Para los argentinos la confianza en el “mercado” parece algo lejano e irreal, pero para los muchachos del norte, todavía es algo que continúa a pesar de los desastres económicos y sociales causados por las estafas de los líderes de las corporaciones financieras, bursátiles y económicas.
En este artículo de Jonathan Salem, especialista en Marketing y Branding, explica a sus coterráneos la falsedad de los postulados a favor del mercado libre y se pregunta el por qué de la buena reputación de este último.
Para los argentinos la confianza en el “mercado” parece algo lejano e irreal, pero para los muchachos del norte, todavía es algo que continúa a pesar de los desastres económicos y sociales causados por las estafas de los líderes de las corporaciones financieras, bursátiles y económicas.
En este artículo de Jonathan Salem, especialista en Marketing y Branding, explica a sus coterráneos la falsedad de los postulados a favor del mercado libre y se pregunta el por qué de la buena reputación de este último.
Veamos entonces el poder residual del branding efectivo del mercado
No sólo no tienen moral sino, que no son intrínsecamente eficaces y mucho menos justos o equitativos.
Los mercados no poseen la capacidad mágica para resolver las diferencias que los seres humanos no pueden (o no), y que no saben más ni menos que nosotros. No son malos, pero tampoco bueno. Los mercados son agnósticos a la moral.
Los mercados no son conscientes. Ellos no tienen estados de ánimo u opiniones. No son conscientes de la manera que son los seres humanos, las plantas o los insectos, porque “ellos” existen solamente como construcciones que dependen totalmente de las personas y sus acciones.
Los mercados no pueden generar nada – no hay tal cosa como una “solución de mercado” – si no que sólo pueden revisar las cosas con las limitaciones propias de las personas que los crean y administran.
Los mercados no pueden calcular el valor o costos que no se someten a ellos (es por eso qué la economía tiene el concepto llamado “externalidades”, es decir, cosas reales que son totalmente invisibles para los modelos financieros, como por ejemplo la contaminación producida por una empresa.)
Los aforismos y analogías acerca de los mercados siendo naturalmente “libre ” o que la competencia dentro de ellos evidencia la “supervivencia del más apto” no sólo son incoherentes, sino objetivamente incorrectos. La naturaleza está muy lejos de un estado ideal al que debamos aspirar. Los animales pasan la mayor parte de su tiempo de vigilia en busca de alimento y cuando no, están evitando convertirse en comida para otros animales. Ellos son libres de competir hasta que cambien las reglas, cosa que pasa todo el tiempo, lanzando una especie a una crisis, mientras que se eleva a otra a un lugar mejor.
Las avispas son más “aptas”, porque ponen sus huevos en orugas vivas, y los yuyos son “libres” para expandirse a través de un campo y erradicar lo que ya está creciendo allí.
Nosotros inventamos la civilización para que no tener que vivir así.
Y los mercados no son libres porque son creaciones del hombre, son tan libres como los juegos de béisbol y mesas de blackjack, es decir que se puede actuar libremente pero siempre dentro de los límites de las normas que los definen como tales.
Nunca fueron libres en el pasado y nunca lo serán en el futuro. Por lo general, los defensores del libre mercado son ciegos o ajenos a los aspectos de los mercados que los favorecen en mayor proporción que a los demás.
No hay una “mano invisible” que impulse a los participantes de un mercado para lograr un bien mayor del que uno podría haber imaginado colectivamente. Las personas que citan a Adam Smith el que van mucho más allá de lo que el pensaba originalmente, ya que la idea surgió en un libro titulado “La riqueza de las naciones” que vino después de un libro anterior, “La Teoría de los sentimientos morales”, en los que se cree que Smith compartió sus ideas más importantes.
Smith creía que la acción humana tiene una dimensión moral significativa y que los individuos tienen la responsabilidad de atenderse y apoyarse unos a otros; veía el mecanismo del mercado como el lugar neutral donde estos sentimientos podían ser valorizadas y compartidas. También creía que los gobiernos tenían un papel muy importante en cualquier sociedad. La llamada “mano invisible” era una función para realizar estos efectos muy visibles.
Entonces, ¿qué tiene esto que ver con branding y marketing? Francamente, plantea algunas preguntas que simplemente no puedo contestar, y me molesta:
- ¿Cómo los mercados se posicionaron como tan absolutamente buenos? Sospecho que puede porque los mercados controlados totalmente por el Estado ganaron una muy mala reputación. Pero la fe en este concepto roza un fervor casi religioso. Varias marcas de bebidas y pastas de dientes desearían ser tan afortunadas.
- ¿Por qué estamos tan a gusto con una idea tan incómoda? Incluso cuando la realidad sugiere hacer otra cosa, el americano promedio pone su dinero y confianza en herramientas terriblemente impredecibles. ¿Esto se debe a las pocas alternativas existentes?
- ¿Cuándo un mercado demostró que podía “solucionar” los problemas de políticas públicas? La idea que se comparte hoy de boca en boca que podría tercerizarse un tema espinoso como el cuidado de la salud es increíblemente vacía, sin embargo la gente lo repite sin reír. Una vez más, ¿es porque no podemos concebir (o aceptar) una alternativa?
He sido un defensor de incorporar verdad y claridad en las comunicaciones de marketing procedentes de las principales marcas de servicios financieros, especialmente a raíz de la persistente crisis económica mundial, sin embargo,muy pocos o ninguno de ellos han optado por decirnos algo diferente a “¿por qué preocuparse?, Confìe en nosotros”.
Tal vez es porque saben que los consumidores tienen la predisposición casi genética a tener fe en las premisas impulsadas por el mercado … no sólo de parte de los inversores esperanzados, pero sobre todo la fe de creer que los mercados son mecanismos para resolver las cuestiones de política pública que no podemos arreglar solos.
Si ellos tienen razón, estamos muy, muy mal. Los mercados no son morales. Sólo podemos serlo nosotros.
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