Cosas de la vida

Por Eduardo “Tato” Pavlovsky*

Cuando me desperté el reloj marcaba las ocho en punto. Le hablé a Susy enunciando alguna de mis nuevas ideas matutinas y noté la ausencia de su cuerpo en la cama. Entré en pánico. Me vestí y salí corriendo a lo de Rulo para desayunar. Me extrañaba haberme dormido y que Susy no me despertara. Cuando enfilé por Sucre hacia Astilleros escuché un raro sonido que parecía provenir de la calle Pampa. Vi mucha gente. Algo así como una gran manifestación de adolescentes caminando hacia un espectáculo de rock. A medida que me acercaba la imagen se hacía más kafkiana. Eran filas de niños que caminaban en silencio.

En realidad tuve la impresión de que el silencio era total. No había casi adultos –o por lo menos no había gente de estatura normal–. Esa inmensa caravana en silencio estaba integrada por niños que no superaban los 80 cm de altura. Imposible evaluar la edad, y cuando creí divisar algún adulto no sobrepasaba nunca el metro.

El caminar de los chicos producía un extraño sonido musical. Digo –el arrastrar unísono de los pies de los niños sobre la calle–, producía una melodía. Una extraña melodía. Lo que más me llamaba la atención era la extraordinaria disciplina de los niños. Marchaban en filas de tres. Un metro de distancia entre las filas.

La larga caravana era extensísima. De dónde vendrán me preguntaba. Cuando comencé a mirar a los niños creí que estaba alucinando. Todos tenían un color cetrino y una remera con un número y una letra que los identificaba.

La cara de uno de ellos no tenía ojos –venía tomado de la mano de otros dos niños que lo acompañaban–. Los globos oculares, o lo que quedaba de los globos oculares, estaban llenos de gusanos que salían de sus órbitas. Observé con detenimiento y horror que uno de los niños que lo sostenía de la mano tomaba de sus órbitas alguno de los gusanos y los engullía. Comía los gusanos que salían de los ojos del niño ciego.

Tuve una arcada y después un vómito. El ruido de mi vómito parecía desentonar dentro de ese inmenso silencio. Me repuse y seguí observando, ahora de más lejos, mientras atravesábamos Figueroa Alcorta hacia la Costanera. Había una fila de niños con inmensas cabezas hidrocefálicas.

Sobre la piel de sus caras brotaban lombrices que los niños trataban de tragar cuando se acercaban a sus bocas. No reconocía a nadie. Quise gritar pero no podía. Tenía una mezcla de asco, repugnancia y pánico pero, para hablar francamente, no me producían piedad. Y eso me mortificaba. De algunos brazos y piernas de los niños salían pústulas que arrastraban sangre y pus. El espectáculo era dantesco. Comprendí que la ausencia de queja de esta inmensa muchedumbre infantil parecía producir mi falta de piedad. Al cruzar por Figueroa Alcorta comenzaron a sonar bocinazos porque la larga marcha de los niños alteraba el tránsito. Empecé a sentir odio hacia ellos pero no podía dejar de acompañarlos. Quería saber dónde iban. Cuál era el destino de la gran marcha.

Uno de los niños salió de la fila y comenzó a comer excremento de perros, tan abundantes en esa zona. Lo que más me asombraba era el espíritu comunitario que reinaba entre ellos. El que tenía los excrementos los repartía equitativamente dentro del grupo. Todos comían al unísono. Había hambre. Recordé haber leído que la Fundación Argentina contra la Anemia decía que el 50 por ciento de los niños en la provincia de Buenos Aires es anémico. Pensé si los excrementos de perro tendrían tal vez hierro suficiente para balancear la dieta.

La naturaleza es sabia. Problema de sobrevivencia.

¿Todos estos niños existían siempre? ¿Desde cuándo esto es así? ¿Lo sabíamos? Eran preguntas tontas. Esta situación es límite. Horrorosamente límite. Pero, ¿cómo habíamos llegado a esto? Poco a poco, pensé, porque cuando el horror se construye día a día se vuelve obvio y cotidiano. Los niños deformes se vuelven cotidianos.

Caminé unas ocho cuadras sin mirarlos. Al llegar a la Costanera observé que existía un grupo de gente que los organizaba. Eran todos de estatura normal. Me extrañó nuevamente la docilidad de los niños para reagruparse. Sobre la Costanera había cuatro grandes letreros que parecían orientar el destino último de los niños. Cada letrero tendría una longitud de cinco metros por cuatro de ancho. Cada letrero ordenaba de acuerdo a la patología. Las remeras de los niños también los identificaba en sus respectivos grupos.

“Anémicos”, “Hidrocefálicos”, “Raquitismo” y “HIV”, decían los grandes carteles. Cada grupo de niños se reagrupaba en su fila correspondiente. Parecían contentos de haber llegado a destino. Estaban extenuados. Unas largas mangueras de las que salían chorros de agua tibia intentaban limpiarlos de todas las secreciones, excrementos y pustulaciones.

Observé que, después de bañarlos, un sector de damas los alimentaba con un abundante plato de lentejas. A los anémicos les ofrecían una doble ración. Luego de la comida, los niños se volvían a agrupar y en silencio se arrojaban ordenadamente a las aguas del río. Ningún niño se negaba a hacerlo.

Todos parecían comprender el destino final. Me atrevería a decir que de alguno de ellos vi asomar una beatífica sonrisa. Me quedé toda la mañana. Había visto arrojarse cinco mil niños con absoluta disciplina. Lo que me asombraba era la obviedad. Algún grito destemplado: “¡Piqueteros hijos de puta! ¡Tírense todos, no jodan más!”, no parecía tener eco en la multitud. Cada tanto aplaudíamos alguna pirueta que algún niño realizaba al arrojarse al agua. A eso de las once se interrumpió la ceremonia para cantar el himno. Fue emocionante.

Los niños también cantaban sin dejar de arrojarse al agua. Me pareció divisar al Sr. Blumberg y a Longobardi unos metros atrás haciéndole una nota. El Sr. Blumberg estaba lleno de carpetas y Longobardi le preguntaba sobre su nueva marcha y Blumberg le contestaba que ya tenía 8 millones de firmas. Después no pude entender más. Porque me pareció que mis oídos comenzaban a zumbar y tuve miedo de desmayarme. Mientras caminaba de vuelta por Sucre pensé en Pastoriza, en los rojos y comencé a sollozar. La vida continúa y el campeonato comenzaba. Todo sigue su curso, decía uno de los personajes de Esperando a Godot.

