La lección de catch

Por Sandra Russo



En la Escuela Nº 8 de Clorinda, Formosa, a cada uno de los 970 alumnos le corresponden diez centavos por día para comer. No nos atreveríamos a darle diez centavos de propina al chico del delivery que nos trae la pizza el domingo a la noche, ni le dejaríamos diez centavos al mozo del bar de la esquina. Pero con una moneda como ésa, de una insignificancia insultante, es que deben alimentarse cada uno de los 970 alumnos de la Escuela Nº 8 de Clorinda.




Tal vez se trate de un tic del oficio periodístico pero, para abordar aunque sea de costado un tema como “las marcas sociales del mal”, necesito un disparador que sacuda esa construcción abstracta y que la haga emerger en una imagen en la que sea posible activar la vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato. Me entero de que en una escuelita formoseña cada chico cuenta con diez centavos por día para comer. Comienzo a escribir. Cuando lo escribo, intento ponerme en el lugar de lo que escribo. Me llega el gusto a bilis de una boca con hambre. Escucho el sonido hueco de un estómago chiquito. Huelo el vapor confuso de un pastiche revuelto con un hueso de vaca como único estandarte nutricio. Toco una puerta que no se abre. Veo, entonces, algo que está mal.

Y abandono por ahora, con esa imagen de los chicos de Clorinda, la diferencia entre el mal y lo que está mal. Podría decirse, de una manera provisoria, que el mal es, entre otras cosas, el miriñaque que sostiene erguido y estable lo que está mal. Porque lo que hace que el mal se encarne en sufrimiento es precisamente esta estrategia de organizarse en el intestino de lo social, de camuflarse en el sentido común de millones de personas que aceptan, como si fuera natural, que otros millones de personas vivan malas vidas. La inequidad es una de las grandes obras maestras del mal. Las grandes luchas y las ínfimas luchas, que se han librado siempre en la historia o en la vida cotidiana entre el Bien y el Mal, tienen que ver precisamente con eso: con la distribución de los bienes escasos, que según algunos es la esencia de la política.

Cuando estudiábamos en el secundario nos decían que la política tenía por objeto el bien común. Me pregunto si acaso no deberíamos pensar en cómo se construye el mal común. Cómo toma cuerpo y forma ese mal que construimos en conjunto, consintiendo el sufrimiento ajeno.

En un ensayo de 1954, Roland Barthes analizó una de las luchas entre el bien y el mal que se desarrollaba como espectáculo de masas, en un código absolutamente popular tanto en Europa como en Estados Unidos. Una década más tarde, ese espectáculo llegó a la Argentina. Me refiero al catch, y a Titanes en el Ring. La emoción básica que proponía el catch era, lisa y llanamente, la adoración del perfecto canalla. El catch permitía al público socializar una emoción que siempre fue políticamente incorrecta, aun antes de que esa noción que hoy se vuelve un nuevo corset llegara a ser formulada. La emoción del catch estaba ligada a la fascinación por lo amoral. Pantomima del deporte, que siempre fue un paradigma del reglamento, el catch surgió como neto espectáculo. Es decir, como ficción.

El espectador de catch siempre supo que presenciaba una representación. Con esa confianza en que lo que sucede no sucede, es que uno va al teatro.

Los luchadores de catch exhiben una gestualidad ritual. Quien cae, no se levanta de inmediato como lo haría cualquiera que se cae en la vereda. Se queda exageradamente en el piso. El luchador caído no disimula, más bien exaspera la máscara del dolor.

En la vida real impera el slogan de “Levántate y anda”, o los más aggiornados de Nike o de Adidas: “Tú puedes”, o “Nada es imposible”. En el catch, el luchador caído se ofrece como la contracara de esos esfuerzos anónimos e inútiles, y por medio de esa ficción da cuenta de una verdad: le gustaría levantarse y seguir peleando, pero alguien lo está pisando. La mirada de los espectadores se llena con la visión intolerable de la derrota. El catch opera entonces como el espectáculo que transparenta la intimidad del ofendido.

Pero no es el caído el que enfervoriza al público. El catch es un espectáculo de identificaciones cruzadas. El héroe, en este ring, es el canalla. Para hacer andar su mecánica moral, el catch tiene herramientas. Una de ellas es la toma. Mediante una toma, el débil es dominado. El fuerte y tramposo sujeta y vence al débil que respeta las reglas.

