La lección de catch

Por Sandra Russo



En la Escuela Nº 8 de Clorinda, Formosa, a cada uno de los 970 alumnos le corresponden diez centavos por día para comer. No nos atreveríamos a darle diez centavos de propina al chico del delivery que nos trae la pizza el domingo a la noche, ni le dejaríamos diez centavos al mozo del bar de la esquina. Pero con una moneda como ésa, de una insignificancia insultante, es que deben alimentarse cada uno de los 970 alumnos de la Escuela Nº 8 de Clorinda.




Tal vez se trate de un tic del oficio periodístico pero, para abordar aunque sea de costado un tema como “las marcas sociales del mal”, necesito un disparador que sacuda esa construcción abstracta y que la haga emerger en una imagen en la que sea posible activar la vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato. Me entero de que en una escuelita formoseña cada chico cuenta con diez centavos por día para comer. Comienzo a escribir. Cuando lo escribo, intento ponerme en el lugar de lo que escribo. Me llega el gusto a bilis de una boca con hambre. Escucho el sonido hueco de un estómago chiquito. Huelo el vapor confuso de un pastiche revuelto con un hueso de vaca como único estandarte nutricio. Toco una puerta que no se abre. Veo, entonces, algo que está mal.

Y abandono por ahora, con esa imagen de los chicos de Clorinda, la diferencia entre el mal y lo que está mal. Podría decirse, de una manera provisoria, que el mal es, entre otras cosas, el miriñaque que sostiene erguido y estable lo que está mal. Porque lo que hace que el mal se encarne en sufrimiento es precisamente esta estrategia de organizarse en el intestino de lo social, de camuflarse en el sentido común de millones de personas que aceptan, como si fuera natural, que otros millones de personas vivan malas vidas. La inequidad es una de las grandes obras maestras del mal. Las grandes luchas y las ínfimas luchas, que se han librado siempre en la historia o en la vida cotidiana entre el Bien y el Mal, tienen que ver precisamente con eso: con la distribución de los bienes escasos, que según algunos es la esencia de la política.

Cuando estudiábamos en el secundario nos decían que la política tenía por objeto el bien común. Me pregunto si acaso no deberíamos pensar en cómo se construye el mal común. Cómo toma cuerpo y forma ese mal que construimos en conjunto, consintiendo el sufrimiento ajeno.

En un ensayo de 1954, Roland Barthes analizó una de las luchas entre el bien y el mal que se desarrollaba como espectáculo de masas, en un código absolutamente popular tanto en Europa como en Estados Unidos. Una década más tarde, ese espectáculo llegó a la Argentina. Me refiero al catch, y a Titanes en el Ring. La emoción básica que proponía el catch era, lisa y llanamente, la adoración del perfecto canalla. El catch permitía al público socializar una emoción que siempre fue políticamente incorrecta, aun antes de que esa noción que hoy se vuelve un nuevo corset llegara a ser formulada. La emoción del catch estaba ligada a la fascinación por lo amoral. Pantomima del deporte, que siempre fue un paradigma del reglamento, el catch surgió como neto espectáculo. Es decir, como ficción.

El espectador de catch siempre supo que presenciaba una representación. Con esa confianza en que lo que sucede no sucede, es que uno va al teatro.

Los luchadores de catch exhiben una gestualidad ritual. Quien cae, no se levanta de inmediato como lo haría cualquiera que se cae en la vereda. Se queda exageradamente en el piso. El luchador caído no disimula, más bien exaspera la máscara del dolor.

En la vida real impera el slogan de “Levántate y anda”, o los más aggiornados de Nike o de Adidas: “Tú puedes”, o “Nada es imposible”. En el catch, el luchador caído se ofrece como la contracara de esos esfuerzos anónimos e inútiles, y por medio de esa ficción da cuenta de una verdad: le gustaría levantarse y seguir peleando, pero alguien lo está pisando. La mirada de los espectadores se llena con la visión intolerable de la derrota. El catch opera entonces como el espectáculo que transparenta la intimidad del ofendido.

Pero no es el caído el que enfervoriza al público. El catch es un espectáculo de identificaciones cruzadas. El héroe, en este ring, es el canalla. Para hacer andar su mecánica moral, el catch tiene herramientas. Una de ellas es la toma. Mediante una toma, el débil es dominado. El fuerte y tramposo sujeta y vence al débil que respeta las reglas.

Después, en el transcurso del combate, se invertirán los roles. El débil tendrá su oportunidad y vencerá al canalla, pero solamente cuando siga las instrucciones del público, que lo alentará para que sea él quien viole las reglas y quien haga las trampas. La mecánica moral del catch hará que el débil se vuelva fuerte cuando acepte convertirse él mismo en el canalla. ¿Qué es un auténtico canalla para ese público? Esencialmente, el canalla es “un inestable que sólo admite las reglas cuando le son favorables. Se refugia detrás de la ley cuando juzga que le es propicia, y la traiciona cuando le es útil hacerlo”.