Y yo comencé a olvidar. Había que seguir viviendo. Antes de llegar a casa pensé en dos palabras: complicidad civil. Pero no entendía el sentido ni su relación con la extraña jornada. Cosas de la vida pensé y abrí la puerta de mi bella mansión.

* Autor, actor y psicoterapeuta. Entre sus numerosas obras destacan El Señor Galíndez, Potestad, Telarañas y La muerte de Marguerite Duras.

Un buen poema

COMO SER UN GRAN ESCRITOR

Por CHARLES BUKOWSKI

 

Como ser un gran escritor
Como ser un gran escritor

tienes que cojerte a muchas mujeres

bellas mujeres,

y escribir unos pocos poemas de amor decentes

y no te preocupes por la edad

y los nuevos talentos.

Sólo toma más cerveza, más y más cerveza.

Anda al hipódromo por lo menos una vez

a la semana

y gana

si es posible.

aprender a ganar es difícil,

cualquier pendejo puede ser un buen perdedor.

y no olvides tu Brahms,

tu Bach y tu

cerveza.

no te exijas.

duerme hasta el mediodía.

evita las tarjetas de crédito

o pagar cualquier cosa en término.

acuérdate de que no hay un pedazo de culo

en este mundo que valga más de 50 dólares

(en 1977).

y si tienes capacidad de amar

ámate a ti mismo primero

pero siempre sé consciente de la posibilidad de

la total derrota

ya sea por buenas o malas razones.

un sabor temprano de la muerte no es necesariamente

una mala cosa.

quédate afuera de las iglesias y los bares y los museos

y como las arañas, sé

paciente,

el tiempo es la cruz de todos.

más

el exilio

la derrota

la traición

toda esa basura.

quédate con la cerveza,

la cerveza es continua sangre.

una amante continua.

agarra una buena máquina de escribir

y mientras los pasos van y vienen

más allá de tu ventana

dale duro a esa cosa,

dale duro.

haz de eso una pelea de peso pesado.

haz como el toro en la primer embestida.

y recuerda a los perros viejos,

que pelearon tan bien:

Hemingway, Celine, Dostoievski, Hamsun.

si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas

como te está pasando a ti ahora,

sin mujeres

sin comida

sin esperanza…

entonces no estás listo

toma más cerveza.

hay tiempo.

y si no hay,

está bien

igual.

Caras y Caretas

En este paradógico país, Menem crítica la corrupción y Mariano Grondona da cátedra de democracia. Castell quiere hacer la revolución mientras extorciona empresas y su mujer se hace la sexy mostrando la bombacha en Noticias, convirtiendose en la María Julia post-devaluación.

El FMI sigue poniendo metas incumplibles y no quiere reconocer los logros ya injustos que hizo cumplir a un gobierno medianamente flexible a sus exigencias.

El Gobierno critica la cumbia villera. Para ellos, tiene la culpa de la delincuencia. Mientras tanto los chicos no van al colegio. Y los que van, lo hacen por la copa de leche.

Mirando a Europa como meca de los exiliados económicos, Argentina no mira los ejemplos que nos pueden resultar exóticos: El valor de la educación. Las estadísticas ya no alarman, a esta altura, ya nos deprimen al saber lo casi imposible que resultaría revertir esta realidad. En Argentina, más de 960.000 personas nunca fueron a la escuela; otros 3.695.830 no terminaron la primaria. Para más datos clickea aquí.

Recomiento leer esta nota de Beatriz Sarlo donde comparto lo siguiente: “educación es uno de los pocos caminos de futuro para países pobres como el nuestro. Y es en una de las naciones ricas del mundo, en el centro de ese experimento político que se llama Unión Europea, donde France Examen muestra, con la contundencia a veces demasiado brutal que tienen las tablas de preferencias, en qué lugares la educación verdaderamente compite con las seducciones más idiotas y más atractivas del mercado. E, incluso, gana.”

Cuesta vivir mucho en un país, donde todos usan caretas para esconder lo que son. Caretas mal hechas y disimulos evidentes. Ingenuamente quisiera que todos mostremos lo que somos. Menem diciendo porque se cagó en todos con tal de llenarse de millones en cuenta suizas, la justicia de ese país haciendose la tonta para no mancillar su buen nombre de “limpios” mientras viven a costa de ser el aguantadero financiero de los más grandes delincuentes mundiales. Grondona hablando sobre lo tanto que le gustan los golpes y dictaduras militares.

Castells aceptando que es un chantajista de 4ta con sus aprietes mafiosos. Confesando que sus maniobras nada tienen que ver con una revolución.

El Fondo Monetario, reconociendo su inutilidad, y aceptando sus encargados usureros de las empresas multinacionales que dominan su accionar.

Felíz día del Niño.

Un beso para las chicas. Un abrazo a los muchachos.

Hernán Nadal / Tao

Yahoo messenger: hernannadal@yahoo.com.ar

Msn: hernannadal@hotmail.com

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Fotos movidas

Evita Piquetera Por Sandra Russo

¿Qué hay de nuevo, viejo McLuhan? Nada. El medio es el mensaje, y a esa bulimia del soporte no hay con qué darle. El medio es una araña hembra que se deshace de la araña macho apenas fue servida. El medio deglute hasta lo que no le interesa: es deglutiendo, masticando, digiriendo y defecando incluso lo que no le interesa que el medio lo reconvierte en algo que le es útil. El medio vive de las sobras. Son escasos, contados los momentos de epifanía, esos en los que el medio encuentra exactamente su material pertinente. Si el medio es serio, una investigación, una denuncia. Si el medio es amarillo, un chisme, un desliz. El resto del tiempo, el medio sobrevive haciendo alquimia con mensajes foráneos a su propio intestino: todo lo que pasa por las paredes húmedas del colon de los medios es teñido por un valor agregado, el del medio. He ahí a Nina: ahora, objeto sexual.

Es un poco libidinosa la sonrisa de Castells cuando afirma, congratulado, que su mujer ha alcanzado ese rango. Vaya vaya. Así que era ahí adonde había que llegar. Así que esta magra estrategia política supone que mostrando las gambas se escala algo. ¿Qué?

