Detrás del escrache al dictador Videla, de alto contenido simbólico, hay diez años de militancia de H.I.J.O.S. A la espera de mayor Justicia “ordinaria”, esta vez estuvieron gritándole al asesino los nietos restituidos por el trabajo de Abuelas. El NO cuenta la trastienda.
Por Facundo Di Genova
Jorge Videla se lo debe haber imaginado una y mil veces. Pero no debe haber acertado ni una. El ex presidente de facto, el reo y degradado teniente general, el homicida masivo y alevoso, el que hizo infame y terrorista al Ejército argentino, el responsable del plan de apropiación de bebés, el que pasa sus últimos días preso en su departamento de Belgrano, no sufrió esta vez un escrache más.
Con la creatividad de siempre, pero con el fogonazo a pleno por el 30º aniversario del inicio de la última dictadura, la Agrupación H.I.J.O.S. convocó a escrachar a Videla, por segunda vez. La primera, sucedió en 1998. Ahora, (cuando ha pasado la cincuentena de escraches) adhirieron un centenar de organizaciones sociales y populares. Y fueron cerca de diez mil personas, sin contar los vecinos del barrio que vieron, y vivieron todo, desde sus balcones.
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Hay un rumor que nadie quiere confirmar a las 15.17 de este sábado brillante, en J.B. Justo y Luis María Campos, justo cuando en el Regimiento Patricios la siesta ya es un hecho, hecho que durará muy poco. Parece que H.I.J.O.S., que ya cumplió 10 años, que de escraches sabe y mucho, tiene preparada una sorpresa. Van a traer una grúa, dice el rumor.
No sería extraño. Todos recuerdan la sorpresa del marino Astiz y su cara de “quiero ir al baño” cuando lo escracharon en la sala donde se lo juzgaba, camuflados como público. Tampoco sorprendería a los más memoriosos, que se acuerdan de las acciones del Grupo de Arte Callejero (GAC), que implementó las primeras “señalizaciones apócrifas” o, como refresca Antonio, las puestas en escena del grupo de teatro Etcétera: las improvisaciones teatrales, los simulacros de parto y el partido de argentinos contra argentinos –un clásico– que, junto a las bombuchas de pintura, tomaron protagonismo durante los primeros escraches organizados por H.I.J.O.S. para desenmascarar a civiles y militares activos durante la larga noche que comenzó el 24 de marzo de 1976.
No; si viniera una grúa, no sería extraño.
Y más teniendo en cuenta que este barrio tiene unos cuantos símbolos que condimentan la reunión. En un radio de diez cuadras están Patricios, la Sastrería Militar, la Escuela Superior del Ejército, el Regimiento Granaderos a Caballo, el Hospital Militar y alguna otra repartición que a este cronista se le escapa. Videla está preso, pero en casa. Y bien acompañado. Que lo sepa todo el barrio. Videla goza de prisión domiciliaria. Y no está solo. En el mismo edificio –Cabildo 639– vive otro ex oficial del Ejército y ex gobernador de facto de Buenos Aires, el general de brigada Ibérico Saint-Jean, que trabajaba codo a codo con Ramón Camps, el de “vamos a matar a los subversivos, a sus simpatizantes y a los tímidos”.
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Victoria Donda Pérez está motivada. Hace un año y meses recuperó su identidad, luego de una investigación de la comisión Hermanos de H.I.J.O.S. “Vamos a mostrar que cambió la coyuntura”, le dice Victoria al NO, entre los chicos de la Juventud Barrios de Pie. Y avisa: “Primero pasamos por el Hospital Militar, donde varias madres detenidas-desaparecidas dieron a luz”. Es ahí adonde Victoria leerá un discurso consensuado con las organizaciones de la Coordinadora Juvenil por la Memoria, cuyo lema es “construyendo el país que ellos soñaron”.
Son las 16.33 y parece que la marcha, que partirá desde la misma puerta de Patricios, seguirá por Luis María Campos hasta el Hospital Militar y doblará a la izquierda más adelante, para desembocar en la casa de Videla; luego de 23 cuadras de agite, está por arrancar.