Finalmente, en la vida que compartimos socialmente, lo único que tenemos son reglas. Lo que llamamos civilización no es otra cosa que una convención. Las contravenciones a los contratos sociales son las que hacen tambalear este artificio que nos contiene a todos. Si alguien con hambre, con sed o con frío no toma los alimentos, las bebidas o el abrigo que necesita, salvo que tenga el dinero para pagarlos, es porque reclamamos que incluso los que no tienen nada se atengan a la convención. ¿Pero por cuánto tiempo y con qué derecho puede reclamársele a alguien que se atenga a un contrato que fue redactado en su contra?

Vuelvo a la escuela de Clorinda. Para que haya chicos que deban alimentarse con diez centavos por día, muchas reglas han sido violadas, y no en secreto. Y mientras sigamos sosteniendo el miriñaque que hace que el mal se encarne en lo que está mal, seguiremos aceptando que haya débiles caídos con fuertes pisándoles la espalda. No deberíamos escandalizarnos tanto cuando después esos débiles violan la ley. Como en el catch, eso forma parte de este espectáculo.

TURISTAS (O el Famoso cuento Chino)

Pirulo de Página 12.

Quizá sea conveniente moderar el entusiasmo ante la futura llegada de oleadas de turistas chinos. Uno de ellos, Zhu Zhaorui, se ha convertido en una celebridad al publicar su libro La vuelta al mundo con 3000 dólares. En él, relata su viaje de 77 días por 28 países alrededor del globo, en los que gastó sólo 682 dólares en pasajes aéreos.

Su hazaña amenaza repetirse: desde que salió su libro, recorre todas las universidades chinas para compartir con miles de compatriotas el secreto de su ahorro.

BitTorrent, el mayor servicio P2P de Internet

Con el 35% de todo el tráfico de Internet, BitTorrent es, con amplio margen, la mayor red global P2P de intercambio de archivos.



Según cifras de la consultora británica CacheLogic, BitTorrent concentra más de una tercera parte de todo el tráfico de Internet, independientemente del contenido o categoría. Por medio de BitTorrent, los usuarios consiguen películas, música, juegos y software.



Todo el mundo sabe que la mayor parte del material es pirateado, aunque también se distribuyen archivos legítimos, en especial software de código abierto.



En gran medida, BitTorrent ha ocupado el lugar que anteriormente ocupaban Napster, Kazaa, Emule o Edonkey. Al contrario que tales servicios, BitTorrent no usa una administración central que pueda ser demandada o servidores que puedan ser bloqueados.



La red está estructurada exclusivamente en torno a los propios usuarios, y existen relativamente pocas posibilidades de que sean descubiertos por las industrias discográfica o cinematográfica en caso que intercambien archivos ilegales.



John Malcolm, portavoz de MPAA, declaró a la agencia Reuters que BitTorrent, es un sistema muy eficaz para el intercambio de grandes archivos, y que muchos usan y abusan, para intercambiar material ilegal.



MPAA se encuentra estudiando las posibilidades de que dispone para poner fin a este uso indebido de material con derechos reservados.Podemos obtener más información pulsando aquí.

Una de mis poesias

Culpame

Culpame si querés

por resistirme al deseo

y por el temor absurdo,

a un irreverente amor.

Por no arriesgar

al encuentro de las pieles,

y al más profundo,

de las almas.

Por permitir al tiempo,

tirano destructor,

corromper nuestro juego

de pasión y seducción.

Pero por mirarte

como te miro,

no me culpes.

Por disfrutar tu presencia,

por gozar de tus sonrisas,

y de intentar despertar

algo mío en vos.

Por no querer nadie cerca

cuando estás vos.

Por soñar con un beso,

y un minuto de locura.

Por intentar reconstruir

lo que sabemos imposible,

te pido, Maga,

no me culpes.

Hernán

La fría noche del 1 de Junio de 2002

Alejandro Dolina: reflexiones sobre la radio, los oyentes y los silencios

El escritor, músico y conductor radial fue anoche el protagonista de la entrevista en Radionauta. La charla, centrada en la temática radiofónica, fue rica en anécdotas e ideas conceptuales.

Guadalupe Diego. De la Redacción de Clarín.com.

gdiegotv@claringlobal.com.ar

Radionauta, el programa de Patricio Barton en Canal á, tiene un objetivo sencillo, casi modesto si se quiere: la idea es que el televidente conozca más acerca del mundo de la radio. No existen mayores pretensiones más allá de esta, casi didáctica, propuesta; que, acaso ayudada por este destino definido y limitado, suele llegar a buen puerto.

Para el televidente, la empresa posiblemente será más o menos provechosa a partir del personaje –siempre un hombre de radio, o también de radio- seleccionado para la ocasión; ya que es él y no otro quien se lleva la mayor parte de la entrega. Y lo cierto es que, en líneas generales, hay una acertada selección al respecto. Por ahí ya pasaron, entre otros, Lalo Mir y Pepe Eliaschev y, por estos días, quien anda diciendo lo suyo en la pantalla de Canal á es Alejandro Dolina, un tipo que ya pasó cómodamente la década frente al micrófono. Es más, tan cómodo la pasó que anda más cerca de la segunda que de la primera.

