Un texto de Jonás Beccar Varela para Listao, en donde analiza qué es la web2.0 desde una aproximación literaria.
¿Qué es la web2.0? ¿Debemos tratar de entenderla, combatirla, adaptarnos o dejar que simplemente exista a nuestro lado? ¿Es posible vivir al margen de ella?
Antonia, Mario y Danimir
Sábado, 11 de la noche. Decenas de personas salen del cine. Entre ellas está Mario. Mario y su mujer quedaron fascinados con la película que vieron. Salieron del cine y se sentaron en un bar del patio de comidas a tomar un café y comentarla con la otra pareja con la que habían ido. La película fue maravillosa. A Mario le cambió la forma de ver el mundo. Estaba casi obsesionado con ella. No veía la hora de que llegara el día siguiente, domingo, para poder recomendársela a sus cuñados y sus suegros en el almuerzo familiar. Quería que más personas experimentaran lo mismo. Quería compartir esa sensación con otros.
Unos pasos atrás de Mario, con un grupo de amigos, salió también del cine Antonia. A ella también le encantó la película. Necesitaba compartirla. También, igual que Mario, se sentó con sus amigos en el patio de comidas y hablaron de la película que acababan de ver y de las sensaciones que les produjo. Un rato después, Antonia no veía la hora de llegar a su casa.
Llegó a las tres de la mañana, y se sentó en la computadora. Ingresó a su cuenta de Facebook.com y escribió, cuidando cada palabra, una crítica de la película en la sección de movies. Se dio cuenta de que si bien entendía muy bien el inglés, escribirlo no era tan fácil como entenderlo. Le llevó casi una hora escribir dos párrafos. Cuando terminó, en 10 minutos hizo la versión en español y la posteó en la sección de críticas de lectores en Lanacion.com. A las cuatro y cuarto, apagó la computadora y se fue a dormir.
Al día siguiente, luego de que Mario se convirtió en el pariente más pesado del almuerzo, logró que uno de sus cuñados fuera a ver la película.
Antonia, por su parte, logró que Danimir, en San Petesburgo, decida ir a ver la película. Danimir había leído en facebook el comentario que hizo Antonia de la película. Y otras quince mil personas también lo leyeron.
¿Porqué Antonia perdería ese tiempo del sábado, en lugar de irse a dormir, en compartir con un público anónimo su visión de la película? ¿Espera alguna retribución directa por su tiempo? ¿espera convertirse en crítica profesional de cine y ganarse así la vida? No, y no.
¿Quién le paga a Antonia por su tiempo? Danimir volvió fascinado de ver la película, en San Petesburgo, y decidió felicitarla a Antonia por su comentario. No usó palabras.
En Facebook habían 6 grafiquitos, o íconos, para seleccionar: tres manitos con el pulgar levantado, dos manitos con el pulgar levantado, una manito con el pulgar levantado, una manito con el pulgar hacia abajo, dos manitos con el pulgar hacia abajo, tres manitos con el pulgar hacia abajo. Danimir hizo click en las tres manitos con el pulgar levantado. Así, sin palabras, Danimir felicitó a Antonia y, junto con miles de otras personas que leyeron su comentario y vieron luego la película, la convirtió en la crítica de cine más popular de Facebook.
La verdadera retribución para Antonia vendrá cuando, el sábado siguiente, decida ir al cine, y entre antes a facebook a ver qué opina “la gente”, de las diferentes películas que haya en cartelera. Tal vez lea la crítica oficial del diario, pero no le dará más importancia que la que le da a las de otras personas. Después de todo Facebook permite seleccionar comentarios de personas que, basadas en calificaciones previas, se sabe que comparten el gusto de Antonia. Pero también porque confía más en lo que dice la gente.
Antonia y Danimir posiblemente no se conozcan nunca. O si. No importa. Hoy ninguno de los dos sabe nada del otro. No les preocupa la edad del otro, la carrera, el trabajo, su orientación política, religión etc. Ni siquiera Antonia sabe que el vive a más de 10.000 kilómetros. Podría vivir dos pisos más abajo en el mismo edificio. No les preocupa. No hablan entre ellos. No intercambian mensajes uno a uno. No “chatean”. No buscan pareja por internet. Facebook los cataloga como Movie buddies. Son amigos de cine. Comparten su gusto por el cine y su preferencia por ciertos géneros. Se leen mutuamente sus comentarios de cine. Posiblemente su relación nunca vaya más allá.