No falta nadie. Las corrientes piqueteras, las universitarias, las artísticas y sociales. Las dos murgas, de Montserrat y Lomas de Zamora, ya están agitando: silbatos, bombos y redoblantes, que empiezan a palpitar lo que será un escrache memorable.Una vanguardia de seis motos, los “motokeros” se adelantan a la columna y van cortando las calles por donde pasará la gente. ¿La policía? Sólo dos motorizados, bien adelante, como para no caldear los ánimos. El control del tránsito queda a cargo de los “motokeros”, que están cebadísimos. Van, vuelven, aceleran, tocan bocina: no paran ni un segundo.
Suena un aerosol corneta. El camión con un trailer de 10 metros de largo, potente sonido, escenario móvil adaptado, empieza andar lento, adelante de todo, despacito. De sus parlantes suena Familia rodante, de Gieco. Cuando la cabeza de la columna, visible por la bandera de H.I.J.O.S. Regional Capital, llega a Dorrego y L.M. Campos, el final de la movilización está recién arrancando de la puerta de Patricios, señal de que hay mucha, mucha gente. Seis cuadras más adelante, espera la primera parada, el primer capítulo de este escrache: el Hospital Militar.
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En el hall del hospital hay cuatro militares. Y uno de ellos, un mayor del Ejército, visiblemente preocupado. Habla por teléfono, pide algo, se contiene, flashea que le van a colar, que le romperán todo, se siente impotente. Desde dentro ve que miles de personas se detienen frente al hall y se amuchan en torno a la puerta. “30 mil veces volveremos”, escribe alguien en la entrada. El camión corta la avenida. Estalla el primer huevazo. De los 11 pisos del hospital, enfermeros y pacientes levantan persianas, corren las cortinas, miran; desde los balcones de los edificios, los vecinos también. El barrio está convulsionado.
Entre estallidos de cohetes, sapucay, cánticos y saludos, Juan Cabandié, uno de los últimos nietos que recuperaron su identidad por un trabajo de Abuelas, dice estar “muy contento por la profundización de las políticas de derechos humanos”. Y sigue. No se quiere perder de nada.
Mientras dos servicios se refugian en un quiosco de diarios y hablan por handy, los vecinos se siguen asomando, algunos se suman. Otros putean: este sábado no hubo siesta. “Venga vecino, venga a escrachar; si no hay justicia, hay escrache popular”, los arengan desde el camión.
“Seguimos exigiendo conocer la verdad de lo que pasó con las mujeres embarazadas que dieron a luz en este hospital. Seguimos exigiendo la restitución de todos los jóvenes que aquí nacieron”, se escucha la voz amplificada de Manuel o Claudio Gonçález (hermano de Gastón, el bajista de Los Pericos), que supo que era hijo de desaparecidos a los 19 años. “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos”, grita.
“Sabemos que la verdad asusta, suma dolor al espanto, pero no hay alternativa. El dolor es profundo: no te preocupes, tenés muchos corazones al lado tuyo. Para elegir tenés derecho a saber, y para saber necesitamos la verdad”, dice de manera visceral, muy emocionada, Victoria Donda. Parece hablarles a cada uno de los casi 500 chicos apropiados por los militares, de los cuales sólo 82 conocen su historia.
La primera parte termina. El mayor del Ejército está más tranquilo. Un militar de civil que sigue todo desde una confitería se muerde los labios, no deja de mirar a Paula, integrante de la “población activa” que se sumó a H.I.J.O.S. hace tres años, que ahora cuelga un cartel en un poste frente al hospital: “Aquí hubo apropiación de niños”.
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De la grúa no se sabe nada, por ahora. Son las 18.13 y la columna gira a la izquierda por Teodoro García y se interna en lo más paquete de Belgrano. Faltan diez cuadras para llegar al departamento de Videla. Es extraño: desde los balcones, sacan fotos. Teodoro García no será el Puente Pueyrredón, pero hoy se parece bastante. Diez minutos más tarde, los “motokeros” cortan Cabildo y Lacroze. Unas cien personas esperan en la puerta del edificio de Videla, como haciendo el aguante. Las vallas ya están colocadas, una veintena de policías con chalecos naranja, que luego vestirán como infantes cabeza de tortuga, permanecen apostados,custodiando la puerta del edificio, cuyos marcos verdes están cansados de recibir pintura roja. Lo mismo el portero eléctrico de bronce. Pero ésta vez no serán el blanco principal de las bombuchas de pintura.