Interesante el entrevistado e interesante también el cuestionario. El temario repite la naturaleza jurídica de la propuesta toda y vuelve a ser algo sencillo, limitado y concreto. ¿Qué tenemos a cambio?, respuestas meditadas, con tiempo para la reflexión para quien contesta y material provechoso para quien escucha.

Entre los temas tratados en esta especie de “filosofía sobre la radio” que es la charla en Radionauta, el papel del oyente y la importancia del silencio –una idea recurrente en Radionauta- fueron anoche dos de los pasajes más ricos de la conversación. El primero de ellos sirvió para dividir aguas: una cosa es la presencia del público en el estudio (un interesante pelotón de público se da cita cada noche en El Tortoni para “ver” La venganza será terrible) y otra distinta es la intervención del oyente en el programa de radio propiamente dicho (y aquí Dolina advirtió sobre la exagerada costumbre, hoy casi convertida en norma, de hacer programas de radio casi exclusivamente a partir de lo que dicen al aire los oyentes; algo que encontró bastante desafortunado)

El otro tema, el silencio, fue, como lo ha sido por otros entrevistados, reivindicado por nuestro invitado (imaginamos que la reivindicación del silencio lo será hasta cierto límite, porque si resultara el protagonista absoluto de las noches de Continental, nos quedaríamos sin programa). En ambos ejes, por supuesto, no faltaron anécdotas y episodios para la risa.

Finalmente, también llegó la comparación ineludible: la diferencia que existe entre la radio y la televisión. Aquí Dolina se corrió del clásico “la radio es mejor porque como el que escucha no ve, lo que no ve lo imagina” y planteó, en cambio, un análisis algo más elaborado y que tuvo que ver con las cuestiones que aparecen en cada uno de los soportes (urgencias / tiempos / dinero / presiones / rating / posibilidades de ensayo / de arriesgue). “Si algo fuera bueno por la ausencia de elementos (porque no se ve, en el caso de la radio), la mejor obra artística sería aquella basada en una ausencia total de elementos; la que no existe en absoluto”, dijo. Algo que sonó, después de todo, tan absurdo como atinado: tal vez alguna que otra propuesta radial o televisiva sí mejora si desaparece.

Casi el 15% de los emails infectados por algún virus

Según ha indicado el Centro de Alerta Temprana sobre Virus y Seguridad Informática (CAT), el 14,8% de los mensajes analizados en la última semana contienen algún tipo de virus.

De los 5,81 millones de emails infectados, el virus Netsky fue el más popular o más presente, ya que se encontraba en un 52,8%. Otros virus también populares durante la semana pasada fueron el Bagle, ocupando un 26% del total, el Zabi.B con el 11,3% o el Mabutu, con el 1,2%.

Dentro de la aparición de nuevos virus y variantes se encuentra el troyano Citifraud.A, escrito en HTML, contiene un enlace que parece indicar que se va a enlazar con una dirección de Citibank, la entidad bancaria.

Este enlace es falso, por lo que se trata de una nueva técnica de phishing, y se persigue la obtención del usuario y clave de los usuarios de dicha entidad.

CAIDA LIBRE

Bastaron dos físicos (una experta en mecánica teórica y aplicada y un estudiante a punto de recibirse) para desenmarañar un problema que desde hace siglos no deja dormir a los hombres y mujeres de ciencia: por qué las cosas que son delgadas y planas –como una hoja de papel, por ejemplo– se elevan primero y planean luego mientras se precipitan al suelo.



Jane Wang y Umberto Pensavento (de la Universidad de Cornell, Estados Unidos) abandonaron por un instante la teoría para calcular los movimientos de una hoja de papel .



Y se llevaron algunas sorpresas: Wang cree que la subida y caída de básicamente cualquier cosa plana (como las llamadas “hojas de otoño” que acaban aterrizando muy lejos de su árbol, incluso en los días sin viento) está gobernada por el caos.



A través de técnicas de modelado por computadora, los investigadores calcularon cómo a medida que se aproxima al suelo el aire del ambiente se las arregla para arremolinarse alrededor de los bordes de las hojas, lo que hace que ondeen y den vueltas alocadamente.



Y como el flujo cambia drásticamente alrededor de los bordes agudos del papel, la teoría aerodinámica clásica no sirve para predecir la trayectoria exacta de la caída del cuerpo.



Pero el análisis financiado por la fuerza aérea estadounidense: “La fuerza que hace el aire depende mucho del acoplamiento entre los movimientos de rotación y de traslación del objeto –explicó Wang–.



Así, el efecto del ‘papel que cae’ es casi el doble de efectivo a la hora de frenar su descenso que el conocido `efecto paracaídas’, lo cual beneficia a los árboles y otras plantas que necesitan dispersar semillas hacia una cierta distancia desde el punto de origen”.



Pese a la conspicuidad de tales evidencias, aún hay quienes por los pasillos cargan en silencio a Wang y a Pensavento.



Pero no les importa: el escocés James C. Maxwell también fue seducido por el problema del “papel que cae” y antes de darse cuenta terminó de atarle el moño a la teoría que enlazó de una vez por todas electricidad y magnetismo.