Después, en el transcurso del combate, se invertirán los roles. El débil tendrá su oportunidad y vencerá al canalla, pero solamente cuando siga las instrucciones del público, que lo alentará para que sea él quien viole las reglas y quien haga las trampas. La mecánica moral del catch hará que el débil se vuelva fuerte cuando acepte convertirse él mismo en el canalla. ¿Qué es un auténtico canalla para ese público? Esencialmente, el canalla es “un inestable que sólo admite las reglas cuando le son favorables. Se refugia detrás de la ley cuando juzga que le es propicia, y la traiciona cuando le es útil hacerlo”.

Finalmente, en la vida que compartimos socialmente, lo único que tenemos son reglas. Lo que llamamos civilización no es otra cosa que una convención. Las contravenciones a los contratos sociales son las que hacen tambalear este artificio que nos contiene a todos. Si alguien con hambre, con sed o con frío no toma los alimentos, las bebidas o el abrigo que necesita, salvo que tenga el dinero para pagarlos, es porque reclamamos que incluso los que no tienen nada se atengan a la convención. ¿Pero por cuánto tiempo y con qué derecho puede reclamársele a alguien que se atenga a un contrato que fue redactado en su contra?

Vuelvo a la escuela de Clorinda. Para que haya chicos que deban alimentarse con diez centavos por día, muchas reglas han sido violadas, y no en secreto. Y mientras sigamos sosteniendo el miriñaque que hace que el mal se encarne en lo que está mal, seguiremos aceptando que haya débiles caídos con fuertes pisándoles la espalda. No deberíamos escandalizarnos tanto cuando después esos débiles violan la ley. Como en el catch, eso forma parte de este espectáculo.

TURISTAS (O el Famoso cuento Chino)

Pirulo de Página 12.

Quizá sea conveniente moderar el entusiasmo ante la futura llegada de oleadas de turistas chinos. Uno de ellos, Zhu Zhaorui, se ha convertido en una celebridad al publicar su libro La vuelta al mundo con 3000 dólares. En él, relata su viaje de 77 días por 28 países alrededor del globo, en los que gastó sólo 682 dólares en pasajes aéreos.

Su hazaña amenaza repetirse: desde que salió su libro, recorre todas las universidades chinas para compartir con miles de compatriotas el secreto de su ahorro.

Guerra de weblogs en los EE.UU.: pedir perdón o festejar el triunfo de Bush, esa es la cuestión

El mundillo online sigue conmocionado por el resultado de las elecciones. Republicanos y demócratas continúan la batalla en la red, aunque en el mundo real, ya hubo un ganador.

Todo comenzó con James Zetlen, un joven de 20 años que se deprimió profundamente cuando ya era un hecho que George Bush se quedaba en la Casa Blanca. “Pasé de la pena, a la negación, la furia, la lastima, la resignación y la aceptación, en ese orden y muy rápido”, dijo. Acto seguido, abrió un sitio web, www.sorryeverybody.com , para pedirle disculpas al mundo por no impedir la victoria de Bush.

“Mucha gente sentía que tal vez podría haber hecho algo más para evitar el triunfo de Bush y se sentía responsable, ante el resto del mundo, por el resultado de la elección”, dijo. El resto es asunto conocido: publicó una foto de él mismo sosteniendo un papelito que decía: “Lo siento, mundo, lo intentamos –firmado: la mitad de Estados Unidos” e invitaba a otros norteamericanos a hacer lo mismo.

Mitad en broma, mitad en serio, la idea prendió rápidamente. Dos semanas, 50 millones de hits y más de 15.000 imágenes después, el proyecto resultó ser tan exitoso que ahora James está pensando en convertirlo en un grupo de lobby político.

“Tenemos que tener cuidado. No queremos usarlo para beneficio personal”, dijo el joven, un estudiante de neurociencia de la Universidad de Southern California. “Pero estamos pensando en transformarlo en un comité de acción política o en una entidad de caridad para intentar promover un discurso más civil”.

