En el newsletter de Le Monde, publicaron un artículo interesante sobre la renuncia de Fidel Castro.
El autor de este artículo y Director de Le Monde diplomatique de Madrid, Ignacio Ramonet, escribió un libro de conversaciones con el dirigente cubano titulado: Fidel Castro. Biografía a dos voces, Debate, Buenos Aires, 2007.
De las armas a la batalla con las palabras
Recibida con acentos apocalípticos por la mayor parte de la prensa occidental, la renuncia de Fidel Castro a la presidencia de su país no implica forzosamente cambios abruptos en Cuba. De donde podría provenir un vuelco significativo es de su principal enemigo, Estados Unidos, si en las próximas elecciones se impusiera el demócrata Barack Obama.
El martes 19 de febrero, a través de un “Mensaje del Comandante en Jefe” publicado en el diario Granma de La Habana, Fidel Castro anunciaba que ponía punto final a su larga y extraordinaria carrera política, renunciando a ser candidato a su propia sucesión en la Presidencia de Cuba.
Sigue siendo –al menos, por el momento– Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), lo que dista de ser una función menor en un sistema político de partido único. En principio, anunciaría su eventual dimisión durante un Congreso del PCC, pero no lo ha habido desde 1997. Hasta ahora, el cargo de Primer Secretario nunca estuvo disociado del de jefe del Ejecutivo en ningún país comunista. Es pues poco probable que Fidel Castro conserve su puesto en el seno del Partido, dado que también renunció a ser Presidente del Consejo de Ministros (Primer Ministro).
De todos modos, su inmensa influencia en la opinión pública cubana perdurará. En la medida en que aunque abandonó la presidencia, tal como dijo en su mensaje, fue también para dedicarse, de alguna manera, al “4º poder”: seguirá escribiendo en el diario de mayor tirada de la isla, Granma, “órgano central del Partido”. En su nuevo cuartel general clandestino, sigue siendo pues el combatiente que siempre fue, aunque sus armas sean ahora exclusivamente las palabras, y su batalla más que nunca la de las ideas. Es un terreno –el de la hegemonía cultural, como diría Gramsci– por el que siempre luchó.
Los artículos que publica regularmente, y que no dejó de escribir durante su larga convalecencia, seguirán pues apareciendo. Sólo la rúbrica debería cambiar: en lugar de “Reflexiones del Comandante en Jefe”, se leerán en adelante simples “Reflexiones del camarada Fidel”. Es muy probable que los cubanos, al igual que los observadores internacionales, sigan leyéndolo con la mayor atención, porque Fidel Castro no es reemplazable.
En la historia de su país, su trayectoria es única, no sólo debido a sus cualidades de líder, sino también porque las circunstancias históricas ya no serán más las mismas. Fidel Castro atravesó todo: la guerrilla en Sierra Maestra, la Revolución de 1959, las agresiones armadas de Estados Unidos, la crisis de los misiles de octubre de 1962, el apoyo a las guerrillas (entre ellas, la del Che Guevara en Bolivia), la desaparición de la URSS y décadas de enfrentamiento con Estados Unidos.
El hecho de que abandone el poder en vida debería permitir una evolución pacífica de Cuba. En su mayoría, los cubanos aceptan ver a su país dirigido de la misma manera y en el mismo camino socialista por un equipo diferente. Después de todo, Raúl lleva las riendas del poder desde hace ya más de un año y medio, y la vida siguió su curso sin sobresaltos. Con pragmatismo, puso en el centro de la acción de su gobierno las cuestiones que preocupan a la gente: la alimentación, el transporte, la vivienda, el costo de vida.
Los ciudadanos tuvieron tiempo para acostumbrarse a la idea de que Fidel Castro abandonaría el poder. En sus recientes artículos, se ocupó de que se filtraran, con pedagogía, informaciones muy claras que anticipaban la decisión que acaba de tomar. Así, en diciembre de 2007, había escrito: “Mi deber elemental no es aferrarme a cargos, ni mucho menos obstruir el paso a personas más jóvenes, sino aportar experiencias e ideas cuyo modesto valor proviene del hecho de que tuve la oportunidad de vivir una época excepcional”.
Más tarde, tras haber sido reelecto diputado en el Parlamento que sesiona desde el domingo 24 de febrero, agradeció a sus electores y se disculpó ante ellos por no haber podido hacer campaña en el terreno, debido –explicó– a su condición física que sólo le permite escribir. Finalmente, en su mensaje del 19 de febrero, agregó: “Traicionaría pues a mi consciencia ocupando un cargo que exige poder desplazarse y entregarse a fondo, condiciones que mi actual estado físico no me permite cumplir”.