En cierto modo, tienen razón Nina y su esposo reivindicando para las mujeres pobres el status de objeto sexual que les es negado por definición. Las mujeres pobres son mujeres fáciles o mujeres ponedoras. El imaginario colectivo las desvía en esos dos grandes conjuntos desgraciados: uno, compuesto por aquellas que van guardando rabia y desconsuelo a medida que sus cuerpos se exponen para el uso público por diez o veinte pesos. Otro, en el que entra la mayoría, integrado por madres de familias numerosas que se agrandan casi fatalmente, con siete, ocho, nueve bocas para alimentar. Mujeres sin cuerpo propio, de cuerpo recipiente.

El exabrupto de Nina en la tapa de Noticias puso arriba de la mesa un tema siempre eludido, un tema incómodo: la sexualidad de la pobreza. ¿Existe? ¿Cómo es? ¿Cómo se ejecuta y desarrolla ese derecho humano para otros sectores sociales que gozan, en principio, no sólo de información sino de intimidad? ¿Qué sexualidades descontentas encubren el hacinamiento, la promiscuidad, el frío, el hambre? ¿Es menor esta pregunta? No lo sé. Pero es una pregunta que no se hace. En esos arrabales del cuerpo social, las privaciones son muchas. Están privados también de estas preguntas.

No sólo hay cierta lascivia en el gesto de Castells hablando del objeto sexual que supo conseguir y que ahora comparte con el público, sino también una referencia novedosa a lo que se entiende por “objeto sexual”. Esas chicas que cobran diez o veinte pesos por sexo rápido callejero no son objetos sexuales. Nadie las llamaría así. Son apenas agujeros disponibles al paso. Mucho, muchísimo menos que un objeto sexual, aunque literalmente lo sean, objetos, y sexuales. La conjunción que reúne esas palabras, sin embargo, se resignifica de un modo curioso: ser un objeto sexual implica el ejercicio de un poder. Lo que define a un objeto sexual no es su uso, sino precisamente estar fuera del alcance de aquel que lo desea, un no uso, la posibilidad no de la venta sino del intercambio.

El objeto sexual no se regala: se muestra. Y sólo se entrega en un convenio interesante. Culturalmente, la síntesis de ese intercambio fue Marilyn con JFK. La bomba sexual y el presidente. Trato hecho: el objeto sexual zafa. En escalas menores, los objetos sexuales son mercancías simbólicas que dirigen su rumbo hacia transacciones sentimentales que les confirmen lo que valen. Polistas, ricachones, empresarios, políticos –ahora habría que agregar, y por esto Castells se felicita: ¡piqueteros duros!–, tipos que pueden pagar con algo más que dinero la promesa inexacta del objeto sexual: una satisfacción inenarrable, poseer para sí un objeto sexual es tenerla más larga más allá de la cama. La elevación de Nina a objeto sexual lo eleva a su marido: es él el codiciable, saca chapa.

Y tiene razón Nina cuando dice que a toda mujer le gusta sentirse linda y deseada. Lo que no se entiende es la tapa. Debe haber millones de mujeres en el mundo, pobres, ricas, más o menos, que rechazarían de cuajo salir en pelotas en la tapa de una revista de actualidad. Entre querer sentirse linda y deseada y posar para ese tipo de fotos que aunque no muestren mucho sugieren que hay mucho por mostrar, hay tanta distancia como entre ella y Evita.

Y después está McLuhan y su frase: el medio es el mensaje. Nina o María Julia, mujeres provenientes de galaxias dispares, homologadas por los productores de la revista a las hembras que nadie pondría en duda. Si la tapa de María Julia en su momento o ésta de Nina provocan urticaria, es precisamente porque el montaje las disfraza de lo que no son, porque las pesca in fraganti en el gesto ajeno, en la pose robada. En realidad, la de aquel tapado de zorro o ésta de la bombacha atigrada son dos fotos movidas, dos fotos cuyo mérito mediático es haber captado una grieta en dos personalidades.

El medio nunca, nunca juega de visitante. El medio es el conserje de un hotel por el que pasan, uno tras otro, pasajeros que puntillosamente pagan. A veces, con el ridículo.

 

¡Al Colón!, por Beatriz Sarlo

¡Al Colón!, por Beatriz Sarlo

Llegar por primera vez a la gran sala y asistir a una función de su programación central. ¿No podría ser una experiencia clave para un adolescente? ¿Y si fuera posible a través de un encuentro entre el mérito y el deseo?

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POR BEATRIZ SARLO*.

bsarlo@viva.clarin.com.ar



Faltan unos quince minutos para que comience el espectáculo. En la sala que va llenándose poco a poco, rebotes de luz dorada modulan el terciopelo rojo. Desde la llamada cazuela, es decir el segundo nivel en altura, se ven en perspectiva los respaldos ovales de las butacas de platea, con sus marcos de madera oscura, donde una perchita de bronce se ofrece eventualmente para sostener una cartera. Del costado que ocupo en ese segundo nivel del teatro, puedo ver el palco presidencial, ubicado exactamente en el centro, sobre la entrada de la platea; en su frente, el escudo nacional señala el mejor lugar del teatro Colón. Muchas veces no hay nadie allí, pero esta noche, en que se canta El oro del Rhin de Richard Wagner, el palco presidencial está casi lleno.

Por supuesto, no se trata del presidente ni de su esposa, tampoco de ningún ministro del ejecutivo, ni del canciller Bielsa acompañando a un representante extranjero. Es simplemente, gente como la que está conmigo en cazuela, o más arriba, en tertulia, o más arriba aún, en el justamente llamado paraíso.

Recuerdo, entonces, que el vicepresidente también tiene adjudicado un palco en el Colón, sobre el costado derecho, casi sobre la escena. A ese palco extraordinario entré una vez, no por haber recibido una invitación oficial, sino porque, durante un ensayo, acompañé a un equipo de filmación. Un acomodador me dijo que rara vez se ocupaba ese palco.

Con este recuerdo se mezcla la sencilla comprobación de que, lejos de responder a ningún estereotipo sobre el teatro Colón, la gente que me rodea y que ha pagado entre cuarenta y sesenta pesos por estar allí pertenece, como yo, a las capas medias de manera clara y casi indeleble. La entrada es razonable, si se piensa en lo que vamos a escuchar, la ópera-prólogo del más descomunal ciclo operístico de la música occidental: la Tetralogía legendaria de Wagner.

Cualquier buscador de Internet da como resultado más o menos medio millón de páginas, que incluyen crítica, discografía, historietas, fotografías, figurines, comentarios de representaciones y un variado etcétera. Casi no hace falta saber nada, para saber que la Tetralogía es una experiencia que subyugó, desde un comienzo, a generaciones enteras de artistas y de público.

