El esbozo de un fondo de solidaridad asiática evidencia la intención de la región de enfrentar la crisis sin la ayuda del Fondo Monetario Internacional. En Corea del Sur, la tormenta económica acabó con un gobierno desacreditado y provocó el estallido social. La exacerbación de tensiones con Corea del Norte no alcanza para distraer a la sociedad…
por Philippe Pons, enviado especial
Periodista. Autor de Misère et crime au Japon, du XVIIe siècle à nos jours, 1999, y de D’Edo à Tokyo, 1988, ambos en ediciones Gallimard, París.
Traducción: Carlos Alberto Zito
Al acceder al poder en febrero de 2008, el presidente de centroderecha Lee Myung-Bak había prometido una “Corea globalizada” en la que cada habitante tendría ingresos anuales de 40.000 dólares. Ignoraba que doce meses más tarde su país sería uno de los más afectados por la crisis del neoliberalismo que él mismo defendía, ni que su firmeza respecto a Corea del Norte generaría las más graves tensiones entre ambos Estados en una década, al punto de casi dejar a Seúl marginado en las conversaciones de los Seis (China, las dos Coreas, Estados Unidos, Japón y Rusia) sobre la desnuclearización del régimen de Pyongyang.
El disparo por parte de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), el 5 de abril de 2009, de un misil de largo alcance fue acogido con calma en el Sur, cuya población está acostumbrada, desde hace medio siglo, a las invectivas y amenazas de los dirigentes del Norte. Luego de semanas de preparativos militares, con anuncios de una posible intercepción del proyectil, el gobierno volvió a una posición más moderada, después de que Washington decidiera no reaccionar militarmente a ese disparo. Sin embargo, Seúl se colocó a la vanguardia de los países que exigieron al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas “firmes sanciones” por “el grave atentado” a la estabilidad de Asia Oriental.
Esa conducta no sorprendió a nadie. Lee, preocupado por desmarcarse de sus predecesores de centroizquierda –a su entender demasiado conciliadores– inauguró su presidencia suspendiendo la ayuda a Pyongyang hasta que el régimen hiciera concesiones. A fines de 2008, Corea del Norte anunció que los acuerdos de no agresión entre ambos países pasaban a ser letra muerta.
Al igual que las autoridades japonesas, el gobierno de Lee adoptó una posición intransigente respecto de Pyongyang. Si, una vez finalizada la agitación internacional respecto de la RPDC, Estados Unidos abre –como es probable– un diálogo directo con ese régimen, Corea del Sur “no tendrá otra opción que cooperar con Washington, pero entonces puede ser excluida por el Norte”, estimó Paik Hak-Soon del Instituto de Investigaciones Sejong en Seúl.
Una sociedad fragmentada
Sin embargo, la cuestión norcoreana no constituye la principal preocupación de los surcoreanos, que no se sienten directamente amenazados. Los preocupa más el deterioro de la situación económica. El riesgo de que la crisis económica y la crisis social se combinen, es aun más grande en la medida que dos tercios del Producto Bruto Interno (PBI) dependen de mercados externos. El gobierno es consciente de ello: en marzo adoptó un presupuesto de 29.000 millones de wons (16.500 millones de euros) para la creación de empleos y para ayuda a los más desfavorecidos.
La crisis social podría ser aun más severa que aquella provocada por la tempestad financiera asiática de 1997-98, que al menos estaba localizada. Corea del Sur podía entonces contar con los mercados de Estados Unidos y de Europa para levantar cabeza; lo que logró, a pesar de haberle llevado cierto tiempo. Hoy en día, frente a una crisis mundial, e independientemente de los esfuerzos que hagan los coreanos, la mejora depende de la situación en el exterior. Además, hace once años la sociedad surcoreana era más homogénea, mientras que ahora ha crecido la distancia entre quienes “salen adelante” y los otros, subraya el sociólogo Kim Yong-hak. Y, según los institutos de investigación, las suspensiones de empleos podrían continuar y alcanzar las quinientas mil a fines del primer semestre.
Una sociedad más fragmentada, un Parlamento donde partidos desconectados de la sociedad debaten de manera caótica, un jefe de Estado impopular… La calma es precaria. A pesar de la reducción de salarios y horas extra para mantener los empleos, y de amortiguadores tales como la disminución del número de flamantes egresados que ingresan en el mercado laboral –quienes, desmotivados por una baja del 10% al 20% en el salario inicial prefieren prolongar sus estudios– el país se ve aspirado por una dolorosa espiral; el gobierno ya casi no cuenta con la confianza de la población. A pesar de una cierta solidaridad frente a las dificultades, las diferencias ideológicas se radicalizan. Un signo del malestar: el que critica al gobierno suele ser calificado de “rojo”.
