Utopía del corazón apuñalado de seguir latiendo. Sueño etéreo de esas piernas débiles y castigadas, de seguir firmes a noventa grados de un lecho de muerte que jamás va a llegar a ser. Esperanto de la esperanza, reestructura una historia en coplas, que cuentan más y cuentan mejor. Cuenta con el terso mirar de la añoranza imperceptible, y el desconcierto que ligan a la catástrofe en tiempo sostenido. Olvidan y perdonan. Nada está clavado en la memoria. Nadie lo ve en sus ojos. ¿No están? ¿Desaparecieron? Conceptos equivocados de un monstruo cegado por el karma, que absorbe más de lo que fue, y arrastra sociedad por las narices, bajo la sombra del miedo. Nada es argentino. Nadie es subversivo. Jamás existió la Reorganización Nacional, ni tampoco las banderas del Ché. Lo que existió y existirá por siempre, son los hijos. Los hijos de nadie; los hijos del mundo. Levanten, hijos, su voz como inviernos, impiadosos y eternos, con todo su pesar sobre los asesinos de la nada.
Utopía del corazón apuñalado de seguir latiendo. Sueño etéreo de esas piernas débiles y castigadas, de seguir firmes a noventa grados de un lecho de muerte que jamás va a llegar a ser. Esperanto de la esperanza, reestructura una historia en coplas, que cuentan más y cuentan mejor. Cuenta con el terso mirar de la añoranza imperceptible, y el desconcierto que ligan a la catástrofe en tiempo sostenido. Olvidan y perdonan. Nada está clavado en la memoria. Nadie lo ve en sus ojos. ¿No están? ¿Desaparecieron? Conceptos equivocados de un monstruo cegado por el karma, que absorbe más de lo que fue, y arrastra sociedad por las narices, bajo la sombra del miedo. Nada es argentino. Nadie es subversivo. Jamás existió la Reorganización Nacional, ni tampoco las banderas del Ché. Lo que existió y existirá por siempre, son los hijos. Los hijos de nadie; los hijos del mundo. Levanten, hijos, su voz como inviernos, impiadosos y eternos, con todo su pesar sobre los asesinos de la nada.