Por Oscar Duque
Hoy 1 de Mayo, se celebra el día del Trabajador, y en la mayoría de los lugares de trabajo, cuando los trabajadores se despiden después de haber cumplido con su jornada laboral, se saludan deseándose un muy feliz día, y preguntándose qué comerán en las supuestas reuniones, si un asado, un choripán, o lo que sea, cosa que ocurrió en mi lugar de tareas, por ejemplo…
Y la verdad que cada vez que pregunto si alguien sabe que significa el 1 de Mayo, (¡aunque lo pregunto cada año…!) la mayoría no sabe, no recuerda o tiene una vaga idea. Cosa que me entristece cada año que pasa, y que me hace reflexionar sobre lo que nos pasa, y me hace pensar en si lo que nos pasa no tiene algo que ver con estas omisiones, o desintereses, en todos los ámbitos de la sociedad y en todos los aspectos y cuestiones de interés de nuestra sociedad…
Por eso, como cada año quiero rendir mi homenaje a aquellos que dieron sus vidas (algo valioso, ¿no?), para que hoy, entre otras cosas disfrutemos de derechos que en alguna época fueron impensados poseer. Y mi homenaje es recordando el porqué de esa fecha y cómo fueron los hechos.
Los hechos que dieron lugar a esta celebración están contextualizados en los comienzos de la Revolución Industrial. A fines del siglo XIX, Chicago, una ciudad de los Estados Unidos de Norteamérica, era la segunda ciudad en número de habitantes. De distintas zonas de ese país llegaban allí cada año miles de ganaderos desocupados, creando las primeras villas humildes, formadas por miles de trabajadores. Estos centros urbanos albergaron a emigrantes venidos de todo el mundo a lo largo del siglo XIX.
Los dueños de las fábricas, encandilados por este proceso de transformación económico, social y tecnológico, y ansiosos por mantener en funcionamiento sus máquinas día y noche mientras la industria fuera próspera, ocupaban a hombres, mujeres y niños en jornadas de trabajo de doce a dieciséis horas, de día y de noche.
Cuando comenzaba un período de dificultades como por ejemplo el decaimiento de las ventas, los empresarios no dudaban en despedir a muchos trabajadores, ya que en la puerta de la fábrica tenían una larga fila de desocupados esperando su oportunidad.
En resumen, cuando querían aumentar la producción hacían trabajar más duramente a sus trabajadores y cuando era necesario reducir la producción, despedían a los “innecesarios” o contrataban personal eventual para que trabajaran sólo unas cuantas semanas o meses a cambio de sueldos miserables.
Esto generó una lógica reacción de los trabajadores, y manifestaron su deseo y su derecho de hacer valer la máxima que dice: “Ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”. Por estas cuestiones se produjeron varios movimientos y en 1829 se formó uno para solicitar a la legislatura de Nueva York la jornada de ocho horas.
La mayoría de los obreros estaban afiliados a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, pero tenía más preponderancia la Federación Estadounidense del Trabajo. En su cuarto congreso, realizado el 17 de octubre de 1884, ésta había resuelto que desde el 1 de mayo de 1886 la duración legal de la jornada de trabajo debería ser de ocho horas, yéndose a la huelga si no se obtenía esta reivindicación.
El 25 de junio de 1868, el presidente Andrew Johnson promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo la jornada de ocho horas. Al poco tiempo, diecinueve estados sancionaron leyes con jornadas máximas de ocho y diez horas (aunque siempre con cláusulas que permitían aumentarlas a entre 14 y 18 horas). Aun así, debido a la falta de cumplimiento de la Ley Ingersoll, las organizaciones laborales y sindicales de EE.UU. se movilizaron. El 1 de mayo de 1886, 200.000 trabajadores iniciaron la huelga mientras que otros 200 000 obtenían esa conquista con la simple amenaza de paro.