El Colón es un objeto excepcional en un país que a veces ha sabido preservarlo y otras lo conduce a crisis desesperadas. Es la maqueta de lo que la Argentina alcanzó en algunos momentos de su historia: construir una tradición musical que, sólo desde un prejuicio más populista que democrático, puede calificarse como elitismo liso y llano.

Indiscretamente, me pregunto quiénes son las personas del palco presidencial, y también si estará ocupado el palco del vicepresidente. ¿Qué pasaría si la entrada a esos palcos fuera algo que pudiera alcanzarse como recompensa de un encuentro original entre el deseo y el mérito? Una fantasía antes de que comience la obertura: el Ministerio de Educación, además de organizar concursos para guiones de televisión en las escuelas o llevar a los chicos pobres a que vean una película comercial en un multicine (como se ha hecho), ¿organizaría un concurso para que el presidente, el vicepresidente y el teatro mismo inviten a los chicos que mejor escriban sus razones para querer escuchar a Wagner, a Mozart o a Puccini en el Teatro Colón? Y no me refiero a que toda una escuela aterrice en la platea para ver un espectáculo especialmente pensado como visita guiada, donde el teatro pasa a ser su propia escenografía. Me refiero a la posibilidad de que el verdadero Colón, con su verdadera programación, sea ofrecido a adolescentes que, por los motivos más diversos, incluso las más raras curiosidades, demuestren que quieren entrar a la gran sala. Llegar como público al Colón, y como público de una ópera de Wagner, puede ser un acontecimiento importante en la vida de alguien. No necesariamente en la vida de todos, ni en la de cualquiera, sino en la de alguien que, por esos motivos que siempre será difícil imaginar, puede desearlo, incluso sin comprender del todo su deseo.

EEUU: ¿Por qué los odian tanto?

Un muy buen artículo de Juan Gelman publicado en Página 12 hablando de los miedos américanos y las justificaciones reales sobre porqué son tan odiados.

 

“Impresiones de Estados Unidos” se titula el informe del Instituto árabo-estadounidense (AAI, por sus siglas en inglés) de Washington sobre la encuesta que realizó con Zogby International en seis países árabes. Se dio a conocer el viernes 23 de julio y no son muy halagüeñas las impresiones ésas: las de 3268 personas de diferentes grupos étnicos y religiosos entrevistadas en Jordania, Líbano, Marruecos, Arabia Saudita, los Emiratos Arabes Unidos –todos aliados de Washington en la llamada guerra antiterrorista– y Egipto manifiestan que la poca simpatía pronorteamericana existente antes de la invasión a Afganistán e Iraq declinó abruptamente en los dos últimos años. Las opiniones favorables a la gran potencia mundial, que en el 2002 oscilaban entre el 11% en los Emiratos y el 38% en Marruecos, son hoy del 2% en Egipto y el 20% en Líbano, el índice más alto.

 

No parece que W. Bush haya ganado las “mentes y corazones” árabes que pensaba ganar con el derrocamiento de los talibanes y de Saddam Hussein.

 

“No sé por qué nos odian tanto”, se lamentó alguna vez el mandatario estadounidense. Ese porqué puede hallarse en los resultados de esta encuesta (www.aaaaiusa.org), seguimiento de la que el AAI realizara dos años atrás.

 

En las seis naciones se aprecia mucho la ciencia, la tecnología, los productos, las películas, la educación y al pueblo de EE.UU., pero se condenan las políticas que su gobierno propina a los árabes en general, y a los palestinos y a los iraquíes en particular.

 

En el primer caso, los juicios desfavorables van del 85% en Arabia Saudita al 90% en Marruecos; en el segundo, del 89% en Jordania al 95% en Arabia Saudita, lo que entraña obviamente una clara censura al apoyo que Washington presta a Israel; el rechazo a la invasión de Iraq varía del 91% en los Emiratos al 98% en Marruecos.

 

El antiyanquismo árabe no se origina entonces en el meneado “choque de civilizaciones y culturas”, o en “el odio árabe a los valores estadounidenses”, sino en las prácticas colonialistas que padece el mundo árabe.



El cual tampoco cree en el ejercicio “antiterrorista” de W. Bush: lo impugna del 76% en Jordania al 96% en Arabia Saudita.Para Shibley Telhami, titular de la cátedra Anwar Sadat de la Universidad de Maryland (www.bsos.umd.edu/sadat), “colapsó la confianza en EE.UU.” respecto del Medio Oriente y ha caído a un nivel tan bajo que aunque John Kerry ganara las elecciones de noviembre le sería muy difícil remontarlo.



 

Esta afirmación sintetiza las conclusiones de la encuesta centrada en la cuestión iraquí que esa instancia universitaria llevó a cabo en mayo de 2004 en Jordania, Marruecos, Líbano, Arabia Saudita y los Emiratos Arabes Unidos.

 

El entonces anunciado “traspaso de soberanía” a un gobierno provisional iraquí fue considerado “un mero cambio cosmético” por el 60% promedio de los 2586 encuestados, “otro factor de caos” por el 22% y sólo del 2% de sauditas al 16% de libaneses pensó que era “un cambio positivo”.

 

Cuatro de cada cinco de los interrogados tienen al parecer ideas muy diferentes de las de Bush en materia de soberanía.La Casa Blanca reitera una y otra vez que ahora el mundo es más seguro. El agredido mundo árabe no comparte tal voluntarismo: a la pregunta de si la guerra de Iraq aumentaría o reduciría las actividades terroristas contra EE.UU., casi el 80% promedio respondió que las incrementaría. Se vio en Madrid. La mayoría se muestra escéptica ante las perspectivas democráticas que tanto celebra W. Bush: del 57% de libaneses al 82% de marroquíes entrevistados previó que habría menos democracia en Iraq, como las tropas ocupantes y las autoridades iraquíes instaladas por Washington no tardaron en demostrar.

 

Para esa mayoría tampoco es verosímil que EE.UU. invadiera Iraq para librarlo de la opresión husseinita y llevar paz y estabilidad al Medio Oriente: pondera que los móviles “extremadamente importantes” y “muy importantes” fueron otros. Del 45% de sauditas al 88% de marroquíes opinó que la verdadera razón es el petróleo; del 47% en Arabia Saudita al 73% en los Emiratos, que el objetivo fue debilitar el universo musulmán; del 44% en Arabia Saudita al 82% en Líbano y Marruecos, que es una acción destinada a proteger a Israel; del 43% en Arabia Saudita al 77% en Marruecos y los Emiratos, que EE.UU. busca dominar al Islam. “¿Le parece que el pueblo iraquí está mejor o peor después de la guerra, o las condiciones son más o menos las mismas que antes de la guerra?”, preguntaron los encuestadores. Respuestas: peor que antes, el 83% promedio; mejor que antes, el 2%; más o menos como antes, el 12%.