A juzgar por las respuestas que tuvo el sitio, James tiene mucho trabajo por delante. Más de las dos terceras partes de las imágenes que se recibieron, algunas de republicanos, fueron rechazadas por ser demasiado ofensivas. Otras eran de demócratas acusando a los votantes de Bush de ignorantes. “Hay mucha furia, la gente está muy agresiva, pero no vamos a aceptar presentaciones que resulten ofensivas”, dijo.

Como casi todo en la política norteamericana, una iniciativa política inevitablemente genera consecuencias a favor y en contra. En respuesta a Zetlen, nacieron varios sitios web a favor de los republicanos: notsorryeverybody.com, sorryeverybodymyass.com, kissmyamericanass.com y wearenotsorry.net, son algunos de ellos. Paralelamente surgieron un puñado de sitios web que apoyan la iniciativa de Zetlen, como apologiesaccepted.com. “La verdad es que estoy muy sorprendido”, dijo el joven. “Esperaba que lo usaran mis amigos, pero hubo gente que nos mandaba fotos y mensajes de todo Estados Unidos, del polo sur, de Sudáfrica, de China, de todas partes. Los mensajes del exterior, en general, nos apoyaban”.

Jay Rayner, un periodista británico y autor de la novela “The Apologist” (El que pide perdón), no se muestra tan sorprendido. El creó un sitio web, the-apologist.co.uk, para promover su libro sobre un hombre que se disculpa por todo lo que hizo mal y es nombrado el principal “pedidor de disculpas” de las Naciones Unidas. Su sitio generó más de 8.000 disculpas. “Internet es, verdaderamente, un vehículo único para pedir perdón”, dijo Rayner. “El sitio se convirtió en una especie de confesionario masivo donde todos escriben sin importar si la persona ala que uno le está pidiendo disculpas lee el texto o no”.

Sorryeverybody es uno de los muchos sitios que los demócratas abrieron en un intento por levantar la autoestima desde la derrota electoral. Uno tiene un “sello oficial” falso del partido demócrata con la cara de un bebé que llora. E otro varios canadienses le proponen matrimonio a los norteamericanos que quieran huir hacia el norte durante el segundo mandato de Bush. En una página típica de sorryeverybody.com los usuarios pasan de la beligerancia a la risa. A un hombre se lo ve sosteniendo un cartel que dice: “Perdón a todos. El centro de Mississippi no es todo rojo. Yo soy uno entre el 40 por ciento que votó por Kerry. Por favor, perdónennos”.

© The Guardian.

Traducción de Claudia Martínez.

BitTorrent, el mayor servicio P2P de Internet

Con el 35% de todo el tráfico de Internet, BitTorrent es, con amplio margen, la mayor red global P2P de intercambio de archivos.



Según cifras de la consultora británica CacheLogic, BitTorrent concentra más de una tercera parte de todo el tráfico de Internet, independientemente del contenido o categoría. Por medio de BitTorrent, los usuarios consiguen películas, música, juegos y software.



Todo el mundo sabe que la mayor parte del material es pirateado, aunque también se distribuyen archivos legítimos, en especial software de código abierto.



En gran medida, BitTorrent ha ocupado el lugar que anteriormente ocupaban Napster, Kazaa, Emule o Edonkey. Al contrario que tales servicios, BitTorrent no usa una administración central que pueda ser demandada o servidores que puedan ser bloqueados.



La red está estructurada exclusivamente en torno a los propios usuarios, y existen relativamente pocas posibilidades de que sean descubiertos por las industrias discográfica o cinematográfica en caso que intercambien archivos ilegales.



John Malcolm, portavoz de MPAA, declaró a la agencia Reuters que BitTorrent, es un sistema muy eficaz para el intercambio de grandes archivos, y que muchos usan y abusan, para intercambiar material ilegal.



MPAA se encuentra estudiando las posibilidades de que dispone para poner fin a este uso indebido de material con derechos reservados.Podemos obtener más información pulsando aquí.

La resistencia y la izquierda

Por Naomi Klein



La primera vez que me topé con el ejército Mahdi de Muqtada al-Sadr fue el 31 de marzo en Bagdad. El jefe de la ocupación de Estados Unidos, Paul Bremer, acababa de enviar hombres armados para cerrar el periódico del joven clérigo, Al Hawza, acusando que en sus artículos se comparaba a Bremer con Saddam Hussein e incitaban a la violencia en contra de los estadunidenses. En respuesta, Sadr convocó a sus partidarios a protestar ante las puertas de la zona verde, exigiendo la reapertura de Al Hawza.