En Chicago, donde las condiciones de los trabajadores eran mucho peor que en otras ciudades del país, las movilizaciones siguieron los días 2 y 3 de mayo. El día 2, la policía había disuelto violentamente una manifestación de más de 50 000 personas. El día 3 se celebraba una concentración en frente de sus puertas, cuando sonó la sirena de salida de un turno de rompehuelgas, estando en la tribuna el anarquista August Spies, lo cual generó una pelea campal. Una compañía de policías, sin aviso alguno, procedió a disparar sobre la gente, produciendo 6 muertos y decenas de heridos.
El periodista Adolf Fischer, redactor del Arbeiter Zeitung, corrió a su periódico donde redactó una proclama que decía:
“Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!
¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria.
Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo.
Es la necesidad lo que nos hace gritar: ¡A las armas!.
Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden…
¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís!
¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!”
La proclama terminaba convocando un acto de protesta para el día siguiente, el 4, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket. Se consiguió un permiso del alcalde Harrison para hacer un acto a las 19.30 en el parque Haymarket. Allí sucedieron los hechos conocidos como la Revuelta de Haymarket.
Se concentraron en la plaza de Haymarket más de 20.000 personas que fueron reprimidas por 180 policías uniformados. En lo que era una manifestación pacífica, un artefacto explosivo estalló entre los policías produciendo un muerto y varios heridos; entonces la policía abrió fuego contra la multitud matando e hiriendo a un número desconocido de obreros. Por lo tanto se declaró el estado de sitio y el toque de queda, deteniendo a centenares de trabajadores que fueron golpeados y torturados, acusados del asesinato del policía.
La Prensa reclamaba un juicio sumario por parte de la Corte Suprema, y responsabilizando a ocho anarquistas y a todas las figuras influyentes en el movimiento obrero.
El 21 de junio de 1886, se inició una causa contra 31obreros considerados responsables, quedando finalmente en 8. Las irregularidades en juicio fueron muchas violándose todas las normas procesales de forma y de fondo, tanto que ha llegado a ser calificado el juicio de farsa. Los acusados fueron declarados culpables. Tres de ellos fueron condenados a prisión y cinco a la horca.
Fueron condenados a prisión: Samuel Fielden, inglés, 39 años, pastor metodista y obrero textil, condenado a cadena perpetua, Oscar Neebe, estadounidense, 36 años, vendedor, condenado a 15 años de trabajos forzados, y Michael Schwab, alemán de 33 años, tipógrafo, condenado a cadena perpetua.
Y fueron condenados a muerte en la horca, hecho consumado el 11 de noviembre de 1887 a: Georg Engel, alemán, 50 años, tipógrafo, Adolf Fischer, alemán, 30 años, periodista, Albert Parsons, estadounidense, 39 años, periodista, August Vincent Theodore Spies, alemán, 31 años, periodista, y Louis Lingg, alemán, 22 años, carpintero que para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda.
Vale la pena recordar el relato de la ejecución, descripto por José Martí, corresponsal en Chicago del periódico La Nación de Buenos Aires (Argentina):
…salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos.
Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: “la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora».
Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable.
No debemos olvidar que El Crimen de Chicago costó la vida de muchos trabajadores y dirigentes sindicales, la mayoría inmigrantes italianos, españoles, alemanes, irlandeses, rusos y polacos y de otros países eslavos.
A finales de mayo de 1886 varios sectores patronales accedieron a otorgar la jornada de 8 horas a miles de obreros y el éxito fue tal, que la Federación de Gremios y Uniones Organizadas expresó su júbilo con estas palabras: «Jamás en la historia de este país ha habido un levantamiento tan general entre las masas industriales.
El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a millones de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes, cuando hasta ahora habían permanecido indiferentes a la agitación sindical». La consecución de la jornada de 8 horas marcó un punto de inflexión en el movimiento obrero mundial.
Posteriormente este hecho dio lugar a la conmemoración del 1 de mayo, originalmente por parte del movimiento obrero, y actualmente considerado en la gran mayoría de los países autodenominados democráticos (exceptuando los Estados Unidos, el Reino Unido y el Principado de Andorra para desvincular esta fecha del movimiento obrero por temor a que el socialismo se arraigara en esos países)