 

Y una pregunta clave que confirma lo registrado en el sondeo del AAI: “¿Diría usted que su actitud hacia EE.UU. se debe sobre todo a los valores estadounidenses o a las políticas estadounidenses en el Medio Oriente?”. Sólo del 9% en los Emiratos al 18% en Marruecos dijo que sí a lo primero.

 

 El 80% promedio indicó lo último. “Es la política, estúpido”, declaró el director ejecutivo del AAI, James Zogby, cuando presentó los resultados de la encuesta. Repetía una frase hecha que circula en los ámbitos políticos de Washington y no la dirigía a nadie en particular. ¿O sí? A W. Bush le gusta repetir que los sentimientos antinorteamericanos del mundo árabe expresan su hostilidad a los valores morales y culturales de EE.UU., a ser “quienes somos”. Pero esos sentimientos también recorren América Latina y –que se sepa– no lo hacen en camello.

Las trampas del joyero Marcos, un viejo zorro

Autor: Jorge Göttling.

jgottling@clarin.com

Esta es una historia escrita sin ruido y con borratinta. Tiene silencio por todos lados y su crónica será, apenas, un artículo de costumbres, un vulgar recuadro para la página 62. Personajes con pasado enturbiado, rostros pétreos de canto rodado, incluidos en la historia pícara de la ciudad. Marcos, el viejo, tiene hoy un buen capital y un prontuario emblanquecido por cierta antigüedad en la vida decente. Hace años puso una joyería en Barrio Norte, cerca de la guita. De joven, cuando aún todo era deseo, amasó un aforismo que se hizo estilo, impronta, definición de conducta: no quiero que me den plata, quiero que me pongan cerca de la plata. Y en ese espacio vivió.

No tuvo tiempo para sorpresas esa radiante mañana estival cuando dos clientes se transformaron súbitamente en asaltantes. Lo obligaron a cerrar, lo llevaron a la trastienda, allí extendió Marcos sus mejores tesoros sobre una negra franela. Víctor, el buen mozo, y Vicente, el de cara patibularia, empezaron a cargar sin elección, como aprendices. Eso les dijo Marcos: aprendices. Con voz lenta, cascada, sin miedo, nombró a gente pesada, con pasaporte letal.

Ladrón de Joyas

Mencionaba a esas leyendas del hampa con tono amistoso, pero se extendía una seca amenaza. Marcos les explicó que estaban llevando berreta, joyas seriadas, de valor mínimo. Miró a Víctor con lástima, le preguntó cuando les daría el “reduche”. Una moneda —dijo—; entonces ustedes valen eso, una moneda. Mudos, escucharon al viejo zorro. Abrió una gaveta, sacó alhajas de colección, las justipreció. Ya habían sido valuadas por el seguro en 70.000. El “reduche” les ofrecerá 10.000, dijo, valen 100.000, yo les doy ahora 30.000 y asunto terminado, concluyó mientras se movía sin temor, con las armas que ya apuntaban al piso, como inofensivos grifos de canilla.

Llamaba por teléfono a su hijo, con órdenes precisas. Sirvió cerveza, les recordó lo de sus amigos pesados, por las dudas. David, el hijo, llegó con la plata, nuevita, como recién planchada. Los nervios estaban del otro lado, Vicente dejó su pistola sobre una vitrina. Solícito, Marcos le preguntó si tenía hijos. “Lleve esta para su nenita”, y le entregó reloj berreta, uno de los de la franela negra. Despidió a David, que se fue con la joyas. Cerró su actuación: ahora me dan un buen culatazo, seco, que salga sangre. Y puso la cabeza.

En la perinola del mediodía, Víctor y Vicente habían ganado 15.000 por barba. Marcos, la urraca, 40.000. O algo menos, si se le deduce los seis pesos del reloj berreta.

“No se olviden de Tupaj Katari”

Les adjunto un articulo escrito por un colega bolivano Chalo Gosalvez:

Historia y la justicia en Ayo Ayo

“No se olviden de Tupaj Katari”




((i)) La Paz

La Paz, 5 de junio de 2004



El gobierno de Carlos Mesa se encuentra en una encrucijada. No cuenta ni con la autoridad —salvo las armas para detener a dirigentes— ni con los instrumentos para recuperar la credibilidad perdida en el Estado, entre los comunarios aymaras de Ayo Ayo. Después de la ejecución del alcalde Benjamín Altamirano, el pasado 15 de junio, se escuchó una sola voz colectiva: “Todos lo matamos”. “Que nos lleven presos a todos”.



Ante los fuertes cuestionamientos a las autoridades que se presentaron allí para dialogar, la formación de una policía sindical y un gobierno aymara autónomo, los comunarios ratificaron su decisión de mantener su posición —exigiendo además y prioritariamente la libertad de los detenidos por el caso— profundizando un proceso de autogobierno que, según relatan los pobladores, antecede en mucho la ejecución de “ese representante del Estado boliviano en Ayo Ayo”.



“No se olviden de Tupaj Katari”, gritaba un dirigente comunal y sindical desde esas tierras áridas, como haciendo llegar el mensaje a los oídos del Estado casi siempre sordo del campo. Sobre una pequeña tarima en la plaza principal, al pie del monumento del legendario Katari, el dirigente amenazó al gobierno con bloquear la carretera y “volar” las instalaciones de electricidad que abastece a la región, si no se respetan las decisiones de las comunidades. Ahora, las autoridades comunarias han dictado un

estado de sitio y han determinado la expulsión de Ayo Ayo de la policía estatal.

De Tupaj Katari a la voz colectiva

Todos recordarán que la historia de Ayo Ayo está impregnada por el rastro de líderes y rebeliones aymaras. En siglos pasados, dejaron allí una huella imborrable: Tupaj Katari, Bartolina Sisa y Zarate Willka.

No es casual que Julian Apaza, el Tupaj, haya nacido en el ayllu Sullkavi, comunidad vecina de Collana y parte de Ayo Ayo, donde colgaron su mano derecha después de que fuera descuartizado —en Peñas— por orden de Francisco Tadeo Diez de Medina.

