Daniel Link escribe su reflexión sobre el espíritu navideño.
De todos los espíritus, el navideño es el más cruel, el menos tolerable: un espíritu burlón, hastiado de la vida, como un enano borracho que sólo puede expresar la maldad constitutiva del Occidente cristiano.
La navidad es el trance más extraño, sobre todo porque funciona al amparo de la melodía hipócrita “Noche de paz, noche de amor”. A partir del 8 de diciembre, cuando las costumbres dicen que hay que armar el arbolito navideño (porque ese día se conmemora la Inmaculada Concepción, sin que se entienda bien qué tiene que ver una cosa con la otra), el espíritu terrorista de la celebración obligatoria domina nuestras conciencias.
Lo único que nos interesa es saber lo más incierto: ¿cuándo cobraremos el aguinaldo? (porque hay que enfrentar gastos para los cuales nuestros presupuestos no están ni estarán nunca adecuadamente preparados).
Como esa duda se prolonga a lo largo de las semanas (tal vez antes de fin de año, a lo mejor en enero), comenzamos a raspar la lata de ahorros con desesperación y malhumor creciente. Nos pasa a todos (a los asalariados, a los empresarios). Pregunto por un pago que debí haber recibido a principios de diciembre y que, como la estrella de Belén, brilla por su ausencia. La persona inquerida me contesta “No soy tu secretaria. Llamá a administración”. Le contesto: “Tu insolencia me subleva” (ambas réplicas exceden largamente la intensidad que domina habitualmente nuestros intercambios). Sigo mi ronda pedigüeña: un alquiler está demorado (y yo no lo sabía). Reclamo a la agencia inmobiliaria y me contestan: “Mi horario de trabajo es de 10 a 18”. Respondo: “Me alegro por vos: a partir del año próximo, ya no trabajaremos juntos, ni en ese horario ni en ninguno”. Todos sufrimos el mismo mal y el odio nos domina.
Por supuesto, yo no puedo llamar a mis acreedores invocando el espíritu navideño para que suspendan el cómputo de los intereses usurarios que aplican a mis deudas.
Sólo me resta esperar: el aguinaldo, el cumplimiento administrativo de los circuitos que completarán mi presupuesto, o el milagro de una liquidación de derechos de autor inesperada. Bondad, lo que se llama bondad, paciencia, tolerancia, generosidad, disculpas, promesas (aunque fueran vanas), no conviene esperar en estos días.
¿Será la navidad la fuente de tantos actos de discurso desdichados, o su espíritu sombrío nos adviene para que encontremos una explicación banal a nuestra antipatía? En todo caso, esperamos que la navidad pase y su espíritu infame nos deje en paz durante un año.
Me dejó helado!. Te felicito. Destruir el espíritu navideño con un shock de realismo no es algo que se vea todo los días… Y menos con un simple texto escrito!. Salu2!. Y…, no se… feliz navidad…? 😉
Un realismo que impacta sin ninguna duda, pero justamente, para mí, lo que impacta es la ausencia del espíritu navideño. De cualquier manera coincido en que tantas actitudes que se acumulan a fin de año empujadas por el consumismo y que casi o nada tienen de bondadosas, comprensivas, respetuosas, tolerantes, etc. etc., sólo demuestran a gritos que nos hace falta recuperar: ¿qué fue la Navidad primera? ¿Qué nos ofreció y que no aceptamos? Gracias Linkillo porque este año vos me hiciste dar cuenta más profundamente que la Navidad tiene sentido, y no lo que llaman comercialmente “el espíritu navideño”, que para mí no pasa de ser una locura desafortunada donde el ser humano vale menos que la bosta. Pero por otro lado, a los buenos, a los que a pesar de todo son bondadosos, respetuosos, tolerantes y afables de corazón, nos viene bien decir “No se cansen”.