Lo que más sorprende en este hombre, cuando uno tiene la ocasión de verlo actuar y trabajar en lo cotidiano (1) es cuán modesto, discreto y respetuoso es de su entorno. Tiene un sentido ético y moral muy elevado. Es una persona con principios rigurosos y cuyo modo de vida es de una gran frugalidad. También es, y a menudo se lo ignora, un apasionado de las cuestiones ecológicas y ambientales. No es ni el monstruo que describen algunos medios de comunicación occidentales, ni el Superman que presentan a veces los medios de comunicación cubanos. Dotado de una increíble capacidad de trabajo, es por añadidura un estratega notable, un dirigente que vivió, frente a la hostil potencia estadounidense, una vida entera de resistencia. Sin haber cedido, ni haber sido vencido. Ésa es su gran victoria.
Fidel Castro es una curiosa mezcla de idealismo y pragmatismo. Sueña con una sociedad perfecta sabiendo que las condiciones materiales son extremadamente difíciles de transformar. Abandona su cargo presidencial, convencido de la estabilidad del sistema político cubano. Su principal preocupación hoy no es tanto el socialismo en su propio país como una mejora de la calidad de vida en un mundo desigual donde millones de niños siguen siendo analfabetos, padeciendo hambre, enfermedades que podrían curarse fácilmente.
Fidel Castro está hoy convencido de que su país debe mantener buenas relaciones con todas las naciones, cualquiera sea la naturaleza de sus regímenes o sus orientaciones políticas. Le ha pasado la posta a un equipo que ha probado, en el que confía plenamente, y ello no debería generar reformas espectaculares. Mal que le pese a Washington, la mayoría de los cubanos, incluso aquellos que critican algunos aspectos del sistema, no avizoran ni desean un cambio de rumbo radical. No quieren perder ciertas ventajas que el socialismo les ha dado: educación gratuita incluso en el nivel superior; cobertura médica universal; pleno empleo; vivienda gratuita; agua; electricidad y teléfono casi gratuitos; y una vida tranquila, segura, con un bajo índice de delincuencia en un país en paz.
No cabe duda, ya que todo cambio de hombres genera cambios de métodos, que el socialismo cubano evolucionará. ¿Lo hará a la manera de China o de Vietnam? Probablemente no. Cuba seguirá su propio camino. Las nuevas autoridades introducirán seguramente cambios a nivel económico, pero es poco probable que asistamos a una “Perestroika cubana”, o a una “apertura política”, o a elecciones multipartidarias. Las autoridades siguen convencidas de que el socialismo es la elección correcta aunque pueda –y deba– perfeccionarse. A corto y mediano plazo, su preocupación principal será, más que nunca, mantener la unidad.
En momentos en que Fidel Castro eligió convertirse en periodista de tiempo completo, la tarea principal que espera a sus herederos es recoger el eterno desafío de las relaciones con Estados Unidos. Es un asunto determinante. En varias oportunidades, Raúl Castro anunció públicamente que estaba dispuesto a sentarse a una mesa de negociaciones para discutir con Washington el conjunto de conflictos entre ambos países.
Porque es probable que sea de Estados Unidos de donde provenga la señal política más importante para la evolución de Cuba. El candidato que encabeza actualmente las internas del Partido Demócratal, Barack Obama, ¿no anunció acaso claramente su intención de discutir con todos los países considerados “enemigos” o “adversarios” de Estados Unidos, entre otros, con Cuba? Sería un giro copernicano en la política exterior de Estados Unidos desde 1961.
Aunque no se avizore pues un cambio político inmediato y radical en La Habana, es preciso sin embargo saber que las elecciones de noviembre próximo en Estados Unidos podrían de todas maneras modificar el clima de las relaciones cubano-estadounidenses. Según Fidel Castro, la de George W. Bush habrá sido para Cuba, pero también para el pueblo estadounidense y para el mundo, la más perjudicial de las diez administraciones que conoció. La partida de Bush en un año debería conducir a Washington –vapuleado por las desastrosas lecciones de Irak y Medio Oriente– a una revisión de la política exterior estadounidense, y a reenfocarse en América Latina.
Estados Unidos descubrirá entonces una situación drásticamente diferente de la que había forjado en los años 1960-1990. Cuba ya no está sola. En el terreno de la política exterior, los cubanos reforzaron en gran medida sus lazos con los Estados latinoamericanos. Por primera vez, La Habana tiene allí verdaderos amigos en el poder, principalmente en Venezuela, pero también en Brasil, Argentina, Uruguay, Nicaragua, Panamá, Haití, Ecuador y Bolivia. Algunos de estos gobiernos no son particularmente pro-estadounidenses. Washington debería pues redefinir sus relaciones con cada uno de ellos. Relaciones que ya no pueden ser neocoloniales o basarse en la explotación, sino fundarse en el respeto mutuo. Cuba reforzó particularmente sus vínculos con los países de la organización económica y política ALBA (Alianza Bolivariana para las Américas) y firmó acuerdos de asociación económica con los Estados del Mercosur.
Es importante reiterar que la evolución interna en La Habana dependerá, en gran medida, de la actitud que el próximo presidente de Estados Unidos adopte respecto de la isla. Mientras que la retirada, previsible en última instancia, de Fidel Castro no modifica en absoluto el rumbo de la revolución cubana, una eventual elección en Estados Unidos de Barack Obama podría provocar, en la evolución de Cuba, un pequeño sismo.