La sentencia de 1781 decía con precisión: “Ni al rey ni al estado conviene, quede semilla, o raza de éste o de todo Tupaj Amaru y Tupaj Katari por el mucho ruido e impresión que este maldito nombre ha hecho en los naturales… Porque de lo contrario, quedaría un fermento perpetuo…”.

Siglos después, en este comienzo de siglo XXI, Ayo Ayo vuelve a ser el escenario de la lucha aymara poniendo en evidencia la confrontación de dos sistemas de vida política, económica y organizativa.

Ciertamente el ajusticiamiento del ex alcalde Benjamín Altamirano, a manos de los comunarios, el pasado 15 de junio, es la expresión de una interpelación al Estado boliviano, sus leyes y su distribución inequitativa de recursos a partir de la reforma de Participación Popular (1997). Pero, en el fondo, Ayo Ayo está mostrando más que eso al mundo, está mostrando la imposibilidad de mantener un sistema que carcome a otro; un sistema que no respeta ni reconoce a los indígenas, en sus derechos, su historia, sus usos y costumbres; su lengua y su color de piel.

Por esa exclusión secular, la región de Ayo Ayo parte de la provincia Aroma, ya fue cuna de la formación de varios movimientos políticos, kataristas e indianistas. De ahí surgió, por ejemplo, Genaro Flores, nacido en la misma provincia, quien protagonizó varias luchas hasta la conformación de la Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB).

En el inventario de los levantamientos insurreccionales, Ayo Ayo arrastra también una tradición de ocupación de haciendas desde la post Guerra del Chaco (años 30), proceso que fue acompañado con la formación de sindicatos comunales siguiendo el modelo de organización obrera de aquel tiempo.

¿Cómo es Ayo Ayo hoy?

Varias fueron las formas de “penetración” del Estado en las comunidades indígenas del Altiplano. Tras las reformas estructurales aplicadas desde 1985, Ayo Ayo pasó a ser conocido como uno de los 315 municipios del país que recibe los recursos de la Ley de Participación Popular, una suerte de redistribución de los ingresos estatales para el desarrollo local.

Según la concepción neoliberal, Ayo Ayo es un municipio con una población mayoritariamente aymara, considerado por los organismos internacionales

como parte del grupo de “municipios marginales” por el elevado nivel de pobreza.

Ayo Ayo forma parte de la Provincia Aroma —ubicada a lo largo de la carretera troncal que une La Paz y Oruro— y abarca cinco cantones. Desde el punto de vista de la organización, le pertenecen 10 de las 11 comunidades de la Central Agraria Ayo Ayo. Las 10 comunidades se dividen en 48 zonas.

En la localidad, la base de la organización es el sindicato adoptado desde la reforma agraria de 1953, sin embargo, esta forma organizativa agrupa a su vez dos tipos de organización: las comunidades de exhacienda y las comunidades originarias que rescatan el ayllu.

Esta división ha dado lugar a una pugna entre sindicalistas y originarios, los primeros ligados orgánicamente a la CSUTCB y los segundos a Consaq y Conamaq. De las 10 comunidades de Ayo Ayo, 4 son originarios y 6 sindicatos. La separación ha dado lugar a un profundo debate sobre la legitimidad de cada organización, del cual no están exentas las ONG que alientan la separación y el retorno a las autoridades originarias, ni los partidos políticos que intentan incrustarse en los sindicatos.

A su vez, entrecruzadas aparecen dos organizaciones más, conformadas por los mismos comunarios, las que no se separarán de la estructura sindical: La Asociación de Productores de Leche y más recientemente el Movimiento Sin Tierra —formado el 12 de febrero de 2003— después de varios intentos por comprar las tierras de la hacienda Collana que la familia Iturralde quiso vender a los comunarios con altos precios (de 350 a 500 dólares por hectárea).

De acuerdo al último Censo (2001) Ayo Ayo cuenta con una población de 6.981, casi mitad y mitad entre hombres y mujeres. El 86% de la gente vive en comunidades rurales, el 14% habita los pueblos. La esperanza promedio de vida de la población es una de las más bajas del departamento de La Paz: 56 años respecto al promedio nacional que es de 65. Sin embargo, la tasa de fecundidad es más alta que el promedio

nacional, 4 hijos por mujer, dato que se contrapone a la elevada tasa de mortalidad materna e infantil.

Ayo Ayo tiene un nivel de analfabetismo alto en relación a otros municipios, llega a 25,82%, aunque ha bajado bastante desde el último censo y hoy muchos jóvenes alcanzan a terminar el bachillerato con expectativa de ingresar a la universidad.

El tamaño del hogar en Ayo Ayo es pequeño en relación al promedio nacional, llega a 3,5 miembros lo que va a confirmar la tendencia migratoria principalmente de los hombres hacia la ciudad de La Paz. En las familias se puede ver que predomina la presencia de jóvenes, en primer lugar, y de mayores de 50 años, en segundo lugar. Esto se entiende por la expulsión de mano de obra a las ciudades. Hablamos de hombres, mayoritariamente, entre 20 y 49 años, es decir, en plena edad productiva.

En el municipio de Ayo Ayo, las principales actividades son la agricultura

y la ganadería basadas en la organización familiar de la producción que se

articula a las ferias locales y a los mercados de La Paz.

Por las características de la migración en las últimas décadas, las mujeres han incursionado en varias actividades productivas llegando a copar algunas de forma exclusiva.

Las actividades productivas del lugar hacen que la tierra sea un elemento fundamental para los comunarios y pobladores. Sin embargo, el proceso histórico de usurpación y legalización equivocada de la tierra —aspecto que caracteriza a todo el territorio nacional— ha terminado convirtiendo este recurso en inaccesible o, en el mejor de los casos, escaso para la producción. Una división de la superficie por familia da el resultado de 29 hectáreas, absolutamente insuficiente para la agropecuaria. (Este dato es general sólo para tener una idea, porque existen varias formas de

adquisición como la herencia, el alquiler, etc.).

La importancia de Collana en Ayo Ayo

Dentro de Ayo Ayo, Collana es la comunidad de mayor extensión, ocupa el 22,23% del municipio, con 9.383 hectáreas, donde habitan cerca de 323 familias. Dentro de este terreno, se encuentra la Hacienda Collana con 1.833 hectáreas donde, como todos saben, estás asentadas unas 300 familias del Movimiento Sin Tierra. Estas familias, con una fuerte presencia joven, están produciendo leche que la venden a la heladería Delizia, pero está prohibida de producir los grandes y famosos quesos Collana, porque la familia Iturralde —propietaria de la hacienda— se adjudica la exclusividad

de la producción y comercialización de los quesos amenazando con juicios penales si los comunarios ponen a la venta ese codiciado producto de gran

porte, altura y sabor.