Cuando supe de la protesta, decidí ir, pero existía un problema: había estado visitando fábricas estatales todo el día y no iba vestida adecuadamente para una muchedumbre de fieles Chiítas. Pero, razoné, ¿no se trata acaso de una demostración en defensa de la libertad de prensa? ¿Rechazarían realmente a una periodista en pantalones flojos? Me eché una mantilla encima y me puse en marcha.

Los manifestantes habían escrito pancartas en inglés que decían: “dejen a los periodistas trabajar sin terror” y “dejen a los periodistas hacer su trabajo”. Qué bueno, pensé, y me puse a trabajar. Sin embargo, un miembro del ejército Mahdi vestido de negro enseguida me interrumpió: quería hablar con mi traductor acerca de mi vestuario. Un amigo y yo bromeamos que íbamos a hacer nuestra propia pancarta diciendo: “dejen a los periodistas usar pantalones”. Pero la situación en seguida empeoró: Otro soldado de Mahdi agarró a mi traductor y lo empujó contra una pared de concreto, lastimando su espalda gravemente. Mientras tanto, una amiga iraquí llamaba para avisar que estaba atrapada dentro de la zona verde y no podía salir: había olvidado traer una mantilla y tenía miedo de toparse con una patrulla Mahdi.

Fue una lección ejemplar sobre quién es realmente Sadr: no un liberador antimperialista, como alguna gente de la izquierda lo califica, sino que él desea expulsar a los extranjeros para subyugar y controlar él mismo a gran parte de la población Iraquí. Pero Sadr tampoco es el bandido unidimensional que muchos describen en los medios, una representación que ha permitido que muchos liberales permanezcan callados cuando a aquel se le excluyó de participar en los comicios y hacen la vista gorda mientras Estados Unidos bombardea cada noche la población civil de Ciudad Sadr, donde un reciente ataque produjo un apagón durante un brote de hepatitis tipo E.

La situación requiere una actitud más ecuánime. Por ejemplo, los reclamos de Muqtada al-Sadr por una libertad de prensa pueden no incluir la libertad de cobertura para mujeres periodistas. Sin embargo él tiene derecho de publicar su periódico político, no porque él crea en la libertad sino porque supuestamente nosotros lo hacemos. Paralelamente, las peticiones de Sadr exigiendo elecciones justas y un fin a la ocupación exigen nuestro apoyo incondicional; no porque estemos ajenos a la amenaza que él plantearía si realmente lo eligieran sino porque el concepto de autodeterminación dictamina que los resultados de la democracia no se deben manipular.

Estos tipos de matizadas distinciones son comunes en Iraq: mucha gente que he conocido en Bagdad condena fuertemente los ataques contra Sadr, lo cual evidencia que Washington nunca se propuso defender la democracia en el país. El público apoya el reclamo de Sadr por el fin de la ocupación y elecciones inmediatas. Pero cuando se les pregunta si votarían por él en tales elecciones, la mayoría de la gente simplemente se ríe.

Sin embargo aquí en Norteamérica, la idea de que es posible apoyar el reclamo de Sadr sin apoyarlo como futuro primer ministro de Iraq ha resultado más difícil de asimilar. Por plantear dicha alternativa, Nick Cohen, en el London Observer, me ha acusado de “inventar excusas para los teócratas y misóginos”. Frank Smyth, en Foreign Policy in Focus ha escrito que “he sido víctima de la ingenuidad a favor del ejército de Al-Mahdi”, mientras que Christopher Hitchens, en la revista electrónica Slate, me califica como una “socialista-feminista que ofrece un incondicional apoyo a los teócratas fascistas”.

Toda esta varonil defensa por los derechos de la mujer basta para que una muchacha se ruborice. Pero antes de que Hitchens se lance al rescate, es digno recordar la manera cómo él racionalizó su apoyo a la guerra, lo cual arruinó su reputación: aunque las fuerzas estadunidenses realmente estuvieran allí para acaparar el petróleo e instalar bases militares, escribió, la liberación del pueblo iraquí conlleva un efecto secundario tan espléndido que los progresistas en todas partes deberían aplaudir los misiles. Mientras que el feliz desenlace de la liberación continúa siendo una broma cruel en Irak, Hitchens ahora propone que la actual Casa Blanca, con sus preceptos en contra de la mujer y de la homosexualidad, es la mejor alternativa con que cuenta el pueblo iraquí, en comparación con el fanatismo religioso de Sadr y sus preceptos en contra de la mujer y de la homosexualidad. Una vez más se nos sugiere festejar el paso de los Bradleys, apretarnos las narices y elegir el mejor de dos males.