Cuando Antonia decide ir de vacaciones a la playa, recorre la costa con el Google Earth y mira las fotos que puso la gente en Panoramio.com. Cuando encuentra alguna foto que le gusta mucho, averigua más sobre ese lugar. Si el lugar le gustó, a la hora de elegir hotel, no mira las páginas web de los hoteles.
Sabe, al igual que todo el mundo, que las fotos que hay allí son de las mejores habitaciones, al mejor horario del día, y con cámaras y lentes que muestran los ambientes mucho más grandes de lo que son. ¿Qué hotel no diría lo mejor sobre si mismo en su propia web? Antonia prefiere consultar con la gente que ya fue allí, y cuyas opiniones son más puras, o genuinas. Los mismos que pusieron esas fotos tan lindas en Panoramio.com.
A ellos les preguntará sobre las opciones de alojamiento. Y hará posiblemente un doble chequeo en algún blog de viajes.
Cuando decide cambiar de trabajo, antes de confirmar una propuesta, Antonia visita Linkedin.com y busca en su red gente que trabaja o ha trabajado en la empresa a la que ella piensa ingresar. Y se fija las calificaciones u opiniones sobre la empresa. Eso la ayuda a decidir.
Antonia no lee un diario en papel. Pero tampoco lee UN diario en particular en internet. Armó su propio diario en Google Reader, a su medida. Ese diario, a través del contenido RSS, “chupa”, o “levanta” las noticias políticas de un diario, las económicas de otro, las internacionales de otro (que no es de Argentina), las críticas de espectáculos de un blog, y los chistes directamente desde una página de humor. Con el paso del tiempo, como el aspecto visual de su página personalizada es personalizado, valga la redundancia, Antonia se olvidará de qué diario provienen las noticias de tal o cual tema.
Un cambio de paradigma
Antonia es 2.0. Mario no. La web 2.0 es mucho más que una nueva forma de usar Internet. Trae consigo un cambio de paradigma social. Un cambio en las formas en que las personas se relacionan entre sí y con el mundo. Se le llama web 2.0 a un fenómeno de internet que ha crecido en los últimos años, que ha puesto en manos de “la gente” el manejo de contenidos de los sitios. En un principio internet era un muestrario de folletos institucionales puestos por empresas, universidades, etc., que contaban al mundo lo que eran y lo que hacían.
En algunos casos, con aplicaciones transaccionales, para recibir y enviar correos electrónicos, comprar y vender, ver las cuentas bancarias, etc. Hoy, en Internet, el límite entre emisores y receptores ha desaparecido. Todos pueden opinar, y la opinión de todos, o de la suma de muchos, resulta más valiosa, al menos para las personas como Antonia, que la opinión de alguien tradicionalmente calificado como autoridad para opinar.
Esta forma de pensar está saliendo fuera de internet, y llegando al mundo “real”.
Internet ha incubado un cambio de paradigma, pero dicho cambio ha salido fuera de las computadoras. Esto presenta un desafío para todos. Algunos podrán tratar de resistirse, y otros se adaptarán y encontrarán la manera de capitalizarlo.
Veamos un caso concreto en este último sentido: Durante el cacerolazo en varios lugares del país del pasado 25 de marzo, por algunas horas, los diarios online dejaron de informar. Ellos dejaron de emitir noticias. Eso no significa que hayan dejado de ser un canal de comunicación, sino todo lo contrario. Lo que hicieron fue invertir el flujo de la información. En Lanacion.com había un titular que decía “Cacerolazo: dejanos tu opinión”, y una dirección de correo electrónico. Eso era todo. Lo que la gente mandaba, iba directo a la web del diario. Seguramente habrían pensado: “¿para qué mandar un cronista al lugar, si podemos tener miles?” Y gratis.
Luego, al día siguiente, el diario aportaría su opinión de la noticia, formada, editorializada, pero… ¿la crónica en vivo?…Mucho mejor es dejar eso en manos de la gente.
En Estados Unidos los estudiantes universitarios no eligen las materias o cátedras por el curriculum vitae de los profesores. Lo hacen visitando ratemyprofessors.com, un sitio donde los alumnos califican a los profesores, opinan sobre ellos, y comparten sus visiones.
Es un sitio cerrado, al que sólo se puede ingresar con el número de estudiante, un identificador, que al igual que el número de Seguridad social, es único a nivel nacional para cada individuo. Quien no tiene ese número no puede entrar a ese sitio.