En un terreno bastante grande, en medio del Altiplano norte caracterizado por los minifundios y surcofundios, hoy —después de la ocupación del MST— se puede ver en Collana la tierra trabajada e incluso ya se ven algunas pequeñas casas erguidas para los comunarios.

La toma de la hacienda Collana, el 29 de junio del año 2003, fue asociada con el asesinato de Gonzalo Iturralde en 1984, el patrón tradicional, a manos del comunario Oscar Mamani. Según los propietarios había un acuerdo entre Oscar Mamani y Gabriel Pinto, actual líder del Movimiento Sin Tierra en La Paz y segundo a nivel nacional, para repartirse las tierras posteriormente a la toma.

Sin embargo, desde la cárcel de San Pedro, donde cumple una pena de 30 años, Mamani desmintió la versión. Lo que argumentaban los miembros del MST para justificar la toma era que se trataba de 1.800 hectáreas que no cumplían la función económica social que establece la Ley INRA. De acuerdo a varios testimonios del lugar, esa versión era correcta. Los propietarios rara vez aparecían en la hacienda e incluso daban en alquiler a efectivos de la Policía. Por eso, antes de la toma el MST verificó que cuando mucho, los propietarios usaban apenas 300 hectáreas donde —en una pequeña granja— producían los quesos Collana.

Con todo, mientras los propietarios aducían que parte de la agresión del MST fue la quema y el robo de las pertenencias de la familia Iturralde, en lo que incluyeron las instalaciones de la granja de quesos y leche Collana, una visita de Indymedia al lugar constató la precariedad de las instalaciones, escasa y vetusta maquinaria.

En aquel tiempo, la familia Iturralde inició, de todos modos, un proceso judicial contra Gabriel Pinto del MST, por el cual lo apresaron hasta que pudo obtener la libertad condicional.

Hoy, Pinto es acusado nuevamente por el ajusticiamineto del alcalde Altamirano, y pende sobre el dirigente un mandamiento de apremio y demanda de juicio. Y es que como parte de Ayo Ayo y de su estructura sindical, el MST participa activamente en las decisiones sindicales y movilizaciones de la zona. Cuando se produjo el ajusticiamiento del alcalde, Pinto y otros dirigentes asumieron la voz colectiva de las comunidades, organizando y asumiendo el mando de Ayo Ayo como gobierno aymara autónomo.



Lo que vino de la mano de la Participación Popular

A partir de las elecciones municipales de 1995 —luego de promulgada la Ley de Participación Popular sobre la cual no se comprendían sus alcances— el único candidato campesino Rolando Condori fue elegido alcalde, quien cumplió su gestión ya con algunos problemas.

En ese periodo empezó a tener eco un reclamo de los comunarios porque los concejales, residentes y vecinos, priorizaron la inversión municipal en el pueblo de Ayo Ayo y no así en las comunidades rurales. En la gestión 1997 este hecho se hizo evidente: 47% del presupuesto municipal era para los vecinos y 24% era para las comunidades. Tanto el Comité de Vigilancia como la Central Agraria iniciaron una serie de

reclamos al gobierno municipal sin obtener respuesta.

La falta de rendición de cuentas el 98 y el 99 provocó el congelamiento de cuentas del municipio, por mandato del Senado Nacional y a solicitud del Comité de Vigilancia.

Las cuentas fueron descongeladas a fines del 99, antes de las elecciones municipales, pero con un desprestigio del gobierno municipal y en medio de un encendido interés por parte de los partidos políticos en controlar el poder local.

En las elecciones municipales del 99, fue elegido como alcalde Erasmo Silva, dirigente comunal y sindical, bajo la sigla del MIR, un partido tradicional. La gestión 2000 se caracterizó por ser buena ya que el alcalde posibilitó la participación de las comunidades y del Comité de Vigilancia en su gestión.

Pese a algunas falencias como la falta de informes y rendición de cuentas, sin contar la parafernalia que estableció el gobierno central para ello, Erasmo Silva no parecía tener problemas hasta que en la primera sesión de la gestión 2001, fue censurado por el Concejo Municipal y reemplazado por Benjamín Altamirano de NFR, otro partido tradicional.

Varios entrevistados dan cuenta de que esa gestión empezó caótica y arbitraria. Se identificaron entre otras irregularidades: uso discrecional de los recursos, un oscuro contrato con una consultora para que realizara el Plan Operativo Municipal, incumplimiento en la presentación de informes al Comité de Vigilancia, incorporación de familiares a la alcaldía, alteración de ítemes y sobreprecios de obras municipales.

Con estos antecedentes, el Comité de Vigilancia recién inició una demanda de congelamiento de cuentas en marzo del 2002. Esta demora se debió a la división en varias de las instancias de control como el Comité de Vigilancia, el Concejo Municipal y entre las comunidades. Los originarios, por ejemplo, apoyaban al alcalde Altamirano. Las cuentas del municipio se congelaron y la población eligió a otro

Alcalde, pero Altamirano no se quedó quieto e inició una batalla jurídica con demandas, contrademandas, amparos y otros recursos que sólo dilataron la solución del problema municipal. Altamirano no se tranquilizó hasta que ganó uno de esos recursos con lo que recuperó la alcaldía pero ya sin posibilidad de ejercer el cargo en Ayo Ayo. Lo hacía a distancia y sin rendir cuentas a nadie, era un alcalde clandestino usufructuando de los recursos municipales.

Mientras pasaba el tiempo, los comunarios en cabildos decidieron no sólo exigir rendición de cuentas, sino estaban convencidos de que esa gestión era pésima, corrupta y socapada por el Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

La discusión sobre la justicia comunitaria y la presencia/ausencia del Estado



El año 2000, la resistencia aymara intensificó sus formas de lucha con el bloqueo de caminos, y una acción colectiva del sector de Omasuyos dio paso a la quema y destrucción de varias instituciones estatales como la prefectura, la cárcel, los juzgados y la alcaldía. Esta acción fue acompañada por la captura, golpiza y muerte del capitán de ejército Téllez, quien comandaba una de las escuadras de represión en abril de aquel año.

Varios comunarios y vecinos de Achacachi contaron, entonces, cómo fue el recorrido de aquella matanza en manos de miles de comunarios. Porque no se trataba de un acto común, entendido en la justicia ordinaria, como delito, no había un responsable individual.

