Siempre se había fascinado con este tema.
Bueno, en realidad no siempre. Fue desde que su abuelo le contó la historia de “El Petiso Orejudo”.
Santos Godino fue el primero de su serie. Leyó todo sobre él. Vió sus fotos y se estremeció con cada uno de sus atroces asesinatos. Viajó a Ushuaia y conoció su celda. Y un viejo anticuario lo convenció de comprar, luego de horas de anecdotas un clavo, que le aseguró, Godino había usado con una de sus víctimas.
Si bien no era un niño, Robledo Puch, era otro de sus fetiches. Leyó todo sobre el pero lo que más admiraba era la crónica “roja” que Alvaro Abós había escrito sobre él. Pensó en escribir un libro contando historias de chicos asesinos. Incluso empezó algunas historias, pero un día al terminar de leer “Boca de Lobo” y quedar admirado con la pluma de Sergio Chejfec, aceptó que no tenía el talento requerido para esa tarea.
La curiosidad se fue tornando más profunda y ante cualquier discusión con alguién pensaba como hubieran actuado cada uno de sus criminales favoritos. Incluso lo pensaba hasta en situaciones divertidas como en aquella fiesta donde recordó al “Polaco Jascek” un hijo de inmigrante que tenía una colección de disfraces de zombis que usó en los famosos crímenes de la noche de brujas del 82.
Y más recientemente, el “cirujano” Sonny Jackson que pasaba sus horas mirando videos de anatomía humana en Youtube para aprender como destripar más rápido a sus víctimas.
Sin embargo su afición se concreto cuando finalmente conoció a un asesino serial, que si bien no había realizado sus crímenes de niño pertenecía a la clase de tipos que despertaban su interés. Un amigo fotógrafo con quien tenía largas charlas de literatura, política y casos policiales, lo invitaba siempre a pasarse las largas horas de guardia periodistica juntos para no aburrirse tanto. En una de esas ocasiones, en una noche de guardia en Palermo, mientras esperaban al destinatario de los teleobjetivos, Benjamín Menendez apareció en la oscuridad y los increpó: ¿Qué hacen hijos de puta?
La Universidad del Cine fue la excusa perfecta para filmar su primer corto sobre Santos Godino. La única locación que encontró tenía rasgos de la poca arquitectura sovietica que llegó a Buenos Aires. Era lo mejor que consiguió. Y lo usó. La otra joya de su obra fue que consiguió a Alberto Samid para que actuara como uno de los personajes secundarios pero la escena finalmente no entró en la edición final.
Finalmente lo presentó a sus amigos y familiares. Nadie se animó a decirlo, pero a todos le pareció malísimo