Si un profesor cruza el país, huyendo de una mala carrera docente en California, esperando encontrar mejor suerte en Carolina del Sur, no le será fácil repuntar. Lo dicho por californianos sobre él en ratemyprofessors.com quedó dicho para el mundo estudiantil entero ¿Habrá profesores que se anotan en carreras sólo para poder tener ese número e ingresar al sitio a ver lo que se dice de él?
Seguramente, pero me inclino a pensar que lo mejor que puede hacer es cambiar su modo de enseñar y esperar que las opiniones positivas comiencen a fluir. ¿Habrá universidades que algún día contraten profesores, no por su trayectoria académica sino por los ratings que le ponen los estudiantes? ¿Quién sabe?
La comunicación 2.0 es cruel, porque todos tienen el control, y el intervencionismo está muy mal visto. A personas como Antonia les resulta simplemente insoportable que alguien detente el monopolio de la palabra. Todo mensaje tiene que tener vía de respuesta para el público. Si no lo tiene, alguien lo crea.
En Estados Unidos, quizás también en Argentina, muchas empresas pretenden combatir fuego con fuego, y resisten a los comentarios negativos publicados en internet sobre ellas, creando falsos blogs, donde falsos consumidores ponderan y felicitan a la empresa por sus magníficos productos y servicios.
Señores, si quieren evitar los comentarios negativos, busquen otra fórmula, porque eso se sabe: hay blogs que listan y describen los falsos blogs. La gente tiene el poder de comunicar y maneja el medio.
Veamos, en oposición, el ejemplo de una empresa que decidió volverse 2.0 en serio, y sacar provecho de este nuevo fenómeno: La empresa danesa LEGO, que fabrica bloques de plástico interconectables (sí, la de los ladrillitos), creó Lego Factory, un sitio web en el cual los usuarios pueden crear digitalmente el modelo de juguete que quieran, usando en forma ilimitada todas las piezas existentes de Lego, con todas las combinaciones de colores, etc.
Es decir que uno tiene a su disposición todos los bloques de Lego que existen. Luego de haber creado su modelo, que puede ser un castillo, un auto, una lancha o un robot, el usuario hace click en un link, Lego lo cotiza, y el usuario lo puede comprar online, no sin antes haberle puesto un nombre a su juguete.
Días después llega a domicilio el juguete, ahora sí en el mundo real, en una caja impresa en forma personalizada con el nombre que el cliente le puso (por ejemplo NICOBOT, si es un regalo de Antonia para su hijo Nicolás), con el manual de instrucciones para armarlo. Con esto la empresa transfirió todos los costos de creatividad y diseño a los clientes (¡que lo viven como un juego y no como un trabajo!), convirtiendo a la empresa en una fábrica de bloques de plástico con un centro de distribución que arma empaques a pedido, en cajas personalizadas.
Seguramente habrán pensado: ¿Porqué venderle a la gente un autito, un robot o un barquito, si tal vez hay alguien que prefiere un tractor? ¡Dejemos que el cliente diseñe su tractor a gusto y medida, y le vendemos los bloquecitos para que lo arme!
Futuro incierto
¿Existe algún peligro asociado a este fenómeno? ¿Existe el riesgo de que alguien, un hacker, robe la identidad de una persona, como postulaba la película La Red, de Irwin Winkler, en 1995, cuando todo esto comenzaba a popularizarse?
Volvamos un momento a Antonia. Se sabe qué películas le gustan, qué piensa ella sobre esas películas, con quiénes se vincula al compartir sus gustos de cine, adonde veranea, en qué hoteles estuvo averiguando para alojarse, sus fotos están en un álbum virtual, conocemos en qué empresa trabaja, gracias Linkedin.com.
A partir de su diario personalizado podemos inferir algo sobre sus consumos de noticias y por ende sobre sus preferencias políticas o ideológicas, y hasta sabemos que le regaló a su hijo un robot hecho por ella a través de Lego Factory.
Y lo más espeluznante es que esa información es pública. No se necesita ser un hacker especializado para acceder a ella. Antonia eligió, libremente, compartir esa información en Internet. No la esconde. No la encripta. ¿Porqué jugar así con fuego? La respuesta es muy simple, y es un análisis tácito de costo beneficio: el beneficio de compartir toda esa información es mayor al potencial riesgo que acarrea.