No existe duda alguna que los iraquíes enfrentan un caso extremo de fanatismo religioso, pero las fuerzas de Estados Unidos no lograrán proteger a las mujeres iraquíes ni a las minorías de tal amenaza, tomando en cuenta su notorio papel en Abu Ghraib y los bombardeos en las ciudades de Faluja y Sadr. La liberación nunca derivará de esta invasión ya que su objetivo fue siempre la dominación. Aun considerando el desenlace más propicio, la actual coyuntura en Iraq no radica en elegir entre el peligroso fundamentalismo de Sadr y un gobierno laico y democrático compuesto por sindicalistas y feministas. La elección es entre elecciones libres (con el el riesgo de conceder el poder a los fundamentalistas, pero permitiendo que las fuerzas laicas y religiosas moderadas se organicen) y unas elecciones fraudulentas diseñadas para otorgar el poder a Iyad Allawi y sus secuaces entrenados por la CIA y el Mujabarat, completamente subordinado a Washington en cuestiones financieras y de poder.

Esta es la razón por la cual se está buscando a Sadr, no porque él sea una amenaza a los derechos de la mujer, sino porque él es la única y la mayor amenaza al control militar y económico de Estados Unidos en Iraq. Incluso después de que el gran ayatola Alí Al-Sistani, temiendo una guerra civil, echara marcha atrás en su lucha contra los planes del traslado de poder, Sadr continuó desafiando la constitución dictada por Estados Unidos, continuó exigiendo el retiro de las tropas extranjeras y continuó impugnando los planes de Estados Unidos de designar un gobierno interino en vez de llamar a elecciones. Si se resuelven las exigencias de Sadr y se deja en verdad el futuro del país en las manos de la mayoría, las bases militares de Estados Unidos en Iraq estarán en grave peligro, así como todos los estatutos impulsados por Bremer en favor de la privatización.

Los progresistas deberían oponerse a los ataques de Estados Unidos en contra de Sadr, ya que no constituyen una ofensiva en contra de un hombre, sino en contra de la posibilidad de un futuro democrático para Iraq. Existe también otra razón para defender los derechos democráticos de Sadr: es la mejor manera de luchar contra el auge del fundamentalismo religioso en Irak.

Lejos de reducir la atracción del extremismo, las agresiones de Estados Unidos en contra de Sadr lo han consolidado ampliamente. Sadr se ha cimentado hábilmente no como un austero portavoz de los Chiítas radicales sino como un nacionalista iraquí que defiende su país entero contra el invasor extranjero. Por eso, cuando el ejército estadunidense lo atacó con ferocidad y él se atrevió a defenderse, se ganó el respeto de millones de iraquíes que viven bajo la humillación y la brutalidad de la ocupación.

Los brutales intentos de subyugar a Sadr también han servido para confirmar los peores temores de muchos Chiítas: que están siendo traicionados una vez más por los estadunidenses, los mismos estadunidenses que apoyaron a Saddam durante la guerra de Irán contra Irak, que costó las vidas de más de cien mil iraquíes; los mismos estadunidenses que los incitaron a la insurgencia en 1991, para luego abandonarlos a su suerte. Ahora, de nuevo bajo sitio, muchos se están refugiando bajo las certezas del fundamentalismo y acuden a recibir servicios sociales de emergencia en las mezquitas. Algunos incluso conjeturan que hace falta un caudillo feroz y fundamentalista que haga frente a los otros cabecillas que intentan controlar Iraq.

Tal cambio de actitud es evidente en todas las encuestas. Una encuesta de la Autoridad Provisional de la Coalición en mayo, después del primer embate estadunidense en Nayaf, demostró que la opinión sobre Sadr había mejorado entre el 81 por ciento de iraquíes sondeados. Una encuesta del Centro para la Investigación y Estudios Estratégicos de Iraq calificó a Sadr, un protagonista marginal apenas seis meses antes, como la segunda figura política de mayor influencia en Iraq después de Sistani.

