu repertorio de fotos, articulos y comentarios que valen la pena.
Un beso,
El error de Israel fue, como es el tuyo en cuanto al estereotipo formado y plasmado en tu articulo sobre Hezbollah -formado en su mayoria pero no es u totalidad por musulmanes chiita- es creer erroneamente que son fundamentalistas, que es lo mismo que decir “extremistas islamicos”. Si te pones a investigar, en rigor de verdad, todos los grupos ilicitos fundamentalistas islamicos, son de origen sunnita, no chiita, y esto tiene que ver con el origen y la creencia misma y la fe en el islam, que en el centro mismo se diferencian sunnitas y chiitas. La gente del Hezbollah y la gente que apoya al Hezbollah, hoy aprox. un 60% de la poblacion libanesa -musulmanes sunnitas de la oposicion, cristianos de la oposicion, druzos de la oposicion y chiitas en general- tienen ella conviccion de que Hezbollah por la transparencia financiera, politica y honestidad religiosa esel unico movimiengo politico junto con las fuerzas armadas libanesas, pueden prevenir a Israel y sus aliados -tanto intrnacionales como libaneses-de volver a invadirlos, torturarlos y matarlos a sangre fria, solo por el hecho de PROTESTAR o manifestarse contra el gobierno del primer ministro libanes y contra las jugarretas sucias de politicos oficialistas que negocian territorios con Israel a cambio de Inmunidad y cheques en blanco. Hezbollah protegio-inclusive a la gente que apoya la gestion oficialista, protegio a todos los libaneses durante la guerra de 2006. Por ello, Israel no ataco Beirut -mayoria sunnita y cristianos,y si destruyo la mitad del Dahya. Los invito a informarse mas, a abrir las cabezas para poder discernir, leer entre lineas no dejarse que nos lleven cual ovejas de rebano y nos hagan creer lo que quieren que creamos.