Se gana más de lo que se puede perder. Y hemos aquí una diferencia medular entre las personas 2.0 y las que no lo son, entre Antonia y Mario. Y allí radica también la explicación al hecho de que en la web 2.0 hay un nivel casi inexistente de publicaciones erróneas con el propósito de confundir y molestar. Los mismos miembros de las comunidades online matan con la ignorancia, o “pisan” la información errónea con una corrección ulterior.
Todos pierden cuando la información es distorsiva. Resumamos entonces algunas diferencias entre Mario y Antonia, pero antes dos aclaraciones: Antonia no tiene anteojos de 4 centímetros de espesor y la piel gris por la falta de exposición al sol. No es un nerd, o geek, usando esta terminología acuñada en los 80, que hace referencia a aquellas personas que manejan la computadora como si fuera una extensión de su propio cuerpo pero tienen serias dificultades para relacionarse en el mundo real. Antonia sale, tiene amigos, amigas, marido, o novio, viaja, va de vacaciones, trabaja, etc. Y en segundo lugar, Antonia no es necesariamente más joven que Mario. Podría serlo, o no. Antonia simplemente es 2.0 y Mario no.
- Antonia, a diferencia de Mario, tiene muchas más relaciones, es decir, que se relaciona con más personas, pero en forma particionada, o parcial. Tiene, por supuesto, un grupo de amigos, entendidos en el sentido tradicional de la palabra, pero además tiene sus movie buddies, como Danimir, que leen sus comentarios de cine, gente en su red de contactos laborales, gente que opina en su fotolog, porque aprecia sus fotos, etc. Antonia se relaciona con todas estas personas, pero sólo a través de la computadora, y para un tema en particular. La localización geográfica u otros detalles de los integrantes de esas diferentes comunidades a las que Antonia pertenece son absolutamente irrelevantes. ¿Podríamos decir que se trata de relaciones por interés? Claro que sí, pero las reglas de juego son claras, con lo que nadie sale engañado.
- Como dijimos un par de párrafos antes, Antonia expone en internet muchos aspectos de su vida. Su concepto de privacidad es diferente al de Mario. Pone fotos de su hija, muestra el juguete que le regaló, cuenta qué película fue a ver al cine y qué opinó, comparte sus experiencias en vacaciones, etc. Es como si viviera en una casa con paredes de vidrio, o en un reality show.
- La moral de Antonia tiene ciertas concesiones que a muchas industrias y personas les resulta difícil aceptar. Ella no tiene problemas de conciencia por subir a internet música o películas cuyos derechos no le pertenecen. A pesar de las advertencias escritas que ponen los sitios web sobre las políticas de privacidad y derechos de autor, ella igual “comparte”. Como no lo comercializa, sino que lo comparte, lo que ella hace podría compararse a invitar amigos a nuestra casa a mirar una película. Sólo que en este nuevo esquema la película no se mira en el mismo lugar físico y ni siquiera en el mismo momento. Y ella puede invitar a millones de amigos en lugar de cinco. Pero eso es un detalle de forma, o al menos podría verse así. Antonia definitivamente lo ve así.
- Antonia no se deja convencer por los honores y títulos, o por las trayectorias. Piensa como los estudiantes norteamericanos de ratemyprofessors.com, y aplica esa lógica a los medios periodísticos, por ejemplo. No necesariamente elige la columna de un eximio editorialista o politólogo. Tal vez prefiera leer la opinión de un blogista, que escribe muy bien, pero cuyo nombre es totalmente desconocido e irrelevante para este fin. Al leer un diario en internet, Antonia le da tanta importancia a las noticias como a los comentarios de los lectores que vienen a continuación. Y ella comenta las noticias.
Estos cuatro aspectos, entre otros, ilustran algo que dije al comienzo, y es que la generación 2.0 está saliendo fuera de Internet. Y me reitero: “Internet ha incubado un cambio de paradigma, pero dicho cambio ha salido fuera de las computadoras.” No sabemos si Antonia es más feliz que Mario, o si logrará realizarse como persona. No sabemos si Antonia se siente plena. Esto no pretende ser un juicio de valor sobre la generación 2.0. Sólo pretendo, con esta nota, exponer algo que está ocurriendo y frente a lo cual nosotros todos, personas, empresas, universidades, colegios, medios, padres, hermanos, amigos, distribuidoras de música y cine, autores, periodistas, sólo podemos hacer una cosa: aprender a jugar con sus reglas.
Jonás Beccar Varela
jonasbv@fibertel.com.ar