De repente, aparece por Lacroze la SLH 4090, una plataforma motorizada, con capacidad para elevar 220 kilos y trepar 20 metros. Es la famosa grúa. ¿Qué van hacer? Para qué anticiparse. En dos cuadras de Cabildo, entre Lacroze y Gorostiaga, no entra un alfiler. Pero hay lugar para todos. En una esquina de Olleros, dos anarquistas se arman una covacha para acomodar el material que editan. Otro pinta con aerosol en el vidrio de un ex local de una AFJP un dibujo llamativo. Es un pingüino que dice: “Soy derecho y humano”. Acá también hay lugar para la ironía y el disenso. Como se lo aseguran al NO varios militantes, si bien algunas organizaciones creen que el enemigo no está más en el Gobierno, y muchas apoyan activamente al presidente Kirchner, otras tienen un perfil crítico, sino opositor, por lo menos de sintonía con reservas.
El camión y su trailer-escenario ya están frente a Cabildo 639. Suena el tema Vuelos, de la Bersuit. La piel de pollo se multiplica. La plataforma de elevación quedó justo entre el escenario y la puerta del departamento. El edificio, por lo menos hasta el 7º piso, tiene las persianas bajas. Es el momento. Hablan madres y nietos. Hacen presente a sus hijos, a sus padres. El repudio a toda forma de indiferencia y a los beneficiarios del golpe, el elogio de la juventud y la denuncia de los medios cómplices, la cultura de la competencia y la frivolidad, entre otros, son los tópicos discursivos.
El sol se va. La lectura a dos voces, con cadencia de vindicativa e intensidad militante, de los nombres de las más de cien –107 para ser precisos– organizaciones sociales, populares, gremiales y armadas que existían hace 30 años. La Juventud Peronista (JP) y el Movimiento Peronista Montonero (MPM) son las más vivadas.
De repente se escucha: “Hola, rata inmunda, estamos acá arriba porque vinimos a visitarte”. Las cámaras quedan descolocadas. Arriba, frente al 5º, Carlos Besone, que había estado coordinando la logística de la marcha, ahora le habla a Videla con un micrófono desde la plataforma de elevación, pero a quince metros del piso, justo frente a las persianas del departamento del represor. A su lado, Miguel, también miembro de H.I.J.O.S., opera los controles.
“Rata inmunda, rata inmunda, queremos que sepas que seguimos de pie”, grita Carlos. Y, luego de un discurso desde las alturas, en una especie de cara a cara, sobreviene el fuego libre. Son las 19.28. Y el ataque, podría decirse aéreo, donde los escudos policiales no llegan, se lleva a cabo tranquila y coordinadamente. Primero Carlos, después Miguel, agarrados con una mano de las barandas de la plataforma, lanzan con la otra las bombuchas con pintura roja. Son unas 30. Y hay buena puntería: 27 dan en el blanco en el 5º A, de Asesino.
“Me cagué todo, las alturas no son lo mío, pero estuvo impresionante, la intención era que el departamento quede bien marcado. Creo que lo logramos. Estoy muy emocionado”, le Miguel dice al NO, con la misma cara de satisfacción de tantos otros miles, que ahora empiezan a desconcentrar. Antes del fin, sin embargo, un grito queda grabado a fuego: “¡Videla, la casa te quedó manchada con sangre!”. Poco antes, cuando Carlos Besone hablaba desde arriba de la plataforma y una de las chicas leía su discurso desde abajo, en el escenario del camión, a muchos se les erizó la piel: “Quién lo hubiera dicho: que hace 30 años esos bebés que apenas podían balbucear mamá y papá se iban a organizar para luchar contra la impunidad”. Seguramente Videla no lo hubiese imaginado cuando tenía el poder. Si estos pibes casi no existían en ese entonces