Esa fue la idea de Hernando Guanlao, un hombre de 60 años de Filipinas que tratando de transmitir su pasión por los libros a sus vecinos creó una biblioteca pública en su propia casa.
Esa fue la idea de Hernando Guanlao, un hombre de 60 años de Filipinas que tratando de transmitir su pasión por los libros a sus vecinos creó una biblioteca pública en su propia casa.
La idea es sencilla: los lectores pueden llevarse tantos libros como quieran, durante el tiempo que quieran. Incluso de forma permanente. Como dice Guanlao: “la única regla es que no hay reglas”. Los libros no desaparecen sino que por el contrario, cada vez hay más, gracias a las donaciones que recibe diariamente.
“Me parece que los libros me hablan; eso es porque cada vez hay más” dice con una sonrisa. “Los libros me dicen que quieren ser leídos; quieren circular de mano en mano”.
Guanlao comenzó su biblioteca en el año 2000, poco después de la muerte de sus padres. Quería honrar su memoria y se le ocurrió que la mejor forma de hacerlo era promover el hábito de lectura que él había heredado.
“Ví mis viejos libros de texto y se decidí compartirlos públicamente”.
Así que puso los libros, apenas 100, en la puerta de su casa para ver si alguien quería pedir prestado alguno. Lo hicieron. Y a la hora de devolverlos, traían otros nuevos para añadir a la colección. Así nació la biblioteca.
A día de hoy Guenlao no sabe con certeza cuántos libros tiene, pero fácilmente pueden llegar a 2000 ó 3000, apilados en estantes y cajas frente a su casa; el coche hace tiempo que fue desplazado fuera del garaje y los libros invaden hasta la escalera interior.
La biblioteca está abierta 24 horas los 7 días de la semana. La única protección con la que cuenta son unas fundas de plástico, no por seguridad, sino para aislar los libros de la lluvia. No cuenta con registros ni inventarios ni procedimientos de entrega y devolución: eso solo retrasa la interacción libro-lector. Solo se da cuenta de que un libro falta por los huecos en las estanterías.
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