Lee quedará en la historia de la joven democracia surcoreana como el jefe de Estado cuya “luna de miel” con la opinión pública fue la más breve. Su popularidad, que cayó al 20% tres meses después de su elección, está actualmente alrededor del 30%. Su política rápidamente quedó a contratiempo: predicó la firmeza frente a Corea del Norte en momentos en que la administración Bush pasaba de la hostilidad al compromiso, e impulsó un neoliberalismo puro y duro, cuyos excesos quedarían en evidencia con el derrumbe de Wall Street. Hoy en día debe recurrir a recetas keynesianas para tratar de frenar las repercusiones de la crisis.
Duramente afectada, Corea del Sur, que había entrado en el club de los países desarrollados a fines de la década de 1990, vuelve a una costumbre ancestral de penuria, aprendiendo de nuevo a vivir con poco y a practicar la solidaridad. En ese país obnubilado por la búsqueda del éxito, la pobreza –vivida como algo indigno– se esconde en los parques y en los pasajes subterráneos.
La crisis aún no tuvo los efectos dramáticos de la que data de 1998 (pánico, venta de oro, suicidios). Sin embargo, este año será duro para ciertos sectores: trabajadores con contratos de duración determinada (la mitad de los asalariados), pequeñas y medianas empresas. “El gobierno aprovecha la situación para reducir los derechos de los trabajadores irregulares, aumentando de dos a tres años el período más allá del cual el empleador está obligado a contratarlos definitivamente”, se quejó la señora Jin Young-ok, ex-vicepresidenta de la Confederación de sindicatos coreanos (KCTU), la organización más combativa, que reivindica ochocientos mil afiliados. Pero, la KCTU, afectada desde enero por un caso de acoso sexual en el que está implicado su Presidente, y que la dirección trata de minimizar, no está en la mejor posición para llevar adelante las grandes negociaciones anuales sobre los salarios y el empleo, que comenzaron a fines de abril con los patrones.
Por ahora, los coreanos se mantienen unidos, pero no hay que descartar un nuevo brote de “democracia ciudadana”. En efecto, ninguna de las grandes formaciones políticas parece poder hacerse eco de las demandas de la sociedad civil. Luego de décadas de dictaduras militares sostenidas por Estados Unidos, Corea del Sur inició, en junio de 1987 y bajo la presión de la población, una democratización consolidada una década más tarde por la llegada al poder de la gran figura de la disidencia, Kim Dae-jung.
El giro a la derecha que representó la elección de Lee en diciembre de 2007, no significa un cuestionamiento de los logros democráticos. El nuevo Presidente fue llevado al poder por un centro amplio que reunía a moderados y a decepcionados del centroizquierda (entre ellos una parte del mundo obrero, movilizado por la esperanza de que la aceleración del crecimiento le sería más beneficioso que las aleatorias políticas de redistribución).
La severa derrota del centroizquierda en las elecciones presidenciales ya reflejaba las inquietudes de la opinión pública: empleo precario, difícil inserción de los jóvenes, aumento del precio de las propiedades. Pero ésta también se debió a un excesivo pesimismo respecto de los indicadores económicos, por entonces globalmente positivos. La expansión de China, con sus índices de crecimiento de dos dígitos, daba la impresión a los coreanos –que en el pasado habían conocido un desarrollo comparable– de que todo iba mal en su país.
Decepcionados por una “socialdemocracia” que no había cumplido sus promesas, muchos se dejaron seducir por el neoliberalismo del dinámico Lee Myung-bak, empresario convertido en intendente de Seúl. Y dieron su apoyo masivo, sin hacerse demasiadas preguntas, a un hombre que atraía tanto a los conservadores como a los jóvenes, proclamando que lo que era bueno para los conglomerados industriales (chaebols) era bueno para el país.
Sin embargo, el nuevo equipo dirigente se precipitó en machacar los objetivos tanto irrealistas como imprecisos de los plazos del “Programa 747” del Presidente (7% de crecimiento anual, 40.000 dólares de ingreso anual por habitante en lugar de los 24.000 actuales, y septimo lugar en las economías mundiales en vez del decimotercer lugar que ocupa en la actualidad), lo que ofuscó a la opinión pública. La crisis iniciada a fines de abril de 2008 por la reanudación de las importaciones de carne vacuna estadounidense –que durante semanas generó manifestaciones de hasta cien mil personas por día en Seúl– transformó la ofuscación en oposición.