Lo más alarmante es que los ataques parecen aumentar la prominencia no solamente de Sadr personalmente sino de la teocracia en general. En febrero, un mes antes de que Paul Bremer cerrara el periódico de Sadr, una encuesta de Oxford Research International encontró que la mayoría de los iraquíes deseaba un gobierno laico: solamente 21 por ciento de los encuestados declararon preferencia por un “estado islámico” y solamente 14 por ciento se alinearon en apoyo de “políticos religiosos” como sus favoritos.

Volviendo a agosto, con Nayaf bajo sitio por las fuerzas estadunidenses, el Instituto Republicano Internacional (IRI) divulgó que un alarmante 70 por ciento de los iraquíes desean que el Islam y la Shariah (Ley Islámica) constituyan las bases del Estado. La encuesta no distinguió entre la interpretación inflexible de la Shariah de Sadr y otras versiones más moderadas practicadas por otros partidos religiosos. Con todo, está claro que algunas de las personas que me dijeron en marzo que apoyaban a Sadr pero nunca votarían por él están comenzando a cambiar de opinión.

Naomi Klein es autora de No Logo y Vallas y Ventanas


Una de mis poesias

Culpame

Culpame si querés

por resistirme al deseo

y por el temor absurdo,

a un irreverente amor.

Por no arriesgar

al encuentro de las pieles,

y al más profundo,

de las almas.

Por permitir al tiempo,

tirano destructor,

corromper nuestro juego

de pasión y seducción.

Pero por mirarte

como te miro,

no me culpes.

Por disfrutar tu presencia,

por gozar de tus sonrisas,

y de intentar despertar

algo mío en vos.

Por no querer nadie cerca

cuando estás vos.

Por soñar con un beso,

y un minuto de locura.

Por intentar reconstruir

lo que sabemos imposible,

te pido, Maga,

no me culpes.

Hernán

La fría noche del 1 de Junio de 2002

Alejandro Dolina: reflexiones sobre la radio, los oyentes y los silencios

El escritor, músico y conductor radial fue anoche el protagonista de la entrevista en Radionauta. La charla, centrada en la temática radiofónica, fue rica en anécdotas e ideas conceptuales.

Guadalupe Diego. De la Redacción de Clarín.com.

gdiegotv@claringlobal.com.ar

Radionauta, el programa de Patricio Barton en Canal á, tiene un objetivo sencillo, casi modesto si se quiere: la idea es que el televidente conozca más acerca del mundo de la radio. No existen mayores pretensiones más allá de esta, casi didáctica, propuesta; que, acaso ayudada por este destino definido y limitado, suele llegar a buen puerto.

Para el televidente, la empresa posiblemente será más o menos provechosa a partir del personaje –siempre un hombre de radio, o también de radio- seleccionado para la ocasión; ya que es él y no otro quien se lleva la mayor parte de la entrega. Y lo cierto es que, en líneas generales, hay una acertada selección al respecto. Por ahí ya pasaron, entre otros, Lalo Mir y Pepe Eliaschev y, por estos días, quien anda diciendo lo suyo en la pantalla de Canal á es Alejandro Dolina, un tipo que ya pasó cómodamente la década frente al micrófono. Es más, tan cómodo la pasó que anda más cerca de la segunda que de la primera.

Interesante el entrevistado e interesante también el cuestionario. El temario repite la naturaleza jurídica de la propuesta toda y vuelve a ser algo sencillo, limitado y concreto. ¿Qué tenemos a cambio?, respuestas meditadas, con tiempo para la reflexión para quien contesta y material provechoso para quien escucha.

Entre los temas tratados en esta especie de “filosofía sobre la radio” que es la charla en Radionauta, el papel del oyente y la importancia del silencio –una idea recurrente en Radionauta- fueron anoche dos de los pasajes más ricos de la conversación. El primero de ellos sirvió para dividir aguas: una cosa es la presencia del público en el estudio (un interesante pelotón de público se da cita cada noche en El Tortoni para “ver” La venganza será terrible) y otra distinta es la intervención del oyente en el programa de radio propiamente dicho (y aquí Dolina advirtió sobre la exagerada costumbre, hoy casi convertida en norma, de hacer programas de radio casi exclusivamente a partir de lo que dicen al aire los oyentes; algo que encontró bastante desafortunado)

El otro tema, el silencio, fue, como lo ha sido por otros entrevistados, reivindicado por nuestro invitado (imaginamos que la reivindicación del silencio lo será hasta cierto límite, porque si resultara el protagonista absoluto de las noches de Continental, nos quedaríamos sin programa). En ambos ejes, por supuesto, no faltaron anécdotas y episodios para la risa.