Según los testimonios, en primer lugar, la decisión de secuestrar al capitán surgió tras las primeras muertes de aquel 8 de abril. Decisión que fue tomada en un ampliado a la entrada del pueblo de Achacachi, donde meses después se instalaría el Cuartel General Indígena de Kalachaqa. Habían muerto seis del lado campesino, por lo que el secuestro del capitán obedeció a la toma de un oficial que no era lo mismo que tomar un conscripto: ni por el color de la piel ni por la jerarquía.

El cuerpo en poder de los comunarios fue golpeado hasta que perdió el conocimiento. Desmayado fue llevado a rastras por el pueblo hasta que unos vecinos lo rescataron, lo disfrazaron y lo llevaron al hospital del pueblo.

Cuando la gente se dio cuenta que el cuerpo no estaba, se informó de su paradero y procedió a invadir el hospital por encima del personal médico. Buscaron y rebuscaron hasta que lo hallaron aún desmayado. A toda prisa, no lo alzaron, sino lo arrastraron hasta el patio donde le propinaron golpes que cegaron su vida. ¿Quién lo mató? “Todos”, respondieron entonces.

Una respuesta similar dio la población de Ayo Ayo, en junio pasado, cuando deliberaban sobre los últimos sucesos que terminaron con la vida del alcalde Altamirano: “Que nos lleven presos a todos”.

La dimensión del caso y el recorrido de la víctima, provocaron un debate sobre si esta acción responde a la justicia comunitaria o no. La disquisición de los medios, los analistas y los aymaristas no lograron aún aclarar lo que ocurrió aunque existan ya seis presuntos asesinos en la cárcel.

En verdad, no existe una reglamentación que de cuenta de los alcances y procedimientos de la justicia comunitaria. Pese a su inclusión nominal en la última reforma judicial, poco se conoce sobre su significado y el proceso que sigue aún en varias comunidades del mundo aymara.

La primera aseveración que ha surgido de los supuestos entendidos en la materia, afirma que no se trató de un acto de justicia comunitaria porque según la tradición, los aymaras no llegan a ejecutar la pena de muerte. Antes que establecer esta versión como la última y la verdadera, nos parece adecuado recordar algunos casos de similar envergadura, por eso recordamos el caso de Achacachi el año 2000.

Del mismo modo, podemos recordar el caso que involucró al dirigente Edwin Huampo, el año pasado, quien fue perseguido y encarcelado por la justicia ordinaria por haber participado y avalado la ejecución de dos ladrones en la provincia Los Andes.

Y así existen otros casos más de robo, violación, corrupción —que sería muy largo exponer— los mismos que dan cuenta no sólo de una forma de actuar colectivamente, sino que habría que preguntarse por qué, la justicia hecha con las manos se va propagando.

Una de las razones encontradas en los testimonios es que justamente la justicia del Estado no funciona así como tampoco sus instituciones. De ahí que varias de ellas hayan sido expulsadas de algunas provincias del Altiplano en señal de que son ineficientes, pero además porque corrompen y alteran la vida cotidiana al extremo.

Un breve recuento de este proceso muestra que en las siguientes localidades fueron echados miembros de la Policía, de la Prefectura y de la Alcaldía:

– Provincia Omasuyus: Huarina, Santiago de Huata, Achacachi y Warisata

– Provincia Los Andes: Puerto Perez y Batallas

– Provincia Muñecas: Chuma

– Provincia Larecaja: Sorata

– Provincia Camacho: Escoma

No se ha confirmado si Ayo Ayo seguirá esta ruta, pero la hostilidad con la que los pobladores reciben a periodistas y se refieren a las autoridades hacen suponer que la falta de credibilidad en el Estado y el rechazo a la institucionalidad que lo representa reaviva ciertas formas de justicia comunitaria —no siempre visibles a los ojos citadinos— que con el tiempo van tomando nuevas modalidades de aplicación.

CONTROL

“Argentina careció, durante mucho tiempo, de toda capacidad de decisión, porque estaba, en gran medida, bajo el control del sistema bancario internacional, que había encontrado en una nación tan rica enormes posibilidades de préstamos abundantes y remuneradores: en especial a los dueños del petróleo, que habían colocado en los bancos neoyorquinos sus inmensos recursos.”

(De la nota “La fragilidad de los sistemas políticos”, publicada el sábado en El País por el sociólogo francés Alain Touraine.)

Argentinidad al Palo

Fuego en la legislatura. Casinos tomados. Rutas y calles cortadas. Comisarias ocupadas.

¿Revolución en puerta?

A mi modo de ver, todo lo contrario.

Método trotskista al revés. “Cuanto peor, mejor” usado ahora por derecha

argentina
, agazapada como siempre, feliz al ver los destrozos que los retardados hicieron ayer en la manifestación popular contra las leyes a votarse en la ciudad de Buenos Aires.

La derecha busca argumentos. Basta ver por ejemplo www.infobae.com y la encuesta que

hacen los muchachos de Hadad.

¿Hacia donde derivará la protesta social? ¿Evolucionará hasta construir una fuente de poder necesaria para poder constituirse en una nueva opción de gobierno de cambio real? Mi temor, que creo sumamente fundado, es que siga dando argumentos a los violentos realmente para cambiar las cosas a su modo (es decir volviendo el rumbo hacia las políticas militares y menemistas).

Aún cuando me cuesta dificil de llevar a la práctica, y las discusiones que eso me lleva con amigos varios, la respuesta es la pacífica. La violencia nunca es la respuesta.

Si bien comprendo que no siempre puede evitarse, creo que los dirigentes sociales nuevos y emergentes tienen que entender como moverse y ser prudentes con lo que pregonan.

La salida a esto que nos pasa, no es mágica. No nos va a sacar Kirchner, Duhalde, Carrió, Macri, ni Mandrake.

Sólo saldremos, cuando nos organicemos. Cuando dejemos de esperar, para hacer. Cuando dejemos de mirar, para participar. Cuando dejemos de protestar, para presionar.

Cuando dejemos de ser espectadores, para ser protagonistas.

Mientras no cambiemos, nada cambiará.

Siempre repito la misma frase, pero es casi ya la guía de mis acciones. Es la de Antonio Gramsi: “Con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”. Lamentablemente, cada día estoy más pesimista. Sin embargo, mi voluntad sigue intacta tratando de contagiarla al resto.

Veremos si sirve para algo.

Un abrazo

Hernán Pablo Nadal