Los “netizen” se movilizan
Ese “levantamiento” de la opinión pública tomó desprevenido al gobierno y desorientó a los analistas extranjeros, que vieron allí una reacción xenófoba. En realidad, la importación de carne vacuna estadounidense –destinada a facilitar la ratificación por parte de Washington del acuerdo de librecambio con Corea del Sur– cristalizó diversos descontentos. A aquellos preocupados por la seguridad alimentaria, se sumaron estudiantes secundarios resistentes a una reforma educativa, budistas que se consideraban discriminados por un Presidente miembro de una secta protestante militante, y también los sindicatos. No faltó en esa coalición, en un principio pacífica, un sentimiento anti-estadounidense latente, compensatorio de la dependencia estratégica del país.
A medida que se extendía, el movimiento se fue radicalizando, dando lugar a enfrentamientos con la policía antimotines: sin embargo, contrariamente a las generaciones precedentes de opositores, munidos de cócteles molotov, éstos manifestantes marchaban llevando velas en sus manos…
La represión policial, el cansancio de los ciudadanos y las excusas del Presidente, que humildemente se comprometió a mostrar un mayor respeto por la opinión pública, hicieron que el movimiento se disipara. La “Topadora” –sobrenombre de Lee, que subraya su “empuje”– se había topado con una pared. “Irónicamente, el mérito de Lee Myung-bak fue reavivar la protesta”, estimó Gavan McCormak, historiador de la Universidad Nacional de Australia, especializado en Asia Oriental.
La reactividad de una democracia directa cuyos movimientos nacen y mueren vía Internet constituye una de las características de la vida política surcoreana. Los netizen (ciudadanos de Internet) vigilan el sistema económico y denuncian sus desvíos. Esas nuevas expresiones de participación civil (1), menos ideológicas y más emocionales que las de la “generación democracia” (de los años 1960-1980), inquietan e incomodan al gobierno: al no ser violentas resultan más difíciles de manejar bajo el argumento del mantenimiento del orden. Por lo tanto, el gobierno pretende controlar la red por medio de una ley sobre la ciber-difamación, proyecto denunciado como violatorio de la libertad de expresión por OhMynews, uno de los principales sitios de información. Mientras que los grandes medios son pro-gubernamentales, muchos de los sitios son, en efecto, un espacio de contra-poder.
La democratización de la sociedad surcoreana fue más rápida que la evolución de su clase política, la cual se posiciona más en función de pertenencias regionales que de una división izquierda-derecha. Esos alineamientos oportunistas acabaron hartando a la opinión pública, como lo demostró el porcentaje de participación más bajo de la historia coreana registrado en las elecciones legislativas de abril de 2008: 46%. El escrutinio confirmó el giro a la derecha del país –el Gran Partido Nacional (GPN) logró 153 bancas sobre 299, mientras que la Unión Democrática pasó de 136 a 81– y la distancia que existe entre los representantes electos y la sociedad.
En los años 1960-1980, el movimiento estudiantil fue la fuerza viva de la lucha contra las dictaduras. Posteriormente, el mundo obrero y los movimientos de ciudadanos tomaron el relevo opositor. Pero, actualmente, muchos jóvenes coreanos, que crecieron en una sociedad democrática y próspera, están más aferrados a los avances materiales que a los valores tradicionales (sacrificio, solidaridad) o a los ideales progresistas de sus padres. “Con el crecimiento, los coreanos perdieron su motivación para luchar por la democracia”, estimó Lee Soho, que presidió la KCTU luego de haber fundado el sindicato de docentes.
Excepto una minoría politizada, la joven generación tampoco cuestiona el sistema capitalista, ni el poder del dinero, aunque sea brutal. Frente a la derecha “no existe ninguna fuerza de alternancia creíble. Los jóvenes son más individualistas, menos solidarios. Están decepcionados por la política tal como se la practica, pero sin embargo no creo que estén despolitizados”, añadió Lee Soho. La participación de los jóvenes en la vida política toma a menudo la forma de acciones dispersas, pero que podrían fundirse en un amplio movimiento, como ocurrió durante la crisis de la carne vacuna estadounidense. En momentos en que el giro a la derecha de Lee Myung-bak quedó estancado económica y políticamente, esa democracia directa aun puede reservar sorpresas.
1 Véase las entrevistas de Benjamin Joinau en: Séoul, l’Invention d’une cité, Autrement, París, 2006.