Finalmente, también llegó la comparación ineludible: la diferencia que existe entre la radio y la televisión. Aquí Dolina se corrió del clásico “la radio es mejor porque como el que escucha no ve, lo que no ve lo imagina” y planteó, en cambio, un análisis algo más elaborado y que tuvo que ver con las cuestiones que aparecen en cada uno de los soportes (urgencias / tiempos / dinero / presiones / rating / posibilidades de ensayo / de arriesgue). “Si algo fuera bueno por la ausencia de elementos (porque no se ve, en el caso de la radio), la mejor obra artística sería aquella basada en una ausencia total de elementos; la que no existe en absoluto”, dijo. Algo que sonó, después de todo, tan absurdo como atinado: tal vez alguna que otra propuesta radial o televisiva sí mejora si desaparece.

¡Qué buen spot compañero Marx!

Umberto Eco nos propone releer el Manifiesto del Partido Comunista, publicado por Marx y Engels en 1848, desde el punto de vista de su calidad literaria, o por lo menos, de su extraordinaria estructura retórico-argumentativa.

Por Umberto Eco

No se puede sostener que algunas bellas páginas puedan solas cambiar el mundo. La obra entera de Dante no logró restituir el sacro Emperador romano a las comunas italianas. Sin embargo, el Manifiesto del Partido Comunista, publicado por Marx y Engels en 1848, y que ciertamente ha influido en los acontecimientos de dos siglos, debe ser releído desde el punto de vista de su calidad literaria, o por lo menos, de su extraordinaria estructura retórico-argumentativa.

¡Qué buen spot compañero Marx!
¡Qué buen spot compañero Marx!

En 1971 apareció el pequeño libro de un autor venezolano, Ludovico Silva, El estilo literario de Marx, publicado en Italia en 1973 por Bompiani. Creo que está ya agotado, y valdría la pena reeditarlo.

Refiriéndose a la historia de la formación literaria de Marx (pocos saben que escribió también poemas, muy malos en la opinión de los que los leyeron), Silva analizó toda la obra marxiana.

Curiosamente, dedicó sólo pocas páginas al Manifiesto, quizás porque no es una obra estrictamente personal.

Es una lástima: se trata de un texto formidable que alterna tonos apocalípticos e ironía, eslogans eficaces y explicaciones claras, y que —si realmente la sociedad capitalista quiere vengarse de los fastidios que estas no muy numerosas páginas le han causado— debería ser religiosamente analizado hoy en las escuelas para publicistas.

Reléanlo, por favor. Empieza con un formidable golpe de timbal, como la Quinta de Beethoven: “Un fantasma recorre Europa” (no olvidemos que estamos cerca ya del comienzo prerromántico de la novela gótica, y los espectros son entidades que se deben tomar en serio).

Sigue inmediatamente después una historia a vuelo de pájaro de las luchas sociales, desde la antigua Roma hasta el nacimiento y desarrollo de la burguesía, y las páginas dedicadas a las conquistas de esta nueva clase “revolucionaria” constituyen su poema fundador, todavía válido para los sostenedores del liberalismo.

Se ve (quiero decir exactamente “se ve”, en sentido casi cinematográfico) esta nueva fuerza irrefrenable que, impulsada por la necesidad de nuevas salidas para sus mercancías, cruza todo el orbe terráqueo (y a mi parecer aquí el judío y mesiánico Marx piensa en el inicio del Génesis), trastorna y transforma países lejanos porque los bajos precios de sus productos son una especie de artillería pesada con la que derrumba cualquier muralla china, hace capitular a los bárbaros más endurecidos en el odio contra el extranjero, instaura y desarrolla las ciudades como signo y fundamento de su propio poder, se multinacionaliza, se globaliza, hasta inventa una literatura ya no nacional sino mundial…

Al final de esta apología (que convence porque es sinceramente sentida) llega de improviso el viraje dramático: el nigromante se halla impotente para dominar las fuerzas subterráneas que ha evocado, el vencedor se ahoga en su propia sobreproducción y genera en su propio regazo, de sus mismas entrañas, a sus sepultureros, los proletarios.

Entra ahora en escena esta nueva fuerza que, en un primer momento dividida y confusa, se empeña con furia en la destrucción de las máquinas y se deja usar por la burguesía como masa de choque, obligada a luchar contra los enemigos de sus propios enemigos, y absorbe gradualmente la parte de los adversarios que la gran burguesía proletariza: artesanos, negociantes, campesinos propietarios.

La revuelta se vuelve lucha organizada, los obreros están en contacto recíproco por medio de otro poder que los burgueses han desarrollado para su propio provecho: las comunicaciones. Y aquí el Manifiesto cita los ferrocarriles, pero piensa también en las nuevas comunicaciones de masas (no olvidemos que Marx y Engels, en La Sagrada Familia, supieron usar la televisión de la época, es decir, la novela de folletín, como modelo del imaginario colectivo, criticando su ideología pero al mismo tiempo utilizando lenguaje y situaciones que ella había popularizado).

En este punto entran a escena los comunistas. Antes de decir de manera programática quiénes son y qué quieren, el Manifiesto (con un movimiento retórico soberbio), desde el punto de vista de la burguesía, plantea que los teme y levanta algunas aterradoras preguntas: ¿pero ustedes quieren abolir la propiedad privada?,¿quieren la comunidad de las mujeres?,¿ quieren abolir la religión, la familia, la patria?

Aquí, el juego se hace sutil, porque a todas estas preguntas el Manifiesto parece contestar de manera tranquilizadora, como para ablandar al adversario, pero luego, con un movimiento repentino, lo golpea en el plexo solar y obtiene el aplauso del público proletario… ¿Queremos abolir la propiedad privada? ¡Qué va!, las relaciones de propiedad han sido siempre objeto de transformación: ¿Acaso la revolución francesa no ha abolido la propiedad feudal a favor de la burguesa? ¿Queremos abolir la propiedad privada? Que tontería, no existe, porque es una propiedad de un diez por ciento de la población en contra del 90 por ciento. ¿Nos acusan entonces de querer abolir “su” propiedad? Si, es exactamente lo que queremos hacer. ¿La comunidad de las mujeres? ¡Pero, vamos, lo que nosotros queremos es más bien quitarles el carácter de instrumento de producción! ¿Creen realmente que queremos comunizar a las mujeres? ¡Pero si la comunidad de las mujeres la han inventado precisamente ustedes, que además de usar a sus propias esposas aprovechan a las de los obreros y como mejor pasatiempo practican el arte de seducir a las de sus iguales! ¿Destruir a la patria? ¿Cómo se puede quitar a los obreros lo que no tienen? Nosotros queremos más bien que, triunfando, los proletarios se constituyan en nación…

Dos slogans memorables

Y así sucesivamente, hasta aquella obra maestra de reticencia que es la respuesta sobre la religión. Se intuye que la respuesta es “queremos destruir esta religión” pero el texto no lo dice: antes de enfrentar un tema tan delicado, que pasa por alto, da a entender que todas las transformaciones tienen un precio, pero mejor por ahora no abrir capítulos demasiado candentes…

Sigue luego la parte más doctrinaria, el programa del movimiento, la crítica a los varios socialismos, pero en este punto el lector está ya fascinado por las páginas anteriores. Y si la parte doctrinaria resultara demasiado difícil, he aquí el golpe final, dos eslogans que cortan la respiración, fáciles de retener en la memoria, destinados (me parece) a una fortuna fabulosa: “los proletarios no tienen nada que perder (…) salvo sus propias cadenas” y “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

Además de la capacidad poética para inventar metáforas memorables, el Manifiesto permanece como una obra maestra de retórica política (y no solamente) que debería ser estudiada en las escuelas, junto con las Catilinarias y el discurso shakesperiano de Marco Antonio ante el cadáver de Julio César. Porque, dada la amplia cultura clásica de Marx, no hay que excluir que haya tenido presentes estos textos.